“Lo más duro fue un momento en que estuve convencido de que no volvería a ver a mi hijo. Sentí que podía morir”. La historia del Médico colombiano Laureano Mestra, en Ucrania
“Me fui por necesidad”. Así resume el médico colombiano Laureano Mestra la decisión que lo llevó en 2022 hasta Kiev, en plena guerra, como parte de una misión de salud de la ONU. Lejos de la narrativa romántica del voluntario, lo suyo fue un salto al vacío. Hoy, desde Italia, donde se dedica al desarrollo clínico de vacunas, recuerda los misiles, la carta de despedida para su hijo y el dibujo de un pez que logró calmar el llanto de un niño en un refugio. Esta es la historia, en sus propias palabras.
¿Qué lo llevó a dejar su vida habitual para ir a una zona de conflicto?
“La verdad es que me fui por necesidad. No tenía un trabajo estable en Colombia y la opción que tenía para irme a trabajar a Estados Unidos se acababa de caer. Cuando surgió la oportunidad de colaborar en Ucrania, sentí que no tenía mucho que perder. En ese momento, el conflicto se veía como algo lejano, casi como cuando uno vive en Bogotá o Medellín y escucha lo que pasa en zonas apartadas de Colombia: sabes que existe, pero no lo ves de cerca. Terminé yendo sin imaginar lo que realmente implicaría.”
¿Cuáles fueron las situaciones más extremas que enfrentó? ¿Alguna experiencia que lo marcó profundamente?
“Curiosamente, lo más difícil no fueron los misiles ni las balas, aunque también los escuché cerca. Lo más duro fue un momento en que estuve convencido de que no volvería a ver a mi hijo. Sentí que podía morir. Escribí una carta de despedida a mano, le tomé una foto y se la envié a mi sobrino mayor, José. Después, le pedí a Dios que, pasara lo que pasara, me ayudara a estar a la altura de las circunstancias y, si llegaba mi hora, me permitiera morir con dignidad.
Pero la experiencia que quizás más me marcó fue la del niño de los colores. En un refugio, un niño no dejaba de llorar. No podíamos comunicarnos: yo solo hablaba inglés, y él ucraniano. Entonces recordé que mi hijo me había regalado una cajita de colores antes del viaje. La saqué del morral, hice un dibujo de un pez y se lo entregué… junto con los colores. El niño se calmó. Me miró en silencio, como si entendiera algo que iba más allá de las palabras. En ese instante sentí una paz profunda. Pensé que si había vivido más de cuarenta años solo para darle cinco minutos de tranquilidad a ese niño, entonces todo había valido la pena. Fue un buen negocio para el alma.
Su padre, sin hablar una palabra de inglés, se me acercó después, me miró a los ojos y me agradeció en ucraniano. No entendí las palabras, pero entendí el gesto. Y eso me acompañará toda la vida”.
¿Cómo cambió su perspectiva profesional después de estar en la guerra?
“Me cambió mucho. Empecé a valorar de otra manera lo que significa trabajar en condiciones difíciles. Ya no veo la medicina como algo que solo se ejerce con tecnología o protocolos. En Ucrania aprendí que muchas veces lo más importante es estar, escuchar, acompañar. Me hizo volver a lo esencial, y también a ser más compasivo con los demás… y conmigo mismo”.
¿Cómo vio la medicina en condiciones tan extremas y qué aprendizajes adquirió?
“Aprendí, ante todo, a estar preparado. Siempre. No solo en lo técnico, sino también en lo emocional. Entendí que dentro de mí hay conocimientos, intuiciones y hasta emociones que pueden ser útiles en cualquier momento, incluso en los más caóticos.
Recuerdo especialmente cómo, cuando organizamos nuestra posible evacuación, tuvimos que prepararnos para enfrentar heridas causadas por alta energía: explosiones, metralla, traumas severos. Fue una preparación fría, casi quirúrgica, pero necesaria. Me hizo ver que, en esas condiciones, la medicina se convierte en una mezcla de previsión, capacidad de respuesta, humanidad y resistencia. Y que, por más extremo que sea el entorno, siempre hay algo que se puede hacer para aliviar, cuidar o sostener”.
¿Cómo manejó emocionalmente la situación, sobre todo con pacientes que tal vez no podía salvar?
“No tuve que tratar heridos directamente, pero sí tuve la oportunidad de acompañar a compañeros que parecían quebrarse, que estaban heridos por dentro. En ese momento entendí que también se puede ser médico desde la contención, desde el estar presente para el otro cuando las fuerzas fallan.
Recordé una frase de Baden Powell que me marcó desde joven: “Hay que ser fuertes para ayudar a los demás.” Sentí que ese era mi rol: sostener a otros mientras aún podía. Ya habría tiempo después para cuidar de mí”.
¿Qué papel cumplió su familia (su hijo en especial) en la distancia?
“Mi hijo fue mi ancla. Lo pensaba todos los días. En un momento, él creyó que yo había muerto. Saber eso me destrozó y aún me atormenta, pero también me dio fuerza. Su existencia fue el recordatorio constante de por qué tenía que cuidarme y regresar”.
¿A qué se dedica hoy?
“Vivo en Italia y trabajo en el desarrollo clínico de vacunas, un campo que me apasiona profundamente. También estoy enfocado en algunos proyectos personales relacionados con ciencia de datos aplicada a la toma de decisiones en salud, porque creo firmemente en el poder de la información bien utilizada para salvar vidas.
Pero, más allá de lo profesional, hoy también me estoy dedicando a sanar. A procesar no solo lo que dejó la experiencia en Ucrania, sino otras heridas más antiguas. Estoy aprendiendo a darme el mismo cuidado que durante años he intentado ofrecer a los demás. Y eso, en cierto modo, también es medicina”.
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La batalla de Medellín contra la explotación sexual de menores
Medellín no baja la guardia contra el turismo sexual con menores. En lo que va de 2025, ya son cerca de 11 los extranjeros capturados por delitos de explotación sexual.. El último caso ocurrió en El Poblado, donde un ciudadano estadounidense de 46 años fue sorprendido en flagrancia con una adolescente de 16. La promesa de dinero a cambio de sexo, el incumplimiento del pago y la denuncia espontánea de la víctima desencadenaron la captura.
La escena se repite con dolorosa familiaridad. Un ciudadano extranjero, una menor de edad, una promesa de dinero y una ciudad que sigue cargando con la sombra del turismo sexual. Esta vez, el protagonista de la historia es Lee Norris Frazer, un ciudadano estadounidense de 46 años, natural de Georgia, capturado en flagrancia por el presunto delito de explotación sexual comercial de una menor de 16 años.
El hecho ocurrió en un apartamento de El Poblado, sector exclusivo de Medellín. Según el informe policial, una patrulla atendió un llamado que alertaba sobre la presencia de una adolescente en un inmueble donde había ingresado bajo la promesa de recibir dinero a cambio de sexo. Al parecer, la joven, en una manifestación espontánea, aseguró que fue víctima de su buena fe, por lo que decidió denunciar. Fue allí cuando se activó el procedimiento y se realizó la captura del extranjero en flagrancia.
El caso está siendo atendido por la Fiscalía General de la Nación, que determinará los cargos y las medidas judiciales pertinentes. La víctima fue trasladada de inmediato al Hospital General para iniciar la ruta de atención en salud, mientras el apartamento quedó bajo custodia policial para su inspección.
Este hecho revive el debate sobre la demanda extranjera de explotación sexual en Colombia, especialmente en zonas de alta concentración turística como El Poblado, donde las autoridades han detectado patrones reiterados de abuso encubiertos en el circuito de hoteles, apartamentos turísticos y plataformas digitales.
Fuentes de la Policía Nacional indican que este no es un caso aislado. En lo que va del año, 11 ciudadanos extranjeros han sido investigados o capturados por situaciones similares, según cifras oficiales de la Secretaría de Seguridad de Medellín.
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Antioquia asesta duro golpe al crimen organizado: desmantelan red de extorsión y narcotráfico en megaoperativo conjunto, en Itagüí
En uno de los golpes más contundentes contra el crimen organizado en Antioquia, la Alcaldía de Itagüí, en coordinación con la fuerza pública, desmanteló una estructura criminal que manejaba más de 45 millones de pesos diarios a través de extorsiones y microtráfico. La operación, ejecutada de forma simultánea, dejó 19 capturados y marcó un antes y un después en la lucha por la seguridad urbana en Colombia.
Una madrugada, el estruendo de los martillos rompió el silencio en distintos barrios de Itagüí. En cuestión de minutos, 19 personas, algunas todavía dormidas, estaban esposadas, sorprendidas por un operativo de inteligencia que llevaba ocho meses gestándose en secreto. Lo que parecía una red criminal dispersa era, en realidad, una estructura jerárquica que manejaba cerca de 45 millones de pesos diarios a punta de extorsión, drogas y miedo.
Las autoridades la llamaron “Operación Independencia”. El nombre no fue gratuito. Se trataba de recuperar el control de territorios que, durante años, estuvieron en manos de bandas criminales que operaban como empresas del crimen. Cada uno con un rol: unos cobraban extorsiones, otros traficaban drogas sintéticas, otros resolvían “ajustes de cuentas”. Todos obedecían a un mismo mando: alias “Pipón”, el cabecilla, capturado en este mismo operativo. Su primo, alias “Bola”, está prófugo y las autoridades ofrecen hasta 13 millones de pesos por información que lleve a su captura.
Durante ocho meses, agentes de inteligencia, fiscales especializados y unidades élite del Ejército y la Policía siguieron cada paso de esta organización que venía tomando control de varios barrios de Itagüí. Los seguimientos, interceptaciones, grabaciones y operaciones encubiertas permitieron construir un expediente sólido que derivó en una ofensiva simultánea de gran escala: 26 allanamientos ejecutados con precisión en algunos barrios como La Independencia, Yarumito, El Rosario, El Palmar y La Unión. La operación también alcanzó al municipio de La Estrella y al corregimiento San Antonio de Prado.
Los resultados hablan por sí solos. Diecinueve capturados, de los cuales diecisiete fueron detenidos por orden judicial y dos en flagrancia. Entre ellos, un menor de edad y una mujer también sorprendida en plena acción delictiva. La organización tenía una estructura vertical. Cada miembro tenía una función asignada: distribución de estupefacientes, cobro de extorsiones, ajustes de cuentas y venta de drogas sintéticas. Los alias con los que operaban parecían sacados de una novela de crimen urbano: “Puntilla”, “El Primo”, “Tino”, “Pájaro”, “Chita”, “El Negro”, “Tatiana”, “Julián Pavón”, “El Tío”, “El Búho”, “Lulo”, “El Chino”, “Karina”, “Germán” o “El Canoso”. Todos cumplían un papel específico dentro de una maquinaria de crimen organizada y disciplinada.
El caso no solo revela el nivel de organización de estas redes en municipios como Itagüí, sino también la determinación de las autoridades locales por recuperar la seguridad en las calles. Diego Torres, alcalde de la ciudad, no dudó en calificar la operación como un hecho histórico. “Con esta megaoperación seguimos demostrando que la criminalidad la combatimos en equipo y con decisión. Lo prometimos en campaña y lo estamos cumpliendo. Los bandidos no volverán a Itagüí”, afirmó con contundencia.
El mandatario no ocultó su satisfacción ante el operativo y fue enfático en que este es apenas un paso dentro de una estrategia más amplia para garantizar la tranquilidad de los ciudadanos. “Itagüí seguirá siendo una ciudad próspera y segura para todos”, añadió.
Las pruebas recolectadas durante la investigación incluyen horas de grabaciones de cámaras de seguridad, declaraciones de testigos, seguimientos presenciales, reconocimientos fotográficos, información de inteligencia, inspección de procesos e interceptaciones telefónicas. Todo este material probatorio fue clave para que la Fiscalía y los jueces avalaran las órdenes de captura y se dictaran medidas de aseguramiento intramuros contra los implicados.
Pero más allá del balance judicial, la operación “Independencia” envía un mensaje claro y contundente: Itagüí no está dispuesta a retroceder frente al crimen. La articulación entre la administración municipal, la fuerza pública y la justicia logró neutralizar una red criminal con alto poder de intimidación. El silencio, el miedo y la extorsión, que por años marcaron la vida de muchos ciudadanos, recibieron un golpe certero.
La ciudad respira un nuevo aire. Y aunque el camino hacia una seguridad plena es largo, este operativo marca un antes y un después en la forma como Itagüí enfrenta sus desafíos. Porque en medio de una región aún golpeada por el crimen, este municipio antioqueño decidió alzar la voz y actuar con fuerza.
Y lo hizo con una frase que hoy retumba con más peso que nunca: “Los bandidos no volverán a Itagüí”.
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Cristina, destacada doctora en cine y teatro, habla por primera vez, luego de su transición.
Cristina Arenas Vélez, doctora en Teatro y Cine de la Universidad de Kansas, en Estados Unidos y destacada docente de la Universidad de Medellín, hizo su transición a los 57 años. Tras décadas de espera, el 16 de enero se hizo realidad una decisión que marcaría su vida: vivir en armonía con quien siempre fue, más allá del tiempo y los miedos. Esta es su primera entrevista pública.
El 16 de enero de este año, Cristina Arenas Vélez se miró al espejo y vio, por fin, el reflejo que siempre había anhelado. Su rostro, antes una máscara impuesta por la vida, ahora le devolvía la mirada con una verdad incuestionable: ya no era Fernando, sino Cristina. No porque antes no lo hubiera sido en esencia, sino porque, después de 57 años, el mundo también la reconocía así.
La historia de Cristina no es solo la de una mujer trans que decidió transitar a su identidad real. Es la historia de una académica brillante, una doctora en Teatro y Cine egresada de la Universidad de Kansas, una docente respetada en la Universidad de Medellín, y, sobre todo, de alguien que se atrevió a desafiar el tiempo y los prejuicios para abrazar su verdadera esencia.
Fernando Arenas Vélez nació con la convicción de que algo no encajaba. En su infancia, entre los barrios Santa Gema y La Castellana, creció bajo la tutela de su abuela y su padre. A simple vista, era un niño más en una familia tradicional. Pero dentro de sí, la realidad era otra. A los 9 o 10 años, empezó a sentir ese deseo profundo e inexplicable de ser vista como mujer, aunque el mundo ni siquiera le ofreciera referentes para comprenderlo.
“Uno veía por ahí en las noticias que en Europa existían personas transexuales, pero eran casos lejanos. Lo más cercano que recuerdo fue cuando vino a Colombia Roberta Close, una modelo brasileña trans. Me parecía fascinante, pero inalcanzable”, recuerda Cristina.
Su adolescencia fue un terreno hostil. La timidez extrema, la sensación de no pertenecer, las dudas. “No era capaz ni de pedir algo en una tienda. Me daba nervios hablar con alguien, y con las mujeres aún más. Siempre me han gustado las mujeres, pero me paralizaba la idea de interactuar con ellas”, cuenta.
La educación y el arte se convirtieron en su refugio. Estudió Comunicación Social en la Universidad Pontificia Bolivariana y pronto encontró en el teatro y el cine un lenguaje que le permitía explorar otros mundos, quizás más libres que el suyo. Con 28 años, consiguió una beca Fulbright y viajó a Estados Unidos para hacer su maestría y luego su doctorado en Teatro y Cine en la Universidad de Kansas.
En Estados Unidos, estuvo cerca de tomar la decisión de hacer la transición. Pero la sociedad, el miedo y las estructuras impuestas pesaban demasiado. “Recuerdo que pensé: ‘Aquí, donde hay más oportunidades, ¿será que me hago el cambio y me quedo?’. Pero no fui capaz. Lo veía muy lejano, muy imposible”.
Volvió a Colombia y se dedicó a la academia. En la Universidad de Medellín, donde lleva 15 años enseñando, encontró un espacio seguro. Sus estudiantes la respetan, sus colegas la han respaldado. Pero la inquietud seguía latiendo dentro de ella.
Los años pasaban, y con ellos llegaban también reflexiones más profundas. Nunca tuvo hijos, aunque le habría gustado. A los 35 años enfrentó una afección renal que la hizo pensar en la fragilidad de la vida. Y cada vez que se miraba al espejo, sentía una mezcla de alegría y tristeza. Alegría por lo que había logrado; tristeza porque aún no veía reflejada a la mujer que llevaba dentro.
Hasta que un día, el tiempo dejó de ser una excusa. El 16 de enero de 2025, Cristina dejó de ser un sueño postergado y se convirtió en realidad. “Sentí que ya no podía esperar más. Que el tiempo que me quedara en este mundo quería vivirlo como yo era, sin máscaras, sin miedo”.
El cambio no fue fácil. A pesar del apoyo institucional, el proceso personal implicó romper con una vida entera de costumbres, identidades prestadas y renuncias. Pero la felicidad de ser ella misma superó cualquier obstáculo.
“Hoy me siento en paz, aunque el camino no ha terminado. Todavía hay momentos en los que me miro y no me veo como quisiera, pero estoy en el proceso”, dice.
Cristina también enfrenta un desafío que pocos imaginan: a pesar de ser una mujer trans, nunca ha sentido atracción por los hombres. Se identifica como ginecófila, es decir, una mujer a la que le gustan las mujeres. Es una realidad que desafía los estereotipos y que ella ha aprendido a asumir con naturalidad.
En unos años, Cristina sueña con jubilarse y llevar una vida más tranquila. No anhela grandes lujos ni reconocimiento, solo autenticidad.
Su historia es un recordatorio de que nunca es tarde para ser quien realmente eres. De que los años no borran la verdad, solo la posponen. Y de que, en un mundo que aún lucha por entender la diversidad, cada acto de valentía es un paso hacia la libertad.
Cristina Arenas Vélez ya no teme mirarse al espejo. Porque, después de 57 años, por fin, se ve.
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“De no ser por el arte, no estaría vivo”: la historia de un artista plástico antioqueño.
Pocos saben lo que se esconde en el taller de Héctor Hugo Pérez: un artista autodidacta con obras extraordinarias. Desde Bello, Antioquia, habla por primera vez de un episodio que marcó su vida: la caída al vacío cuando tenía solo cuatro años. Hoy, sueña con llevar su arte al mundo y abrir una escuela para formar nuevas generaciones.
A los cuatro años, Héctor Hugo Pérez Hernández fue lanzado al vacío. No recuerda el golpe, pero sí el grito de su madre. También recuerda la sangre, la confusión y el hospital. Lo siguiente fue un dolor largo y silencioso: su cuerpo se recuperó, pero sus manos quedaron marcadas para siempre. Las mismas manos que hoy sostienen un pincel.
Héctor es el menor de 23 hermanos y nació en San Juan de Urabá, un pueblo de casas bajas y tierra caliente. Creció en un hogar atravesado por dificultades económicas y disputas familiares. Aquel día, en medio de una riña, su destino cambió. Su padre discutía con un primo cuando, de un momento a otro, Héctor terminó en el suelo, herido “desde ahí empecé a sufrir de asma y a perder movilidad en mi mano. Estuve hospitalizado por mucho tiempo”, dice.
Su madre, joven y sin muchas respuestas, se aferró a la fe y a la esperanza de que su hijo saldría adelante. Pero nadie le explicó cómo se curan las heridas invisibles.
La infancia de Héctor estuvo marcada por el rechazo. En un pueblo donde todos se conocen, era el niño diferente “el bullying estaba todo el tiempo presente. Yo no quería salir de mi casa, no tenía amigos. Mi mamá me obligaba a ir al colegio con yesos y vendas en la cara. La gente se burlaba”, recuerda.
Creció con tristeza y la sensación de ser ajeno al mundo. Pero un día encontró refugio en algo que nadie podía arrebatarle: el arte. Todo empezó con un trozo de carbón. Héctor descubrió que, al dibujar, algo dentro de él se calmaba. Primero fueron figuras en el suelo, luego en las paredes, después en papel. Dibujaba lo que sentía, lo que soñaba, lo que no podía decir en voz alta. En el colegio, sus profesores notaron su talento.
“Me pedían que decorara las carteleras y las paredes. Mis compañeros me pagaban para que les hiciera los trabajos de artística. Al final, yo sacaba malas notas porque dejaba el mío para lo último”, cuenta entre risas
Cuando terminó la secundaria en Angostura, supo que quería estudiar artes plásticas. Pero en su pueblo no había opciones. La única carrera disponible era licenciatura en lengua castellana, así que la tomó “no me arrepiento. Me permitió unir mis dos pasiones: el arte y la enseñanza”, dice. A lo largo de los años, ha trabajado como profesor y ha guiado a otros en el camino del arte. Pero su verdadera conexión con la pintura nunca se rompió.
Hoy, a sus 37 años, Héctor vive en Bello, Antioquia. Su taller, ubicado en su propia casa, es su templo. Allí, entre pinceles, lienzos y óleos, se encuentra consigo mismo “cuando estoy en mi taller, no necesito nada más. Mis manos y mi imaginación son suficientes”, dice. Su técnica es autodidacta. Ha experimentado con acuarela, óleo, acrílico y lápiz. Ha esculpido en plastilina, arcilla y barro. Ha retratado paisajes, cuerpos y hasta emociones.
En su casa solo conserva una de sus pinturas: un desnudo “para mí es una de mis mejores adquisiciones. Se lo hice a una amiga, pero por diversas circunstancias ella no se lo ha llevado”, confiesa. Sus obras no son solo cuadros, son partes de él “cuando pinto y entrego una obra, es como si diera en adopción a un hijo. Me queda un vacío, pero también la satisfacción de que alguien más lo va a valorar”, explica.
Héctor ha pintado mucho, pero siente que aún le falta. Quiere seguir aprendiendo y perfeccionando su técnica. También quiere explorar más la escultura. Su mayor sueño es abrir una escuela de arte, un espacio donde pueda enseñar lo que ha aprendido a quienes, como él, buscan en el arte una forma de sobrevivir. También es un enamorado de la poesía.
“Si no fuera por el arte, no estaría vivo”, dice. Y no es una metáfora. Es una verdad que ha pintado con sus propias manos.
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De la antigua morgue a un confortable paraíso campestre. Así fue el traslado de 34 adultos mayores vulnerables que lideró el alcalde de Copacabana
Tras varios años en el limbo por una obra inconclusa, los adultos mayores fueron reubicados en un nuevo hogar con mejores condiciones.
La administración municipal de Copacabana tomó una decisión clave para mejorar la calidad de vida de los adultos mayores en condición de vulnerabilidad.
Ante la imposibilidad de reactivar la construcción del Centro de Protección Social del Adulto Mayor en el barrio La Azulita —una obra inconclusa desde 2016 que se convirtió en un “elefante blanco” por problemas jurídicos—, el municipio optó por una alternativa que garantiza condiciones dignas para esta población.
En total, 34 adultos mayores fueron trasladados a un nuevo hogar en Barbosa, un municipio cercano, donde recibirán atención en un espacio con las condiciones locativas adecuadas.
El lugar operará en convenio con la Fundación Huellas del Ayer y cuenta con gimnasio, piscina, amplias zonas verdes y habitaciones con baño privado. Además, los residentes podrán acceder a actividades como agricultura, yoga, hidroaeróbicos y estimulación motriz y cognitiva.
El alcalde de Copacabana, Johnnatan Pineda Agudelo, dijo que: “la compleja
situación jurídica impidió el avance de la obra que sería el nuevo Centro del Adulto
Mayor. En este proyecto, que fue un convenio entre el Departamento de Prosperidad
Social (DPS) y el municipio, no se puede hacer intervención alguna, debido a que el
lugar en sí, es el material probatorio del proceso en curso. Así las cosas,
conscientes del hacinamiento y las dificultades que enfrentan nuestros adultos
mayores en el actual CPSAM del barrio La Pedrera, no nos quedamos de brazos
cruzados y decidimos buscar una alternativa que garantizara su bienestar y
comodidad”.
Según la administración municipal, esta reubicación no implicó un aumento en la inversión del programa, lo que permite optimizar el uso de los recursos públicos sin afectar la calidad del servicio.
Con esta medida, Copacabana reafirma su compromiso con la protección de los adultos mayores y busca garantizarles una vejez digna, a pesar de los obstáculos administrativos y legales.
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Un exalcalde y líder social de Briceño, revela investigación sobre supuestos corredores ilegales, instalados por el Clan del golfo.
El exalcalde de Briceño, Wilmar Moreno, revela una investigación sobre los supuestos corredores de movilidad ilegal del Clan del Golfo en el norte de Antioquia. Su informe expone rutas, puntos estratégicos y zonas de abastecimiento utilizadas por el grupo armado. Durante su administración y después de dejar el cargo, el exmandatario ha recibido amenazas contra su vida y la de su familia. Confirma que, a pesar de haber interpuesto al menos cuatro denuncias, la UNP no le ha otorgado un esquema de protección.
Wilmar Moreno, exalcalde de Briceño (Antioquia) durante el período 2020-2023, ha presentado una investigación sobre la dinámica del orden público en la región, basada en su experiencia como líder social, funcionario público y alcalde. Ahora, desde su papel como ciudadano y defensor de los derechos humanos, Moreno ha denunciado la consolidación de un corredor de movilidad ilegal por parte del grupo armado Clan del Golfo, que opera en la zona y facilita el desplazamiento de sus estructuras criminales.
Según el exmandatario, la investigación se fundamenta en más de diez años de experiencia en liderazgo social, defensa de la vida y los derechos humanos, así como en el ejercicio de funciones públicas y políticas a nivel local y regional.
A lo largo de este tiempo, Moreno ha sido testigo directo del recrudecimiento del conflicto en su municipio y en las regiones vecinas, enfrentando sus consecuencias de manera directa. Ha realizado numerosas denuncias en coordinación con organismos defensores de derechos humanos, lo que ha derivado en amenazas y desplazamientos forzados tanto para él como para su familia en represalia por estas acciones.
Desde su rol como alcalde en el periodo 2020-2023, enfrentó estas problemáticas desde la institucionalidad. Su cercanía y articulación con líderes sociales y políticos del norte de Antioquia y el Bajo Cauca le han permitido conocer de primera mano testimonios sobre la alteración del orden público, el control territorial, la extorsión, los corredores estratégicos y los homicidios sistemáticos en distintos municipios.
Este informe se basa en su experiencia territorial en Briceño, así como en su trayectoria en lo social, político y en la defensa de los derechos humanos. Además, se sustenta en un análisis detallado de noticias y reportes periodísticos, así como en informes institucionales, lo que ha permitido estructurar un análisis sobre la consolidación del poder territorial de este grupo armado en la última década, con énfasis en los últimos tres años.
El corredor ilegal identificado inicia en el municipio de San Andrés y atraviesa diversos sectores rurales a través de carreteras terciarias, caminos de herradura y trochas en la cordillera. Su recorrido abarca puntos estratégicos como el sector La Chorrera, una zona boscosa que conecta con Los Teleféricos, también en San Andrés. Desde allí, enlaza con la carretera rural La Loma, que a su vez permite acceso hacia Ituango o Medellín. Posteriormente, asciende a la parte alta de La Loma y continúa hasta los sectores El Roblal y Berlín Viejo, en los límites entre Briceño y Yarumal.
Desde Berlín Viejo, el corredor se divide en dos rutas: una hacia El Baño y La Quiebra, territorios en los límites entre Briceño y Yarumal con mayor presencia en Briceño, y otra hacia la vereda El Pescado y el corregimiento de Pueblo Nuevo, aprovechando caminos rurales para la movilidad de la estructura armada.
El sector La Quiebra, además de ser un punto de tránsito clave, cumple una función logística al recibir abastecimiento desde Yarumal mediante dos vías principales: Mina Vieja y La Candelaria-San Roque. Estas rutas convergen a unos cinco kilómetros del sector La Gabriela, facilitando la llegada de suministros esenciales para la operación del grupo armado.
En términos de posicionamiento estratégico, el informe señala que los miembros del Clan del Golfo utilizan el sector entre Berlín Viejo y El Roblal como punto de descanso tras incursiones en las veredas de Briceño. Asimismo, destaca que La Quiebra es un punto clave para el control militar, donde en 2015 se instaló un puesto de control durante aproximadamente dos años. Aún permanecen allí trincheras que podrían ser reactivadas en caso de una estrategia de contención. Otro sector de importancia para el despliegue militar es La Rivera, sobre la vía que conecta Yarumal con Ochalí.
En la zona de la Loma de Ochalí, los grupos armados reciben suministros logísticos desde Valle Toledo y San Andrés de Cuerquia. La distribución de estos insumos se realiza a través de una vía destapada y mediante un transbordo en la garrucha sobre el río San Andrés, lo que permite mantener la operatividad de la estructura ilegal.
El informe también advierte sobre la presencia de este grupo armado en el Cañón de Socavones, en jurisdicción de Briceño. Se ha documentado su ocupación hasta las primeras viviendas del sector La Alborada y en el camino hacia Cristalina (Cedral, Briceño). Dentro de este cañón, las veredas más afectadas son El Cedral, La Correa, La Meseta, La Palomita y Moravia, en el sector El Tesoro.
Wilmar Moreno concluye que este corredor de movilidad no solo permite el tránsito del Clan del Golfo, sino que también facilita sus operaciones ofensivas y su capacidad de repliegue hacia zonas de control consolidado. Su denuncia busca visibilizar la situación para que se adopten medidas efectivas en la lucha contra el crimen organizado en la región.
Radiografía, presentada por el exmandatario:
El Norte y el Bajo Cauca de Antioquia han sido escenario de una creciente disputa territorial entre grupos armados ilegales, donde el Clan del Golfo se ha consolidado como el actor con mayor poder militar. Su estrategia se basa en el control de corredores estratégicos, la explotación ilegal de minería y la extorsión a proyectos económicos de alto impacto, como la hidroeléctrica Ituango (Hidroituango) y las minas de oro en Briceño y Buriticá.
Briceño representa un objetivo clave para este grupo criminal, siendo el único municipio del norte lejano de Antioquia donde aún no han logrado consolidar su dominio. Desde 2019, han intentado avanzar en este territorio mediante incursiones armadas, pero su expansión ha sido contenida por la comunidad y la Fuerza Pública. En los últimos años, sin embargo, han fortalecido su presencia en municipios cercanos como San Andrés de Cuerquia y Toledo, estableciendo corredores estratégicos para facilitar su ingreso a Briceño.
Desde 2019, el Clan del Golfo ha intentado tomar control de Briceño con el propósito de consolidar su dominio en el norte de Antioquia y conectar su influencia con el Bajo Cauca y el Occidente del departamento. Su interés en este municipio responde a varios factores, entre ellos su ubicación estratégica, que lo convierte en un punto clave para la logística y el control militar en la región. También influyen la presencia de minas de oro en Berlín Viejo, que en el pasado fueron explotadas por empresas inglesas y que hoy despiertan el interés de multinacionales como Zijin Mining Group. Además, la cercanía con Hidroituango, la central hidroeléctrica más grande de Colombia, representa una oportunidad de financiación ilegal a través de la extorsión. Finalmente, el control de Briceño facilitaría la conexión de rutas para el narcotráfico y la minería ilegal entre el Norte, el Bajo Cauca y el Occidente antioqueño.
El Clan del Golfo ha buscado el control de Briceño mediante incursiones violentas, confinamiento de comunidades y enfrentamientos con otros grupos ilegales. En noviembre y diciembre de 2023, el corregimiento de Las Auras vivió tres días de confinamiento debido a la presencia de hombres armados del Clan del Golfo. En este periodo, el grupo asesinó a un campesino y secuestró a tres personas, lo que generó desplazamientos y la suspensión de actividades comunitarias y escolares. Ante la crisis, el ministro de Defensa, Iván Velázquez, visitó Briceño junto a la cúpula militar y policial y ordenó operaciones para contener el avance del grupo ilegal.
El 10 de septiembre de 2024, un grupo armado ingresó a la vereda El Pescado, desplazando a la comunidad y enfrentándose con disidencias de las FARC. Debido a los combates, se suspendieron las clases y varias profesoras de las veredas El Pescado, La América y La Molina tuvieron que desplazarse. La escuela de El Pescado recibió impactos de bala, lo que motivó una posterior visita de la Personería Municipal.
En enero de 2025, el Clan del Golfo ingresó al casco urbano del corregimiento de Pueblo Nuevo en plena tarde, alrededor de las 2:00 p.m., generando enfrentamientos. Durante la incursión, secuestraron a dos mujeres: una joven de 20 años y una madre de 38. Al día siguiente, ambas fueron asesinadas en el corregimiento de La Loma de Ochalí. Como consecuencia, se produjo un desplazamiento masivo hacia el casco urbano de Briceño, quedando registrado en los censos locales.
El Clan del Golfo ha diseñado un corredor de movilidad para ingresar a Briceño, utilizando rutas estratégicas que pasan por San Andrés de Cuerquia, Yarumal y Toledo. Su recorrido inicia en San Andrés de Cuerquia, atraviesa el sector La Chorrera, llega al sector Los Teleféricos y se conecta con la carretera rural La Loma, que permite acceso a Ituango o Medellín. Desde allí, asciende a La Loma y avanza hacia Berlín Viejo, en el límite entre Briceño y Yarumal. En este punto, el corredor se divide en dos rutas: una hacia El Baño y La Quiebra, dentro de la jurisdicción de Briceño, y otra hacia El Pescado y el corregimiento de Pueblo Nuevo, utilizando caminos rurales.
El grupo armado ha establecido puntos estratégicos y de abastecimiento a lo largo de este corredor. Una ruta de abastecimiento logístico de estos grupo es desde Yarumal en camioneta, por la vía que viene desde Yarumal (entrada la candelaria), desde vía a la Costa, cruzando hacia Ochalí , llegan hasta el sector la Quiebra, sobre misma vía hacia Ochalí.
Y la otra ruta de abastecimiento en carro es desde san Andrés hasta el corregimiento del Valle de Toledo. Desde allí, llegan al río San Andrés , hacen transbordo por la garrucha para seguir por la vía que conduce desde este río hacia la loma de Ochalí , en un corregimiento donde el Clan del Golfo tiene zonas semi campamentarias
Este corredor facilita las incursiones armadas, el tráfico de drogas y la extorsión a la minería y a Hidroituango, que también tiene presencia en la vereda La Calera de Briceño.
Para contener el avance del Clan del Golfo, es fundamental fortalecer la presencia militar en puntos estratégicos. Se requiere la instalación de puestos de control permanentes en La Quiebra, en los límites entre Yarumal y Briceño, vía Ochalí; en Berlín Viejo, vereda Buena Vista de Briceño; en La Rivera, Yarumal, vía Ochalí; y en la cordillera de Briceño, entre la vereda El Pescado y el corregimiento de Pueblo Nuevo. Estas medidas permitirían frenar la movilidad del grupo armado y evitar que la comunidad quede atrapada en la disputa entre organizaciones ilegales.
Además, es urgente fortalecer la presencia estatal en Briceño con estrategias de seguridad y desarrollo social que impidan que el Clan del Golfo siga ganando apoyo en la población.
El Norte y el Bajo Cauca de Antioquia continúan siendo territorios en disputa entre grupos ilegales. Sin embargo, con estrategias adecuadas y una presencia estatal más efectiva, es posible frenar la expansión del Clan del Golfo y garantizar la seguridad de las comunidades afectadas.
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Sobrevivió́ a lo imposible: “morí y volví a nacer”, la impactante historia de Jorge
Jorge Andrés Quintero Jaramillo fue inducido a coma después de un accidente en el oriente antioqueño que lo dejó sin habla, sin movimiento y con un pronóstico devastador. Le dijeron a su madre que se preparara para despedirlo, pero ella se aferró a su fe. Hoy, contra todo pronóstico, volvió a caminar, a hablar y a vivir. Ahora se está formando como preparador físico, decidido a recuperar todo lo que la vida casi le arrebata.
El cuerpo de Jorge Andrés Quintero Jaramillo quedó inerte sobre el asfalto aquella madrugada del 3 de agosto de 2023. Su rostro destrozado, la mandíbula fracturada en tres partes y un trauma craneoencefálico lo sumió́ en la inconsciencia. No respiraba, reaccionaba. Los médicos que lo atendieron pensaron que estaba muerto. Pero, de repente, en medio del caos y la desesperación, una de sus manos se movió́.
Fue esa mínima señal de vida lo que hizo que el equipo médico actuara de inmediato. Lo reanimaron, lo intubaron y lo indujeron a un coma. En cuestión de minutos, Jorge pasó de ser un cuerpo sin esperanzas a un paciente en estado crítico. Mientras tanto, su madre recibía la llamada que ninguna madre quiere recibir: su hijo estaba al borde de la muerte.
El accidente ocurrió́ en la vía La Ceja – Rionegro, dejando a cuatro heridos. De todos, él era el más grave. Una ambulancia que pasaba por la zona fue su primera salvación, trasladándolo de urgencia a un hospital cercano. Pero su pronóstico era devastador: “nos dijeron que nos preparáramos para lo peor”, recuerda su madre.
Durante varios meses, Jorge estuvo atrapado en un cuerpo inmóvil. Un mes en un hospital, otro en la clínica Sómer de Rionegro. Mientras él luchaba en silencio por sobrevivir, su familia enfrentaba otro golpe: su abuelo falleció́. Justo ese día, a Jorge le dieron el alta, pero en condiciones desgarradoras.
El joven de 25 años había dejado de ser quien era. Perdió́ la movilidad, el habla y cualquier capacidad de movimiento. Perdió 45 kilos. Era un cuerpo frágil, dependiente de una sonda para alimentarse. Los médicos le dijeron a su madre que eran pocas las esperanzas y que averiguara funerarias. Pero ella se negó́. “Yo tengo fe. Mi hijo va a volver a caminar”, respondió́.
Jorge volvió́ a casa, pero no como cualquiera regresa. Lo trasladaron en ambulancia, en estado vegetativo, con la certeza médica de que nunca volvería a ser el mismo. Su madre, sin embargo, no aceptó esa sentencia. Aprendió́ a cuidarlo, a alimentarlo, a mover sus extremidades rígidas. Día y noche, sin descanso, convirtió́ su hogar en una sala de rehabilitación.
Lo que los médicos daban por imposible comenzó́ a suceder. Primero, Jorge logró comer sin necesidad de una sonda. Luego, pudo sentarse en una silla de ruedas. Un día, con ayuda, logró ponerse de pie. Más adelante, dio su primer paso.
Pero la recuperación no fue fácil. Cada avance traía consigo un nuevo reto. Aprender a hablar de nuevo fue una de las pruebas más difíciles. “Al principio, cuando me quitaron la traqueostomía, tenía un huequito que, si no me lo tapaba así́, yo hablaba y no me salía nada porque se me iba todo el aire”, recuerda.
Con el tiempo, cada pequeño logro lo acercaba más a la vida que había perdido. Y con cada paso, su percepción de la vida cambió. “Ahí́ sí supe cuál es el significado de la familia”, dice con la voz cargada de emoción.
Hoy, después de meses de esfuerzo, ha recuperado el habla, camina cada vez mejor y hasta volvió́ al gimnasio. No solo está de pie, sino que se está́ formando como preparador físico, convencido de que su historia es una prueba de fortaleza. “Primero Dios, segundo cómo uno piense y tercero: la disciplina que uno le ponga a los objetivos que uno quiere”, asegura.
Pero si hay alguien que nunca lo dejó caer, fue su madre. Jorge lo tiene claro: “mi mamá es mi guerrera. ¿Qué seria de mí si no te tuviera a ti al lado?”.
Él no es el mismo joven que se subió́ aquel 13 de agosto al asiento del copiloto. Algo en él cambió para siempre. “Ustedes conocían al loco de antes que no creía en Dios. Ese día se murió́ y nació́ una persona totalmente diferente”, afirma.
Contra todo pronóstico, venció́ a la muerte y volvió́ a nacer.
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Su cuerpo se paralizó, su espíritu nunca se rindió: la historia de un antioqueño que venció al Guillain-Barré
Julián Alonso Pérez se despertó como cualquier otro día, pero en cuestión de horas su cuerpo dejó de responderle. La parálisis lo atrapó mientras los médicos ignoraban su urgencia. Sin embargo, el agua, que alguna vez fue su pasión, se convirtió en su salvación. Con cada brazada, le ganó la batalla a la enfermedad.
El 2 de septiembre de 2023, Julián Alonso Pérez se despertó sintiendo un cansancio extraño, como si el peso del mundo se hubiera instalado en su cuerpo. No le dio demasiada importancia. Pensó que tal vez era el trabajo o el estrés de la cotidianidad. Intentó caminar, pero algo no estaba bien. En cuestión de segundos, la fuerza en sus piernas y manos desapareció como si alguien le hubiera apagado un interruptor “di unos pasos y cuando me senté, perdí la fuerza en las piernas y en las manos”, recuerda con nostalgia, porque ese fue el instante exacto en el que su plan de vida se interrumpió.
El miedo lo envolvió. Intentó mover los dedos, pero no respondieron. Quiso levantarse sin éxito, pero su cuerpo no le obedecía. Se obligó a pensar que sería algo pasajero, un malestar temporal, pero en el fondo sabía que algo más estaba ocurriendo. Su padre llegó de inmediato y al verlo tan frágil, sin poder sostenerse en pie, lo llevó a urgencias del Hospital Pablo Tobón Uribe. Julián confiaba en que allí encontrarían respuestas. Sin embargo, la indiferencia fue lo primero que encontró “llegó mi papá, me llevó al hospital al Pablo Tobón, el médico me atendió, luego dijo que no era una urgencia, entonces me sacó del hospital. Yo estaba paralizado por completo, no tenía fuerza. Entonces mi padre me llevó como pudo a la sede de urgencias en el barrio Córdoba. Allá me tuvieron desde las 8 de la mañana, me revisaron cuatro médicos y ninguno descubría mi diagnóstico”.
¿Cómo podía no ser una urgencia perder la movilidad en cuestión de horas? ¿Cómo podía un cuerpo, que hasta el día anterior nadaba con destreza, ahora no responder? Pero los médicos lo dejaron ir. Su padre, angustiado, no se rindió. Lo llevó a otro centro asistencial, esperando que alguien comprendiera la gravedad del asunto. Cuando finalmente lo trasladaron a la clínica Fundadores, una neuróloga lo examinó y, sin dudarlo demasiado, concluyó que lo suyo era estrés “al comienzo la neuróloga me dijo que era un nivel de estrés alto”.
Pero Julián sabía que no era estrés. Su cuerpo se estaba rindiendo y él no podía hacer nada para detenerlo. La enfermedad avanzaba sin tregua y luego, cuando intentó desayunar, la angustia se convirtió en terror “después me llevaron el desayuno y mi tráquea estaba cerrada, ya no podía comer ni siquiera un huevo, tampoco agua, me ahogaba con todo, entonces volvieron a llamar a la neuróloga y me trasladaron para una UCI”.
El tiempo se convirtió en un enemigo. A cada hora que pasaba, su cuerpo se paralizaba más. Sus piernas eran dos bloques de cemento, sus brazos no le obedecían, y luego llegó lo impensable: su rostro también empezó a apagarse “al domingo, es decir, casi una semana después dijeron que efectivamente adquirí el síndrome de Guillain Barré. Yo estaba paralizado, también se me paralizó la cara. Fue otro momento traumático. Lloré, fue algo muy duro”.
El síndrome de Guillain-Barré había atacado sus nervios y le estaba arrebatando todo. El hombre fuerte que entrenaba en el agua ahora dependía de otros para absolutamente todo. No podía moverse, no podía comer solo, no podía sostenerse en pie. En sus momentos más oscuros, llegó a pensar que nunca volvería a hacerlo.
Pero Julián no estaba dispuesto a rendirse “contraté a un terapeuta para que me ayudara y poder moverme con toda la actitud. Luego me fui para la finca de un familiar y en la piscina comencé a hacer terapia”.
El agua, que antes era su campo de batalla en el Rugby acuático, se convirtió en su refugio. Allí, donde su cuerpo no pesaba tanto, comenzó a recuperar pequeños movimientos. Al principio apenas podía flotar, luego empezó a mover lentamente los brazos y las piernas. Pero el camino estuvo lleno de obstáculos “tuve muchas caídas que me retrocedieron mucho en mi proceso, estuve casi quieto varios días porque me había jodido un tobillo, entonces no podía ponerme de pie”.
Cada caída era una prueba de fuego. Cada dolor, un recordatorio de que la recuperación no sería rápida ni sencilla. Pero si algo tenía claro era que no estaba solo “la ayuda de Dios fue indispensable, mi papá y mi mamá que fueron incondicionales. Ellos estuvieron atentos, moviéndome y haciéndome cosas, también mis hermanas, mi mejor amiga que se llama María Luisa Ramírez estuvo pendiente de mí mucho tiempo y era la que me movía, la que me activaba, la que me hacía reír. Después llegó una prima quien estuvo pendiente todo el tiempo; todos los del grupo Rugby estuvieron súper pendientes, Santiago fue uno de los que estuvo más pendiente”.
Con paciencia, y con el apoyo de quienes nunca lo dejaron solo, Julián logró su primera gran victoria: ponerse de pie, aunque fuera con ayuda “luego tuve el soporte de un aparato que me sostenía de pie, entonces no me dejaba caer. Con eso también empecé el ejercicio para caminar”.
Pero los triunfos que más lo llenaban de emoción no eran los grandes avances físicos, sino los pequeños momentos de independencia que la enfermedad le había arrebatado “en diciembre fue la primera vez que pude cocinar. En enero cogí por primera vez un carro y en febrero empecé a nadar. Yo llegaba en silla de ruedas, entonces todo el mundo me apoyaba y me ayudaba a meterme a la piscina y así me fui recuperando”.
El club Medellín Underwater no solo le abrió las puertas, sino que le devolvió la esperanza. En cada entrenamiento, rodeado de compañeros que lo apoyaban, encontró la fuerza para seguir adelante. El agua, que alguna vez fue su refugio, se convirtió en su mayor aliada para vencer la enfermedad. Allí, entre brazadas y esfuerzo, recuperó no solo su movilidad, sino también las ganas de seguir luchando.
Cocinar. Conducir. Nadar. Acciones que para cualquiera pueden ser simples, para él eran pruebas de que estaba recuperando su vida. Pero su historia aún no termina. Su cuerpo, aunque más fuerte, sigue en un proceso de recuperación. Y él, que ya ha logrado lo imposible, no tiene dudas de lo que viene “los dos próximos objetivos que tengo es correr y subir escalas”.
Y lo logrará. Porque Julián es la prueba de que la voluntad puede ser más fuerte que cualquier enfermedad, que el cuerpo puede rendirse, pero el espíritu nunca, que, aunque la vida le haya dado el golpe más duro, él se ha levantado. Y seguirá haciéndolo, hasta volver a correr.
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El impacto de la captura de extranjeros en Medellín
Narcotráfico, hurto y explotación sexual: los delitos detrás de cerca 370 capturas de extranjeros en Medellín
En los últimos dos años, más de 370 extranjeros han sido capturados por distintos delitos, desde homicidios y hurtos hasta narcotráfico y explotación sexual. Las autoridades han desplegado una ofensiva sin precedentes para frenar a quienes llegan a la ciudad con intenciones criminales, reforzando operativos, inteligencia y patrullajes en puntos estratégicos. Mientras miles de turistas visitan la capital antioqueña cada año, un grupo reducido ha intentado convertirla en su centro de operaciones ilícitas, pero la Policía y la Fiscalía siguen creando estrategias para enfrentarlos.
En los últimos dos años, Medellín ha fortalecido su lucha contra el crimen con una estrategia de seguridad que ha permitido la captura de decenas de extranjeros involucrados en distintos delitos. La articulación entre la Policía Metropolitana, la Fiscalía y la Secretaría de Seguridad ha sido clave para logar estos resultados, con operativos focalizados en las zonas de mayor incidencia delictiva y el refuerzo de unidades especializadas que han permitido actuar con mayor precisión frente a diversas amenazas.
Durante 2024, las autoridades capturaron a 228 extranjeros por distintos delitos, y en lo que va de 2025, la cifra alcanza los 143. Si bien el número total ha disminuido, la presencia de extranjeros en actividades delictivas sigue siendo un reto para la seguridad de la ciudad. El narcotráfico ha sido el delito con mayor impacto en las capturas, con 140 detenciones en 2024 y 77 en 2025, lo que demuestra que el tráfico de estupefacientes sigue siendo una de las principales razones por las que algunos extranjeros terminan en la mira de las autoridades.
Para enfrentar este fenómeno, la Policía ha intensificado las labores de inteligencia y patrullaje en puntos estratégicos, logrando desarticular redes dedicadas al tráfico de drogas y al hurto. En este último delito, se registraron 53 capturas en 2024 y 24 en 2025, lo que evidencia una reducción significativa gracias al aumento de los controles y la presencia policial en sectores turísticos y comerciales. Además, se han reforzado los operativos en aeropuertos, terminales de transporte y zonas de alta afluencia para identificar a posibles infractores antes de que cometan delitos.
Más allá del narcotráfico y el hurto, las autoridades han logrado importantes avances en la persecución de delitos de alto impacto. En 2024, fueron capturados cinco extranjeros por homicidio, y en 2025 la cifra es de tres. También se ha logrado la detención de personas vinculadas con delitos sexuales, violencia intrafamiliar y porte ilegal de armas, evidenciando el esfuerzo de los equipos especializados, como el Gaula y las unidades de Infancia y Adolescencia, en la protección de los ciudadanos.
Uno de los principales desafíos ha sido garantizar la seguridad sin afectar la imagen de la ciudad como destino turístico. Medellín es visitada cada año por miles de extranjeros que llegan con fines recreativos, de negocios o académicos, y el trabajo de las autoridades ha estado enfocado en evitar que la delincuencia empañe la experiencia de quienes buscan disfrutar de la ciudad. Para ello, se han implementado estrategias de prevención y acompañamiento en las zonas de mayor concentración de turistas, además de campañas de sensibilización para que los visitantes respeten las normas y eviten situaciones de riesgo.
El compromiso de Medellín con la seguridad sigue firme. La Policía y la Secretaría de Seguridad han demostrado que, con inteligencia y operativos bien estructurados, es posible contener el crimen y proteger a la ciudadanía. Sin embargo, el trabajo no se detiene. La cooperación con agencias internacionales y la integración de nuevas tecnologías en la lucha contra el delito serán claves para mantener a raya a las estructuras criminales que intentan operar en la ciudad.
Los resultados obtenidos hasta ahora son una muestra del esfuerzo constante por hacer de la ciudad un lugar seguro para todos, y la estrategia continuará fortaleciéndose para garantizar que quienes llegan con buenas intenciones puedan disfrutarla sin temor, mientras que quienes pretendan delinquir enfrenten el peso de la ley.
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