Lo que arrastre, sirve: comunidad de recicladores vive de la basura y el sedimento de la quebrada Altavista, en Belén
A pesar de las regulaciones, muchas quebradas en Medellín están bajo el asedio de la contaminación y arrastran lo que llegue a estas, provocando que en ciertos puntos se acumule basura y arena. Uno de estos puntos es aprovechado por obreros y recicladores en Belén Granada, quienes encuentran un sustento en lo que para muchos son desperdicios. Pero el río no solo arrastra desechos: en múltiples ocasiones han sido hallados cadáveres que se quedan atrapados entre el afluente y los escombros.
La quebrada Altavista de Medellín nace en el corregimiento que lleva su nombre y recorre gran parte de la comuna 16 como los barrios Aliadas, La Gloria, San Bernardo, entre otros. Como muchas otras en la ciudad, recibe basura que es lanzada por inescrupulosos o simplemente es arrastrada por el caudal; además, por su constante recorrido, logra movilizar tierra y arena que se aprecian en uno de los filtros estipulados por la alcaldía distrital para separar los sedimentos del líquido para que estos no lleguen de lleno al río Medellín.
Dicho filtro está ubicado en la unión de la carrera 69B y la calle 30, lugar donde tanto recicladores como obreros y paleros han encontrado en lo que arrastra el río un sustento para sus actividades diarias. Esto dijo Darwin Ochoa, reciclador y jardinero, al ser preguntado sobre su relación con la quebrada Altavista y sobre lo que han encontrado tanto en su cauce como en el reciclaje del sector.
“Hay personas que de acá del río han sacado por decir una cadena, plata, de oro, cosas así, cosas que se pueden reutilizar. Hay muchas cosas, muchas cosas distintas”.
Otro de los recicladores, quien no quiso ser identificado, aseguró que en la quebrada y sus alrededores han encontrado todo tipo de elementos, y que, además, utilizan el agua que corre para su aseo personal.
“Nosotros hemos encontrado oro, plata. Celulares. Celulares cariñosos. ropa, todos los cambalaches. ¿Me entiendes? Cosas que… los ricos botan… Nosotros también utilizamos esa canalización para lavar la ropa, que uno ande bien. Nosotros podemos salir a la calle, pero no somos asquerosos”.
A pesar de esto, Darwin agregó que no solo hallan elementos de valor o reciclaje en dicho punto: al ser un filtro, lo que baja se queda varado, y como es conocido, las bandas delincuenciales de la ciudad arrojan cuerpos sin vida a las quebradas para ocultar su vil crimen, y son los recicladores, en dicho punto, quienes en reiteradas ocasiones se los encuentran y dan aviso a las autoridades.
“El río que arrastra, de todo, hasta cuerpos. De acá han sacado. De repente llega uno cualquier día acá y se encuentra con que de repente hay un cuerpo ahí, está la policía, la fiscalía, se encuentra uno muchas cosas”.
Por los sedimentos y desechos, el lugar tiene un olor fuerte a barro y a basura; a pesar de esto, también abundan las zonas verdes y árboles en las que encuentran refugio las personas que frecuentan el lugar ya sea para descansar o para buscar en el lecho del río los objetos que sobresalen en el filtro principal.
Los recicladores indican que dicho espacio, además de permitirles acceder a lo que arrastra el río, les da tranquilidad porque las autoridades al parecer no les molesta que estén presentes allí. Así lo dijo Ana Milena Caicedo Gómez, una de las recicladoras que vive en dicho punto.
“Yo vivo acá en la canalización de Belén. Hace ya más de 10 años vivo por acá. Vivimos de reciclaje. Aquí mismo cocinamos. Aquí mismo, pues, todo. ¿Qué tiene este punto como especial? Especial es que aquí no nos molesta Espacio Público. La tranquilidad. Aquí no le hacemos mal a nadie. El orden, mantenemos el orden”.
Algo que resaltan los habitantes de la canalización es que este punto ha generado estabilidad para formar una comunidad compuesta por 8 personas que, en sus palabras, “se cuidan las espaldas”. Explican que sí habitan la calle pero que están rehabilitados del robo y las drogas.
“Nosotros somos habitantes de calle, pero rehabilitados. Yo tengo mi casa, pero me gusta más la calle que la casa, ¿me entienden? Sí, yo también tengo mi casa. Yo quería a mi madre, yo quería a mis padres”.
Relataron que las mayores dificultades de vivir en dicho punto es la crecida de la quebrada o cuando las autoridades les decomisan las carretillas con las que trabajan. Al ser preguntados por cuál preferirían de las dos, responden que para el agua, al menos, tienen plásticos.
“Para el agua nosotros tenemos plásticos. Tenemos un plástico. A veces viene el Espacio Público y nos daña los plásticos, ¿me entienden? Para ellos también hay leyes, ellos nos están haciendo un mal a nosotros. A mí se me llevan esa carreta y haga de cuenta que a mí se me están llevando la vida. Yo llevo más de 15 años reciclando y siempre he tenido mi carreta”.
Sobre la relación entre ellos y la comunidad de Belén Granada, los recicladores, quienes son mayoría en el lugar, explicaron que cuando están quemando cables para extraerles el cobre, o cunando habitantes de calle se acercan al punto para consumir drogas, son amedrentados y amenazados no solo por la fuerza pública, sino, según dijeron, por integrantes de bandas criminales que les ordenan dejar el sector.
“Cuando los vecinos no se sienten acorde con los que están acá y que están tirando drogas, como le digo, llaman personas competentes, ya sea la policía o ya sean personas que mandan el sector o el pedazo, como le decimos acá en la calle, entonces, si no lo quieren ver acá, inmediatamente aparecen, amigo, colaborenos de acá, recoja y colaborenos de acá, inmediatamente, si usted no obedece, no hace caso, inmediatamente va a tener las consecuencias encima”.
Por último, los habitantes de calle y recicladores de dicho punto indicaron que lo único que ellos quieren es estar tranquilos y que cesen las amenazas, pues aseguran que no hacen mal a nadie y antes limpian la quebrada de basura y desechos para que la misma desemboque más limpia en el río Medellín.
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Un semáforo que da de esperanza: jóvenes del Valle del Cauca hacen piruetas con el balón para sostenerse, en Medellín
Son cinco jóvenes los que día tras día demuestran su talento con el balón en el semáforo de la calle 30, bajo el puente de la avenida Guayabal, cerca de la estación Industriales del Metro. Allí, aprovechan los 45 segundos en donde los automóviles se detienen para impresionar a propios y extraños, con el balón. El sueño de ellos es llegar a ser futbolistas y se la rebuscan para continuar viviendo en Medellín.
En las últimas décadas, Medellín se ha convertido en uno de los escenarios más importantes para el fútbol profesional colombiano por la proyección de talentos que surgen de las academias de la ciudad. Estas oportunidades atraen a jóvenes de todo Colombia, los cuales llegan esperanzados de conseguir un puesto en uno de los equipos profesionales de Antioquia, y con esto, cambiar la realidad que dejaron atrás en sus lugares de origen. Pero, aunque haya talento, el sostenerse en un lugar ajeno les cuesta a los jóvenes, que, en muchas oportunidades, vienen solos.
Este es el caso de 5 jóvenes oriundos del Valle del Cauca, quienes en las tardes frecuentan el semáforo de la calle 30 bajo la Avenida Guayabal, justo al lado de la estación Industriales del Metro, para pedir colaboración luego de demostrar sus habilidades con el balón a los ocupantes de los carros que paran en dicho sitio. La premisa de su “show” es no dejar caer el balón, por lo cual cada uno se ubica en una esquina de la calle y con diferentes maromas se colocan la esférica en el pecho, la espalda, las rodillas y los pies, sin que la misma caiga al piso. Unos segundos antes de que el semáforo cambie, se desplazan hacia los automóviles para recibir monedas de los espectadores que hayan sido impresionados o que simplemente los quieran ayudar.
Germán Santiago es uno de estos jóvenes, y a pesar de que no es el mayor, dice ser uno de los más responsables y quien trata de cuidar al resto de muchachos que tienen entre 13 y 21 años. En entrevista con Exclusivo Colombia, este futbolista callejero reveló que además de buscar una oportunidad en Medellín, salieron de Cali para escapar de la violencia en sus calles, las mismas que les enseñaron a jugar fútbol.
“Venimos acá en busca de nuevas oportunidades, a jugar fútbol, a demostrar lo que uno tiene Claro. Aprendimos a jugar fútbol en el barrio, allá en Cali, es que, en Cali, pues hay mucha violencia, ¿no? Y pues, en la calle uno aprende muchas cosas, y uno aprende a jugar fútbol en la calle, en el barrio, claro”.
Como miles de jóvenes, esperan por la oportunidad de jugar fútbol profesional, el cual llaman “el sueño americano”. Germán espera que esta labor le permita ayudar a su familia.
“Principalmente uno se forma como persona, ¿no? Y pues, como todo el mundo, el sueño americano, debutar, ayudar a su familia a salir adelante, ¿no? Porque la mentalidad trasciende también. Y hay muchas personas que no lo ven desde ese punto de vista, pero el fútbol es una manera de salir, sacar a los suyos, ¿no? Eso es lo que uno espera a futuro Claro”.
Los muchachos hacen parte de una casa hogar, donde, según dijeron, hay jóvenes del Chocó y todo el litoral pacífico, los cuales entrenan en las mañanas, y se la “rebuscan” en las tardes a través de la generosidad o labores que les permitan tener unos pesos de más que sus familias, por la situación económica que enfrentan, no les pueden mandar desde sus lugares de origen.
“Nosotros entrenamos en la mañana, trabajamos aquí, vamos a la casa Y casi todo el día estamos entrenando, porque nosotros somos muy disciplinados, hermano, somos muy disciplinados. Antes en la Casa Hogar nos apoyan, porque ellos saben que nosotros somos muy independientes, a pesar de todo, nosotros siempre estamos tratando de rebuscárnosla y de tener sus propias cosas y ganar sus cosas por sus propios méritos.”
Al preguntar si disfrutan demostrar sus habilidades en los semáforos, respondieron que sí les gusta, pero que si tuvieran otras opciones, estarían primero que esta actividad que realizan al sol y al agua, con incertidumbre sobre cuánto se pueden ganar y con el riesgo de ser atropellados por un conductor incauto.
“Nosotros nos divertimos, no te miento, pero si nosotros tuviéramos mejores condiciones, nosotros no haríamos esto”.
El joven Germán Santiago frunce el ceño y piensa más su respuesta al ser preguntado sobre las verdaderas posibilidades que ellos puedan tener para llegar al fútbol profesional, por temas de patrocinio, favoritismo y factores socioeconómicos que muchas veces, a pesar del talento, los jugadores no pueden resolver. Su mensaje fue que ellos van paso a paso, y espera que, al momento de la verdad, las personas que escojan a aquellos que llegarán al fútbol profesional, midan con la misma vara a todos.
“Siéndote sincero, ahorita mismo uno está esperando qué le trae el futuro, uno se esfuerza, pero pues Uno no decide eso, porque acá también depende mucho de la situación económica de las personas. Es complejo, es complejo, porque he visto casos que, si uno no tiene la suficiente plata, pues no llega, pero yo no pongo eso como excusa, mi talento habla por mí”.
Finalmente, los jóvenes manifestaron que seguirán rebuscándose la vida con el balón en dicho semáforo, acompañados unos con otros para esquivar los riesgos que las calles de Medellín poseen, y con la fe intacta de que llegará el momento de demostrar todo el talento para conseguir el sueño que los hizo recorrer todo Colombia y que les puede permitir un futuro mejor tanto para ellos como para sus familias.
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Con un vivero, un extranjero y su pareja busca cambiar realidades sociales en Medellín
Ave del Paraíso, el Taller de Cerámica, Vivero y Laboratorio Cultural ubicado en la comuna 4 – Aranjuez de Medellín, además de alfarería y botánica, desarrolla actividades de integración social que la han convertido en un punto de referencia para la comunidad, en especial de los jóvenes, que encuentran en dicho espacio una alternativa al panorama complejo en por las diversas problemáticas que vive dicha comuna.
Aranjuez es una de las 16 comunas del distrito de Medellín, está ubicada en el nororiente de la ciudad y comúnmente es referenciada porque en esta se encuentra la Universidad de Antioquia, el cementerio San Pedro y el Jardín Botánico. Además de esto, dicha comuna ha sido parte de la coyuntura del crimen en la ciudad de Medellín hasta la actualidad, realidad que permea a sus habitantes, en especial a la juventud.
A pesar de esto, un espacio de Aranjuez ha destacado por lograr juntar tanto su labor de subsistencia como el trabajo social para permitirle a la comunidad tener una alternativa a las realidades negativas que viven en el territorio; por estas realidades Ave del Paraíso, nació como un sueño de Maira Montoya y Damián Castillo, una mujer paisa y un hombre argentino que readaptaron un lote del sector para convertirlo en una huerta donde se pudieran dar cursos de cerámica y las personas pudieran reunirse con tranquilidad.
En entrevista con Exclusivo Colombia, el cofundador de Ave del Paraíso, Damián Castillo, relató que está radicado en Colombia desde el 2016 y que el taller es idea principalmente, de Maira, su pareja sentimental. Al mencionar el tema del orden público y el rol del Ave del Paraíso en Aranjuez, Damián aclaró que lo que ofrece dicho espacio es una alternativa a la juventud, no solo con un entorno seguro sino con las actividades que en él se realizan, las cuales están encaminadas a valorar el medio ambiente y a fomentar la creatividad.
“En un territorio complejo como Aranjuez, donde el orden público presenta desafíos significativos, Ave del Paraíso se esfuerza por ofrecer a los jóvenes una alternativa valiosa. Nuestros espacios no solo proporcionan un entorno seguro y creativo donde pueden aprender nuevas habilidades y conectar con otros, sino que también les brindan el micrófono para expresar sus ideas, sentimientos y talentos”, manifestó.
Algunas de las actividades con las que Damián indicó que buscan ser una alternativa para la realidad de la comuna son: talleres de alfarería, actividades botánicas, eventos culturales, y presentaciones de talentos locales. Además, describió la importancia de estos espacios:
“Estos espacios permiten a los jóvenes escapar, aunque sea por un rato, de sus realidades adversas, fomentando un sentido de pertenencia y orgullo en su comunidad. Creemos que esta combinación de creatividad y visibilidad es fundamental para construir un sentido de esperanza y resiliencia en medio de los desafíos”.
Al ser consultado por qué consideran dicho espacio un laboratorio cultural, el gaucho respondió que dicho apelativo se da por la afluencia de personas con diferentes pensamientos y creencias en el espacio.
“Es un lugar de exploración y experimentación, hemos convertido este espacio en un punto de encuentro para la comunidad, nos dedicamos a fortalecer la comunidad a través de iniciativas que conectan la creatividad con la naturaleza”.
Damián agregó que gran parte de la confianza que ha adquirido el lugar por parte de la comunidad es por su oferta variada de servicios diferenciales, en alianza con diferentes entidades, que, según dijo, permitieron que las personas se acerquen y confíen en que Ave del Paraíso es un lugar seguro.
“Hemos realizado talleres de alfarería para adolescentes y adultos, abiertos a toda la ciudad y el Área Metropolitana en colaboración con Presupuesto Participativo y el Centro Cultural de Moravia. También hemos acercado a los más pequeños al mundo botánico mediante actividades con Instituciones Educativas, y en nuestros festivales hemos apoyado a pequeños emprendedores y marcas locales, ofreciéndoles una plataforma para crecer a través de nuestros bazares”.
Para integrarse a la comuna, el argentino radicado en Medellín explicó que fue producto de un esfuerzo a través de múltiples etapas, enfocadas en construir confianza, colaboración y un impacto positivo en la comunidad. En las etapas lograron evidenciar las necesidades de las personas, alianzas con la institucionalidad, actividades educativas, entre otras.
“Este proceso de integración ha permitido que Ave del Paraíso se convierta en un pilar importante dentro de la comuna, creando un espacio donde la creatividad, la naturaleza y el bienestar social se entrelazan para beneficiar a todos”.
Por último, para el futuro, Damián aseguró que Ave del Paraíso está orientado hacia la expansión y profundización de su impacto social. Para ello buscarán incrementar sus alianzas comunitarias, mayor oferta de talleres y actividades culturales y artísticas, y generar redes de apoyo; con el objetivo de crear un impacto duradero en la comunidad, ofreciendo alternativas positivas y recursos que puedan ayudar a mejorar las condiciones de vida y fortalecer el tejido social.
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Un argentino y su pareja paisa están comprometidos con la cultura y el trabajo social en Aranjuez. Buscan mejores alternativas para los jóvenes de esa comuna históricamente compleja con diversas realidades en el entorno.
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“Darle de comer al hambriento”, mujer lidera entrega de ayudas a habitantes de calle, debajo un puente en Belén
Desde hace 2 años, una mujer adulta mayor de la comuna 16, del distrito de Medellín ha ayudado con alimentos, cobijas, ropa y regalos a los habitantes de la parte baja del puente de la quebrada El Chocho, sobre la carrera 76 con calle 28, cerca al Parque de Belén. Guiada por su fe, y convencida de hacer la diferencia con sus actos, semanalmente cocina los alimentos para llevar el almuerzo los sábados, domingos y lunes a aquellas personas que tienen hambre, y por ahí derecho, aprovecha para entregarles alimento espiritual a través de la Biblia de la iglesia de Roma, con el objetivo de sean conscientes de su situación y busquen recuperarse.
Lo primero que aclaró, en entrevista con Exclusivo Colombia, es que “la mano derecha no debe saber lo que hace la mano izquierda”, por ello, optó por utilizar el seudónimo de Mariana, para evitar reconocimientos que, según dijo, solo se los merece Dios. Como crítica a la sociedad actual y a muchos de los fieles de su iglesia, indicó que el sacrificio es necesario para seguir las enseñanzas de su fe.
Con ayuda de otras personas que comparten sus ideales, Mariana prepara los alimentos y siempre procura que el caldo esté caliente. Además, aseguró que estos espacios permiten que aquellas personas bajen la guardia que, por su realizad, siempre está arriba para prevenir ataques o robos. La mujer dijo que los habitantes de calle, después de comer expresan sus dolencias y sentimientos.
“Lo que se da es un almuerzo. O sea, viene el seco y se da también caldo de carne. Pero más que ese almuerzo es la lectura del evangelio antes de dar eso y una oración bendiciendo los alimentos. Estas personas se alimentan físicamente y cuando termina esta parte muchos se quedan y nos comentan sus cosas, sus dificultades. Muchos han manifestado su necesidad de salir del problema que viven porque es que la calle es muy dura y se ha podido a través de otras entidades remitir a estas personas”.
Sobre el lugar en el cual entrega los alimentos, le dijo a este medio de comunicación que buscó un lugar donde la necesitaran, y que no necesariamente debía ser lejos, por ello optó por los habitantes del puente cerca al parque de Belén, el cual es regularmente habitado por una población fluctuante e indicó que muchas veces no encuentra las mismas personas o las vuelve a ver después. Para ingerir los alimentos, hace que salgan de la oscuridad que representa la parte baja del puente y los ubica, en una mesa improvisada, en la acera.
Y es que en los dos años en los que ha prestado esta desinteresada labor social reporta que se han entregado, a julio de este año, 2.604 almuerzos, 101 cobijas, 70 prendas de ropa, 30 mercados y 80 regalos navideños. Lo que la conmueve es el agradecimiento que demuestran los beneficiados por su obra.
“Yo siento que estas personas son más agradecidas que uno mismo. A mí Jesucristo me ha dado todo en la vida. Y yo veo en muchas formas lo desagradecida que yo soy, que yo muchas veces no valoro las cosas que tengo. Y estas personas son capaces de compartir, de llegar. Yo reparto un límite de alimentos. Yo llevo 23 platos y llega el número 24 y el que está de 23 le dice, ah, tenga. O lo comparte o le regala el plato”.
Sobre la rehabilitación de las personas en condición de calle, respondió que ella guía a quien se lo pida a las entidades que pueden ayudar, pero aún así, sigue siendo un proceso complejo. Algo que le sorprendió fue la sinceridad que encontró en los habitantes de calle al mostrarse tal cual son.
“Son muy simpáticos, son muy graciosos. Y sobre todo que el alma tan transparente que tienen. O sea, si ellos están por robar, se presentan como ladrones. Si ellos están en el mal, ellos dicen, es que yo soy un asesino. O sea, de frente nosotros hacemos las cosas solapadamente y nos creemos los más buenos y los mejores. Esta gente es frentera”.
Por último, Mariana hizo un llamado a la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, alegando que si hay fe debe haber sacrificio a favor de las personas menos favorecidas, independiente de las creencias religiosas de cada individuo.
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En Medellín, usted se puede hacer un corte de cabello desde 2 mil pesos.
José Darío Zapata González tiene 90 años y trabaja como peluquero, debajo de la línea del Metro en Prado. Sus servicios cuestan $2.000 pesos, dinero que utiliza para pagar el inquilinato en el que vive. Trabaja para sobrevivir y le gustaría tener apoyo del estado para poder descansar.
En diferentes locales y centros comerciales de la ciudad de Medellín se han hecho públicos exorbitantes precios de los servicios de barbería y peluquería para personas con los más refinados gustos en el cuidado del cabello. En redes sociales se ve como los barberos y peluqueros con cremas oscuras, vapores y herramientas de último modelo retocan a sus clientes cobrando sumas en ocasiones irrisorias. A pesar de esto, en la misma ciudad, hay una persona que corta el cabello con la misma actitud, pero con una considerable diferencia en cuanto a lo monetario se refiere.
José Darío Zapata González es uno de los peluqueros ambulantes ubicados bajo la línea del metro, cerca de la estación Prado. Su puesto se compone de una silla de barbería para el cliente, una de plástico para él, una tabla colocada sobre una bicicleta con un mantel, donde pone sus implementos como un tarro de agua, alcohol, unas tijeras de papelería, una máquina de peluquería, entre otros. Como varias personas en dicha cuadra del centro de la capital de la montaña, encuentra en este oficio el sustento para vivir, pero a diferencia de sus iguales, tiene una tarifa por demás particular: cobra desde $2.000 pesos colombianos por un corte de cabello.
Exclusivo Colombia conversó con Darío, como es llamado en el sector, relató que es uno de los antioqueños que a lo largo del siglo XX emigró del campo a la ciudad. Desde el inicio reconoce la labor agricultora de sus padres en Betulia, suroeste de Antioquia, pueblo del que partió hace 75 años, cuando aún era un adolescente de 15 años. A hoy, con 90 años y una vida entera en sus espaldas, reconoce que con 3 o 4 clientes que le paguen la motilada a $2, $3, o si tiene suerte, a $5.000 pesos, puede estar tranquilo para pagar el inquilinato donde vive en el centro de la ciudad.
“A las personas que me manifiesten necesidad, yo vengo a servirles en lo que sea posible. Un corte de $2,000 pesos, lo hago normal. Común y corriente, como si fuera de $20,000”. Aseguró.
Explica que su técnica es tan especializada por los más de 70 años en el oficio, que incluso podría cobrar hasta 20 mil, pero sus clientes no son tan adinerados, por ello dice que su valor se acomoda a los ingresos de sus clientes, que son escasos, como los de él, pero que su intención es prestar un servicio bueno, bonito y barato.
“La cantidad de clientes al día es un poquito irregular, pero unos tres o cuatro al día, eso me alcanza para pagar el inquilinato”. Vivo muy agradecido de mi labor porque a mi edad aún me da para subsistir”.
Como todos los adultos mayores en este país de escasos recursos piden la ayuda del Estado, así sea con la comida diaria, porque en ocasiones la situación se torna más compleja; en ocasiones, solo se hace un corte y eso no alcanza para nada.
Sobre sus ocupaciones, respondió que toda la vida ha sabido el arte de cortar el cabello, pero que cuando llegó a la ciudad de la eterna primavera se desempeñó por más de 40 años como chofer de bus de transporte público, y según él, con mucho honor, no tuvo ni un solo accidente durante sus años de servicio.
“Yo vengo de cuna de agricultores y me vine hace 75 años de Betulia para Medellín, buscando la manera de subsistir de otra manera, aparte de la agricultura. Tuve la oportunidad de vincularme al gremio de los buseros y manejar los buses urbanos durante 41 años, con el orgullo de haber tenido todo ese tiempo de trabajo y sin tener el primer accidente”.
Darío relata que la vida bajo la línea del metro es insegura, por lo cual ha tenido que aprender a vivir con incertidumbre para poder sobrevivir entre los bazares de venta de ropa, juguetes, pero como tas las zonas deprimidas, hasta sustancias ilegales que se congregan en dicho punto, generando un espacio asequible a las personas en extrema pobreza o situación de calle en la ciudad de Medellín.
“La vida en Prado se maneja un poquito de inseguridad. Le tocaría a uno aprender a vivir, a convivir con la inseguridad también. Por lo menos vivo muy agradecido de mi labor, muy agradecido de Dios y de mi labor. Porque a la edad que tengo, yo tengo 90 años, y a la edad que tengo todavía me da para subsistir, para vivir”.
Aunque lo parezca, no está solo en este mundo. Este peluquero de 90 años y cerca de 1,90 de estatura tiene 3 hijos a los cuales dice que quiere mucho. La mayor de ellos es una mujer, que, según Darío, apenas sobrevive; su otro hijo está en situación de calle y su tercer hijo heredó su profesión, es peluquero ambulante como él, pero en otra zona de la ciudad.
“Por mala fortuna, mis hijos no tienen forma de ayudarme, porque una hija mayor con dificultades sobrevive, y otro de mis hijos es habitante de la calle. Y otro de los hijos es barbero transitorio, y yo les veo buena voluntad, pero ellos no les alcanzan para ayudarme a mí económicamente. Ellos me visitan y convivimos, simpatizamos, como buena familia”.
A Darío lo saludan varias personas que pasan por el ajetreado sector. Luis Fernando, uno de sus clientes, llegó a hablar con él y dijo que este señor, además de cortar el cabello, escucha y aconseja a quienes utilizan sus servicios.
“Yo vengo todos los días aquí, es como mi segundo papá. Y nos aconsejamos, nos hablamos, nos contamos nuestros problemas, nuestras situaciones. Hay días que hay para comer, hay días que no hay. Él me cuenta que hay veces que le pagan dos mil pesos, mil pesos, tres mil pesos por un corte. Por un corte, exactamente”, dijo Luis Fernando.
Por último, al responder sobre qué espera de la vida, el señor Darío se tomó su tiempo para hablar, e indicó que no añora riqueza, trabaja para poder comer algo cuando tiene hambre y le pide al gobierno que lo apoye económicamente para poder descansar mejor a sus 9 décadas de edad, en los cuales debe emprender el viaje en su bicicleta hacia las líneas del metro en Prado para conseguir un poco de dinero con la vocación que ha tenido siempre, la de peluquero, que le ha permitido tener sobrevivir, así sea de a $2.000 pesos por corte de cabello.
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De la plaza y los truhanes de Guayaquil: historia del primer desfile de silleteros
El emblemático evento nació en 1957 en lo que era el viejo Guayaquil
Los viejos todavía guardan la plaza Cisneros en sus recuerdos. Por los vericuetos de la memoria saltan imágenes de la tropelía, las putas y los borrachos que cabeceaban en Guayaquil, un puerto al que solo le faltó el mar y que, como los demás de su clase, ofreció variedad de aventuras, vicios y placeres. Eso sin mencionar las cuchilladas y los machetazos que hacían brotar la sangre caliente y espesa.
¿Qué tienen que ver todas esas cosas con el Desfile de Silleteros, el centro de este artículo? La respuesta más obvia es la siguiente. En 1957 se celebró la primera Feria de las Flores. No se hizo en agosto, como ahora, sino en mayo, porque ese es el mes en que las flores revientan en colores. El lector dudará de ese postulado y dirá que estamos en el trópico y las floraciones se dan durante todo el año. En efecto, fue una cuestión esnobista la de pretender que las flores acá, entre montañas y cañones, desplegaran los pétalos en sincronía con sus semejantes del hemisferio norte.
Hay que decir, también, que el impulso de la naciente feria se hizo con el fin de mover la economía, que para entonces andaba lentamente. Esa primera edición, recuerdan los viejos y los recortes de prensa, fue muy sobria en comparación de lo que se hace ahora, cuando abundan los tablados y conciertos de toda suerte de música.
Hagamos un pequeño inventario de la Medellín de la época. A mediados de siglo, la ciudad había comenzado a recibir a miles de campesinos que llegaban de sus tierras sin más que la ropa puesta y un machete al cinto. Si bien la gran ola migratoria comenzó en los 60, después del bogotazo llegaron a Medellín muchas familias, especialmente de origen liberal. Se fueron asentando como pudieron, en las laderas.
Muchos de ellos eran los que acudían a Guayaquil bien fuera a trabajar, vender o comprar verduras, o bien a beber y desfogarse con las prostitutas.
Un artículo publicado en El Colombiano en 2019 habla de lo que Guayaquil significaba para esa ciudad pacata y rezandera:
“Una ciudad que se fugó y que solo se puede reconstruir en la memoria a través de evocaciones de la casa, la esquina o la calle, o de los instantes. Esa ciudad que lamentaba Mejía Vallejo, en Aire de Tango, cuando decía que Guayaquil ya no existía: “Se lo tragó el ensanche, o apenas vive en la memoria de algunas prostitutas que mascullan los recuerdos”.
En esa Medellín popular que olía a tubérculos, a carne curada, el alcalde Jorge Restrepo entregó una tarea muy importante a Efraín Botero Bernal, el administrador de la plaza de mercado: organizar el primer desfile de silleteros de Santa Elena.
¿Quiénes eran, para entonces, los silleteros? Eran campesinos que vivían cerca de Medellín, pero en otro clima, en el corregimiento de Santa Elena, un apacible poblado a casi 2.600 metros sobre el nivel del mar, 1.000 metros por encima de la ciudad. Encima de las montañas, con el buen empeño de los campesinos, las flores brotaban todo el año, como en una primavera perpetua.
Los campesinos de Santa Elena bajaban a pie y en mula a vender sus productos a la ciudad. No eran solo flores coloridas, como suele creerse, sino también tubérculos y legumbres que la gente compraba en la extinta plaza de Cisneros.
Pues bien, el administrador de la plaza hizo caso al pedido del alcalde y organizó, como pudo, el primer desfile de silleteros venidos desde Santa Elena. Fueron cuarenta los campesinos que se inscribieron y caminaron con sus silletas a cuestas por las calles de Medellín.
El éxito de ese primer desfile fue tal que para el año siguiente fueron cien los participantes. Como pasa con todo, la tradición se permeó de mercantilismo y publicidad, lo que no está mal a priori, pero eso cambió su concepción.
El desfile se celebrará el 11 de agosto de este 2024 en las categorías siguientes:
- Silleta Tradicional: recrea la silleta utilizada por los campesinos de Santa Elena para comercializar sus flores. Su tamaño es de 90 x 80 centímetros y reúne la de mayor variedad de flores tradicionales en ramilletes enteros y amarrados.
- Silleta Monumental: es la silleta de mayores proporciones, con medidas aproximadas de 2 x 2 metros. Nació de la creatividad de los silleteros a partir de las silletas tradicionales. Se elabora con flores en ramilletes enteros, con mínimo cuatro variedades.
- Silleta Emblemática: exhibe un mensaje educativo o cívico. Se elabora con flores pegadas o clavadas sobre una base de cartón o icopor.
- Silleta Comercial: es encargada por una entidad o empresa.
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Con vaca y muchos esfuerzos han mejorado 35 casas en Santo Domingo Savio: la meta es llegar a 100
Una propuesta ciudadana se dio a la tarea de mejorar 100 casas que estaban en malas condiciones
Carlos Andrés Mesa se levantó un día con una idea que al comienzo pareció irrealizable. Luego de caminar mucho por las laberínticas calles de Santo Domingo Savio, se puso a la tarea de reconstruir 100 casas. Y no es levantar casas lujosas o modernas, sino arreglar las que se están hundiendo.
La comuna 1 es la más pobre de Medellín según el estudio Medellín Cómo Vamos. Desde mediados del siglo pasado, la comuna se convirtió en receptora de miles de personas que llegaron huyendo de la violencia rural. Como pudieron se asentaron en la montaña, que por esos lados es muy escarpada, y ahí, entre lomas y cañadas, echando abajo los bosques que aún se resistían a la deforestación voraz, levantaron sus casas de cartón, tablas y plástico.
La población de la parte alta de la montaña comenzó a mediados del siglo pasado, después del asesinato de Jorge Elicécer Gaitán. El campo colombiano se convirtió en una trinchera en la que conservadores y liberales se sacaban las tripas. El Estado llegó unos años después, como pasa a menudo. Ahora está el metrocable y la malograda biblioteca España, rebautizada nororiental.
Aunque han pasado muchos años de esa migración, las casas siguen siendo las mismas, en especial en la zona más alta. Mesa, como era amigo de muchas de las personas que viven por allí, se dio cuenta de cómo era dormir en un rincón, sacándole el cuerpo a una gotera, o tener que abrigarse en la noche para protegerse del viento que se cuela entre las tablas.
Así pues, hace un año fue que Mesa se puso en la tarea de restaurar cien casas. Escogió esa cifra ambiciosa tal vez por sonora, tal vez por desafiante. Lo cierto es que hasta ahora, con las uñas, como se dice, ha restaurado 35 casas. Con ayuda de voluntarios, y con el músculo de donantes, ha reemplazado techos agujereados y ha revocado paredes. No ha sido una tarea sencilla, lo reconoce Mesa, pero no ha faltado quien se sume con entusiasmo.
Una de las primeras casas en ser reparada fue la de Floripina, una mujer que llegó a Medellín hace muchos años. Vino del Chocó, como tantos otros, huyendo de la violencia. Aunque lleva décadas en Medellín su hablar no ha abandonado la cadencia chocana. Un día, en una conversación informal, Floripina le dijo a Mesa que se mojaba más dentro que fuera de la casa. El techo era un colador.
Mesa entró a la casa de Floripina y comprobó que la lluvia se colaba por cada rincón. Caía sobre la cama, los trastos de la cocina. Floripina construyó su casa hace 10 años, en un lotecito que le cedieron, pero que luego le cobraron, y lo tuvo que pagar a cuotas. Vendía pasteles en el día y después, sola, con sus manos, intentaba levantar la casa.
La casa le quedó bien construida a Floripina, pero el tiempo empezó a hacer sus estragos. Las paredes eran de tablas hasta hace muy poco. Floripina, como muchos en el barrio, dice que nunca ha recibido ayuda estatal, pese a haberla solicitado desde hace años. Arreglar la casa de Floripina, por bonito y gratificante, es insignificante ante la cantidad de necesidades que hay en el barrio.
En frente de su casa vive Víctor Beltrán, desplazado de Apartadó, que llegó a La Torre hace 16 años. Como su vecina, levantó la casa él mismo, con tablas, y techo de zinc. Víctor fue otro de los beneficiados de la quimera de Mesa. La quimera que ahora toma un impulso de realidad y deja de habitar los sueños escurridizos de Mesa.
Y es que ya van 35 casas mejoradas. Mesa se convirtió en una institución del barrio. Además de echarse al hombro esta labor, es el líder de Lectores a la hamaca, un proyecto que pretende fomentar la lectura de los niños de la comuna 1. La historia es la siguiente.
En 2020, durante la pandemia, a Mesa tuvo una idea germinada gracias al ocio de las cuarentenas. Con una hamaca y unos cuantos libros se parchó en el mirador de Santo Domingo Savio, una gran plancha de cemento desde la que se columbra el Valle de Aburrá. Ese sitio era utilizado desde hacía tiempo por expendedores de drogas. Solo ahí, recuerda Mesa, había cuatro plazas de vicio.
A Mesa lo miraron con recelo en un comienzo, pero él insistió en instalar la hamaca y leer un libro. Entonces, en medio del humo de la marihuana, empezó a invitar a otros. Así nació Lectores a la hamaca, un proyecto que, desde entonces, ha ido creciendo lenta pero constantemente. Hoy no hay rastro de las plazas de vicio que se habían apoderado de la terraza. Sí hay, en cambio, 7.000 libros, todos donados, de los que la comunidad puede disfrutar.
Lectores a la hamaca y el mejoramiento de casas hacen parte ahora de un proyecto conjunto que busca un futuro diferente para el barrio.
Esta semana, Mesa comenzó la restauración de la casa número 36. Con la ayuda de voluntarios, como siempre, y sin cobrar un peso, echó abajo las viejas paredes y comenzó a levantar unas nuevas, unas más resistentes. Mesa no sabe cuánto tardará en arreglar cien casas. Si en un año pudo con poco más de treinta, las cuentas apuntan a que podría conseguir su meta en dos años. Y eso es mucho más de lo que el estado ha hecho en décadas.
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La inusual celebración nacional que se tomó a Itagüí por 72 horas
Con conciertos y desfiles se celebraron los 214 años del grito de independencia
Este año, como se dice de manera popular, Itagüí botó la casa por la ventana en la celebración del 20 de julio, la independencia nacional. Además de los clásicos desfiles con bandas marciales, en el municipio se celebraron conciertos con las estrellas de la música popular y vallenata: Jhon Álex Castaño y Pipe Bueno. Fue una conmemoración atípica que reunió a miles de personas en las calles y en el parque principal.
La celebración comenzó la víspera, el 19 de julio, con el lanzamiento del ballet folclórico de Itagüí. El lema de este año fue “Itagüí se pone la bandera”. El ballet, que tenía como eje principal los símbolos patrios, se presentó en el Teatro Caribe, legado de la administración anterior. Desde su inauguración, este se convirtió en el espacio cultural por excelencia del municipio. Dentro de sus instalaciones, por ejemplo, están exhibidas las obras del escultor Salvador Arango, discípulo de Arenas Betancur que consolidó una obra con una estética propia, sólida.
Volviendo al festejo patrio, el propio 20 de julio hubo un desfile que salió de Coltejer hacia el parque Principal, donde el alcalde Diego Torres subió a la tarima y dio un discurso corto. Exclusivo Colombia estuvo presente en el desfile y el discurso posterior.
Como si el clima se hubiera puesto de acuerdo, la tarde del día de la independencia fue límpida, con un sol alegre que puso de relieve el verde de las montañas. Pese al calor y a la inclemencia de los rayos que caían casi de manera perpendicular, una nutrida presencia de itagüiseños de vio en las calles, con banderines de Colombia y arengando canciones tan clásicas como Colombia tierra querida.
El desfile comenzó de manera solemne, pero sin perder el espíritu festivo, con la banda marcial de los adultos mayores. Con bombos, redoblantes y tamboras marcharon hasta el parque principal, donde todos se reunieron a emular el grito de independencia de hace 214 años.
Luego de los adultos mayores pasaron bandas del municipio. Aparecieron, entonces, los trombones, las cornetas, las trompetas y el xilófono. Pareciera un desfile que, con su cadencia, se dirigiera a un campo de batalla, a una montaña imprecisa en la que se jugaría la vida. Pero no, era una fiesta. Hubo bandas, por ejemplo, que además de tocar las canciones clásicas se aventuraron a interpretar ritmos de Michael Jackson.
Al final de la marcha estuvieron los soldados y los policías. Fueron, quizá, los más aplaudidos por la gente, que desde los balcones reconocía su autoridad y sacrificio. El desfile lo terminó la banda de la Policía, compuesta en su mayoría por mujeres. Con tamboras y bombos irrumpieron en el parque principal.
La fiesta, como se dijo, siguió en el parque con la presencia del alcalde, que estuvo acompañado de todo su gabinete. “Esto es una fiesta nacional donde le decimos gracias al Ejército, a la Policía, a la institucionalidad, porque Itagui no puede retroceder, porque esta es una ciudad distinta que cree en la fuerza pública y las instituciones”, dijo Diego Torres arropado con una bandera de Colombia.
El discurso del alcalde giró en torno a la prosperidad del municipio y a la capacidad de trabajo de sus ciudadanos. Sus palabras estuvieron apoyadas en la idea del orden y la lucha contra la delincuencia: “No cederé un centímetro, en Itagüí amamos el territorio, el Ejército y la Policía”, dijo. No hay que olvidar que el 20 de julio es día de discursos en la instalación del congreso y que este año estuvo marcado por las palabras de los opositores al presidente Petro.
La celebración terminó un día después con el concierto de Los de Yolombó, Pipe Peláez y Jhon Álex Castaño. No deja de llamar la atención una celebración de este calibre en un país que ha sido más bien apático por los símbolos patrios y en donde el patrioterismo y el nacionalismo no han calado demasiado hondo.
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Tango, graffiti, salsa y libros: historias de cómo cambiaron los barrios de Medellín
La ciudad se convirtió en un espacio fértil para el arte y la cultura
Medellín fue la ciudad de los 6.809 homicidios en un solo año, la de los bombazos, la del miedo sin fin. Fueron años aciagos los que atravesó la ciudad, una urbe que había crecido a la fuerza en un valle interandino, próspero y muy fértil. Nadie se hubiera imaginado que la apacible villa de comienzos de siglo habría de convertirse en una trinchera de la guerra, del horror. Pero, así como tocó el infierno, se levantó, y aunque no volvió a ser la de antes, tomó un rumbo inesperado.
Hay muchas expresiones artísticas que retratan a esa Medellín del horror, empezando por La vendedora de rosas o Rodrigo D, pasando al periodismo en No nacimos pa semilla o a la literatura en novelas célebres como El cielo que perdimos, de Juan José Hoyos, y La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo. Esta última es una hipérbole que muy bien describe a esa sociedad enloquecida que se volcó a la autodestrucción.
El Cielo que perdimos, en cambio, muestra a una ciudad que se está derrumbando, una ciudad en la que se cuentan los muertos, pero a nadie le importan esos muertos. Ya nadie presta atención a los comunicados de la Policía en los que se informa sobre los homicidios de cada noche. En eso se convirtió Medellín a finales del siglo pasado.
Paralelo a la violencia florecieron iniciativas en las esquinas de la ciudad, en los barrios empinados y alejados del centro. En El Picacho, en lo más alto de las montañas del occidente, nació una corporación para hacerle frente a la violencia, el abandono y la falta de oportunidades. Lleva más de 30 años brindando una nueva forma de ver la vida desde la ladera, una forma en que caben el arte, la cultura y la agricultura.
Del otro lado del río, en la comuna de Manrique, surgieron colectivos de baile que aprovecharon el alma tanguera del barrio. Mover el cuerpo, pasearse por una sala de baile, salvó a muchos de las garras de la violencia. Después llegaron otros ritmos que complementaron al tango.
La cultura fue para muchos un escape de la realidad que vivía la ciudad. Hay muchas de esas alternativas que sobreviven hasta el día de hoy. Es cierto que Medellín no es un remanso de paz. El año pasado cerró con 389 homicidios. La cifra es absurdamente más baja en comparación con el triste record de 1991, pero una vida humana perdida es una tragedia para toda una sociedad.
También es cierto que, ante los ojos de las autoridades, hay un gobierno criminal en Medellín que controla hasta los precios de los huevos y las arepas. Para cambiar eso, en el barrio La Torre, de la comuna 1, surgió un piloto de paz. Son 25 barrios los que se unieron para crear una comunidad de paz, para exigir que llegue el Estado y sea este el que imponga las normas y no “los muchachos de la vuelta”, como siempre ha sido.
Medellín, aunque tenga mucho por mejorar, no es la de antes, la de los años aciagos y la zozobra infinita. Y si es así es gracias a su gente, que se ha juntado para, desde las esquinas, decirle no a la guerra. Solo un arma ha empuñado toda esa gente: la cultura.
En Santo Domingo, hamacas y libros desplazaron a los combos
En el barrio La Torre hay una terraza que desde hace años fue ocupada por expendedores de droga. El sitio, que es un mirador, se había convertido en el horror de muchos. Pero hace casi dos años llegó Carlos Andrés Mesa, un líder social, que quiso transformar el panorama. Lo logró con muy poco: 350 libros y unas cuantas hamacas. “Hoy tenemos un espacio recuperado, lleno de cultura. Los niños vienen y leen en las hamacas. Con libros y cultura logramos desplazar el vicio”, comenta Mesa, el líder del proyecto.
Santo Domingo fue uno de los barrios más temidos de Medellín. Hoy, propuestas como Lectores a la Hamaca ofrecen un horizonte diferente a los niños. Tienen la posibilidad de vivir lo que tal vez sus padres no pudieron; a la guerra y las drogas les tocó cederle el espacio a los libros, las hamacas y los niños.
Manrique creó la ruta del tango
Manrique, el barrio tanguero por excelencia, el que creció junto al tranvía, tiene ahora una ruta turística. A finales de 2022 lanzó el “circuito” de la comuna 3, un recorrido que comienza en la 45, en la estatua de Carlos Gardel, y que continúa loma arriba, al ritmo de salsa o del quejido de un bandoneón. Hay mucho por ver, por contar, dicen sus habitantes, que ahora tienen un lema: “del barrio al mundo”.
La idea es dejar el estigma que cayó sobre el barrio, en especial entre los años 80 y los 90, pero que todavía pesa. En aquellos tiempos, como pasó con la ciudad en general, el barrio sufrió los estragos de la violencia, de una generación que crecía sin futuro, sin un horizonte posible. Catorce corporaciones, con la ayuda de cuatro fundaciones, pensaron en la esencia del barrio, es decir, qué era eso que podía ofrecerle al mundo.
La comuna 1 tiene su propio “grafitour”
La transformación de la comuna 13, que muchos llaman resiliencia, es conocida en todo el mundo. Su historia de violencia y superación es conocida por miles de turistas que llegan cada día a la ciudad. Pero en la montaña del frente, en la comuna 1, ha pasado casi desapercibido un proceso similar.
La propuesta está cerca de la siniestrada Biblioteca España, que hoy está en reparaciones. Se llama Museo Urbano de Memoria y tiene como fin mantener la memoria de lo ocurrido en esas laderas, desde la instalación del alcantarillado hasta los sucesos más dolorosos de la violencia. Este proyecto ha sido resaltado por la red Hacemos Memoria de la Universidad de Antioquia.
También tiene un espacio que se renueva cada 20 de julio con motivo de la Independencia. La comuna ya pasó por su peores días y el arte está ahí para que eso no se olvide, para que esos días no vuelvan nunca.
La Casa Morada en que se cultiva arte en la comuna 13
En la comuna 13 hay una casa diferente a las demás. Desde 2012 abrió sus puertas Casa Morada, un espacio para la creación artística y el “agroarte”, un modelo que permite conjugar la siembra con la agricultura.
Desde entonces, los habitantes de la comuna y la ciudad se han acercado a crear proyectos en pro de las comunidades. La comuna 13 fue uno de los territorios más golpeados por la violencia y, por si fuera poco, sufrió la Operación Orión. Muchos de los sobrevivientes de aquellas épocas han transformado el dolor en fundaciones y colectivos de arte que han cambiado a la comuna.
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En tiempos de celulares e Instagram, los fotógrafos de la Plaza Botero se aferran a sus cámara para no desaparecer
Historia de dos fotógrafos que llevan más de 20 años en la plaza
Cuando Ramón Durango comenzó a tomar fotos en la Plaza Botero, hace 23 años, no existían Instagram, Tiktok o Facebook. El celular más moderno en ese entonces era el Nokia 330, que daba una imagen en tonos verdes y servía para llamar, recibir llamadas y jugar culebrita, poco más. Tomarse una foto implicaba tener cámara y sacar el rollo para irlo a revelar. Los fotógrafos como Ramón se paseaba por la Plaza tomando fotos a una familia y a otra, sin detenerse.
El mundo ha cambiado mucho desde entonces, al menos en apariencia. Medellín es hoy una ciudad turística, muy diferente a la de 2001, que todavía cargaba la cruz de haber sido la ciudad más violenta del mundo durante los años 90. Ahora, la plaza, que está en todo el centro de la ciudad, es lugar de peregrinación de personas de todo el mundo. Los visitantes llegan para visitar las 23 esculturas que Fernando Botero le legó a la ciudad.
El plan, obviamente, incluye tomarse fotos con las esculturas. El objetivo: subir a redes sociales y dejar constancia de la visita. Los turistas, a diferencia del lejano 2001, llegan con sus celulares y posan. Se toman fotos que de inmediato van al archivo de Google y que en segundos se pueden subir a las redes sociales para que todos las vean.
Pues bien, Ramón, como en 2001, así parezca anacrónico, se resguarda del sol y ofrece fotos. Carga dos cámaras, una digital y otra que saca instantáneas. Ramón no hace parte de Asobotero, la asociación que reúne a la mayoría de venteros de la plaza. Él y los demás fotógrafos tienen rancho aparte y sostienen una rencilla con el jefe de Asbotero, Alberto Ávila, un hombre que se pasea con un pito y vigila la plaza. Exclusivo Colombia ya escribió un artículo sobre él.
Pero volvamos a lo que nos atañe en este artículo. Ramón es un hombre optimista. Aunque reconoce que el trabajo se ha venido a menos, dice que el éxito depende de la habilidad del vendedor. Aplica, sin decirlo, aquel adagio de que un buen vendedor vende hasta un hueco. Y eso, más o menos, viene siendo lo mismo que vender una foto impresa en tiempos de Instagram y celulares.
“El trabajo se ha venido a menos, obvio, pero yo puedo decir que nunca me he ido sin un peso para la casa. Cualquier cosa vende uno, lo importante es saber moverse y saber ofrecer”, dice Ramón.
Es un trabajo de persuasión. El cliente bien puede tomarse una foto con el celular y subirla a Instagram de inmediato, pero Ramón contraargumenta: la foto en papel dura más, se pierde si el celular se daña. Después de dar argumentos similares, algunos se animan a sacarse la foto física.
Ramón da dos opciones: la instantánea o la digital. La instantánea tarde unos cinco minutos, la digital unos diez mientras va a un estudio cercano para imprimirla. La digital tiene una ventaja, y es que los bordes están adornados con las esculturas de Botero en un mosaico colorido.
Ramón dice que los gringos no son buenos para tomarse fotos, que convencerlos es como “un parto de mula”. En cambio, los latinoamericanos son más afectos a la foto física. “Los que más compran son los panameños y los dominicanos, también los colombianos”, dice el fotógrafo.
Antes de la plaza Botero, Ramón montó una fábrica de arepas, pero por un inconveniente tuvo que salir de ese negocio. Como ya sabía tomar fotos de manera empírica, pues nunca recibió clases, empezó con su cámara en los alumbrados del río y luego dio en Botero.
A Ramón le gusta su trabajo, tanto así que su esposa, Catalina Torres, es colega porque él la convenció de tomar fotos. Catalina quería trabajar y Ramón se ofreció a enseñarle a tomar fotos. Después de cacharrear con la cámara, Catalina empezó también a tomar fotos instantáneas en los alumbrados del río. Hoy la pareja de esposos llega todos los días desde El Popular y se pasa todo el día en la plaza tratando de convencer a los turistas de que se tomen fotos físicas.
Catalina es igual de optimista que Ramón, pese a que su oficio se haya visto reemplazado casi en su totalidad por los celulares. Ella dice que el secreto es saber ofrecer, tener poder de convencimiento. En otras palabras, saber vender un hueco. “Es que los celulares, por buenas fotos que tomen, nunca van a igualar las que hace una cámara. Eso hay que decírselo al cliente. Nunca va a ser lo mismo una foto con celular”, dice Catalina.
Aunque el mundo ha cambiado mucho desde 2001, cuando no existían Instagram ni los celulares con cámara, los fotógrafos de Botero se han resistido aferrándose a sus cámaras. Hoy quedan unos doce, contando a Catalina y Ramón. Se aferrarán a los obturadores para no desaparecer.
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