La puerta rosa, el rinconcito que esconde los tesoros ocultos de Aranjuez
Es un café-repostería en el que se habla de literatura, repostería y arte
Julio y Paula. Julio es pintor y muralista. Paula es repostera, escritora y cineasta. Julio y Paula son católicos y hablan de Dios con devoción. Viven en la comuna 4, Aranjuez, un barrio mítico por su literatura y por que allí estuvo, muchos años ha, el primer “loquero” de Medellín. La casa de Julio y Paula cuenta la historia del barrio, de los escritores que crecieron en esas calles faldudas. Pero primero vamos con la historia.
Julia y Paula eran profesores. Ambos llevaban a cuestas veinte años de docencia, pero la pandemia, como a tantos otros, les cambió la vida. Paula estaba sin trabajo y, para ayudar en la economía doméstica, empezó a vender postres. Hizo canelés de Burdeos, una de sus especialidades, y dio de probar a los vecinos. La aprobación fue unánime.
Paula ha tenido una vida prolífica. Empezó una carrera de Agronomía que no terminó; hizo una licenciatura en español-inglés, luego estudió cine y dirigió un documental que fue exhibido en Francia en 1998. Estuvo en París ese año y sintió una conexión con la ciudad, como si volviera a un pasado desconocido. Luego, caminando por los azares de la vida, lo entendió: su mamá (biológica) era francesa. Esa es otra historia, pero Paula hace hincapié en ello para explicar el porqué de su pasión por la repostería francesa.
Julio es artista y gestor cultural. Es un hombre afable, de buen humor. Es muralista, guía turístico y buen conversador. Mientras Paula lee un diccionario gastronómico de Alexánder Dumas, Julio sirve un café y bromea; después, ceñudo, diserta sobre los talentos que Dios les dio. La pareja es muy católica y tiene inclinaciones monásticas.De hecho, la repostería moderna, dice ella, nació en los monasterios franceses y españoles.
Libros, postres, murales, café, catolicismo. Todo parece inconexo, imposible de amalgamar. Sin embargo, cada cosa está puesta en su lugar en La puerta rosa, el café-repostería que la pareja abrió en 2021 para ofrecer, en primer lugar, los canales de Paula.
Esa fue la idea inicial. En el frontis de la casa abrieron el negocio, muy pequeño, pero que pronto ganó popularidad. Los clientes no solo disfrutaban del café y un canelé francés, sino que hablaban con Julio y Paula y discurrían sobre los monasterios franceses o sobre literatura. ¿Cómo no iban a hablar de lo que los apasiona? Julio dice que Dios les dio unos talentos. Él es bueno para tender puentes, para conectar personas y hacer crecer proyectos. Ella es buena para rastrear el origen de los postres que prepara. No aprovechar esos talentos y compartilo con los demás sería un acto egoísta.
A La puerta rosa, atraídos por el café y las conversaciones cálidas, llegaron colectivos de artistas, directivos de empresas. Un día, cuenta Julio, apareció el periodista gastronómico Lorenzo Villegas, que les hizo un programa de radio. La popularidad de su casa-café-repostería creció después de eso. Fue tanto así que otro día, sin previo aviso, llegó David Escobar, el director de Comfama. También los ha visitado Víctor Gaviria y el escritor Juan José Hoyos, quien además es de Aranjuez.
El camino, sin embargo, no ha estado exento de dificultades. Hubo un tiempo en el que Julio y Paula perdieron el rumbo. No sabían cuánto cobrar por su trabajo y se les armó un lío cuando llegaron las cuentas de los proveedores. El negocio se quebró, pero lograron sacarlo a flote lentamente. Entonces tuvieron que reestructurar el negocio y entender que solo ellos mismos podían darle valor a su trabajo. Y que el valor no está en la plata, que es solo un móvil para el fin.
Turismo comunitario
Julio y Paula entendieron que entre sus tareas debería estar la exaltación de la historia de la comuna 4. Por eso, en las paredes de La puerta rosa está retratado el Hospital Mental, antes Casa de los Enajenados y hoy biblioteca de Comfama, donde pasó muchos años Epifanio Mejía. Julio ha plasmado de varias maneras lo que para él es Aranjuez. En los murales aparecen los buses coloridos que suben por las faldas del barrio, los vendedores ambulantes, una mujer que toma una foto con una cámara análoga.
De esa intención de recuperar la historia del barrio nació Expedición por Aranjuez, un recorrido turístico que comienza en el Jardín Botánico y pasa por las librerías del Planetario y del Museo Pedro Nel Gómez, y que luego sube a la biblioteca Comfama para terminar comiendo un postre en La puerta rosa.
La idea es recorrer los archivos históricos de estos lugares de la comuna 4. Hay otro recorrido un tanto más pintoresco. Se llama Me trae cositas y es un viaje a la gastronomía popular, desde los raspados hasta solteritas. En el recorrido hay una parada donde una mujer que vende empanadas hace 45 años.
La puerta rosa está abierta para todos. Basta con llamar y reservar el espacio para pasar un rato agradable conversando sobre lo que plazca con Julio y Paula.
El lugar está en constante evolución. En unas semanas, espera la pareja, el espacio se transformará en un Pub. No será un lugar bulloso ni mucho menos, sino un remanso para comer platos típicos de la cocina europea y tomar vino y cervezas artesanales, como en los monasterios. El café, los talleres literarios y las demás ofertas se seguirán ofreciendo.
La puerta rosa es un lugar sui generis, un abanico de posibilidades para los visitantes. Es la casa de Julio y Paula, pero las puertas están abiertas para todos.
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El presbítero homicida y el fusilado del puente de Guayaquil: dos oscuras historias de Medellín
Exclusivo Colombia recuerda dos crímenes que estremecieron a la ciudad
Este artículo recupera dos historias que estremecieron a la vieja Medellín. La primera está perdida en los comienzos del siglo XVIII, mucho antes de la Independencia; la segunda, más conocida, sucedió en 1902, después de la Guerra de los Mil Días. Comencemos.
Corría el año de 1702 cuando el presbítero Juan Sánchez de Vargas salió a pedir la limosna. Era un sábado, día habitual para recoger el diezmo. Cuenta el Cojo Benítez, el autor de El carnero de Medellín, que el cura pasó la Quebrada y llegó a la casa de Miguel Vásquez, que entonces vivía en casa de su suegro, Lucas Morales Bocanegra.
El presbítero entró a la casa y se encontró con una mulata, la sirvienta. Cuenta el cronista que el cura le pidió candela y, parece, ella se negó, lo que desbordó la ira del religioso que empezó a maltratar a la mujer.
Entonces entra en acción Gertrudis Morales, la mujer de Miguel Vásquez. Vásquez también se puso furioso y le dijo a Juan Sánchez que en su casa nadie gritaba más fuerte que él. Le dijo al cura que se fuera y que procurara no hacer escándalo. Aquella villa era afecta a los chismes, más si se trataba de un sacerdote y unos ciudadanos de cierta alcurnia.
Pero el presbítero, en vez de acatar la orden de Miguel Vásquez, acometió el ataque. Así lo cuenta el cronista:
“Volvió el rostro a la lancera y vio la espada de Miguel Vásquez y arrebatadamente la desnudó y le acometió tirándole una violenta estocada que le pasó de costado a costado, de suerte que el herido Miguel Vásquez, sólo pudo caminar quince pies adelante, pidiendo confesión, y cayó muerto”.
El suceso del cura homicida estremeció a Medellín. No hay muchos detalles de qué pasó luego, pues en ese entonces no había imprenta ni periódicos en la villa. La crónica del Cojo, escrita para finales de ese siglo, se basó en los autos criminales de la época. Lo que sí cuenta el cronista es que a Juan Sánchez lo degradaron de la Orden, pero él, tozudo, fue hasta Roma a pedir indulgencia.
La crónica del Cojo termina de una manera que ahora nos parece inusual: pidiendo a Dios y a sus hijos que no se olviden de él. El carnero de Medellín es una fuente ineludible para conocer a la Medellín anterepublicana. El libro, lo acepta el mismo autor, no está ordenado de manera cronológica. Por otra parte, la prosa es en ocasiones descuidada y no tiene un estilo propio como del que gozó El carnero santafereño de Juan Rodríguez Freyle.
La ejecución de Tamayo
La segunda historia de este artículo ocurrió exactamente 200 años después de la primera. El cronista que la dejó para la posteridad fue Enrique Gaviria Isaza, testigo de la ejecución.
Jesús Ma Tamayo, el protagonista de la historia, se casó en 1894 con María Josefa Echavarría, una mujer pobre dedicada a los “oficios propios entre gentes de su clase”. Cuenta el cronista que el matrimonio pronto se convirtió en un suplicio para esa mujer:
“Las frases de amor y las caricias se tornaron bien pronto para ella en insultos y en golpes, a los que de cerca siguió el completo abandono en el que la dejó su marido, sin motivo ninguno, porque la conducta de ella era intachable en todos sentidos”.
Aunque el autor promete ser un “narrador insensible” y promete remitirse a los hechos, son bastantes las ocasiones en las que siente compasión por la pareja que describe. Pues bien, resulta que en 1898 volvió Tamayo de Remedios, hacia donde se había ido a trabajar. Llegó con palabras melosas, indica el cronista, y prometió a su mujer una nueva vida conyugal. Ella, conocedora de sus artimañas, lo tomó con recelo.
Tamayo pidió una botella de vino en una tienda y tomó un trago, luego instó a su mujer a hacer lo propio. Cuenta el cronista que después de seguir caminando, Tamayo se quedó rezagado y, escondiéndose, vació estricnina en la botella de vino. Tal parece que el hombre había traído el veneno desde Remedios.
Ella dudó en tomar, pero Tamayo la amenazó: “Si no se toma este trago tiene que morir en la punta del cuchillo”. La mujer tomó y él le dijo: “No habrás llegado al Bermejal cuando te estés torciendo”.
La mujer sufrió unas horribles convulsiones y una agonía que, aunque corta, fue espantosa. Tamayo simuló estar afligido para no levantar sospechas, pero ella lo delató antes de morir: “Me mató Jesús con ese trago que me dio (…) Me mataste, Jesús; no le hace. Y fue para irte con Nepomucena; irés y te casarás con ella, pero en el Cielo nos veremos”.
Tamayo fue acusado por el asesinato de su mujer y fue llevado a la capilla, donde lo esposaron. Fue condenado a morir fusilado. En la capilla redactó su testamento y repartió su patrimonio, que no constaba más que de una suma de dinero, sin fincas ni casas ni bienes raíces.
Lo más valioso de la crónica, amén de las detalladas descripciones, es que el escritor fue a ver a Tamayo antes del fusilamiento. Así lo describe:
“Hombre alto, robusto, de contextura recia, fisionomía nada atrayente; la cara, un si es no, es teñida de azulado del carete, de pómulos salientes, nariz chata y pequeña, boca grande y un algo sumida, frente ancha, ojos hundidos, mirada dura”.
El cronista prefirió permanecer en silencio antes de importunar a Tamayo con sus preguntas de periodista. Pese a que prometió ser insensible, cuando sale de la visita al condenado se siente “triste, abatido, pesaroso de haberme metido allí”.
El cronista rememora el estallido de los tambores y el penoso caminar del condenado hacia el patíbulo, que estaba en el puente de Guayaquil. Al condenado, que se acerca al cadalso con la cara pálida, le ofrecen un trago de aguardiente que se apura de inmediato.
En la crónica se mencionan los nombres de todos los gendarmes que abrieron fuego contra Tamayo. “Una bala entró en el cuello y dejó al descubierto el hueso que llaman de la manzana”, narra el cronista. La ejecución de Tamayo pasaría a la historia como la primera del siglo XX en Medellín, justo después del fin de la Guerra de los Mil Días.
Estos dos casos, con 200 años de diferencia, retratan la historia de la ciudad que habría de enfrascarse en una vorágine de muerte durante la segunda mitad del siglo XX. La crónica de Enrique Gaviria Isaza termina con una escena triste que de alguna manera redime a la villa:
“La concurrencia al sangriento drama fue, para honor de Medellín, escasa y compuesta en su mayor parte, de mujerzuelas, de borrachines y de perdidos”.
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La mala hora de los vendedores de billetes en el centro, un oficio en vía de extinción
Solo quedan cinco de las decenas de venteros que solían ofrecer billetes, estampillas y modenas clásicas y del mundo
La avenida La Playa hace una curva entre Junín y la Plazuela Nutibara. En ese tramo, hace años, decenas de vendedores ofrecían billetes de las más variadas denominaciones; ansiosos coleccionistas hurgaban para encontrar joyas. Ahora estamos en 2024 y el mundo, aunque sigue siendo el mismo, ha cambiado para muchos de manera sustancial. De los vendedores de billetes y monedas solo quedan cinco, todos mayores de 60 años.
De los cinco, varios están cansados de hablar con la prensa y con los curiosos que se acercan y no se deciden a comprar. Es una tarde gris y el cielo se desgaja en un aguacero que comienza con timidez, pero que de pronto adquiere matices de tormenta tropical. La gente pasa tratando de guarecerse de la lluvia, e ignora los billetes exhibidos. La numismática parece un hábito del pasado, anticuado, vetusto, como se ven hoy tantas otras cosas que antaño provocaron pasiones.
Uno de los cinco se llama Bernardo, un hombre blanco, viejo, de ojos grises. Usa una imitación de un sombrero vueltiao y una camisa blanca. Todos los días llega al mismo punto, en la acera, y se sienta desde las 9 de la mañana hasta las 5 de la tarde en un banquillo de plástico. En la mano derecha, manchada ya por el paso de los años, sostiene billetes viejos, de la década del 70. Eson son baratos, cuestan 5.000 o 10.000 pesos, pero Bernardo cuenta que tiene unos verdaderamente escasos que puede vender en 2 millones de pesos. Es una lástima que nadie los quiera comprar, dice.
Otro de los cinco vendedores es Joseas Torres, de 70 años, desplazado. Joseas llegó hace 23 años de Alejandría, donde era jornalero. Cuando llegó a la ciudad, cansado de trabajar en el campo, se asentó en esa esquina del centro. Desde entonces, aunque no sabe aprender ni escribir, vende billetes.
Joseas tiene una memoria visual prodigiosa. Como no sabe leer, identifica los billetes con solo verlos. Por ejemplo, muestra uno verde, con letras árabes, y explica que es de Arabia Saudita. Los hay de Honduras, de Argentina y de Jordania. Joseas sabe el año de expedición de cada billete, de memoria.
Aunque esos billetes son relativamente escasos, cuestan 10.000 pesos. Joseas se los ha comprado a coleccionistas que llegan al centro a vender los billetes sobrantes de sus viajes por el mundo. También están los antiguos, esos sí más costosos, que datan de antes de la década del 70. Bernardo, por ejemplo, tiene uno de 1928 que cuesta dos millones de pesos.
Hubo un tiempo, recuerdan los vendedores, en que los billetes fueron un buen negocio. “Acá venía la gente no solo a comprar billetes, sino películas, casetes, estampillas, de todo. La gente se amontonaba y no había ni por dónde caminar”, dice Joseas.
Ahora, lamentan los vendedores, apenas alcanza para “conseguirse la comidita”. La fiebre por la numismática ha decaído. Muchos de los vendedores de antaño han muerto y la oferta cada vez es más escasa. Joseas, por ejemplo, no tiene otra opción de sustento: “Estaré acá hasta que Dios me lo permita”.
Los vendedores de billetes hacen parte de los oficios venidos a menos. También están los vendedores de películas porno que se apostan sobre el pasaje Boyacá. Ya nadie compra esas películas que hasta hace unos años eran todo un fenómeno que despertaba afición. Los digitadores, con sus máquinas de escribir, también escasean y hoy quedan unos pocos aferrándose a unos pocos clientes. Ni hablar de los fotógrafos que se pasean por la Plaza Botero en tiempos de celulares y selfies.
¿Hasta cuándo estarán los vendedores de billetes en el centro? Nadie lo sabe, pero lo cierto es que cada vez serán menos. Joseas estará allí, literalmente, hasta que la salud se lo permita. Una suerte parecida sufrirán los otros cuatro sobrevivientes.
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Fantasmas, electrochoques y locos célebres: la historia de la biblioteca de Aranjuez
La biblioteca Comfama de Aranjuez tiene una historia particular: fue el manicomio de Medellín durante 70 años.
Aranjuez cuentan historias de fantasmas. Es famosa la de un vigilante que hacía la guardia de la noche en la biblioteca Comfama de Aranjuez, el edificio donde funcionó el “loquero” de Medellín entre 1892 y 1960. Cuentan que el vigilante escuchó un ruido y, presuroso, subió las escaleras, temblando; las paredes parecieron cambiar de forma y entonces apareció una figura humana que emergió de la oscuridad.
La figura le hizo una pregunta al vigilante y este, al escuchar la voz, bajó de nuevo las escaleras, corriendo, temiendo por su vida.
Hay más historias, por supuesto. El edificio donde funciona la biblioteca Comfama tiene techos altos y gruesas paredes de ladrillos. Los ventanales alargados, enrejados, le dan un aire de prisión. No cuesta mucho imaginar el lugar a comienzos del siglo XX: una casona en la ladera, arriba de la ciudad, a donde iban a parar los “enajenados”. El interno más célebre fue Epifanio Mejía, el poeta melancólico que pasó 36 años dentro de esas paredes, caminando y componiendo poemas. Famosa es una frase suya que estremece por certera:
“Todos estamos locos, / grita la loca / ¡Qué verdad tan amarga / dice su boca!”.
Otro célebre huésped del loquero fue un hombre de Barbosa que mandó una carta al Vaticano para postularse como Papa de la iglesia de Roma. Su deseo era ocupar el lugar recién dejado por Pío XI. El hombre estuvo internado poco tiempo, pues se consideró que su locura era inofensiva.
La historia
Medellín fue un pueblo pequeño y agricultor durante el siglo XIX. Era un lugar acogedor, envuelto entre montañas, sumamente católico. En esta centuria se inauguró el primer cementerio, el San Lorenzo, por allá en 1828. Antes de eso, a los muertos se les enterraba en las iglesias, pero la descomposición de los cuerpos supuso un problema de salud pública que se solucionó con la creación de camposantos abiertos y amplios.
En el siglo XIX hubo locos famosos. Los enfermos mentales caminaban entonces por las calles, libres, y cometían los disparates que muchos celebraban. Entre los enfermos célebres estuvo la “Loca Dolores”, la mujer que le gritaba a Epifanio Mejía que “ todos estamos locos”.
Pero comenzaron a llegar ideas de Europa sobre los tratamientos a las personas “enajenadas”. Las maneras de tratar los males mentales han sido muchas, pasando desde el aislamiento de los enfermos en islas hasta inyecciones de trementina para controlar delirios.
Con el fin de dar un tratamiento a los enfermos, el Estado de Antioquia ordenó, en 1875, la creación de una “Casa de alienados”, lo que sería el primer hospital mental del departamento.
Los primeros años del hospital estuvieron llenos de problemas. Entre ellos, la precariedad. Así lo explica el artículo Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946):
“La creación de este hospital presentó dificultades en cuanto a la atención de los pacientes; sus condiciones económicas, el personal de atención, el acceso a medicamentos y los recursos de sostenibilidad eran precarios. La segunda mitad del siglo XIX fue importante por el movimiento que se dio en el orden de la ciudad, una de las situaciones más apremiantes fue la creación del Manicomio Departamental, dando cabida al loco y marcando con trazo no y seguro el ingreso a la modernidad”.
El hospital se trasladó a Aranjuez en 1892 para ofrecer un espacio más adecuado para los internos. La “casa de los locos” había estado en Pichincha, en Maracaibo con Girardot y en la Playa con Córdoba.
La historia de la Casa de los Enajenados, ya en Aranjuez donde hoy está la biblioteca de Comfama, cambió en 1920, cuando a la dirección llegó el médico Lázaro Uribe Cálad. En El alienista del manicomio: Lázara Uribe Cálad, la investigadora Liliana Toro cuenta que el director tuvo una estrecha relación con las Carmelitas Descalzas, orden que donó buena parte de los recursos para el funcionamiento del hospital. Las hermanas, además, tuvieron roles administrativos.
La dirección de Uribe Cálad fue importante por varias razones. Bajo su mando se comenzaron a registrar las historias clínicas de los pacientes. En su administración, además, se hicieron denuncias constantes del estado del manicomio, en particular del hacinamiento de pacientes. Esto se sumaba a la mala calidad del agua que llevó a que varios pacientes murieran de diarrea.
Uribe Cálad era alienista y en sus terapias, además de inyecciones de trementina, incluyó electrochoques. Entre los pacientes había los que sufrían de manías, como una monja de 34 años que ingresó por un delirio místico provocado por sus obsesiones religiosas. En el manicomio había casos extraños como el que cita Toro en su investigación:
“En 1933 ingresó un hombre de 48 años con diagnóstico de confusión mental con excitación, tenía perturbaciones mentales consistentes en la manía de pagar grandes deudas con monedas de cinco centavos, creyendo que valían cinco pesos oro y que se las habían regalado las ánimas, por lo cual se consideraba millonario”.
El hospital mental funcionó en Aranjuez hasta la década del 60, cuando la Gobernación sugirió que los pacientes necesitaban de espacios más amplios y acordes a sus necesidades. Desde entonces el Hospital Mental se trasladó a Bello, donde funciona hoy.
La casona de Aranjuez, por donde pasearon Epifanio Mejía y el doctor Uribe Calad, tuvo varias vocaciones hasta que Comfama la compró en 1995.
Aunque ahora es un lugar sosegado e ideal para entregarse a la lectura, cada tanto se habla de los fantasmas del pasado. En Aranjuez se cuentan historias de horror que incluyen pacientes erráticos que deambulan por los pasillos de lo que fue la Casa de Enajenados de Antioquia.
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Justicia climática y democracia ambiental: un diálogo plural y permanente
Por: Jaime Andrés García – Director ejecutivo Masbosques Colombia
Las discusiones ambientales han llegado a niveles históricos: academia, gobierno, autoridades y corporaciones ambientales, ciudadanos e instituciones públicas y privadas se han sumado al propósito de entender las exigencias e implicaciones del momento que vivimos, que cada vez nos acerca más a un punto de no retorno, para encontrar salidas conjuntas y oportunas.
Y pese a que hay una pluralidad en el debate y una visibilidad que nos alivia, no hay duda de que faltan voces importantes, pues las discusiones deben llevarse a las comunidades, a los sectores más vulnerables y a quienes, por décadas, han custodiado nuestros patrimonios naturales de forma anónima y altruista, pero también a los que han sufrido, de manera desigual, las consecuencias del cambio climático.
La democracia ambiental, un concepto que proviene del Acuerdo de Escazú, ratificado por Colombia en 2022, refuerza el derecho que tenemos todos los ciudadanos a vivir en un ambiente sano, es decir, nos entrega la capacidad, responsabilidad y posibilidad de definir el futuro ambiental de nuestra nación.
La protección de este derecho es fundamental para aquellos que por décadas han emprendido luchas en territorios críticos, a riesgo de las consecuencias que esto traiga, por conservar sus ecosistemas. El Acuerdo de Escazú crea tres líneas claras que van en esta misma dirección: el acceso a la información ambiental, la participación pública de todos los actores en las tomas de decisiones ambientales y las garantías de acceso a la justicia para los defensores ambientales.
No se puede concebir la definición colectiva del futuro ambiental sin la participación de todos los actores. Es ahí cuando la justicia climática y la democracia ambiental deben dialogar para facilitar la toma de decisiones, la resolución de conflictos y la anticipación a situaciones críticas.
Los cimientos de una sociedad se construyen sobre la posibilidad que tienen los ciudadanos de vivir en entornos sanos, seguros y saludables. La crisis climática, que convierte a Colombia en un país altamente vulnerable a sus efectos, nos demuestra que no se trata de un hecho aislado, sino de una realidad que se debe ver desde una óptica integral.
Los derechos constitucionales al medio ambiente sano, a la distribución equitativa de los recursos y a su conservación deben ir ligados a la protección de los derechos humanos y al reconocimiento de las desventajas que existen en las comunidades más vulnerables, que hoy impiden que su voz, tan necesaria, sea escucha en entornos decisivos.
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Así terminaron los “RoboCop” de Medellín: como juguetes costosos e ineficaces para la seguridad de la ciudad
El nuevo Secretario de Seguridad y Convivencia de Medellín, Manuel Villa Mejía, prácticamente sepultó la iniciativa “RoboCop”, advirtió que no solo fueron una mala inversión, sino que en la actualidad solo funcionan algunos y son utilizados con muchas restricciones por sus limitaciones tecnológicas. Esta es la historia de los polémicos equipos que “iban a cambiar la percepción de seguridad en Medellín”.
En 1987, un arriesgado director de cine, Paul Verhoeven, sorprendió al mundo con un filme que no solo rompió la taquilla, sino que puso en el imaginario popular la imagen de una ciudad caótica, tomada por el crimen y la corrupción, a su vez salvada por un policía robótico futurista, que, además, tenía el cerebro y el rostro del incorruptible detective Alex Murphy. Verhoeven, ni en el 87, ni ahora, a pesar de su demostrada creatividad, se imaginó que en Medellín su marca “RoboCop” sería usada como el sello de impronta para una de las iniciativas de seguridad más controvertidas del ahora exalcalde Daniel Quintero Calle.
En agosto de 2021, en medio de una seria crisis en Medellín por la escalada de hurtos en todas las modalidades como efecto colateral de la Pandemia Covid -19, con cifras que según el Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia, habían aumentado en más del 25% en ese momento, el entonces alcalde, en plena Plaza Botero y ante más de una docena de medios locales y nacionales, presentó el primer “RoboCop” como la solución más eficiente y tecnológica del momento para sofocar la avanzada del crimen en las calles.
En plena presentación, como se puede ver en los videos de ese momento, algo parece que no salió del todo bien. El alcalde tuvo que remangarse, literalmente, y sacar fuerzas extra para levantar el mástil de las cámaras adaptadas al “RoboCop”, pues el sistema era y sigue siendo manual, con una polea y algo de sudor inevitable por el esfuerzo.
Ese día se habló de todo un escuadrón de estos equipos en las calles, se iban a comprar, al comienzo 30 de ellos, después se amplió la promesa a 40, pero solo se adquirieron 10 y uno más que sirvió como piloto. Los problemas del sistema fueron evidentes desde el inicio de la adecuación al sofisticado complejo de seguridad del Sistema Integrado de Emergencias y Seguridad de Medellín (SIESM), que, según los datos de la Alcaldía de Medellín, es no solo el mejor equipado del país, sino uno de los mejores de América Latina.
Exclusivo Colombia pudo evidenciar que en las pruebas piloto, realizadas desde inicios de 2021 y que se prolongaron por casi un año, el equipo, que nunca tuvo por nombre “RoboCop”, sino Sistema Inteligente de Monitoreo Integral Móvil (Simim), nunca se pudo adaptar a la red del sistema del 123, que en la actualidad funciona como un complejo de interacciones inteligente bajo una plataforma conocida como ICAD, que unifica las 11 agencias de emergencias de seguridad y emergencias del Valle de Aburrá y que lleva tecnología a la que “RoboCop” no podía competirle.
A pesar de las advertencias de los ingenieros, técnicos y del personal especializado del SIESM, el 13 de mayo de 2022, la Empresa de Seguridad Urbana, a través de la empresa Unión Eléctrica S.A adquirió el primero de lo que serían el total del escuadrón de “RoboCop” que conoció la ciudad.
Durante el periodo de pruebas, siempre estuvo un ingeniero de la firma proveedora de los equipos, de nombre Richard Earl Cromar, quien se presentaba como aliado tecnológico de la ESU. En sus propias palabras “el sistema funciona para asegurar y ofrecer video de alta calidad sobre una conexión celular”.
No obstante, tanto en las pruebas, como en la posterior adaptación del sistema, esa conexión fue fallida. El sistema, hasta la fecha, presenta un fenómeno que se conoce como “delay”, que, en términos prácticos, es un retraso de entre 45 segundos y un minuto, entre la orden remota desde el 123 y la acción puntual del equipo en territorio, en acciones, por ejemplo, como girar una de las cámaras o generar una alerta. Esto en tiempo de reacción es impensable, para un sistema como el del SIESM, que puede tomar una alerta y generar reacción en tiempo real en 8 segundos.
Los problemas
Entre los múltiples beneficios y ventajas de los SIMIM, está el hecho de tener autonomía de carga con energía solar, con paneles propios, tener tres sistemas de cámaras, entre ellas una de reconocimiento de placas (LPR) y reconocimiento térmico, una bocina de alerta e interconexión directa con el sistema de alertas del 123.
No obstante, pronto los ingenieros notaron que la señal del equipo no era compatible con el 123, que los paneles tenían deficiencias de carga en clima nublado, que el ensamblaje podría tomar más de 30 minutos por cada uno. y uno de los más graves: era inútil contra ataques vandálicos. Tanto, que, a pesar de que no trascendió a los medios en su momento, el equipo fue pintado con graffitis varias veces en plena prueba piloto en la comuna de Guayabal, por lo que tuvieron que pedir ayuda de la Policía Metropolitana para vigilar al bautizado “RoboCop”. En total, el equipo no se podía cuidar a sí mismo.
Esta versión fue corroborada por el actual Secretario de Seguridad y Convivencia, Manuel Villa Mejía, quien en conversación con Exclusivo Colombia, prácticamente dejó sepultado el proyecto, tras realizar las primeras evaluaciones en estos cuatro meses de gobierno.
“Eso de “RoboCop” no tiene nada. Poco sirve si lo que se intentó hacer es ubicarlos aisladamente en zonas de la ciudad con el propósito, al parecer, solamente de disuadir y en algunos de ellos hasta terminaron siendo vandalizados, entonces ¿cuáles eran las capacidades de disuasión?
Cada uno cuesta alrededor de 500 millones de pesos, sin contar licencia sin contar todo lo que tienen que tener alrededor para que efectivamente, pueda y eventualmente, funcionar. Con lo que se compra un robo se compran al menos cuatro cámaras más para la ciudad, que tiene una cantidad de cámaras, pero no es suficiente y es necesario seguir cambiando el número de cámaras de manera estratégica. En el territorio no se integraba con el sistema general de cámaras, el software no lo permitía”. Dijo el Secretario.
Los constructores de los equipos, la empresa LiveView Technologies, con sede en Orem – Utah, en Estados Unidos, presentan este producto como una solución de vigilancia y monitoreo en para infraestructura crítica, construcciones en proceso e incluso para estructuras petroleras donde las redes de comunicación son deficientes, incluso en el desierto norteamericano, donde tienen la mayoría de sus clientes. No obstante, en seguridad urbana su experiencia es nula, excepto, en Medellín, Colombia.
El problema en el fondo, es que esta empresa tiene un software patentado que nunca fue compatible con el sistema local, además recientemente actualizado, del SIESM, software y hardware que se renovó completamente en los últimos cuatro años y que fue una apuesta millonaria de la Alcaldía de Medellín para tener un sistema con tecnología de punta, que incluso es visitado por decenas de delegaciones extranjeras cada año para aprender de la experiencia de la ciudad contra el crimen.
Audio completo Secretario de Seguridad y Convivencia Manuel Villa Mejía:
“¿Qué se va a hacer con ellos? Ya hacen parte de la administración y los pocos que hay y que sirven, pues se utilizarán exclusivamente en operativos concretos, donde se garantice no solamente que se van a poner en el territorio, sino que va a contar con el personal para que puedan darle utilidad. El asunto es que si no se tiene quien cuide al “RoboCop, termina siendo muy difícil. Uno, lo vandalizan y dos, si lo vandalizan y pasa un tiempo considerable para que se dé cuenta que ello ocurrió, insisto hoy no se tiene la capacidad tecnológica para integrarlo y si se va a utilizar tiene que ser que alguien esté detrás viendo las cámaras para poder alertar lo que en las cámaras se ve. Casi que solamente sirven para vigilar eventos puntuales en el espacio público, pero en materia de criminalidad y seguridad ciudadana, no cumple con el objetivo y con la necesidad; mucho menos de esta ciudad”, explica el Secretario Manuel Villa Mejía.
Las pruebas piloto y en territorio fueron contundentes entre 2022 y 2023. Mientras las cámaras LPR (de reconocimiento de placas), de las cuales hay 549 en la ciudad, eran claves, por ejemplo, para la recuperación de unas 3.000 motocicletas hurtadas y casi 500 carros, los “RoboCop”, eran usados para vigilar puntos críticos donde se arrojaban basuras y escombros.
“De “RoboCop” no tiene nada, si tiene algo, tiene la mitad de la palabra. Literalmente, como funcionan muchas partes del mundo es un evento, se pone, pero para el evento propio hay vigilancia y hay quien está utilizando la cámara para ver lo que pasa”, complementa el Secretario.
Lo cierto es que el tema de la inversión de casi 5.000 millones de pesos, generó la apertura de una investigación disciplinaria por parte de la Personería de Medellín que involucra a la Empresa de Seguridad Urbana (ESU) y a la Secretaría de Seguridad, como administrador de los equipos. Este mismo proceso hace parte del paquete de más de 501 hallazgos que el Alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, ha entregado a las autoridades competentes para su investigación y después de lo que él mismo llamó una “auditoría forense” en la que se revisó con lupa cada despacho de la administración pasada de Daniel Quintero Calle.
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La historia del único colombo – canadiense que presta servicio militar en Antioquia
A días de iniciar una jornada nacional de incorporación, el Ejército revela la historia de un joven con doble nacionalidad que hoy es ejemplo de vocación en el territorio nacional
Tomás Gómez Estrada tiene 19 años y un “doble” amor de patria. En su rostro irradia un profundo respeto por sus sueños y desde ya tiene claro el camino que debe seguir para alcanzar sus propósitos. Es, hasta ahora, el único colombo – canadiense que presta servicio militar en Antioquia. Muchos se preguntan ¿Por qué? Exclusivo Colombia lo ubicó en el Batallón Especial Energético y Vial N °4, en San Carlos, municipio del oriente antioqueño, ubicado a 4 horas de Medellín y le trasladó la inquietud que tienen algunos de sus compañeros “El Ejército es una institución muy buena ya que brinda oportunidades para las personas de bajos recursos o de recursos normales, ayuda a tener una mejor calidad de vida. Me refiero a que brinda muchas oportunidades como de estudiar y, ante todo, le inyecta a uno disciplina, responsabilidad y puntualidad, entre otras cosas”.
Para sus compañeros, Tomás es un ejemplo de vocación por el servicio militar. El uniformado quien habla inglés a la perfección llegó a Colombia hace 7 años y hace 7 meses se está formando en el Ejército y tiene el grado de Dragoneante. Dijo que “este país es increíble” y está seguro que en el departamento de Antioquia o en cualquier región puede formalizar su proyecto de vida y con una sonrisa, el militar aseguró que “yo soy más colombiano, la verdad, porque siento que ya soy representante”
Es un apasionado por el liderazgo y el trabajo social “Para mi la experiencia más llamativa que he tenido es que desde que llegué a la institución y tuve el choque emocional de estar fuera de casa, asumí más responsabilidad, puntualidad y a valorar todo lo bueno que enseña esta institución y algo que me pareció interesante fue el curso de liderazgo”.
¿Cómo ser parte del Ejército?
El Teniente Coronel Eitnar Freddy Guerrero, Comandante del Batallón Especial Energético y Vial N °4 le explica “así como hace nuestro soldado Gómez, que presta su servicio militar con orgullo, lo puede hacer usted también. El requisito es ser mayor de 18 años, no mayor de 24, estar bien físicamente y psicológicamente. A partir de este primero de mayo y hasta el 25 podrás presentarte en todas las zonas de reclutamiento y distritos militares a nivel nacional”
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Fantasmas, electrochoques y locos célebres: la historia de la biblioteca de Aranjuez
La biblioteca Comfama de Aranjuez tiene una historia particular: fue el manicomio de Medellín durante 70 años.
En Aranjuez cuentan historias de fantasmas. Es famosa la de un vigilante que hacía la guardia de la noche en la biblioteca Comfama de Aranjuez, el edificio donde funcionó el “loquero” de Medellín entre 1892 y 1960. Cuentan que el vigilante escuchó un ruido y, presuroso, subió las escaleras, temblando; las paredes parecieron cambiar de forma y entonces apareció una figura humana que emergió de la oscuridad.
La figura le hizo una pregunta al vigilante y este, al escuchar la voz, bajó de nuevo las escaleras, corriendo, temiendo por su vida.
Hay más historias, por supuesto. El edificio donde funciona la biblioteca Comfama tiene techos altos y gruesas paredes de ladrillos. Los ventanales alargados, enrejados, le dan un aire de prisión. No cuesta mucho imaginar el lugar a comienzos del siglo XX: una casona en la ladera, arriba de la ciudad, a donde iban a parar los “enajenados”. El interno más célebre fue Epifanio Mejía, el poeta melancólico que pasó 36 años dentro de esas paredes, caminando y componiendo poemas. Famosa es una frase suya que estremece por certera:
“Todos estamos locos, / grita la loca / ¡Qué verdad tan amarga / dice su boca!”.
Otro célebre huésped del loquero fue un hombre de Barbosa que mandó una carta al Vaticano para postularse como Papa de la iglesia de Roma. Su deseo era ocupar el lugar recién dejado por Pío XI. El hombre estuvo internado poco tiempo, pues se consideró que su locura era inofensiva.
La historia
Medellín fue un pueblo pequeño y agricultor durante el siglo XIX. Era un lugar acogedor, envuelto entre montañas, sumamente católico. En esta centuria se inauguró el primer cementerio, el San Lorenzo, por allá en 1828. Antes de eso, a los muertos se les enterraba en las iglesias, pero la descomposición de los cuerpos supuso un problema de salud pública que se solucionó con la creación de camposantos abiertos y amplios.
En el siglo XIX hubo locos famosos. Los enfermos mentales caminaban entonces por las calles, libres, y cometían los disparates que muchos celebraban. Entre los enfermos célebres estuvo la “Loca Dolores”, la mujer que le gritaba a Epifanio Mejía que “ todos estamos locos”.
Pero comenzaron a llegar ideas de Europa sobre los tratamientos a las personas “enajenadas”. Las maneras de tratar los males mentales han sido muchas, pasando desde el aislamiento de los enfermos en islas hasta inyecciones de trementina para controlar delirios.
Con el fin de dar un tratamiento a los enfermos, el Estado de Antioquia ordenó, en 1875, la creación de una “Casa de alienados”, lo que sería el primer hospital mental del departamento.
Los primeros años del hospital estuvieron llenos de problemas. Entre ellos, la precariedad. Así lo explica el artículo Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946):
“La creación de este hospital presentó dificultades en cuanto a la atención de los pacientes; sus condiciones económicas, el personal de atención, el acceso a medicamentos y los recursos de sostenibilidad eran precarios. La segunda mitad del siglo XIX fue importante por el movimiento que se dio en el orden de la ciudad, una de las situaciones más apremiantes fue la creación del Manicomio Departamental, dando cabida al loco y marcando con trazo no y seguro el ingreso a la modernidad”.
El hospital se trasladó a Aranjuez en 1892 para ofrecer un espacio más adecuado para los internos. La “casa de los locos” había estado en Pichincha, en Maracaibo con Girardot y en la Playa con Córdoba.
La historia de la Casa de los Enajenados, ya en Aranjuez donde hoy está la biblioteca de Comfama, cambió en 1920, cuando a la dirección llegó el médico Lázaro Uribe Cálad. En El alienista del manicomio: Lázara Uribe Cálad, la investigadora Liliana Toro cuenta que el director tuvo una estrecha relación con las Carmelitas Descalzas, orden que donó buena parte de los recursos para el funcionamiento del hospital. Las hermanas, además, tuvieron roles administrativos.
La dirección de Uribe Cálad fue importante por varias razones. Bajo su mando se comenzaron a registrar las historias clínicas de los pacientes. En su administración, además, se hicieron denuncias constantes del estado del manicomio, en particular del hacinamiento de pacientes. Esto se sumaba a la mala calidad del agua que llevó a que varios pacientes murieran de diarrea.
Uribe Cálad era alienista y en sus terapias, además de inyecciones de trementina, incluyó electrochoques. Entre los pacientes había los que sufrían de manías, como una monja de 34 años que ingresó por un delirio místico provocado por sus obsesiones religiosas. En el manicomio había casos extraños como el que cita Toro en su investigación:
“En 1933 ingresó un hombre de 48 años con diagnóstico de confusión mental con excitación, tenía perturbaciones mentales consistentes en la manía de pagar grandes deudas con monedas de cinco centavos, creyendo que valían cinco pesos oro y que se las habían regalado las ánimas, por lo cual se consideraba millonario”.
El hospital mental funcionó en Aranjuez hasta la década del 60, cuando la Gobernación sugirió que los pacientes necesitaban de espacios más amplios y acordes a sus necesidades. Desde entonces el Hospital Mental se trasladó a Bello, donde funciona hoy.
La casona de Aranjuez, por donde pasearon Epifanio Mejía y el doctor Uribe Calad, tuvo varias vocaciones hasta que Comfama la compró en 1995.
Aunque ahora es un lugar sosegado e ideal para entregarse a la lectura, cada tanto se habla de los fantasmas del pasado. En Aranjuez se cuentan historias de horror que incluyen pacientes erráticos que deambulan por los pasillos de lo que fue la Casa de Enajenados de Antioquia.
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