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“Dicen el cómo pero no el porqué”: piloto que encontró aeronave siniestrada en Urrao, tras informe preliminar de la Aerocivil

jueves, 13 febrero 2025 POR Exclusivo Colombia

Bajo el manto de la niebla en el Páramo de Piedras Blancas, en Urrao – Antioquia,  una aeronave se estrelló, dejando 10 muertos y un enigma sin resolver. El informe preliminar de la Aerocivil detalla cifras y protocolos, pero el piloto,  Miguel Gnecco, quien encontró la aeronave en medio de la selva sostiene que, tras esos números, se ocultan interrogantes fundamentales sobre las causas reales del accidente.

Tras el informe preliminar revelado por la Aerocivil sobre el accidente aéreo en el Páramo de Piedras Blancas en Urrao – Antioquia, que dejó 10 muertos  el pasado 8 de enero, Miguel Gnecco, el piloto que avistó la aeronave en medio de la selva, hizo un análisis detallado del documento. Según Gnecco, el reporte resulta excesivamente superficial “es un documento que explica a simple vista lo que cualquier persona con acceso a la información básica ya conoce: se describe el cómo, pero no se profundiza en el porqué”, afirmó el piloto. Para él, a pesar de que se evidencian ciertos hechos, faltan detalles fundamentales sobre las causas reales del accidente, lo que deja muchas preguntas sin respuestas.

Uno de los puntos críticos que destacó fue la discrepancia en la altitud de vuelo “lo que se ve claro es que, aun volando bajo reglas visuales (VFR), la aeronave nunca alcanzó la altitud estipulada en el plan de vuelo. En lugar de llegar a los 11.500 pies, se limitó a 11.200”, explicó Gnecco. Este dato resulta alarmante, ya que poco después inició un descenso en condiciones que no eran del todo visuales, lo que culminó en un impacto fatal contra un cerro, mientras la aeronave se encontraba entre nubes.

El análisis revela además que, a 40 millas de Medellín, el último reporte de la torre indicaba que deberían haber mantenido al menos los 11.500 pies, pero la investigación muestra que ya venían descendiendo. En la ruta, a la izquierda se encuentra el cerro El Burro a 12.000 pies y, más adelante, a la derecha, el cerro San José, también a 12.000 pies. Entre ambos, existen elevaciones que alcanzan los 10.000 pies “nadie entiende por qué volaban a 9.500 pies, aún en plena trayectoria entre esos cerros”, cuestionó Gnecco, quien también se sorprendió por la falta de advertencia por parte de la torre de control, que conocía la altitud y velocidad de la aeronave.

El piloto enfatizó que, si bien el informe insiste en que no se busca asignar culpabilidad, es inaceptable que alguien deba rendir cuentas en un accidente que cobró 10 vidas y destruyó una máquina valorada en casi medio millón de dólares “las víctimas y sus familias tienen derecho a conocer no solo el cómo, sino el porqué de lo ocurrido”, insistió.

El análisis de Gnecco se apoya en cifras reveladoras:

                •             La aeronave despegó y a los 5 minutos de vuelo se registró un reporte en ascenso.

                •             32 minutos después del despegue, el radar mostró que alcanzó su máxima altitud de crucero, 11.200 pies, en lugar de los 11.500 indicados en el plan de vuelo.

                •             Siete minutos más tarde, la altitud descendía a 10.650 pies mientras aún se encontraba a unas 36 millas de Medellín.

Estas cifras abren una serie de interrogantes:

                •             ¿Por qué inició el descenso estando aún entre cerros, sin haber sobrepasado la zona de peligro?

                •             ¿Se debió a una falla en la aeronave o fue un error humano?

                •             ¿Qué motivó que nunca se mantuviera la altitud de crucero estipulada?

                •             ¿Por qué la torre de control, conociendo la situación, no advirtió o exigió mantener la altura mínima, especialmente entre 40 y 25 millas de Medellín?

La oficina de radar confirma que el descenso comenzó prematuramente y, según los datos, en condiciones de vuelo instrumental (IMC) en lugar de visuales (VMC/VFR). Esta situación refuerza la necesidad de indagar a fondo en la secuencia de decisiones y acciones que llevaron al fatal desenlace.

Finalmente, se sabe que la aeronave fue encontrada el 9 de enero a las 15:50 en un helicóptero de Heliservice, matrícula HK 4276, casi 22 horas después del accidente. Este hallazgo, lejos de resolver las dudas, intensifica la demanda de claridad y responsabilidad.

Mientras la investigación continúa, el análisis de Miguel Gnecco plantea preguntas esenciales que requieren respuestas urgentes:

                •             ¿Falló la aeronave en algún componente crítico?

                •             ¿Por qué se inició el descenso antes de tiempo?

                •             ¿Qué motivos llevaron a no mantener la altitud de crucero prevista?

                •             ¿Debió la torre de control intervenir para evitar un descenso tan peligroso? La comunidad y las familias de las víctimas exigen una investigación rigurosa que no se conforme con lo evidente, sino que esclarezca

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Pedro Nel Zapata: de la prisión a la libertad, tras probar su inocencia

viernes, 07 febrero 2025 POR Exclusivo Colombia

Pedro Nel Zapata Arroyave, dedicó casi tres décadas de su vida a TCC, fue detenido el 13 de diciembre de 2021, acusado por tráfico de medicamentos de control y tuvo que vivir más de tres años de lucha legal y una detención domiciliaria. Cuenta que a lo largo de este proceso, enfrentó la indiferencia de la empresa que le dio su empleo y el desgaste emocional de una acusación que no solo le robó su libertad, sino que dejó secuelas profundas en su salud y su entorno familiar. Ahora, con la justicia de su lado, Pedro fue absuelto.

El 13 de diciembre de 2021, Pedro Nel Zapata Arroyave vivió uno de los momentos más difíciles de su vida: a las 7 de la mañana, fue capturado en las instalaciones de TCC, donde había trabajado durante casi 30 años. Cuenta que fue acusado de estar involucrado en un supuesto tráfico de medicamentos de control, un cargo que jamás imaginó enfrentar. A partir de ese momento él y su familia comenzaron a vivir un calvario que duro más de tres años.

Pedro Nel ingresó a TCC el 1 de junio de 1994, llegaba desde Liborina con sueños de estabilidad. “Empecé como estibador y luego me cambiaron a auxiliar logístico, un puesto que consistía en recoger y entregar mercancías tanto de otras partes del país como del extranjero”. Durante más de 12 años, su trabajo fue cumplir con esas entregas, sin tener la menor idea de lo que llevaban los paquetes sellados. “Las mercancías llegaban completamente selladas, nosotros no teníamos conocimiento del contenido interior”, explicó.

Sin embargo, la tranquilidad de su rutina laboral se vio alterada cuando, tras una lesión en la columna, fue reubicado en otro puesto “me reubicaron en un trabajo más liviano, que consistía en entregar mercancías a los clientes que iban directamente a nuestras instalaciones”. Pedro cumplió con su labor sin sospechar que un paquete relacionado con un cliente en particular, Humberto de Jesús Muñoz, lo involucraría en una investigación.

Muñoz, quien transportaba medicamentos de control, se convirtió en el foco de una investigación por parte de la Fiscalía. Sin embargo, Pedro asegura que no sabía nada sobre el contenido de los paquetes. “Nunca supe que el contenido de esas mercancías fuera ilícito, pues todo estaba completamente sellado”.

El caso tomó fuerza cuando, seis meses antes de su captura, Alexander Sarasa, jefe de seguridad de TCC, le ordenó no entregar un paquete relacionado con una guía específica que ya había sido entregada. Pedro recordó que intentó aclarar la situación “fui a hablar con uno de mis jefes para explicar lo que había sucedido, pero no fui escuchado. No me atendieron”.

El 13 de diciembre de 2021, Pedro fue arrestado en las instalaciones de TCC. “Me capturaron a las 7 de la mañana. Me leyeron los derechos, me esposaron y me llevaron al búnker de la Fiscalía”, relató. Estuvo recluido durante 24 días y fue sometido a varias audiencias. En su defensa, su abogado, Juan Sebastián Duque, solicitó a TCC que entregara documentación que pudiera aclarar su inocencia, pero la empresa se negó. “Mi abogado pidió información, pero TCC no colaboró. Tuvimos que recurrir a otras instancias para poder demostrar lo que realmente sucedió”, señaló Pedro, frustrado por la falta de apoyo de la empresa.

Durante los 35 meses que Pedro estuvo bajo arresto domiciliario, la situación de su familia se volvió insostenible. “Estuve en casa por cárcel, y eso afectó mucho a mis hijos, mi esposa y mis padres”, dijo. La enfermedad de su padre, que ya sufría de problemas de salud, se complicó y, finalmente, falleció. “Mi padre se agravó mucho, y mi madre, una mujer mayor, también sufrió las consecuencias de todo esto. Ella bajaba hasta el primer piso para verme en el tercer piso, y eso la afectaba mucho. Se deprimió profundamente”, explicó.

La crisis también impactó a sus hijos. “Mi hija Natalia y mi hijo Santiago estaban estudiando en ese momento. Todo eso los afectó enormemente. Fue una situación muy difícil para ellos. Lo que más me ayudó a salir adelante fue el amor y el apoyo de mi familia. Ellos nunca me dejaron caer del todo. Gracias a ellos, hoy estoy aquí tratando de levantarme”.

El proceso judicial fue largo y desgastante, pero finalmente, el 27 de noviembre de 2024, Pedro fue absuelto de todos los cargos. “Después de más de tres años, fui absuelto de todo lo que me imputaron. Es un alivio, pero las secuelas quedan”, dijo Pedro, quien sigue lidiando con las secuelas emocionales de la experiencia. “He tenido insomnio, ansiedad, y siento como si me persiguieran. Esta experiencia me ha dejado huellas muy profundas”.

Una de las personas clave en su defensa fue Humberto de Jesús Muñoz, el cliente que inicialmente había sido el foco de la acusación. “Él fue testigo en mi favor, y afirmó que yo no tenía conocimiento de lo que transportaba. Eso fue fundamental para demostrar mi inocencia”, subrayó Pedro.

Lo que más le dolió a Pedro fue la indiferencia de TCC. “Nunca recibí una llamada de la empresa, ni siquiera para saber cómo estaba. No hubo ni una palabra de apoyo, ni de interés por mi situación. Al contrario, hubo un silencio total”. A pesar de haber dedicado casi tres décadas a la empresa, Pedro no recibió ningún respaldo de la organización en los momentos más difíciles de su vida.

Luego de ser absuelto, Pedro sigue buscando la forma de reconstruir su vida. Aunque la justicia le dio la razón, el daño ya está hecho. La experiencia lo cambió a él y a su familia. “Lo único que quiero es que se haga justicia de verdad, y que las instituciones responsables, como TCC, asuman su parte. Porque la indiferencia de la empresa fue lo que más me dolió en todo este proceso”, concluyó Pedro Nel Zapata, un hombre que, a pesar de todo lo vivido, sigue adelante con la ilusión de retomar su vida y su paz.

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De comerciante a Odontólogo: el joven que pasó de vender panela a atender pacientes en la Plaza Minorista

jueves, 30 enero 2025 POR Exclusivo Colombia


Desde que tenía ocho años, Maicol Pérez vendía panela en la Plaza Minorista de Medellín, sin imaginar que años después regresaría, pero no como comerciante, sino como Odontólogo. Hoy, en el mismo lugar donde creció entre puestos de mercado, es dueño de su propio consultorio, demostrando que los sueños pueden cumplirse sin olvidar las raíces.



Todo empezó cuando Maicol Pérez tenía apenas ocho años. En ese entonces, la vida no le ofrecía grandes lujos, pero sí le daba una lección invaluable: el trabajo. 

Con su abuelo y su padre, Maicol empezó a forjar lo que serían sus primeros pasos en el mundo del emprendimiento. “Todo empieza desde los ocho años. Empiezo vendiendo panela con mi abuelo. Mi padre es el que me lleva, pues allá, a la minorista, a trabajar con él, ya que desde pequeño teníamos un negocitofamiliar, que era vender panela y yo les ayudaba a ellos”.

La Plaza Minorista de Medellín, un lugar histórico y representativo de la ciudad, fue testigo de sus primeros esfuerzos laborales. Su función, en un principio, era simple: “Mi abuelo me enseñó a organizar la panela. Mi labor era organizarla para que se viera bonita para que los clientes la compraran”, comentó Maicol. 

Con el tiempo, su padre se independizó y comenzó un nuevo negocio. Maicol, entonces, comenzó a tomar más responsabilidades. “Ya me tocaba a mí sacar a las personas que le compraban a mi papá, a la calle con los carritos. Esa era mi labor, sacar las personas que le compraban en el negocio de mi papá y yo les ayudaba con un carrito afuera”, explicó.

El colegio fue un reto, no solo por los estudios, sino también por las jornadas laborales que llevaba a cabo en los fines de semana. “En el colegio, tenía que terminar mis estudios y, los fines de semana, me iba a trabajar con ellos. Mucha gente me conocía allá en la plaza Minorista. Y así empezó mi historia“, dijo Maicol, con la misma humildad que ha marcado toda su trayectoria.

Pero las oportunidades no tardaron en llegar. Gracias a su madre, quien trabajaba en Empresas Varias, Maicol obtuvo una beca para estudiar odontología en el CES. “Me presento a una beca de ser Pilo Paga, me la gané gracias a que mi madre trabaja en empresas varias de Medellín“, dijo con satisfacción.

Durante sus estudios, Maicol no abandonó sus raíces. “Comencé a estudiar odontología, fui becado, y seguí trabajando en la Minorista ayudándole a mi padre, en el negocio, y ayudando a la gente a sacar el mercadito”, comentó refiriéndose a su continuo apoyo al negocio familiar mientras se formaba como profesional. 

Con dedicación, Maicol se graduó como odontólogo y dio su primer paso en el mundo profesional, trabajando en la Clínica de Las Vegas como odontólogo de urgencias. “Trabajé sábados, domingos, festivos, para poder recoger plata y hacer mi posgrado”.

Después de un año y medio de trabajo, Maicol reunió el dinero necesario para su posgrado. “Con ayuda de mi madre, empecé a estudiar el posgrado. Ya estaba pagado con los ahorros que había hecho trabajando como odontólogo, y con lo que mi madre me ayudó, pude sacar adelante el posgrado“.

En lugar de seguir el camino hacia otras partes de la ciudad o incluso fuera de Medellín, Maicol decidió regresar a su lugar de origen, a la Minorista, para abrir su propio consultorio odontológico. 

“Decidí volver a la Minorista, donde me vieron crecer desde muy niño trabajando, vendiendo panela. Quise colocar el consultorio allí para ayudarle a las personas que me vieron crecer. Aportar ese granito de arena a la plaza Minorista, que es mi casa, porque desde niño fui criado allí”, agregó con orgullo.

El consultorio de Maicol no solo representa un sueño hecho realidad, sino también una forma de cambiar la percepción de un lugar que a menudo ha sido mal entendido. “La gente tiene la Minorista tachada, como un lugar donde roban, secuestran y matan. Yo quería mostrar otra cara, una cara amable. Aquí estoy para ayudar a las personas, para darle una sonrisa”, afirmó Maicol. 

El consultorio de Maicol Pérez no solo es un centro de salud dental, sino un símbolo de perseverancia, amor por la familia y orgullo por su origen. Con un equipo de cinco odontólogos especialistas, Maicol demuestra que la calidad no tiene que estar reñida con la accesibilidad. “Nosotros somos cinco odontólogos y los cinco somos especialistas”, comentó. 

La Minorista, que lo vio crecer y trabajar desde niño, ahora es el lugar donde Maicol le da a sus vecinos la oportunidad de una sonrisa más saludable y más segura.

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“Solo queda esperar un milagro”: la historia de Alexis y su batalla contra la muerte

miércoles, 29 enero 2025 POR Exclusivo Colombia

A los 17 años, un accidente dejo a Alexis en silla de ruedas. 21 años después, sigue luchando contra la adversidad. Ha tenido múltiples cirugías, infecciones y una amenaza constante de perder la mitad de su cuerpo. Dice que su fe en Dios y el apoyo de su familia lo mantienen firme, aunque ya no haya nada que hacer, según los registros médicos.

Alexis tiene 38 años, pero lleva más de dos décadas cargando el dolor de un accidente que cambio su vida cuando tenía 17 años, “fui a visitar a un amigo que estaba en el ejército, y él movió su fusil sin querer, se disparó, y esa bala perdida me pegó. Ahí quedé incapacitado, perdí la movilidad de mis miembros inferiores”, relato con una calma.

El destino le fue cruel, pero no lo derrumbó. La silla de ruedas se convirtió en su nueva compañera, pero no en su condena. “La vida no se frenó ahí, yo seguí adelante”. Alexis encontró fuerza para seguir adelante en lo que siempre había sido su pasión: el fútbol, y en especial, su amor por el Atlético Nacional. En 2015, también encontró algo aún más importante: a su pareja. Ella fue, según sus palabras, quien “le dio sentido a mi vida”. A partir de ahí, la lucha de Alexis no solo fue por él, sino también por ella, por sus hijos, por su madre, quienes le daban el aliento necesario para seguir adelante.

Desde 2016, Alexis ha trabajado como asesor en call centers, lo que le permitió mantenerse activo a pesar de las adversidades. Sin embargo, las largas horas sentado le pasaron factura. Una úlcera por presión, producto de su inmovilidad, comenzó a aparecer en su cadera. “Me dio una úlcera por presión, y eso se convirtió en una herida en la nalga. Eso me trajo muchos problemas, tanto físicos como emocionales”, comentó Alexis.

El 9 de diciembre de 2023, Alexis tuvo que acudir a urgencias por el agravamiento de su herida. “La úlcera me reventó un porito, y eso olía demasiado feo”. El dolor y la incomodidad fueron insoportables, y terminó hospitalizado durante 48 días recibiendo antibióticos y cuidados. El 26 de enero, finalmente fue dado de alta, pero su calvario no terminó ahí.

El 7 de febrero, tras experimentar un regreso del dolor y el mal olor en su herida, Alexis tuvo que volver a urgencias. “Me dijeron que no podían ayudarme porque era un hospital de segundo nivel”, recuerdo con una mezcla de frustración y resignación. Fue entonces cuando le ordenaron una remisión que tardó un mes en salir. Finalmente, fue enviado a la Clínica Fundadores de Medellín, donde comenzó un tratamiento que implicaba más antibióticos, curaciones y hasta dos intervenciones quirúrgicas. Sin embargo, lo único que hicieron fue un lavado de la herida. “Me enviaron a la casa con un sistema que absorbía todo lo que la herida botaba, pero eso hizo que la herida se me formara en queloide”, explicó.

La situación siguió empeorando. En octubre de 2024, los síntomas se hicieron más graves. “Empecé a sentir mucha fiebre, y la enfermera me dijo que mejor me fuera a un hospital de tercer nivel, donde pudieran atenderme adecuadamente”. En la Clínica CES, donde le recomendaron ir por sus propios medios, le indicaron que debía ir a urgencias en la Clínica de los Molinos. Allí pasó 15 días, hasta que finalmente lograron encontrar una remisión para el Hospital San Vicente de Paúl.

“En el San Vicente me ingresaron al quirófano de inmediato, me hicieron una cirugía, me retiraron el queloide y me cerraron la herida. Comenzaron nuevamente con los antibióticos, otros 48 días de tratamiento”, detalló. Sin embargo, su proceso de recuperación fue todo lo contrario a lo esperado. A los pocos días, la herida se volvió a abrir debido a una bacteria que la atacó nuevamente. “Volví al San Vicente, donde me dejaron un mes más y me hicieron una cirugía reconstructiva. Cuando regresé a casa, la cirugía se volvió a dañar”.

El diagnóstico fue devastador. En noviembre de 2024, los médicos le informaron que la bacteria se estaba propagando rápidamente. “Me dijeron que la opción era desarticularme la cadera, es decir, amputarme la pierna hasta la altura del ombligo”, dijo envuelto en lágrimas. Los médicos le aconsejaron que, si creía en Dios, debía orar para que la bacteria no le quitara la vida. “Me mandaron con un servicio paliativo, y mi cuerpo comenzó a dolerme de manera insoportable”.

Ahora, Alexis se encuentra en una espera incierta, con los médicos sugiriendo que no hay más opciones. “El infectólogo no quiere volver a tratarme por el riesgo de que la bacteria siga avanzando”, dijo, mientras su voz refleja el cansancio de un hombre que ha peleado muchas batallas. “No queda más que esperar un milagro de Dios para que pueda sanar y la bacteria desaparezca. Pero yo no desfallezco, porque tengo a mi mujer y a mis dos hijos esperando por mí”, aseguró con una sonrisa que, aunque frágil, no pierde la fe en lo que está por venir.

“A veces siento que todo es muy difícil, pero sé que, mientras ellos estén conmigo, no puedo darme por vencido”, concluyó con voz firme.

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“Me mataron a cinco de mis seis hijos”: la historia de Teresa, la vendedora de rosas del cementerio San Pedro

viernes, 24 enero 2025 POR Exclusivo Colombia

A lo largo de más de tres décadas, Teresa Corrales ha enfrentado la pérdida de cinco hijos, víctimas de la violencia que sacudió Medellín en los años 80 y 90. A pesar de la tragedia, esta madre de 79 años se ha levantado cada día, con su último hijo a su lado, para seguir trabajando en la puerta del cementerio San Pedro, ofreciendo novenas, flores y fotolápidas.

Teresa Corrales tiene 79 años. A lo largo de su vida, ha enfrentado pérdidas que marcan a cualquier madre, pero lo que más la define es su fortaleza para seguir adelante, siempre con la mirada al frente. Con voz serena, pero cargada de recuerdos, Teresa nos cuenta la historia de su vida, donde asesinaron a casi todos sus hijos producto de la violencia en Medellín. 

“Trabajo en la puerta del cementerio San Pedro desde el 90. Antes venía a ayudarle a un hermano que tengo, que tiene 90 años y era el que trabajaba vendiendo novenas. Pero cuando me empezaron a matar a mis hijos, tuve que quedarme aquí”.

La historia de Teresa comienza en una época dolorosa y difícil. La violencia en Colombia en los años 80 y 90 dejó una huella profunda en su vida. Ella recuerda con claridad las primeras pérdidas: “Me han matado, tuve seis hijos y me mataron cinco”. La violencia política y los grupos armados fueron los responsables de la muerte de sus hijos, pero lo que más le duele es la indiferencia del tiempo. “Los primeros me los mataron como en el 87 y en el 89. No me acuerdo de ellos casi”.

La guerra interna de Colombia, con su horror e insensibilidad, llegó a la vida de Teresa, una mujer madre y luchadora, que a pesar de todo, logró salir adelante con su último hijo. Y que  a hoy, más de 30 años después, dejaron una huella imborrable en su corazon.

“Yo soy viuda y cuando me empezaron a matar mis hijos, mi hermano me dijo que él era un hombre y que se podía ir a trabajar a la calle, y que yo me quedara aquí vendiendo novenas en la puerta del cementerio San Pedro y eso hice, me quedé vendiendo novenas, en un plástico, en el suelo. Así fue que me puse a trabajar. Ya empecé a meterle más novenas de otros santos, estampitas, eso”.

A lo largo de los años, Teresa logró adaptarse a las circunstancias. Empezó a vender flores artificiales y a incursionar en el negocio de las fotolápidas, una forma de conectar su vida con las necesidades de quienes llegan a ese lugar. “Ya entraron de moda las fotolápidas, también las hacemos aquí. Eso no lo hacemos nosotros, sino que tenemos la conexión con el taller, entonces nos dan una bonificación”.

“Nos ha tocado una época muy dura“, dijo Teresa, al recordar esos años de violencia, cuando Pablo Escobar y los carteles dominaban gran parte del país. “Me ha tocado una época muy dura aquí. Cuando estaba vivo Pablo Escobar nos tocaba un entierro muy miedoso. Pero ahí seguimos”.

Su osteoporosis avanzada, la pérdida de memoria, y las complicaciones económicas debido a los copagos en la clínica del dolor han sido obstáculos adicionales para Teresa, que a pesar de todo, sigue con la misma determinación. “Ya me da mucha brega trabajar, pero ahí nos vamos yendo. Aquí en esta puerta del cementerio San Pedro es que sobreviví. Sobrevivo, y ahora mi hijo que está aquí también”.

Su único hijo vivo que quedó, al que Teresa crió con tanto amor y esfuerzo, es ahora su compañero en la venta de novenas, flores y fotolápidas. “Ya es un hombre viejo, pero se enseñó a trabajar aquí conmigo. Cuidar los monticos de los entierros, ahora contratar lapiditas o floreritos”, mencionó con orgullo. “Él también le tocó muy duro aquí porque desde niño lo traía para acá, no pudo estudiar, pero ahí vamos”.

Una de las tragedias que más marcó a Teresa fue la muerte de su primer hijo, ocurrido en el 87. “Me mataron, que fue como en el 87, tenía 20 años, estaba detenido en Bellavista. Lo mataron dentro de la cárcel, dos días antes de salir. El fue víctima de un “mano a mano”, yo me descontrolé mucho. Fui a Pareira y me fui con los otros para el Chocó. Estando allá, en marzo, me escribió un sobrino y me dijo que me habían matado al otro hijo, de 23 años. Que lo mataron el 17 de enero. Me avisaron ya como a los dos meses estos, me dijeron que lo habían matado en Nikitao, que en una pelea”.

De manera consecutiva, Teresa fue perdiendo uno a uno sus hijos, “al tercero mataron los milicianos. Él vendía cigarrillos en la calle, yo vivía por allá en una parte que le decían la sequia. Ahí sacaban los pelados, y se los llevaban por esos montes, por esas cosas que hay por yendo para la sierra. A él lo cogieron con el otro hermanito, y le preguntaban algo, pero como él era sordo, él no oía, entonces el otro hermano dijo que él no oía, que él era sordo, y no le creyeron, y lo mataron delante del hermano. Entonces el hermano se fue para Robledo. Y en Robledo, el 25 de diciembre, iban a matar a otro muchacho que estaba ahí con ellos en la calle haciendo un sancocho, y como al fin borrachos, a que le van a dar a esos, nos tienen que dar a todos, pues le dieron a dos, se murió el mío, y los otros no se murieron. Y el tercero de 26 anos me lo mataron en una masacre que hubo en Robledo, en la casa de la suegra, que mataron cinco de esa casa. Y mi hijo trabajaba, cuando eso, en Codesarrollo, tenía dos hijos. Ese fue el último que me mataron, y ese lo mataron en Barrio Robledo, en una masacre que hubo en la casa de la mujer, de la señora que tiene los hijos de él”.

Así, uno a uno, sus hijos fueron asesinados, “me quedó un solo hijo, porque yo no tuve mujeres. Quedó como de 10 añitos, o un poquito así. De eso hace que él también está aquí conmigo”.

Hoy, Teresa sigue levantándose cada día, hombro con hombro con su último hijo, para continuar su labor en la puerta del cementerio San Pedro. A pesar de las adversidades, de la enfermedad y el dolor que la acompañan, su fortaleza sigue latente. Cada jornada, entre flores y novenas, Teresa reafirma que la vida, aunque rota, siempre tiene un propósito: seguir adelante. 

“Mi Dios no nos deja de mandar bendiciones, mi hija”, dijo Teresa, con una sonrisa serena que, a pesar de los años, sigue irradiando emotividad. “Aquí seguimos. Y con mi hijo, la nuera y tres hijos de él, seguimos adelante”.

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De la calle a la universidad: Gustavo cumplió su sueño de ser abogado a sus 70 años

domingo, 19 enero 2025 POR Exclusivo Colombia

Gustavo, un hombre nacido en Medellín en 1953, vivió una infancia marcada por el abuso y la soledad, pero tras caer en la drogadicción y la vida en la calle, logró reinventarse. A los 70 años, superó sus demonios personales, concluyó su carrera de Derecho y demostró que nunca es tarde para cambiar y cumplir sueños, a pesar de las adversidades que la vida le impuso.

Nacido en Medellín en 1953, Gustavo vivió una infancia marcada por la violencia y el abandono. Su hogar, más parecido a una prisión emocional que a un refugio, estuvo lleno de agresión y soledad. Un padre alcohólico y agresivo, que lo sometía a humillaciones constantes, y una madre distante que jamás le brindó afecto, marcaron su temprana vida. Aislado del resto del barrio, sufrió abusos y estigmatización, lo que lo llevó a una retirada emocional que lo acompañó a lo largo de los años.

“Mi hogar se caracterizaba por la ausencia de lazos afectivos y de unidad familiar; no teníamos vínculos cercanos ni con tíos, tías, primos, ni con ningún otro familiar. A los niños del barrio se les prohibía ser nuestros amigos. Además, tenía que hacer los mandados que me ordenaban mis padres, siendo yo el menor. Eso era duro y doloroso; eso sí es violento. Mi padre, alcohólico, además consumía calmantes, lo que lo desequilibraba totalmente, es decir, enloquecía. En alguna ocasión estuvo en el manicomio, y se convirtió en una persona agresiva y extremadamente violenta”, recordó Gustavo.

A pesar de las condiciones adversas, Gustavo encontró refugio en la lectura. La búsqueda de conocimiento se convirtió en su único escape, y fue gracias a esta pasión por los libros que terminó sus estudios secundarios. En 1976, ingresó a la Universidad de Antioquia, justo en medio de una época de agitación política, marcada por la lucha estudiantil y el conflicto armado que sacudía a Colombia. La universidad se convirtió en un campo de batalla ideológica, con protestas constantes y un ambiente cada vez más tenso.

“Era una época en la que el conflicto armado y las dinámicas internas eran extremadamente opuestas y se presentaban numerosas protestas. No hubo una salida dialogada al conflicto, lo que trajo como consecuencia cierres temporales en la Universidad de Antioquia. Esa situación me llevó a abandonar la universidad. Un día unos amigos me invitaron a probar un cigarrillo de marihuana a la edad de 24 años. Es aquí donde prácticamente se inicia ese proceso de degradación y ruptura social y moral, que me llevó de nuevo a la calle”, relató Gustavo.

Fue en ese momento cuando su vida dio un giro irreversible. El consumo de drogas comenzó como una forma de evasión, pero rápidamente se convirtió en una espiral destructiva que lo arrastró hacia el abismo. A medida que se sumergía en el vicio, los robos y los conflictos familiares se volvieron comunes en su día a día. En 1990, tras la muerte de su hermana, Gustavo se convirtió en habitante de la calle. La violencia, la soledad y el peligro se convirtieron en su nueva realidad, sobre todo en los barrios más marginales de Medellín, como la Toma y sus alrededores.

“Allí, pasé muchas noches. Los habitantes prácticamente han perdido el respeto por sí mismos. Hacían sus necesidades, quemaban alambres de cobre, había mucha basura y una degradación moral y sexual extrema. Aquí, todo se vale, y ese todo implica andar con mucho cuidado porque cualquier error puede costar la vida. Es una zona de mucho atraco y robo. Aun así, yo ni siquiera me molestaba”, confesó Gustavo.

Fue un ciclo sin fin: el consumo, el robo, el maltrato. Hasta que un día, el destino le ofreció una oportunidad. Conoció a una joven que lo introdujo al Centro Día, un lugar de acogida para habitantes de calle. Allí, comenzó un proceso de resocialización, donde se ofrecían atención médica y charlas pedagógicas. Aunque al principio dudó, esta oportunidad fue el primer paso hacia su transformación.

“En este sitio conocí a un amigo, abogado de la Universidad de Antioquia, quien me motivó para que pidiera reingreso. Me dijo que no se perdía nada. En realidad, no le puse mucha atención, pues continuaba consumiendo. Un día cualquiera, viniendo de Niquitao y pasando por la calle San Juan, me desmayé. Fui al dormitorio y al otro día me dijeron que fuera al centro de salud para una cita. Me diagnosticaron hepatitis con cirrosis. Cuando me dieron de alta, salí desintoxicado y definitivamente dejé de consumir. Me puse las pilas y envié una carta a admisiones y registros de la Universidad de Antioquia, exponiendo mi situación con mucha honestidad”, explicó Gustavo, quien, con el diagnóstico médico a cuestas, decidió cambiar radicalmente su vida.

Tras este episodio de enfermedad y reflexión, Gustavo retomó sus estudios en 2016, a los 63 años, con el firme propósito de culminar lo que había comenzado tres décadas atrás. El proceso no fue fácil; su edad, su pasado y las dificultades económicas fueron obstáculos constantes. Sin embargo, el mismo espíritu de lucha que lo había mantenido con vida en las calles lo impulsó a seguir adelante. En 2024, a sus 70 años, Gustavo se graduó de la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia, cumpliendo un sueño que parecía imposible. Hoy, Gustavo es un testimonio viviente de perseverancia, un ejemplo de que nunca es tarde para cambiar la vida. También aprovechó para hacer un llamado a la reflexión sobre las realidades de las personas que viven en la calle y las oportunidades que, a veces, la sociedad les niega. Con su título en mano, Gustavo ha demostrado que, independientemente de las circunstancias, siempre hay espacio para el cambio, la esperanza y la reconstrucción.

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El antioqueño que a sus 50 años ha logrado más de 80 títulos académicos

viernes, 17 enero 2025 POR Exclusivo Colombia

A sus 50 años, Fernando Zapata ha acumulado 82 títulos académicos, un testimonio de su dedicación incansable al estudio. Con una vida marcada por el esfuerzo, la disciplina y una pasión por el conocimiento, este hombre de Medellín se ha convertido en un ejemplo claro de que el éxito no depende de la suerte, sino de la constancia. Hoy, sigue proyectándose hacia nuevas metas, buscando siempre aprender y crecer, sin importar cuántos logros haya alcanzado ya.

En una época donde la rapidez y la inmediatez parecen gobernar, hay historias que nos recuerdan la importancia del esfuerzo, la disciplina y la dedicación constante. Una de esas historias es la de Fernando Zapata, un hombre de 50 años que, con más de 80 títulos académicos, es el ejemplo claro de que el aprendizaje nunca termina, y que el éxito no es cuestión de suerte, sino de trabajo constante y pasión por el conocimiento.

Fernando, vive en el barrio Los Colores, en Medellín, es una de esas personas que se destaca no solo por su inteligencia, sino también por su tenacidad para seguir creciendo y aprendiendo. “Soy una persona que me he dedicado a estudiar permanentemente a través del conocimiento y el aprendizaje constante”, afirmó, al referirse a su carrera académica.

Pero no solo de libros vive Fernando. Mientras estudiaba, también comenzó a trabajar en el campo de la contaduría, lo que le permitió aplicar sus conocimientos en el mundo real. “En ese momento, empecé a estudiar técnicas y, al mismo tiempo, a laborar haciendo contaduría y tomando diplomados y seminarios”, explicó.

No conforme con su formación inicial, Fernando continuó su camino de aprendizaje sin descanso. Se especializó en administración, homologó materias, y siguió con su formación académica realizando diplomados y seminarios. Incluso, en el año 2003, completó sus estudios de ingeniería en la Universidad Remington, lo que significó un paso más en su arduo proceso de formación integral.

“Todos los días me seguía capacitando, haciendo diplomados, seminarios y tecnologías en mi carrera. Estuve realizando entre seis o siete diplomados. Realicé una especialización en mercadeo y luego me adentré en el mundo de la alta gerencia. También soy técnico en sistemas y finanzas”, añadió Fernando.

Pero no solo su vida académica y profesional ha sido destacable. Fernando ha sabido equilibrar su carrera con su vida familiar. Vive con sus padres y su hermano en el barrio Los Colores, un entorno que ha sido clave en su motivación y éxito.

“Mi principal motivación es que desde pequeño mi mamá me decía que podía lograr cualquier cosa si me lo proponía, que podía llegar muy alto con esfuerzo y dedicación”, recordó con cariño, haciendo referencia al apoyo incondicional de su madre.

Pese a su intensa carrera académica y profesional, le gusta divertirse y realizar actividades recreativas. “Me gusta también divertirme, ir de paseo, bailar tango, porro, gaita y cumbia. Siempre he sabido balancear mi vida”, afirmó.

Hoy, con tres pregrados, dos especializaciones, una maestría, un doctorado, dos técnicas y más de 40 diplomados, Fernando sigue buscando nuevas metas. “Estoy pendiente de que la Universidad de Esumer me apruebe para estudiar una especialización en formulación de proyectos, y si es posible, una maestría. Mi objetivo es seguir avanzando en el ámbito académico”,

Fernando se proyecta a seguir aprendiendo, incluso con la intención de alcanzar un récord en Colombia y a nivel internacional por su número de titulaciones. Especialmente en el campo de las finanzas y los presupuestos, áreas que le apasionan profundamente.

“Soy un tipo que tiene metas claras, que toda la vida ha estudiado y que va a seguir estudiando”, dijo con seguridad.

A sus 50 años, sigue soñando con nuevos retos y alcanzando nuevas metas, demostrando que, para él, el aprendizaje nunca termina.

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La música como herramienta de transformación social: La historia de Conde Musik

viernes, 10 enero 2025 POR Exclusivo Colombia

La vida de Alejandro Cataño, conocido en la industria musical como Conde Musik, es un testimonio de pasión, dedicación y un profundo compromiso con el poder transformador de la música. Con 11 años de experiencia en el mundo musical, ha recorrido un camino lleno de aprendizajes y desafíos que lo han llevado a profesionalizar su carrera y a descubrir un propósito mucho más allá de los escenarios: enseñar y llevar la música a aquellos que más lo necesitan.

Desde muy joven, Alejandro estuvo rodeado de música. Participó en coros y orquestas, lo que despertó en él un amor por el canto y la composición. Con el tiempo, esa pasión lo llevó a estudiar música en la Universidad de Antioquia, donde se especializó en canto popular.

En sus años de formación, desarrolló una comprensión más profunda de la técnica vocal y la teoría musical, herramientas que hoy le permiten tener una carrera sólida como músico y maestro. “La música ha sido mi vida desde siempre. Es más que una carrera, es una pasión que no se puede explicar, algo que se lleva dentro y que nunca me ha dejado“, dijo Alejandro, reflejando lo que ha sido su relación con la música a lo largo de los años.

Pero su historia no se limita a los estudios y la ejecución musical. Alejandro señaló que, “desde 2019, emprendí un nuevo camino, uno en el que la música se convirtió en un medio para el cambio social y decidí compartir mi conocimiento y experiencia con las nuevas generaciones, comenzando a impartir clases de música y técnica vocal en diferentes colectivos, academias y universidades de Medellín”.

A través de estas actividades, no solo consolidó su carrera como educador, sino que también comenzó a percibir el impacto que la música tiene en la vida de los estudiantes. “Siempre supe que la música podía transformar vidas, pero al dar clases descubrí que también era una herramienta para sanar, para conectar con los demás de una manera profunda y única”, afirmó el músico.

Sin embargo, uno de los hitos más significativos en su trayectoria profesional llegó en 2023, cuando fue invitado a ser profesor en el Instituto Tecnológico Metropolitano (ITM) para trabajar con mujeres privadas de la libertad en la Cárcel de Pedregal, en Medellín. Esta experiencia marcó un antes y un después en su carrera, ya que no solo se trataba de enseñar música, sino de ser parte de un proceso de sanación y reintegración social a través del arte.

En este contexto, Alejandro impartió clases de iniciación musical, guitarra, piano, teoría musical y técnica vocal a más de 80 mujeres, algunas de las cuales habían vivido experiencias de violencia y trauma en sus vidas. “Lo más impactante de todo fue ver cómo la música les ayudaba a abrir su corazón. No solo se trataba de aprender a tocar un instrumento, sino de sanarse, de entender que aún podían soñar y transformar sus vidas“, comentó Alejandro con emoción. Para él, enseñarles música no fue solo una forma de transmitir conocimiento, sino una manera de acompañarlas en su proceso de transformación personal y colectiva.

El impacto de este proceso fue significativo, tanto para las estudiantes como para él. En las clases, las mujeres no solo aprendieron a tocar instrumentos y a entender la teoría musical, sino que también encontraron un espacio seguro para expresar sus emociones, sus historias y sus sueños. A través de la música, muchas de ellas pudieron superar barreras emocionales, sanar heridas profundas y encontrar nuevas oportunidades para su vida.

“Ver cómo las mujeres se transformaban, cómo sus ojos brillaban al aprender y descubrir lo que podían lograr, fue una experiencia que nunca olvidaré“, expresó Alejandro.

El trabajo de Alejandro en la Cárcel de Pedregal es un ejemplo claro de cómo la música puede ser una herramienta poderosa para la reintegración social. A través de la enseñanza, no solo les dio a las mujeres nuevas habilidades, sino que también les ofreció una forma de verse a sí mismas de una manera diferente: como creadoras, como artistas, como personas capaces de transformar su realidad. “Es increíble lo que puede lograr la música. No solo ayuda a sanar, sino que también empodera, motiva y da esperanza a quienes más lo necesitan”, concluyó Alejandro.

Hoy en día, Conde Musik continúa su trabajo en el ámbito musical, pero su labor social sigue siendo una de sus principales pasiones. A través de sus clases y proyectos, no solo forma músicos, sino seres humanos más conscientes de su potencial y de su capacidad de cambiar el mundo que los rodea.

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Black Hawk, el ángel de los cielos colombianos

miércoles, 08 enero 2025 POR Exclusivo Colombia

El Comando Aéreo de Combate, ubicado en Rionegro, Antioquia, lleva 33 años de servicio ininterrumpido en la defensa de la soberanía y la seguridad de Colombia, desempeñando un papel crucial en la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y en la protección de las comunidades más vulnerables, mientras continúa salvando vidas y promoviendo el desarrollo social y económico en diversas regiones del país.

El Comando Aéreo de Combate No. 5 (CACOM 5), ubicado en Rionegro, Antioquia, ha sido un pilar fundamental en la defensa de la soberanía y la seguridad de Colombia durante sus 33 años de historia.

Desde su fundación en 1988, esta unidad estratégica de la Fuerza Aérea Colombiana ha desempeñado un papel crucial en la protección de la nación y en el desarrollo de las regiones de Antioquia, Chocó y el sur de Córdoba, contribuyendo al fortalecimiento de la presencia del Estado en zonas vulnerables.

A lo largo de más de tres décadas, el CACOM 5 ha realizado misiones esenciales con sus aeronaves, tanto tripuladas como remotamente piloteadas, que han sido determinantes en la lucha contra el narcotráfico, el terrorismo y otras amenazas a la seguridad nacional. Siempre con el firme propósito de preservar los valores democráticos y el bienestar de los ciudadanos, esta unidad ha garantizado la estabilidad y seguridad de las comunidades colombianas.

En su amplia gama de funciones, los helicópteros Black Hawk del CACOM 5 han sido esenciales no solo en operaciones militares, sino también en el apoyo a la comunidad.

Estos helicópteros contribuyen constantemente en la extinción de incendios forestales, realizan evacuaciones aeromédicas, y despliegan su capacidad para enfrentar desastres naturales. Además, a través de operaciones conjuntas, combaten la violencia y la criminalidad en diversas regiones del país.

En estos 33 años de labor, el CACOM 5 ha salvado más de 20.700 vidas. Solo en este año, la unidad ha realizado más de 70 misiones aeromédicas, rescatando a 170 personas, de las cuales 42 eran civiles y 128 miembros de las Fuerzas Armadas. Estos esfuerzos de rescate han sido clave para garantizar la atención inmediata y profesional a quienes más lo necesitan.

Además de su misión de defensa, el Comando Aéreo de Combate No. 5 ha liderado actividades de asistencia médico-humanitaria, trabajando en conjunto con diversas organizaciones públicas y privadas, brindando atención médica en las áreas más remotas del país. A lo largo de su existencia, más de 6.400 personas han recibido apoyo, mejorando su acceso a salud y bienestar en regiones afectadas por el conflicto.

El liderazgo y profesionalismo del personal del CACOM 5 ha sido fundamental para adaptarse a los desafíos cambiantes del contexto nacional. No solo se han centrado en la defensa aérea, sino también en la protección del medio ambiente, la mejora de la infraestructura en áreas apartadas y la promoción del desarrollo social y económico en las regiones afectadas por la violencia.

Hoy, el Comando Aéreo de Combate No. 5 se consolida como un aliado estratégico del desarrollo regional y sigue demostrando su capacidad de adaptación y operatividad en beneficio de todos los colombianos, manteniendo su compromiso con la paz, la seguridad y el progreso de Colombia.

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Muñecos que Guardan la Memoria: El Emprendimiento de Leidy Johana Ruiz Ocampo

viernes, 03 enero 2025 POR Exclusivo Colombia

Leidy Johana Ruiz Ocampo, una periodista de 38 años, casada y madre de tres hijos, nunca imaginó que el dolor de perder a su madre la llevaría a emprender un proyecto lleno de significado. Hace tres años, en medio del duelo por la muerte de su mamá debido a un agresivo cáncer, Leidy encontró una manera de transformar su tristeza en creatividad y consuelo.

El inicio de una idea

“Mi mamá falleció en solo tres meses desde que le diagnosticaron el cáncer. En ese momento, mis mellizos tenían apenas cuatro años, y yo, desesperada por evitar que olvidaran a su abuela, busqué maneras de mantener su recuerdo vivo,” relató Leidy. Aunque no le gusta tener fotos de seres queridos fallecidos, una sobrina le hizo un cuadro conmemorativo, pero con el tiempo, aquello no fue suficiente.

Durante la pandemia, Leidy se inspiró al ver a una mujer en México que confeccionaba camisas conmemorativas. Entonces recordó una historia entrañable que marcó su relación con su madre: “Uno de mis mellizos estuvo hospitalizado gravemente por un absceso hepático, mi mamá cuidaba del niño en el hospital San Vicente para ese entonces y cuando estaba en cuidados intensivos, mi hijo dijo que quería un peluche y mi mamá se lo regaló. Ella le dijo a mi hijo que el peluche estaría cargado de su energía para protegerlo cuando estuviera solo”.

La primera puntada

Un día, después de que su madre había fallecido, su hijo le entregó el peluche y le dijo que extrañaba mucho a su abuela. Esa conmovedora declaración la llevó a una decisión: “intentaría confeccionar un muñeco con una de las camisas favoritas de mi mamá. Soy periodista y no tengo experiencia previa en costura, así que comencé a aprender viendo videos en Internet. Encendí una vela, hice una oración y le pedí permiso a mi mamá para realizar el muñeco. Quise que tuviera su esencia”, explicó Leidy.

Los primeros intentos no fueron exitosos, pero poco a poco perfeccionó su técnica. Finalmente, logró confeccionar muñecos que compartió con su familia: su hermano, sus sobrinos y, por supuesto, sus hijos. La prenda y el proceso estaban impregnados de amor y significado, convirtiéndolos en objetos cargados de memoria y emoción.

El nacimiento de Garabato

“El nombre de Garabato lo elegí porque así le decía a mi mamá cuando hablábamos de los niños pequeños y algo desaliñados. Para mí, estos muñecos son como garabatos: no perfectos, pero llenos de amor y hechos para honrar a quienes ya no están.”

Cuando una sobrina le sugirió abrir una cuenta de Instagram para mostrar su trabajo, el emprendimiento despegó. Pronto, comenzó a recibir pedidos de amigos, conocidos e incluso funerarias interesadas en producir muñecos en grandes cantidades. Sin embargo, Leidy prefirió mantener el propósito original de su proyecto: confeccionar cada muñeco con un significado único y personal.

En estos dos años, Garabato se ha consolidado como un emprendimiento especial. “No es solo un negocio; es una forma de ayudar a las personas a mantener cerca a sus seres queridos. Muchas familias me dicen que estos muñecos les permiten sentir el olor y la energía de quienes han partido.” Además, Leidy escribe notas personalizadas para acompañar cada muñeco, reforzando la conexión emocional.

Hoy, Leidy Johana Ruiz Ocampo no solo ha encontrado una manera de lidiar con su propia pérdida, sino también de llevar consuelo a otras familias. Con aguja, hilo y un corazón lleno de amor, ha tejido no solo muñecos, sino también puentes hacia los recuerdos y el amor eterno.

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