
A los 17 años, un accidente dejo a Alexis en silla de ruedas. 21 años después, sigue luchando contra la adversidad. Ha tenido múltiples cirugías, infecciones y una amenaza constante de perder la mitad de su cuerpo. Dice que su fe en Dios y el apoyo de su familia lo mantienen firme, aunque ya no haya nada que hacer, según los registros médicos.
Alexis tiene 38 años, pero lleva más de dos décadas cargando el dolor de un accidente que cambio su vida cuando tenía 17 años, “fui a visitar a un amigo que estaba en el ejército, y él movió su fusil sin querer, se disparó, y esa bala perdida me pegó. Ahí quedé incapacitado, perdí la movilidad de mis miembros inferiores”, relato con una calma.
El destino le fue cruel, pero no lo derrumbó. La silla de ruedas se convirtió en su nueva compañera, pero no en su condena. “La vida no se frenó ahí, yo seguí adelante”. Alexis encontró fuerza para seguir adelante en lo que siempre había sido su pasión: el fútbol, y en especial, su amor por el Atlético Nacional. En 2015, también encontró algo aún más importante: a su pareja. Ella fue, según sus palabras, quien “le dio sentido a mi vida”. A partir de ahí, la lucha de Alexis no solo fue por él, sino también por ella, por sus hijos, por su madre, quienes le daban el aliento necesario para seguir adelante.
Desde 2016, Alexis ha trabajado como asesor en call centers, lo que le permitió mantenerse activo a pesar de las adversidades. Sin embargo, las largas horas sentado le pasaron factura. Una úlcera por presión, producto de su inmovilidad, comenzó a aparecer en su cadera. “Me dio una úlcera por presión, y eso se convirtió en una herida en la nalga. Eso me trajo muchos problemas, tanto físicos como emocionales”, comentó Alexis.
El 9 de diciembre de 2023, Alexis tuvo que acudir a urgencias por el agravamiento de su herida. “La úlcera me reventó un porito, y eso olía demasiado feo”. El dolor y la incomodidad fueron insoportables, y terminó hospitalizado durante 48 días recibiendo antibióticos y cuidados. El 26 de enero, finalmente fue dado de alta, pero su calvario no terminó ahí.
El 7 de febrero, tras experimentar un regreso del dolor y el mal olor en su herida, Alexis tuvo que volver a urgencias. “Me dijeron que no podían ayudarme porque era un hospital de segundo nivel”, recuerdo con una mezcla de frustración y resignación. Fue entonces cuando le ordenaron una remisión que tardó un mes en salir. Finalmente, fue enviado a la Clínica Fundadores de Medellín, donde comenzó un tratamiento que implicaba más antibióticos, curaciones y hasta dos intervenciones quirúrgicas. Sin embargo, lo único que hicieron fue un lavado de la herida. “Me enviaron a la casa con un sistema que absorbía todo lo que la herida botaba, pero eso hizo que la herida se me formara en queloide”, explicó.
La situación siguió empeorando. En octubre de 2024, los síntomas se hicieron más graves. “Empecé a sentir mucha fiebre, y la enfermera me dijo que mejor me fuera a un hospital de tercer nivel, donde pudieran atenderme adecuadamente”. En la Clínica CES, donde le recomendaron ir por sus propios medios, le indicaron que debía ir a urgencias en la Clínica de los Molinos. Allí pasó 15 días, hasta que finalmente lograron encontrar una remisión para el Hospital San Vicente de Paúl.
“En el San Vicente me ingresaron al quirófano de inmediato, me hicieron una cirugía, me retiraron el queloide y me cerraron la herida. Comenzaron nuevamente con los antibióticos, otros 48 días de tratamiento”, detalló. Sin embargo, su proceso de recuperación fue todo lo contrario a lo esperado. A los pocos días, la herida se volvió a abrir debido a una bacteria que la atacó nuevamente. “Volví al San Vicente, donde me dejaron un mes más y me hicieron una cirugía reconstructiva. Cuando regresé a casa, la cirugía se volvió a dañar”.
El diagnóstico fue devastador. En noviembre de 2024, los médicos le informaron que la bacteria se estaba propagando rápidamente. “Me dijeron que la opción era desarticularme la cadera, es decir, amputarme la pierna hasta la altura del ombligo”, dijo envuelto en lágrimas. Los médicos le aconsejaron que, si creía en Dios, debía orar para que la bacteria no le quitara la vida. “Me mandaron con un servicio paliativo, y mi cuerpo comenzó a dolerme de manera insoportable”.
Ahora, Alexis se encuentra en una espera incierta, con los médicos sugiriendo que no hay más opciones. “El infectólogo no quiere volver a tratarme por el riesgo de que la bacteria siga avanzando”, dijo, mientras su voz refleja el cansancio de un hombre que ha peleado muchas batallas. “No queda más que esperar un milagro de Dios para que pueda sanar y la bacteria desaparezca. Pero yo no desfallezco, porque tengo a mi mujer y a mis dos hijos esperando por mí”, aseguró con una sonrisa que, aunque frágil, no pierde la fe en lo que está por venir.
“A veces siento que todo es muy difícil, pero sé que, mientras ellos estén conmigo, no puedo darme por vencido”, concluyó con voz firme.