
Aunque la plazuela es agradable y muchos pasan allí horas de ocio, preocupan el consumo de drogas y las riñas, que se han vuelto constantes
La tarde es tranquila en la Plazuela San Ignacio, centro de Medellín. Las ceibas centenarias ofrecen sombra a quienes juegan ajedrez. Un hombre lee el periódico El Tiempo, y va pasando las páginas con tranquilidad; una vendedora ambulante ojea El Colombiano, y habla sobre la situación de los vendedores. La plazuela no va al mismo ritmo de otros parques del centro, donde el desorden es la ley. Sin embargo, cada vez con más frecuencia, hay episodios que arrebatan la tranquilidad del sector.
San Ignacio está lleno de contrastes. Es sede del claustro San Ignacio de Comfama, que a finales del año pasado fue remodelado y hoy tiene un agradable teatro que acoge a los visitantes. Comfama, desde que se hizo con el claustro en 2003, ha tratado de recuperar el espacio público y de convertirlo en un espacio para todos, donde hay música, lectura, café, ajedrez y tertulia.
Y el resultado es evidente. Las mesas de ajedrez están llenas en un miércoles por la tarde. Son hombres de mediana edad los que pasan las horas allí jugando, haciendo chistes, tomando tinto. Son asiduos asistentes que van consiguiendo compañeros de juego que con el tiempo pueden convertirse en amigos.

La tranquilidad bohemia de San Ignacio contrasta con una realidad cada vez más apremiante: el consumo de licor y las riñas. Esos son problemas que llevan décadas y ninguna administración ha podido controlar, pero quienes pasan las horas en la plazuela, bajo la sombra de las ceibas o jugando ajedrez, pueden dar fe de que las cosas han desmejorado.
Gloria Inés Giménez es una vendedora de tinto y dulces en San Ignacio, donde lleva 37 años. En ese tiempo ha tenido oportunidad de ver de todo, como se podrá imaginar el lector de este corta crónica. Gloria está convencida de que la plazuela está pasando por sus peores días.
En primer lugar, dice Gloria, la administración de Daniel Quintero no hizo un trabajo juicioso con el control del espacio público, por el contrario, hubo una explosión de ventas callejeras con y sin permiso que hoy complican la convivencia en calles y parques. Por otro lado, dice la vendedora, lo que la actual alcaldía de Federico Gutiérrez ha llamado la intervención de la Plaza Botero ha tenido coletazos en San Ignacio.
Gutiérrez ordenó retirar las vallas que la administración anterior había utilizado para circundar el parque. También se dio la orden de recuperar buena parte del espacio que está debajo del viaducto del metro, muy ocupado por ventas irregulares. Así que vendedores informales y habitantes de calle que pasaban allí sus horas se desperdigaron por el centro.
Como lo contó Exclusivo Colombia en una nota anterior, muchas de esas personas fueron a dar al Parque Bolívar, donde está la Basílica Metropolitana.
Pues bien, Gloria dice que lo mismo está pasando en San Ignacio y alega que no hay personal de Espacio Público ni de la Policía:

“Han llegado acá y ellos se conocen entre ellos. Entonces van llegando y los otros los reciben, los abrazan, y un rato después están peleando”, comenta la vendedora, que continúa: “Por cualquier cosa pelean y sacan cuchillos. El otro día quedé en la mitad de la pelea y casi me tumban la chaza”.
Esa realidad se hace palpable con solo estar un rato en la Plazuela. Junto a la iglesia hay un hombre desarrapado que duerme sobre el suelo. En una de las bancas hay dos hombres más que toman de una botella de licor, que guardan en un maletín, e inhalan cocaína. Luego se limpian la nariz.
San Ignacio es un reflejo de lo que es Medellín. Esa plazuela, muchos no lo saben, resguarda buena parte de la historia de la ciudad. A finales del siglo XVIII, como lo confirma Luis Javier Villegas en un artículo recopilado en la enciclopedia Historia de Medellín, el visitador Juan Antonio Mon y Valverde encontró a la provincia de Antioquia en estado de “atraso y abandono”. Lo que más resaltó el visitador fue que, pese a que las dinámicas sociales crecían, no había establecimientos educativos y se carecía de una “escuela de primeras letras”
Luego de ires y venires administrativos se dio la orden de construir esa escuela en 1803. Ese sería el inicio de la Universidad de Antioquia.
El claustro se convirtió, durante la Guerra de Independencia, en acuartelamiento de los realistas; luego fueron los republicanos quienes lo usaron de trinchera. Más tarde, en ese mismo siglo de sucesivas guerras civiles, sirvió de escondite durante el conflicto de los Supremos.
La iglesia pasó de manos de los franciscano a los jesuitas, y por eso se adoptó el nombre de San Ignacio de Loyola. Cuentan también los cronistas de comienzos del siglo XX que muy del claustro se reunían los 13 panidas, el grupo de jóvenes intelectuales rebeldes que incluso protagonizaron una sonada pelea en ese sector.
San Ignacio es reflejo de lo que es y ha sido Medellín. Los que asisten a jugar ajedrez y los vendedores ambulantes esperan que la cultura se imponga ante el desorden que se avizora. Hacen un llamado urgente a la Alcaldía.