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“Lo más duro fue un momento en que estuve convencido de que no volvería a ver a mi hijo. Sentí que podía morir”. La historia del Médico colombiano Laureano Mestra, en Ucrania

POR Exclusivo Colombia / jueves, 03 julio 2025 / CATEGORÍA INVESTIGACIÓN

“Me fui por necesidad”. Así resume el médico colombiano Laureano Mestra la decisión que lo llevó en 2022 hasta Kiev, en plena guerra, como parte de una misión de salud de la ONU. Lejos de la narrativa romántica del voluntario, lo suyo fue un salto al vacío. Hoy, desde Italia, donde se dedica al desarrollo clínico de vacunas, recuerda los misiles, la carta de despedida para su hijo y el dibujo de un pez que logró calmar el llanto de un niño en un refugio. Esta es la historia, en sus propias palabras.

¿Qué lo llevó a dejar su vida habitual para ir a una zona de conflicto?
“La verdad es que me fui por necesidad. No tenía un trabajo estable en Colombia y la opción que tenía para irme a trabajar a Estados Unidos se acababa de caer. Cuando surgió la oportunidad de colaborar en Ucrania, sentí que no tenía mucho que perder. En ese momento, el conflicto se veía como algo lejano, casi como cuando uno vive en Bogotá o Medellín y escucha lo que pasa en zonas apartadas de Colombia: sabes que existe, pero no lo ves de cerca. Terminé yendo sin imaginar lo que realmente implicaría.”

¿Cuáles fueron las situaciones más extremas que enfrentó? ¿Alguna experiencia que lo marcó profundamente?
“Curiosamente, lo más difícil no fueron los misiles ni las balas, aunque también los escuché cerca. Lo más duro fue un momento en que estuve convencido de que no volvería a ver a mi hijo. Sentí que podía morir. Escribí una carta de despedida a mano, le tomé una foto y se la envié a mi sobrino mayor, José. Después, le pedí a Dios que, pasara lo que pasara, me ayudara a estar a la altura de las circunstancias y, si llegaba mi hora, me permitiera morir con dignidad.

Pero la experiencia que quizás más me marcó fue la del niño de los colores. En un refugio, un niño no dejaba de llorar. No podíamos comunicarnos: yo solo hablaba inglés, y él ucraniano. Entonces recordé que mi hijo me había regalado una cajita de colores antes del viaje. La saqué del morral, hice un dibujo de un pez y se lo entregué… junto con los colores. El niño se calmó. Me miró en silencio, como si entendiera algo que iba más allá de las palabras. En ese instante sentí una paz profunda. Pensé que si había vivido más de cuarenta años solo para darle cinco minutos de tranquilidad a ese niño, entonces todo había valido la pena. Fue un buen negocio para el alma.

Su padre, sin hablar una palabra de inglés, se me acercó después, me miró a los ojos y me agradeció en ucraniano. No entendí las palabras, pero entendí el gesto. Y eso me acompañará toda la vida”.

¿Cómo cambió su perspectiva profesional después de estar en la guerra?
“Me cambió mucho. Empecé a valorar de otra manera lo que significa trabajar en condiciones difíciles. Ya no veo la medicina como algo que solo se ejerce con tecnología o protocolos. En Ucrania aprendí que muchas veces lo más importante es estar, escuchar, acompañar. Me hizo volver a lo esencial, y también a ser más compasivo con los demás… y conmigo mismo”.

¿Cómo vio la medicina en condiciones tan extremas y qué aprendizajes adquirió?
“Aprendí, ante todo, a estar preparado. Siempre. No solo en lo técnico, sino también en lo emocional. Entendí que dentro de mí hay conocimientos, intuiciones y hasta emociones que pueden ser útiles en cualquier momento, incluso en los más caóticos.

Recuerdo especialmente cómo, cuando organizamos nuestra posible evacuación, tuvimos que prepararnos para enfrentar heridas causadas por alta energía: explosiones, metralla, traumas severos. Fue una preparación fría, casi quirúrgica, pero necesaria. Me hizo ver que, en esas condiciones, la medicina se convierte en una mezcla de previsión, capacidad de respuesta, humanidad y resistencia. Y que, por más extremo que sea el entorno, siempre hay algo que se puede hacer para aliviar, cuidar o sostener”.

¿Cómo manejó emocionalmente la situación, sobre todo con pacientes que tal vez no podía salvar?
“No tuve que tratar heridos directamente, pero sí tuve la oportunidad de acompañar a compañeros que parecían quebrarse, que estaban heridos por dentro. En ese momento entendí que también se puede ser médico desde la contención, desde el estar presente para el otro cuando las fuerzas fallan.

Recordé una frase de Baden Powell que me marcó desde joven: “Hay que ser fuertes para ayudar a los demás.” Sentí que ese era mi rol: sostener a otros mientras aún podía. Ya habría tiempo después para cuidar de mí”.

¿Qué papel cumplió su familia (su hijo en especial) en la distancia?
“Mi hijo fue mi ancla. Lo pensaba todos los días. En un momento, él creyó que yo había muerto. Saber eso me destrozó y aún me atormenta, pero también me dio fuerza. Su existencia fue el recordatorio constante de por qué tenía que cuidarme y regresar”.

¿A qué se dedica hoy?
“Vivo en Italia y trabajo en el desarrollo clínico de vacunas, un campo que me apasiona profundamente. También estoy enfocado en algunos proyectos personales relacionados con ciencia de datos aplicada a la toma de decisiones en salud, porque creo firmemente en el poder de la información bien utilizada para salvar vidas.

Pero, más allá de lo profesional, hoy también me estoy dedicando a sanar. A procesar no solo lo que dejó la experiencia en Ucrania, sino otras heridas más antiguas. Estoy aprendiendo a darme el mismo cuidado que durante años he intentado ofrecer a los demás. Y eso, en cierto modo, también es medicina”.

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