Historia nunca contada: en un solo día, cuatro jóvenes con el mismo nombre fueron asesinados en la ‘Loma’
Exclusivo Colombia revela un caso inédito: en la Loma, cuatro jóvenes fueron asesinados en un solo día, con una coincidencia inquietante: todos tenían el mismo nombre. Sin conexión entre ellos, pero marcados por el destino, sus muertes siguen resonando como un eco de la brutalidad del conflicto en Medellín. Por primera vez, una de las familias rompe el silencio y confirma que este crimen podría ser escuchado en JEP.
A María Adelaida Álvarez todavía le tiembla la voz cuando habla de aquella noche, no porque no haya contado la historia antes, sino porque cada vez que lo hace es como si la viviera de nuevo, como si volviera a ver el rostro de su sobrino Juan Gonzalo Bustamante, desfigurado por los golpes, atravesado por las balas y tirado en la oscuridad de la “Caballeriza”, aquel rincón de la “Loma”, en inmediaciones del corregimiento San Cristóbal y la Comuna 13 de Medellín, donde muchos jóvenes dejaron de respirar por una guerra que a muchos les cuesta olvidar.
Aquel día, 26 de junio de 2002, la muerte se ensañó con cuatro muchachos que tenían algo en común: todos se llamaban Juan. Cuatro vidas apagadas en menos de 24 horas, cuatro nombres escritos en la misma lista de condenados. “Eran unidos: Ejército, Policía y Autodefensas. Se unió todo el gobierno para asesinar a estos jóvenes que nada tenían que ver”, dice María Adelaida con una mezcla de rabia y resignación.
El primer Juan cayó en la mañana, Juan Fernando. Lo vieron por última vez en el sector de Bellavista “los paramilitares se lo llevaron, lo torturaron, lo desmembraron, le sacaron la lengua, los ojos prácticamente lo picaron y lo tiraron por la parte de San Cristóbal”, revela María.
Apenas unas horas después fue el turno de Juan Gonzalo, su sobrino. Cuenta que viajaba en un bus junto a su padre cuando hombres armados lo hicieron bajar “en la caballeriza, lo golpearon y le dispararon 16 veces”. ¿Su delito? Nadie lo sabe con certeza. Algunos dicen que corrió, otros que, como todos los Juanes, su nombre estaba en la lista. Cuenta que Juan Gonzalo dejó un hijo de un año y era un destacado estudiante de la Universidad de Antioquia.
Más tarde, en la noche, atraparon a Juan Manyoma, “lo encerraron en la caballeriza, lo torturaron hasta la madrugada, le sacaron los ojos y le cortaron los dedos. Fue totalmente brutal”, así lo describe María quien aún se pregunta cómo una madre puede recoger a su hijo en esas condiciones.
Y el cuarto Juan, nadie sabe con precisión si cayó en la tarde o en la noche, pero sí se sabe que terminó igual.
¿Por qué los Juanes? Para entender este episodio de violencia hay que retroceder un poco. Años antes, un hombre conocido como alias Gabelo llevó las milicias a la Loma, por primera vez. Era la guerrilla, en ese pequeño rincón del occidente de Medellín y, según el testimonio revelado en Exclusivo Colombia, todos los Juanes en algún momento tuvieron algún tipo de contacto con él: un saludo, una mirada, una palabra cruzada en una esquina, eso bastaba. Cuando los paramilitares llegaron con su nueva orden, el solo hecho de haber coincidido con alguien como “Gabelo” era suficiente para morir. María revelo que, “Gabelo”, también se llamaba Juan.
Los sacaban de su casa y los mataban, los bajaban del bus, entraban a las casas, no importaba quién fuera dice María quien relató que el Ejército tenía un puesto de control en la “Caballeriza”, un sitio de tortura que todos recuerdan. Dice que allí comenzaron a tomar fotos de todos los jóvenes que pasaban y por alguna razón todos los que se llamaban Juan terminaron en esos registros.
La operación Mariscal había ocurrido días antes, fue un intento fallido del gobierno para sacar a las milicias de la Comuna 13, pero lo que realmente dejó esa operación fue la excusa perfecta para que los paramilitares tomaran el control total del territorio y, con ese control, la cacería comenzó.
Años después, los familiares de los Juanes siguen esperando respuestas. Recientemente la JEP se comunicó con la familia de Juan Gonzalo Bustamante y su crimen podría ser escuchado en el caso 08 (crímenes cometidos por la fuerza pública, agentes del Estado en asociación con grupos paramilitares, o terceros civiles en el conflicto armado).
Al terminar el diálogo con María Adelaida, quien concedió esta entrevista en el balcón de su vivienda que tiene una visual hacia la Escombrera de la comuna 13, afirmó que la verdad nunca llega completa, porque en la Loma el silencio es ley “cada día estamos peor. Aquí sí queremos vivir, quedémonos calladitos, dice ella, como quien ha aprendido que la verdad -también mata- “.
Pero hay preguntas que no dejan de flotar en el aire, dos décadas después ¿Por qué los Juanes? ¿Quién hizo la lista? ¿Quién ordenó las ejecuciones? ¿Y cuántos nombres más están esperando ser contados?
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De comerciante a Odontólogo: el joven que pasó de vender panela a atender pacientes en la Plaza Minorista
Desde que tenía ocho años, Maicol Pérez vendía panela en la Plaza Minorista de Medellín, sin imaginar que años después regresaría, pero no como comerciante, sino como Odontólogo. Hoy, en el mismo lugar donde creció entre puestos de mercado, es dueño de su propio consultorio, demostrando que los sueños pueden cumplirse sin olvidar las raíces.
Todo empezó cuando Maicol Pérez tenía apenas ocho años. En ese entonces, la vida no le ofrecía grandes lujos, pero sí le daba una lección invaluable: el trabajo.
Con su abuelo y su padre, Maicol empezó a forjar lo que serían sus primeros pasos en el mundo del emprendimiento. “Todo empieza desde los ocho años. Empiezo vendiendo panela con mi abuelo. Mi padre es el que me lleva, pues allá, a la minorista, a trabajar con él, ya que desde pequeño teníamos un negocitofamiliar, que era vender panela y yo les ayudaba a ellos”.
La Plaza Minorista de Medellín, un lugar histórico y representativo de la ciudad, fue testigo de sus primeros esfuerzos laborales. Su función, en un principio, era simple: “Mi abuelo me enseñó a organizar la panela. Mi labor era organizarla para que se viera bonita para que los clientes la compraran”, comentó Maicol.
Con el tiempo, su padre se independizó y comenzó un nuevo negocio. Maicol, entonces, comenzó a tomar más responsabilidades. “Ya me tocaba a mí sacar a las personas que le compraban a mi papá, a la calle con los carritos. Esa era mi labor, sacar las personas que le compraban en el negocio de mi papá y yo les ayudaba con un carrito afuera”, explicó.
El colegio fue un reto, no solo por los estudios, sino también por las jornadas laborales que llevaba a cabo en los fines de semana. “En el colegio, tenía que terminar mis estudios y, los fines de semana, me iba a trabajar con ellos. Mucha gente me conocía allá en la plaza Minorista. Y así empezó mi historia“, dijo Maicol, con la misma humildad que ha marcado toda su trayectoria.
Pero las oportunidades no tardaron en llegar. Gracias a su madre, quien trabajaba en Empresas Varias, Maicol obtuvo una beca para estudiar odontología en el CES. “Me presento a una beca de ser Pilo Paga, me la gané gracias a que mi madre trabaja en empresas varias de Medellín“, dijo con satisfacción.
Durante sus estudios, Maicol no abandonó sus raíces. “Comencé a estudiar odontología, fui becado, y seguí trabajando en la Minorista ayudándole a mi padre, en el negocio, y ayudando a la gente a sacar el mercadito”, comentó refiriéndose a su continuo apoyo al negocio familiar mientras se formaba como profesional.
Con dedicación, Maicol se graduó como odontólogo y dio su primer paso en el mundo profesional, trabajando en la Clínica de Las Vegas como odontólogo de urgencias. “Trabajé sábados, domingos, festivos, para poder recoger plata y hacer mi posgrado”.
Después de un año y medio de trabajo, Maicol reunió el dinero necesario para su posgrado. “Con ayuda de mi madre, empecé a estudiar el posgrado. Ya estaba pagado con los ahorros que había hecho trabajando como odontólogo, y con lo que mi madre me ayudó, pude sacar adelante el posgrado“.
En lugar de seguir el camino hacia otras partes de la ciudad o incluso fuera de Medellín, Maicol decidió regresar a su lugar de origen, a la Minorista, para abrir su propio consultorio odontológico.
“Decidí volver a la Minorista, donde me vieron crecer desde muy niño trabajando, vendiendo panela. Quise colocar el consultorio allí para ayudarle a las personas que me vieron crecer. Aportar ese granito de arena a la plaza Minorista, que es mi casa, porque desde niño fui criado allí”, agregó con orgullo.
El consultorio de Maicol no solo representa un sueño hecho realidad, sino también una forma de cambiar la percepción de un lugar que a menudo ha sido mal entendido. “La gente tiene la Minorista tachada, como un lugar donde roban, secuestran y matan. Yo quería mostrar otra cara, una cara amable. Aquí estoy para ayudar a las personas, para darle una sonrisa”, afirmó Maicol.
El consultorio de Maicol Pérez no solo es un centro de salud dental, sino un símbolo de perseverancia, amor por la familia y orgullo por su origen. Con un equipo de cinco odontólogos especialistas, Maicol demuestra que la calidad no tiene que estar reñida con la accesibilidad. “Nosotros somos cinco odontólogos y los cinco somos especialistas”, comentó.
La Minorista, que lo vio crecer y trabajar desde niño, ahora es el lugar donde Maicol le da a sus vecinos la oportunidad de una sonrisa más saludable y más segura.
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“Solo queda esperar un milagro”: la historia de Alexis y su batalla contra la muerte
A los 17 años, un accidente dejo a Alexis en silla de ruedas. 21 años después, sigue luchando contra la adversidad. Ha tenido múltiples cirugías, infecciones y una amenaza constante de perder la mitad de su cuerpo. Dice que su fe en Dios y el apoyo de su familia lo mantienen firme, aunque ya no haya nada que hacer, según los registros médicos.
Alexis tiene 38 años, pero lleva más de dos décadas cargando el dolor de un accidente que cambio su vida cuando tenía 17 años, “fui a visitar a un amigo que estaba en el ejército, y él movió su fusil sin querer, se disparó, y esa bala perdida me pegó. Ahí quedé incapacitado, perdí la movilidad de mis miembros inferiores”, relato con una calma.
El destino le fue cruel, pero no lo derrumbó. La silla de ruedas se convirtió en su nueva compañera, pero no en su condena. “La vida no se frenó ahí, yo seguí adelante”. Alexis encontró fuerza para seguir adelante en lo que siempre había sido su pasión: el fútbol, y en especial, su amor por el Atlético Nacional. En 2015, también encontró algo aún más importante: a su pareja. Ella fue, según sus palabras, quien “le dio sentido a mi vida”. A partir de ahí, la lucha de Alexis no solo fue por él, sino también por ella, por sus hijos, por su madre, quienes le daban el aliento necesario para seguir adelante.
Desde 2016, Alexis ha trabajado como asesor en call centers, lo que le permitió mantenerse activo a pesar de las adversidades. Sin embargo, las largas horas sentado le pasaron factura. Una úlcera por presión, producto de su inmovilidad, comenzó a aparecer en su cadera. “Me dio una úlcera por presión, y eso se convirtió en una herida en la nalga. Eso me trajo muchos problemas, tanto físicos como emocionales”, comentó Alexis.
El 9 de diciembre de 2023, Alexis tuvo que acudir a urgencias por el agravamiento de su herida. “La úlcera me reventó un porito, y eso olía demasiado feo”. El dolor y la incomodidad fueron insoportables, y terminó hospitalizado durante 48 días recibiendo antibióticos y cuidados. El 26 de enero, finalmente fue dado de alta, pero su calvario no terminó ahí.
El 7 de febrero, tras experimentar un regreso del dolor y el mal olor en su herida, Alexis tuvo que volver a urgencias. “Me dijeron que no podían ayudarme porque era un hospital de segundo nivel”, recuerdo con una mezcla de frustración y resignación. Fue entonces cuando le ordenaron una remisión que tardó un mes en salir. Finalmente, fue enviado a la Clínica Fundadores de Medellín, donde comenzó un tratamiento que implicaba más antibióticos, curaciones y hasta dos intervenciones quirúrgicas. Sin embargo, lo único que hicieron fue un lavado de la herida. “Me enviaron a la casa con un sistema que absorbía todo lo que la herida botaba, pero eso hizo que la herida se me formara en queloide”, explicó.
La situación siguió empeorando. En octubre de 2024, los síntomas se hicieron más graves. “Empecé a sentir mucha fiebre, y la enfermera me dijo que mejor me fuera a un hospital de tercer nivel, donde pudieran atenderme adecuadamente”. En la Clínica CES, donde le recomendaron ir por sus propios medios, le indicaron que debía ir a urgencias en la Clínica de los Molinos. Allí pasó 15 días, hasta que finalmente lograron encontrar una remisión para el Hospital San Vicente de Paúl.
“En el San Vicente me ingresaron al quirófano de inmediato, me hicieron una cirugía, me retiraron el queloide y me cerraron la herida. Comenzaron nuevamente con los antibióticos, otros 48 días de tratamiento”, detalló. Sin embargo, su proceso de recuperación fue todo lo contrario a lo esperado. A los pocos días, la herida se volvió a abrir debido a una bacteria que la atacó nuevamente. “Volví al San Vicente, donde me dejaron un mes más y me hicieron una cirugía reconstructiva. Cuando regresé a casa, la cirugía se volvió a dañar”.
El diagnóstico fue devastador. En noviembre de 2024, los médicos le informaron que la bacteria se estaba propagando rápidamente. “Me dijeron que la opción era desarticularme la cadera, es decir, amputarme la pierna hasta la altura del ombligo”, dijo envuelto en lágrimas. Los médicos le aconsejaron que, si creía en Dios, debía orar para que la bacteria no le quitara la vida. “Me mandaron con un servicio paliativo, y mi cuerpo comenzó a dolerme de manera insoportable”.
Ahora, Alexis se encuentra en una espera incierta, con los médicos sugiriendo que no hay más opciones. “El infectólogo no quiere volver a tratarme por el riesgo de que la bacteria siga avanzando”, dijo, mientras su voz refleja el cansancio de un hombre que ha peleado muchas batallas. “No queda más que esperar un milagro de Dios para que pueda sanar y la bacteria desaparezca. Pero yo no desfallezco, porque tengo a mi mujer y a mis dos hijos esperando por mí”, aseguró con una sonrisa que, aunque frágil, no pierde la fe en lo que está por venir.
“A veces siento que todo es muy difícil, pero sé que, mientras ellos estén conmigo, no puedo darme por vencido”, concluyó con voz firme.
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“Mido 90 centímetros y nada me ha quedado grande”: la historia del primer colombiano de talla baja en convertirse Influencer
Con 26 cicatrices que cuentan su lucha por la vida y 31 tatuajes que marcan su historia como su edad, David Alejandro Peláez Marín, conocido como Alejolittle, es un símbolo de resiliencia y determinación. Este colombiano, que desafió las probabilidades desde su nacimiento, ha convertido el bullying en una herramienta de empoderamiento y las redes sociales en el escenario de su triunfo. Hoy, con millones de seguidores en TikTok, es un creador de contenido que desde Medellín inspira al mundo entero con su humor, humanidad y mensaje.
La primera vez que vi sonreír a David Alejandro Peláez Marín entendí que hay historias que nacen para desafiar las probabilidades. No es una sonrisa cualquiera; es un arco que ilumina su rostro, un destello que parece decirte que, aunque el mundo intente reducirte, el espíritu puede siempre ensancharse. Y si algo caracteriza a este colombiano nacido el 10 de febrero de 1993, es precisamente eso: su grandeza interior.
Alejandro llegó al mundo como un milagro que desafiaba diagnósticos. En el vientre de su madre, las noticias eran desalentadoras: le faltaba líquido amniótico, y los médicos no le daban esperanzas de vida. Cuando finalmente nació, su cuerpo diminuto pasó 10 días en incubadora, aferrándose al aire como si supiera que su camino apenas estaba comenzando. Su vida ha sido una lucha constante, marcada por 26 cirugías y la hazaña de dar sus primeros pasos a los tres años “26 cirugías y por ahora no necesito más, por ahora”, relata en Exclusivo Colombia.
Es el menor de dos hermanos, su hermano mayor, de 45 años, lo veía con admiración y, desde niño, David aprendió que su tamaño no definiría sus sueños. Creció rodeado de retos, pero también de un espíritu de superación que lo llevó a estudiar publicidad y diseño gráfico. Ejerció su profesión durante cinco años y entre las experiencias que logró se destaca su paso por una empresa que manejaba las redes sociales de grandes artistas como Karol G y J Balvin. Pero su corazón inquieto no estaba hecho para quedarse en un escritorio.
En 2017, David hizo algo que pocos se atreven: dejó su zona de confort. Renunció a la estabilidad de su empleo para lanzarse al incierto y fascinante mundo de las redes sociales como creador de contenido. Su primer video, “Agáchate y conócelo”, fue un hit inmediato. Lo compartieron artistas como J Balvin, Nicky Jam y Wisin y Yandel. Pero más allá de las visualizaciones, ese video fue el punto de partida de una revolución personal y social.

Cuenta que encontró en el humor y la autenticidad su lenguaje. Conectó con la gente desde la vulnerabilidad y el carisma. Un video emotivo donde le regalaba dinero a su madre, y otro donde documentó la operación en sus ojos, tocaron fibras sensibles. Luego llegó su etapa como el “rey de la sopita”, un contenido que, aunque sencillo, lo acercó a los niños y lo consolidó como un referente familiar y cálido “¡ay sí!, soy el -rey de la sopita- y nadie me quita ese puesto” ¿Por qué? Porque tomo mucha sopita. Mi mamá me hace mucha sopita para crecer, pero lamentablemente estoy creciendo para los lados (risas)”.
A David le gusta presentarse como un hombre de carne y hueso, con miedos, incertidumbres y sueños. Le apasiona la actuación, la presentación y el humor y sueña con tener su propio Stand Up y una serie que cuente su trayectoria. Entre risas, confiesa que los 31 tatuajes que adornan su cuerpo coinciden con su edad, cada uno cargado de significado.

Una de las anécdotas más impactantes de su vida fue conocer a Alejandra Azcárate, quien le dio el empujón que necesitaba para creer en sus sueños “ella me dio la patadita de la buena suerte, ella creyó en mí, ella vio lo que muchas o muy pocas personas no han visto en mí”. Pero quizás lo más impresionante es cómo ha convertido el bullying en una herramienta de empoderamiento.
“El bullying me salvó la vida”, dice, con una honestidad desarmante. Y así, a través de campañas en colegios con niños les muestra que lo que otros perciben como debilidades puede convertirse en fortalezas. Agregó que “yo no hago campañas contra el bullying, porque el bullying nunca se va acabar. Es como decirle a la vida ¡Acábense problemas! Yo le enseño a la gente que, a través de mi historia, cómo sobrevivir y cómo llevar el bullying. A mí el bullying me salvó porque si no hubiera existido, no me hubiera querido y amado como en este momento”.

Hoy, David es el pilar de su familia. Su madre, Luz Alba, esa mujer que luchó por él desde el primer día, recibió de su hijo el regalo más preciado: una casa propia. Aunque su vida no ha sido fácil, David ha construido un camino sólido gracias a su humildad y calidez humana. En el mundo del entretenimiento es conocido como Alejolittle y sus casi 4 millones de seguidores en TikTok no son solo números, son una comunidad fiel que encuentra en él inspiración y alegría.
Detrás de las cámaras, es un hombre como cualquier otro. Ha enfrentado momentos de incertidumbre, noches de preguntas sin respuesta, pero siempre ha encontrado la manera de salir adelante. Porque, como él mismo lo dice, “cuando uno se permite dejarse hundir, créanme que uno ve más cerquita el éxito ¿A dónde quiero llegar? Al éxito. Yo cuando salgo a flote, como decía Colón -tierra a la vista- Son las metas a las que quiero llegar”.
Mientras se prepara para lo que venga, Alejolittle sueña con escenarios más grandes. Visualiza un micrófono, un público riendo y aplaudiendo y su trayectoriaconvertida en una serie que inspire a otros. Porque si algo ha demostrado este hombre de estatura pequeña, pero de espíritu gigante es que no hay límites cuando se trata de alcanzar el cielo “gracias a esa discapacidad he podido superarme y alcanzar lugares donde, créanme que, si no me abren la puerta, pues me meto por la ventana o me meto por debajo de la puerta, entonces ser discapacitado también vale la pena”.

Durante un diálogo con un reportero de Exclusivo Colombia, habló de sus sueños “con salud, con mi familia viva y, tercero, girando por todo el mundo como mi Stand Up, o con mi conferencia por todo el mundo y algún día sacar un libro sobre mi vida o una serie y contando muchos secretos de personas que me han querido ver hundido, pero no”.
La sonrisa de Alejo no solo ilumina su rostro; ilumina un camino que nos recuerda que los milagros no siempre vienen envueltos en grandeza, pero sí en un alma capaz de crecer hasta el infinito.
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“Me mataron a cinco de mis seis hijos”: la historia de Teresa, la vendedora de rosas del cementerio San Pedro
A lo largo de más de tres décadas, Teresa Corrales ha enfrentado la pérdida de cinco hijos, víctimas de la violencia que sacudió Medellín en los años 80 y 90. A pesar de la tragedia, esta madre de 79 años se ha levantado cada día, con su último hijo a su lado, para seguir trabajando en la puerta del cementerio San Pedro, ofreciendo novenas, flores y fotolápidas.
Teresa Corrales tiene 79 años. A lo largo de su vida, ha enfrentado pérdidas que marcan a cualquier madre, pero lo que más la define es su fortaleza para seguir adelante, siempre con la mirada al frente. Con voz serena, pero cargada de recuerdos, Teresa nos cuenta la historia de su vida, donde asesinaron a casi todos sus hijos producto de la violencia en Medellín.
“Trabajo en la puerta del cementerio San Pedro desde el 90. Antes venía a ayudarle a un hermano que tengo, que tiene 90 años y era el que trabajaba vendiendo novenas. Pero cuando me empezaron a matar a mis hijos, tuve que quedarme aquí”.
La historia de Teresa comienza en una época dolorosa y difícil. La violencia en Colombia en los años 80 y 90 dejó una huella profunda en su vida. Ella recuerda con claridad las primeras pérdidas: “Me han matado, tuve seis hijos y me mataron cinco”. La violencia política y los grupos armados fueron los responsables de la muerte de sus hijos, pero lo que más le duele es la indiferencia del tiempo. “Los primeros me los mataron como en el 87 y en el 89. No me acuerdo de ellos casi”.
La guerra interna de Colombia, con su horror e insensibilidad, llegó a la vida de Teresa, una mujer madre y luchadora, que a pesar de todo, logró salir adelante con su último hijo. Y que a hoy, más de 30 años después, dejaron una huella imborrable en su corazon.
“Yo soy viuda y cuando me empezaron a matar mis hijos, mi hermano me dijo que él era un hombre y que se podía ir a trabajar a la calle, y que yo me quedara aquí vendiendo novenas en la puerta del cementerio San Pedro y eso hice, me quedé vendiendo novenas, en un plástico, en el suelo. Así fue que me puse a trabajar. Ya empecé a meterle más novenas de otros santos, estampitas, eso”.
A lo largo de los años, Teresa logró adaptarse a las circunstancias. Empezó a vender flores artificiales y a incursionar en el negocio de las fotolápidas, una forma de conectar su vida con las necesidades de quienes llegan a ese lugar. “Ya entraron de moda las fotolápidas, también las hacemos aquí. Eso no lo hacemos nosotros, sino que tenemos la conexión con el taller, entonces nos dan una bonificación”.
“Nos ha tocado una época muy dura“, dijo Teresa, al recordar esos años de violencia, cuando Pablo Escobar y los carteles dominaban gran parte del país. “Me ha tocado una época muy dura aquí. Cuando estaba vivo Pablo Escobar nos tocaba un entierro muy miedoso. Pero ahí seguimos”.
Su osteoporosis avanzada, la pérdida de memoria, y las complicaciones económicas debido a los copagos en la clínica del dolor han sido obstáculos adicionales para Teresa, que a pesar de todo, sigue con la misma determinación. “Ya me da mucha brega trabajar, pero ahí nos vamos yendo. Aquí en esta puerta del cementerio San Pedro es que sobreviví. Sobrevivo, y ahora mi hijo que está aquí también”.
Su único hijo vivo que quedó, al que Teresa crió con tanto amor y esfuerzo, es ahora su compañero en la venta de novenas, flores y fotolápidas. “Ya es un hombre viejo, pero se enseñó a trabajar aquí conmigo. Cuidar los monticos de los entierros, ahora contratar lapiditas o floreritos”, mencionó con orgullo. “Él también le tocó muy duro aquí porque desde niño lo traía para acá, no pudo estudiar, pero ahí vamos”.
Una de las tragedias que más marcó a Teresa fue la muerte de su primer hijo, ocurrido en el 87. “Me mataron, que fue como en el 87, tenía 20 años, estaba detenido en Bellavista. Lo mataron dentro de la cárcel, dos días antes de salir. El fue víctima de un “mano a mano”, yo me descontrolé mucho. Fui a Pareira y me fui con los otros para el Chocó. Estando allá, en marzo, me escribió un sobrino y me dijo que me habían matado al otro hijo, de 23 años. Que lo mataron el 17 de enero. Me avisaron ya como a los dos meses estos, me dijeron que lo habían matado en Nikitao, que en una pelea”.
De manera consecutiva, Teresa fue perdiendo uno a uno sus hijos, “al tercero mataron los milicianos. Él vendía cigarrillos en la calle, yo vivía por allá en una parte que le decían la sequia. Ahí sacaban los pelados, y se los llevaban por esos montes, por esas cosas que hay por yendo para la sierra. A él lo cogieron con el otro hermanito, y le preguntaban algo, pero como él era sordo, él no oía, entonces el otro hermano dijo que él no oía, que él era sordo, y no le creyeron, y lo mataron delante del hermano. Entonces el hermano se fue para Robledo. Y en Robledo, el 25 de diciembre, iban a matar a otro muchacho que estaba ahí con ellos en la calle haciendo un sancocho, y como al fin borrachos, a que le van a dar a esos, nos tienen que dar a todos, pues le dieron a dos, se murió el mío, y los otros no se murieron. Y el tercero de 26 anos me lo mataron en una masacre que hubo en Robledo, en la casa de la suegra, que mataron cinco de esa casa. Y mi hijo trabajaba, cuando eso, en Codesarrollo, tenía dos hijos. Ese fue el último que me mataron, y ese lo mataron en Barrio Robledo, en una masacre que hubo en la casa de la mujer, de la señora que tiene los hijos de él”.
Así, uno a uno, sus hijos fueron asesinados, “me quedó un solo hijo, porque yo no tuve mujeres. Quedó como de 10 añitos, o un poquito así. De eso hace que él también está aquí conmigo”.
Hoy, Teresa sigue levantándose cada día, hombro con hombro con su último hijo, para continuar su labor en la puerta del cementerio San Pedro. A pesar de las adversidades, de la enfermedad y el dolor que la acompañan, su fortaleza sigue latente. Cada jornada, entre flores y novenas, Teresa reafirma que la vida, aunque rota, siempre tiene un propósito: seguir adelante.
“Mi Dios no nos deja de mandar bendiciones, mi hija”, dijo Teresa, con una sonrisa serena que, a pesar de los años, sigue irradiando emotividad. “Aquí seguimos. Y con mi hijo, la nuera y tres hijos de él, seguimos adelante”.
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De la calle a la universidad: Gustavo cumplió su sueño de ser abogado a sus 70 años
Gustavo, un hombre nacido en Medellín en 1953, vivió una infancia marcada por el abuso y la soledad, pero tras caer en la drogadicción y la vida en la calle, logró reinventarse. A los 70 años, superó sus demonios personales, concluyó su carrera de Derecho y demostró que nunca es tarde para cambiar y cumplir sueños, a pesar de las adversidades que la vida le impuso.
Nacido en Medellín en 1953, Gustavo vivió una infancia marcada por la violencia y el abandono. Su hogar, más parecido a una prisión emocional que a un refugio, estuvo lleno de agresión y soledad. Un padre alcohólico y agresivo, que lo sometía a humillaciones constantes, y una madre distante que jamás le brindó afecto, marcaron su temprana vida. Aislado del resto del barrio, sufrió abusos y estigmatización, lo que lo llevó a una retirada emocional que lo acompañó a lo largo de los años.
“Mi hogar se caracterizaba por la ausencia de lazos afectivos y de unidad familiar; no teníamos vínculos cercanos ni con tíos, tías, primos, ni con ningún otro familiar. A los niños del barrio se les prohibía ser nuestros amigos. Además, tenía que hacer los mandados que me ordenaban mis padres, siendo yo el menor. Eso era duro y doloroso; eso sí es violento. Mi padre, alcohólico, además consumía calmantes, lo que lo desequilibraba totalmente, es decir, enloquecía. En alguna ocasión estuvo en el manicomio, y se convirtió en una persona agresiva y extremadamente violenta”, recordó Gustavo.
A pesar de las condiciones adversas, Gustavo encontró refugio en la lectura. La búsqueda de conocimiento se convirtió en su único escape, y fue gracias a esta pasión por los libros que terminó sus estudios secundarios. En 1976, ingresó a la Universidad de Antioquia, justo en medio de una época de agitación política, marcada por la lucha estudiantil y el conflicto armado que sacudía a Colombia. La universidad se convirtió en un campo de batalla ideológica, con protestas constantes y un ambiente cada vez más tenso.
“Era una época en la que el conflicto armado y las dinámicas internas eran extremadamente opuestas y se presentaban numerosas protestas. No hubo una salida dialogada al conflicto, lo que trajo como consecuencia cierres temporales en la Universidad de Antioquia. Esa situación me llevó a abandonar la universidad. Un día unos amigos me invitaron a probar un cigarrillo de marihuana a la edad de 24 años. Es aquí donde prácticamente se inicia ese proceso de degradación y ruptura social y moral, que me llevó de nuevo a la calle”, relató Gustavo.
Fue en ese momento cuando su vida dio un giro irreversible. El consumo de drogas comenzó como una forma de evasión, pero rápidamente se convirtió en una espiral destructiva que lo arrastró hacia el abismo. A medida que se sumergía en el vicio, los robos y los conflictos familiares se volvieron comunes en su día a día. En 1990, tras la muerte de su hermana, Gustavo se convirtió en habitante de la calle. La violencia, la soledad y el peligro se convirtieron en su nueva realidad, sobre todo en los barrios más marginales de Medellín, como la Toma y sus alrededores.
“Allí, pasé muchas noches. Los habitantes prácticamente han perdido el respeto por sí mismos. Hacían sus necesidades, quemaban alambres de cobre, había mucha basura y una degradación moral y sexual extrema. Aquí, todo se vale, y ese todo implica andar con mucho cuidado porque cualquier error puede costar la vida. Es una zona de mucho atraco y robo. Aun así, yo ni siquiera me molestaba”, confesó Gustavo.
Fue un ciclo sin fin: el consumo, el robo, el maltrato. Hasta que un día, el destino le ofreció una oportunidad. Conoció a una joven que lo introdujo al Centro Día, un lugar de acogida para habitantes de calle. Allí, comenzó un proceso de resocialización, donde se ofrecían atención médica y charlas pedagógicas. Aunque al principio dudó, esta oportunidad fue el primer paso hacia su transformación.
“En este sitio conocí a un amigo, abogado de la Universidad de Antioquia, quien me motivó para que pidiera reingreso. Me dijo que no se perdía nada. En realidad, no le puse mucha atención, pues continuaba consumiendo. Un día cualquiera, viniendo de Niquitao y pasando por la calle San Juan, me desmayé. Fui al dormitorio y al otro día me dijeron que fuera al centro de salud para una cita. Me diagnosticaron hepatitis con cirrosis. Cuando me dieron de alta, salí desintoxicado y definitivamente dejé de consumir. Me puse las pilas y envié una carta a admisiones y registros de la Universidad de Antioquia, exponiendo mi situación con mucha honestidad”, explicó Gustavo, quien, con el diagnóstico médico a cuestas, decidió cambiar radicalmente su vida.
Tras este episodio de enfermedad y reflexión, Gustavo retomó sus estudios en 2016, a los 63 años, con el firme propósito de culminar lo que había comenzado tres décadas atrás. El proceso no fue fácil; su edad, su pasado y las dificultades económicas fueron obstáculos constantes. Sin embargo, el mismo espíritu de lucha que lo había mantenido con vida en las calles lo impulsó a seguir adelante. En 2024, a sus 70 años, Gustavo se graduó de la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia, cumpliendo un sueño que parecía imposible. Hoy, Gustavo es un testimonio viviente de perseverancia, un ejemplo de que nunca es tarde para cambiar la vida. También aprovechó para hacer un llamado a la reflexión sobre las realidades de las personas que viven en la calle y las oportunidades que, a veces, la sociedad les niega. Con su título en mano, Gustavo ha demostrado que, independientemente de las circunstancias, siempre hay espacio para el cambio, la esperanza y la reconstrucción.
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El antioqueño que a sus 50 años ha logrado más de 80 títulos académicos
A sus 50 años, Fernando Zapata ha acumulado 82 títulos académicos, un testimonio de su dedicación incansable al estudio. Con una vida marcada por el esfuerzo, la disciplina y una pasión por el conocimiento, este hombre de Medellín se ha convertido en un ejemplo claro de que el éxito no depende de la suerte, sino de la constancia. Hoy, sigue proyectándose hacia nuevas metas, buscando siempre aprender y crecer, sin importar cuántos logros haya alcanzado ya.
En una época donde la rapidez y la inmediatez parecen gobernar, hay historias que nos recuerdan la importancia del esfuerzo, la disciplina y la dedicación constante. Una de esas historias es la de Fernando Zapata, un hombre de 50 años que, con más de 80 títulos académicos, es el ejemplo claro de que el aprendizaje nunca termina, y que el éxito no es cuestión de suerte, sino de trabajo constante y pasión por el conocimiento.
Fernando, vive en el barrio Los Colores, en Medellín, es una de esas personas que se destaca no solo por su inteligencia, sino también por su tenacidad para seguir creciendo y aprendiendo. “Soy una persona que me he dedicado a estudiar permanentemente a través del conocimiento y el aprendizaje constante”, afirmó, al referirse a su carrera académica.
Pero no solo de libros vive Fernando. Mientras estudiaba, también comenzó a trabajar en el campo de la contaduría, lo que le permitió aplicar sus conocimientos en el mundo real. “En ese momento, empecé a estudiar técnicas y, al mismo tiempo, a laborar haciendo contaduría y tomando diplomados y seminarios”, explicó.
No conforme con su formación inicial, Fernando continuó su camino de aprendizaje sin descanso. Se especializó en administración, homologó materias, y siguió con su formación académica realizando diplomados y seminarios. Incluso, en el año 2003, completó sus estudios de ingeniería en la Universidad Remington, lo que significó un paso más en su arduo proceso de formación integral.
“Todos los días me seguía capacitando, haciendo diplomados, seminarios y tecnologías en mi carrera. Estuve realizando entre seis o siete diplomados. Realicé una especialización en mercadeo y luego me adentré en el mundo de la alta gerencia. También soy técnico en sistemas y finanzas”, añadió Fernando.
Pero no solo su vida académica y profesional ha sido destacable. Fernando ha sabido equilibrar su carrera con su vida familiar. Vive con sus padres y su hermano en el barrio Los Colores, un entorno que ha sido clave en su motivación y éxito.
“Mi principal motivación es que desde pequeño mi mamá me decía que podía lograr cualquier cosa si me lo proponía, que podía llegar muy alto con esfuerzo y dedicación”, recordó con cariño, haciendo referencia al apoyo incondicional de su madre.
Pese a su intensa carrera académica y profesional, le gusta divertirse y realizar actividades recreativas. “Me gusta también divertirme, ir de paseo, bailar tango, porro, gaita y cumbia. Siempre he sabido balancear mi vida”, afirmó.
Hoy, con tres pregrados, dos especializaciones, una maestría, un doctorado, dos técnicas y más de 40 diplomados, Fernando sigue buscando nuevas metas. “Estoy pendiente de que la Universidad de Esumer me apruebe para estudiar una especialización en formulación de proyectos, y si es posible, una maestría. Mi objetivo es seguir avanzando en el ámbito académico”,
Fernando se proyecta a seguir aprendiendo, incluso con la intención de alcanzar un récord en Colombia y a nivel internacional por su número de titulaciones. Especialmente en el campo de las finanzas y los presupuestos, áreas que le apasionan profundamente.
“Soy un tipo que tiene metas claras, que toda la vida ha estudiado y que va a seguir estudiando”, dijo con seguridad.
A sus 50 años, sigue soñando con nuevos retos y alcanzando nuevas metas, demostrando que, para él, el aprendizaje nunca termina.
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“Nos entregaron pies, no cuerpos”: familias denuncian presuntas irregularidades, tras accidente aéreo en Urrao.
Familiares de algunas víctimas del trágico accidente de avioneta ocurrido en Urrao, Antioquia denuncian presuntas irregularidades en la recuperación de los cuerpos de sus seres queridos.
Aunque las autoridades informaron inicialmente que los cuerpos ya habían sido extraídos del siniestro, los familiares de Raquel, Miguelina y Santiago aseguran que aún faltan tres cuerpos por encontrar.
Revelaron que cuando acudieron a la sede de Medicina Legal, en Medellín, para recibir los restos de los fallecidos, se encontraron con una inesperada sorpresa: en lugar de los cuerpos completos, se entregaron únicamente cuatro extremidades inferiores que, de acuerdo con los peritajes, pertenecerían a sus familiares.
Este hallazgo ha generado una fuerte incomodidad y malestar, según ellos, porque recientemente les informaron que los cuerpos fueron recuperados en su totalidad y no por partes “nos sentimos completamente engañados y devastados. Nos dijeron que ya tenían a nuestros familiares y al final solo nos entregaron pies. Esto no es una recuperación completa, es un trato irrespetuoso”, expresó un familiar visiblemente afectado por la situación.
Hasta el momento, las autoridades no han emitido un pronunciamiento oficial sobre el caso, pero se espera que continúen las labores de búsqueda en la zona del accidente para localizar los restos de Raquel, Miguelina y Santiago.
La familia exige respuestas inmediatas y un trato digno para continuar con el proceso de duelo de manera adecuada, luego de haber sido sorprendidos con lo que ellos califican una “falta de claridad y transparencia en la información proporcionada por las autoridades”.
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“Entero no hay nada, excepto la cola de la aeronave”. Habla piloto que avistó avioneta siniestrada en Antioquia
Miguel Gnecco, un piloto curtido por décadas de vuelos, se convirtió en los ojos de la tragedia: desde su cabina y, desafiando un océano de árboles de 50 metros, fue el primero en encontrar los restos de una aeronave desaparecida, en Urrao. Gracias a él, fue posible ubicar el lugar del siniestro, donde murieron los 10 ocupantes que viajaban desde Juradó hacia Medellín. La entrevista, en Exclusivo Colombia.
En el corazón de una selva impenetrable, donde la civilización parece un rumor lejano y los árboles desafían las alturas del cielo, Miguel Gnecco escribió una página inolvidable en la aviación. Con 42 años de experiencia en el aire, el piloto jamás imaginó que un día su habilidad para volar le permitiría resolver un misterio que mantenía en vilo a los antioqueños: el paradero de una aeronave siniestrada en una zona de difícil acceso, en jurisdicción de Urrao.
Gnecco, conocido por su temple de acero y su instinto casi sobrenatural para detectar lo invisible, despegó aquella mañana con una misión clara: localizar los restos del avión que, el día anterior, había desaparecido sin dejar rastro.
Durante horas, Gnecco voló sobre un inmenso océano verde. Arboles de 50 metros se alzaban como guardianes silenciosos, ocultando cualquier indicio de vida o muerte bajo sus copas frondosas. Desde el aire, parecía imposible distinguir algo más allá de la densa maraña vegetal.
“Me devolví sobrevolé más bajo y ya logré ver el color azul de la cola del avión. El avión como tal no tenía forma, había muchos pedazos en el área mezclados con vegetación, los árboles que había tumbado el impacto”, relató Gnecco. Con cada vuelta, el combustible disminuía y la esperanza flaqueaba, pero su instinto lo obligaba a seguir, aunque el mal tiempo se atravesó en el objetivo de encontrar a la aeronave y sus 10 ocupantes.
Finalmente, tras varias horas de vuelos en círculos agotadores, ocurrió lo inesperado. En un claro diminuto, apenas perceptible entre los gigantes verdes, Gnecco regresaba a Medellín, a la espera de instrucciones para continuar al día siguiente con la búsqueda, pero durante el vuelo divisó lo que parecían ser fragmentos metálicos reluciendo débilmente bajo el sol. El corazón le dio un vuelco “el impacto fue bastante fuerte una alta velocidad entero no hay nada excepto la cola de color azul que quedó a unos 20 metros abajo del cerro el resto está totalmente deshecho “.
Cuando descendió para observar mejor, Gnecco pudo confirmar lo que temía: el avión estaba en ruinas, reducido a un amasijo de metal retorcido que hablaba de la violencia del impacto “claramente desde que se perdió la señal hasta que impactó se iba en un descenso, pero nadie sabe bajo qué circunstancias, eso lo dirá la investigación que se está llevando a cabo. El mal tiempo es un factor determinante para el accidente”.
Las dificultades no acababan ahí. La densa vegetación y los árboles de 50 metros hicieron imposible un descenso cercano. Gnecco notificó a la Aerocivil y regresó a Medellín porque le quedaban 45 minutos de vuelo por el combustible. Un día después de ser avistada la aeronave, fue hallada gracias a las coordenadas que entregó el experimentado piloto, pero ninguno de los ocupantes sobrevivió.
Cinco de las víctimas eran integrantes de una misma familia:
- Angie Sanclemente (MAMÁ)
- Greimar Castro Sanclemente (8 años).
- Grettel Castro Sanclemente (4 años).
- Raquel Palacios (ABUELA)
- Cristal Sofía Hernández (15 años)
Hoy, cuando se le pregunta por ese día, Gnecco simplemente responde con una expresión melancólica: “alegría momentánea de encontrar la aeronave porque era el propósito del día, pero mucha tristeza de ver que sobrevivientes no hay. Debido al fuerte impacto se desintegró la aeronave, según lo que yo vi y, mucha tristeza. Lamentable accidente “.
Su historia, más que un relato de aviación, es una lección sobre la perseverancia y la capacidad humana para encontrar respuestas, incluso en los lugares más hostiles y remotos del mundo.
Miguel Gnecco es piloto comercial de aviones y helicópteros, tiene 64 años, de ellos ha dedicado 42 años a volar en importantes compañías en Colombia y el mundo. Tiene 17 mil horas de vuelco en en helicóptero, 2 mil en avión y ha sobrevivido a tres secuestros, dos de ellos orquestados por las Farc, en 1997 y 2003 en Carmen de Atrato y Villalobos, Huila
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La música como herramienta de transformación social: La historia de Conde Musik
La vida de Alejandro Cataño, conocido en la industria musical como Conde Musik, es un testimonio de pasión, dedicación y un profundo compromiso con el poder transformador de la música. Con 11 años de experiencia en el mundo musical, ha recorrido un camino lleno de aprendizajes y desafíos que lo han llevado a profesionalizar su carrera y a descubrir un propósito mucho más allá de los escenarios: enseñar y llevar la música a aquellos que más lo necesitan.
Desde muy joven, Alejandro estuvo rodeado de música. Participó en coros y orquestas, lo que despertó en él un amor por el canto y la composición. Con el tiempo, esa pasión lo llevó a estudiar música en la Universidad de Antioquia, donde se especializó en canto popular.
En sus años de formación, desarrolló una comprensión más profunda de la técnica vocal y la teoría musical, herramientas que hoy le permiten tener una carrera sólida como músico y maestro. “La música ha sido mi vida desde siempre. Es más que una carrera, es una pasión que no se puede explicar, algo que se lleva dentro y que nunca me ha dejado“, dijo Alejandro, reflejando lo que ha sido su relación con la música a lo largo de los años.
Pero su historia no se limita a los estudios y la ejecución musical. Alejandro señaló que, “desde 2019, emprendí un nuevo camino, uno en el que la música se convirtió en un medio para el cambio social y decidí compartir mi conocimiento y experiencia con las nuevas generaciones, comenzando a impartir clases de música y técnica vocal en diferentes colectivos, academias y universidades de Medellín”.
A través de estas actividades, no solo consolidó su carrera como educador, sino que también comenzó a percibir el impacto que la música tiene en la vida de los estudiantes. “Siempre supe que la música podía transformar vidas, pero al dar clases descubrí que también era una herramienta para sanar, para conectar con los demás de una manera profunda y única”, afirmó el músico.
Sin embargo, uno de los hitos más significativos en su trayectoria profesional llegó en 2023, cuando fue invitado a ser profesor en el Instituto Tecnológico Metropolitano (ITM) para trabajar con mujeres privadas de la libertad en la Cárcel de Pedregal, en Medellín. Esta experiencia marcó un antes y un después en su carrera, ya que no solo se trataba de enseñar música, sino de ser parte de un proceso de sanación y reintegración social a través del arte.
En este contexto, Alejandro impartió clases de iniciación musical, guitarra, piano, teoría musical y técnica vocal a más de 80 mujeres, algunas de las cuales habían vivido experiencias de violencia y trauma en sus vidas. “Lo más impactante de todo fue ver cómo la música les ayudaba a abrir su corazón. No solo se trataba de aprender a tocar un instrumento, sino de sanarse, de entender que aún podían soñar y transformar sus vidas“, comentó Alejandro con emoción. Para él, enseñarles música no fue solo una forma de transmitir conocimiento, sino una manera de acompañarlas en su proceso de transformación personal y colectiva.
El impacto de este proceso fue significativo, tanto para las estudiantes como para él. En las clases, las mujeres no solo aprendieron a tocar instrumentos y a entender la teoría musical, sino que también encontraron un espacio seguro para expresar sus emociones, sus historias y sus sueños. A través de la música, muchas de ellas pudieron superar barreras emocionales, sanar heridas profundas y encontrar nuevas oportunidades para su vida.
“Ver cómo las mujeres se transformaban, cómo sus ojos brillaban al aprender y descubrir lo que podían lograr, fue una experiencia que nunca olvidaré“, expresó Alejandro.
El trabajo de Alejandro en la Cárcel de Pedregal es un ejemplo claro de cómo la música puede ser una herramienta poderosa para la reintegración social. A través de la enseñanza, no solo les dio a las mujeres nuevas habilidades, sino que también les ofreció una forma de verse a sí mismas de una manera diferente: como creadoras, como artistas, como personas capaces de transformar su realidad. “Es increíble lo que puede lograr la música. No solo ayuda a sanar, sino que también empodera, motiva y da esperanza a quienes más lo necesitan”, concluyó Alejandro.
Hoy en día, Conde Musik continúa su trabajo en el ámbito musical, pero su labor social sigue siendo una de sus principales pasiones. A través de sus clases y proyectos, no solo forma músicos, sino seres humanos más conscientes de su potencial y de su capacidad de cambiar el mundo que los rodea.
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