El nuevo Secretario de Seguridad y Convivencia de Medellín, Manuel Villa Mejía, prácticamente sepultó la iniciativa “RoboCop”, advirtió que no solo fueron una mala inversión, sino que en la actualidad solo funcionan algunos y son utilizados con muchas restricciones por sus limitaciones tecnológicas. Esta es la historia de los polémicos equipos que “iban a cambiar la percepción de seguridad en Medellín”.
En 1987, un arriesgado director de cine, Paul Verhoeven, sorprendió al mundo con un filme que no solo rompió la taquilla, sino que puso en el imaginario popular la imagen de una ciudad caótica, tomada por el crimen y la corrupción, a su vez salvada por un policía robótico futurista, que, además, tenía el cerebro y el rostro del incorruptible detective Alex Murphy. Verhoeven, ni en el 87, ni ahora, a pesar de su demostrada creatividad, se imaginó que en Medellín su marca “RoboCop” sería usada como el sello de impronta para una de las iniciativas de seguridad más controvertidas del ahora exalcalde Daniel Quintero Calle.
En agosto de 2021, en medio de una seria crisis en Medellín por la escalada de hurtos en todas las modalidades como efecto colateral de la Pandemia Covid -19, con cifras que según el Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia, habían aumentado en más del 25% en ese momento, el entonces alcalde, en plena Plaza Botero y ante más de una docena de medios locales y nacionales, presentó el primer “RoboCop” como la solución más eficiente y tecnológica del momento para sofocar la avanzada del crimen en las calles.
En plena presentación, como se puede ver en los videos de ese momento, algo parece que no salió del todo bien. El alcalde tuvo que remangarse, literalmente, y sacar fuerzas extra para levantar el mástil de las cámaras adaptadas al “RoboCop”, pues el sistema era y sigue siendo manual, con una polea y algo de sudor inevitable por el esfuerzo.
Ese día se habló de todo un escuadrón de estos equipos en las calles, se iban a comprar, al comienzo 30 de ellos, después se amplió la promesa a 40, pero solo se adquirieron 10 y uno más que sirvió como piloto. Los problemas del sistema fueron evidentes desde el inicio de la adecuación al sofisticado complejo de seguridad del Sistema Integrado de Emergencias y Seguridad de Medellín (SIESM), que, según los datos de la Alcaldía de Medellín, es no solo el mejor equipado del país, sino uno de los mejores de América Latina.
Exclusivo Colombia pudo evidenciar que en las pruebas piloto, realizadas desde inicios de 2021 y que se prolongaron por casi un año, el equipo, que nunca tuvo por nombre “RoboCop”, sino Sistema Inteligente de Monitoreo Integral Móvil (Simim), nunca se pudo adaptar a la red del sistema del 123, que en la actualidad funciona como un complejo de interacciones inteligente bajo una plataforma conocida como ICAD, que unifica las 11 agencias de emergencias de seguridad y emergencias del Valle de Aburrá y que lleva tecnología a la que “RoboCop” no podía competirle.
A pesar de las advertencias de los ingenieros, técnicos y del personal especializado del SIESM, el 13 de mayo de 2022, la Empresa de Seguridad Urbana, a través de la empresa Unión Eléctrica S.A adquirió el primero de lo que serían el total del escuadrón de “RoboCop” que conoció la ciudad.
Durante el periodo de pruebas, siempre estuvo un ingeniero de la firma proveedora de los equipos, de nombre Richard Earl Cromar, quien se presentaba como aliado tecnológico de la ESU. En sus propias palabras “el sistema funciona para asegurar y ofrecer video de alta calidad sobre una conexión celular”.
No obstante, tanto en las pruebas, como en la posterior adaptación del sistema, esa conexión fue fallida. El sistema, hasta la fecha, presenta un fenómeno que se conoce como “delay”, que, en términos prácticos, es un retraso de entre 45 segundos y un minuto, entre la orden remota desde el 123 y la acción puntual del equipo en territorio, en acciones, por ejemplo, como girar una de las cámaras o generar una alerta. Esto en tiempo de reacción es impensable, para un sistema como el del SIESM, que puede tomar una alerta y generar reacción en tiempo real en 8 segundos.
Los problemas
Entre los múltiples beneficios y ventajas de los SIMIM, está el hecho de tener autonomía de carga con energía solar, con paneles propios, tener tres sistemas de cámaras, entre ellas una de reconocimiento de placas (LPR) y reconocimiento térmico, una bocina de alerta e interconexión directa con el sistema de alertas del 123.
No obstante, pronto los ingenieros notaron que la señal del equipo no era compatible con el 123, que los paneles tenían deficiencias de carga en clima nublado, que el ensamblaje podría tomar más de 30 minutos por cada uno. y uno de los más graves: era inútil contra ataques vandálicos. Tanto, que, a pesar de que no trascendió a los medios en su momento, el equipo fue pintado con graffitis varias veces en plena prueba piloto en la comuna de Guayabal, por lo que tuvieron que pedir ayuda de la Policía Metropolitana para vigilar al bautizado “RoboCop”. En total, el equipo no se podía cuidar a sí mismo.
Esta versión fue corroborada por el actual Secretario de Seguridad y Convivencia, Manuel Villa Mejía, quien en conversación con Exclusivo Colombia, prácticamente dejó sepultado el proyecto, tras realizar las primeras evaluaciones en estos cuatro meses de gobierno.
La instalación de uno de los equipos SIMIM puede tomar más de 30 minutos, necesita ser remolcado, requiere de varios técnicos, vigilancia de la Policía Metropolitana y que la red funcione enlazada con el 123. Foto: Alcaldía de Medellín.
“Eso de “RoboCop” no tiene nada. Poco sirve si lo que se intentó hacer es ubicarlos aisladamente en zonas de la ciudad con el propósito, al parecer, solamente de disuadir y en algunos de ellos hasta terminaron siendo vandalizados, entonces ¿cuáles eran las capacidades de disuasión? Cada uno cuesta alrededor de 500 millones de pesos, sin contar licencia sin contar todo lo que tienen que tener alrededor para que efectivamente, pueda y eventualmente, funcionar. Con lo que se compra un robo se compran al menos cuatro cámaras más para la ciudad, que tiene una cantidad de cámaras, pero no es suficiente y es necesario seguir cambiando el número de cámaras de manera estratégica. En el territorio no se integraba con el sistema general de cámaras, el software no lo permitía”. Dijo el Secretario.
Los constructores de los equipos, la empresa LiveView Technologies, con sede en Orem – Utah, en Estados Unidos, presentan este producto como una solución de vigilancia y monitoreo en para infraestructura crítica, construcciones en proceso e incluso para estructuras petroleras donde las redes de comunicación son deficientes, incluso en el desierto norteamericano, donde tienen la mayoría de sus clientes. No obstante, en seguridad urbana su experiencia es nula, excepto, en Medellín, Colombia.
El problema en el fondo, es que esta empresa tiene un software patentado que nunca fue compatible con el sistema local, además recientemente actualizado, del SIESM, software y hardware que se renovó completamente en los últimos cuatro años y que fue una apuesta millonaria de la Alcaldía de Medellín para tener un sistema con tecnología de punta, que incluso es visitado por decenas de delegaciones extranjeras cada año para aprender de la experiencia de la ciudad contra el crimen.
Audio completo Secretario de Seguridad y Convivencia Manuel Villa Mejía:
“¿Qué se va a hacer con ellos? Ya hacen parte de la administración y los pocos que hay y que sirven, pues se utilizarán exclusivamente en operativos concretos, donde se garantice no solamente que se van a poner en el territorio, sino que va a contar con el personal para que puedan darle utilidad. El asunto es que si no se tiene quien cuide al “RoboCop, termina siendo muy difícil. Uno, lo vandalizan y dos, si lo vandalizan y pasa un tiempo considerable para que se dé cuenta que ello ocurrió, insisto hoy no se tiene la capacidad tecnológica para integrarlo y si se va a utilizar tiene que ser que alguien esté detrás viendo las cámaras para poder alertar lo que en las cámaras se ve. Casi que solamente sirven para vigilar eventos puntuales en el espacio público, pero en materia de criminalidad y seguridad ciudadana, no cumple con el objetivo y con la necesidad; mucho menos de esta ciudad”, explica el Secretario Manuel Villa Mejía.
Las pruebas piloto y en territorio fueron contundentes entre 2022 y 2023. Mientras las cámaras LPR (de reconocimiento de placas), de las cuales hay 549 en la ciudad, eran claves, por ejemplo, para la recuperación de unas 3.000 motocicletas hurtadas y casi 500 carros, los “RoboCop”, eran usados para vigilar puntos críticos donde se arrojaban basuras y escombros.
En agosto de 2021, en la Plaza de Botero, fue presentado por primera vez “RoboCop”, nombre que le dio el propio alcalde Daniel Quintero en medio de una nutrida rueda de prensa. Foto: Alcaldía de Medellín.
“De “RoboCop” no tiene nada, si tiene algo, tiene la mitad de la palabra. Literalmente, como funcionan muchas partes del mundo es un evento, se pone, pero para el evento propio hay vigilancia y hay quien está utilizando la cámara para ver lo que pasa”, complementa el Secretario.
Lo cierto es que el tema de la inversión de casi 5.000 millones de pesos, generó la apertura de una investigación disciplinaria por parte de la Personería de Medellín que involucra a la Empresa de Seguridad Urbana (ESU) y a la Secretaría de Seguridad, como administrador de los equipos. Este mismo proceso hace parte del paquete de más de 501 hallazgos que el Alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, ha entregado a las autoridades competentes para su investigación y después de lo que él mismo llamó una “auditoría forense” en la que se revisó con lupa cada despacho de la administración pasada de Daniel Quintero Calle.
A días de iniciar una jornada nacional de incorporación, el Ejército revela la historia de un joven con doble nacionalidad que hoy es ejemplo de vocación en el territorio nacional
Tomás Gómez Estrada tiene 19 años y un “doble” amor de patria. En su rostro irradia un profundo respeto por sus sueños y desde ya tiene claro el camino que debe seguir para alcanzar sus propósitos. Es, hasta ahora, el único colombo – canadiense que presta servicio militar en Antioquia. Muchos se preguntan ¿Por qué? Exclusivo Colombia lo ubicó en el Batallón Especial Energético y Vial N °4, en San Carlos, municipio del oriente antioqueño, ubicado a 4 horas de Medellín y le trasladó la inquietud que tienen algunos de sus compañeros “El Ejército es una institución muy buena ya que brinda oportunidades para las personas de bajos recursos o de recursos normales, ayuda a tener una mejor calidad de vida. Me refiero a que brinda muchas oportunidades como de estudiar y, ante todo, le inyecta a uno disciplina, responsabilidad y puntualidad, entre otras cosas”.
Para sus compañeros, Tomás es un ejemplo de vocación por el servicio militar. El uniformado quien habla inglés a la perfección llegó a Colombia hace 7 años y hace 7 meses se está formando en el Ejército y tiene el grado de Dragoneante. Dijo que “este país es increíble” y está seguro que en el departamento de Antioquia o en cualquier región puede formalizar su proyecto de vida y con una sonrisa, el militar aseguró que “yo soy más colombiano, la verdad, porque siento que ya soy representante”
Es un apasionado por el liderazgo y el trabajo social “Para mi la experiencia más llamativa que he tenido es que desde que llegué a la institución y tuve el choque emocional de estar fuera de casa, asumí más responsabilidad, puntualidad y a valorar todo lo bueno que enseña esta institución y algo que me pareció interesante fue el curso de liderazgo”.
¿Cómo ser parte del Ejército?
El Teniente Coronel Eitnar Freddy Guerrero, Comandante del Batallón Especial Energético y Vial N °4 le explica “así como hace nuestro soldado Gómez, que presta su servicio militar con orgullo, lo puede hacer usted también. El requisito es ser mayor de 18 años, no mayor de 24, estar bien físicamente y psicológicamente. A partir de este primero de mayo y hasta el 25 podrás presentarte en todas las zonas de reclutamiento y distritos militares a nivel nacional”
La biblioteca Comfama de Aranjuez tiene una historia particular: fue el manicomio de Medellín durante 70 años.
En Aranjuez cuentan historias de fantasmas. Es famosa la de un vigilante que hacía la guardia de la noche en la biblioteca Comfama de Aranjuez, el edificio donde funcionó el “loquero” de Medellín entre 1892 y 1960. Cuentan que el vigilante escuchó un ruido y, presuroso, subió las escaleras, temblando; las paredes parecieron cambiar de forma y entonces apareció una figura humana que emergió de la oscuridad.
La figura le hizo una pregunta al vigilante y este, al escuchar la voz, bajó de nuevo las escaleras, corriendo, temiendo por su vida.
Hay más historias, por supuesto. El edificio donde funciona la biblioteca Comfama tiene techos altos y gruesas paredes de ladrillos. Los ventanales alargados, enrejados, le dan un aire de prisión. No cuesta mucho imaginar el lugar a comienzos del siglo XX: una casona en la ladera, arriba de la ciudad, a donde iban a parar los “enajenados”. El interno más célebre fue Epifanio Mejía, el poeta melancólico que pasó 36 años dentro de esas paredes, caminando y componiendo poemas. Famosa es una frase suya que estremece por certera:
“Todos estamos locos, / grita la loca / ¡Qué verdad tan amarga / dice su boca!”.
Otro célebre huésped del loquero fue un hombre de Barbosa que mandó una carta al Vaticano para postularse como Papa de la iglesia de Roma. Su deseo era ocupar el lugar recién dejado por Pío XI. El hombre estuvo internado poco tiempo, pues se consideró que su locura era inofensiva.
La historia
Medellín fue un pueblo pequeño y agricultor durante el siglo XIX. Era un lugar acogedor, envuelto entre montañas, sumamente católico. En esta centuria se inauguró el primer cementerio, el San Lorenzo, por allá en 1828. Antes de eso, a los muertos se les enterraba en las iglesias, pero la descomposición de los cuerpos supuso un problema de salud pública que se solucionó con la creación de camposantos abiertos y amplios.
En el siglo XIX hubo locos famosos. Los enfermos mentales caminaban entonces por las calles, libres, y cometían los disparates que muchos celebraban. Entre los enfermos célebres estuvo la “Loca Dolores”, la mujer que le gritaba a Epifanio Mejía que “ todos estamos locos”.
Pero comenzaron a llegar ideas de Europa sobre los tratamientos a las personas “enajenadas”. Las maneras de tratar los males mentales han sido muchas, pasando desde el aislamiento de los enfermos en islas hasta inyecciones de trementina para controlar delirios.
Así se ve hoy la bilbioteca de Comfama.
Con el fin de dar un tratamiento a los enfermos, el Estado de Antioquia ordenó, en 1875, la creación de una “Casa de alienados”, lo que sería el primer hospital mental del departamento.
Los primeros años del hospital estuvieron llenos de problemas. Entre ellos, la precariedad. Así lo explica el artículo Alienismo, manicomio y psiquiatría en Medellín (1920-1946):
“La creación de este hospital presentó dificultades en cuanto a la atención de los pacientes; sus condiciones económicas, el personal de atención, el acceso a medicamentos y los recursos de sostenibilidad eran precarios. La segunda mitad del siglo XIX fue importante por el movimiento que se dio en el orden de la ciudad, una de las situaciones más apremiantes fue la creación del Manicomio Departamental, dando cabida al loco y marcando con trazo no y seguro el ingreso a la modernidad”.
El hospital se trasladó a Aranjuez en 1892 para ofrecer un espacio más adecuado para los internos. La “casa de los locos” había estado en Pichincha, en Maracaibo con Girardot y en la Playa con Córdoba.
La historia de la Casa de los Enajenados, ya en Aranjuez donde hoy está la biblioteca de Comfama, cambió en 1920, cuando a la dirección llegó el médico Lázaro Uribe Cálad. En El alienista del manicomio: Lázara Uribe Cálad, la investigadora Liliana Toro cuenta que el director tuvo una estrecha relación con las Carmelitas Descalzas, orden que donó buena parte de los recursos para el funcionamiento del hospital. Las hermanas, además, tuvieron roles administrativos.
La dirección de Uribe Cálad fue importante por varias razones. Bajo su mando se comenzaron a registrar las historias clínicas de los pacientes. En su administración, además, se hicieron denuncias constantes del estado del manicomio, en particular del hacinamiento de pacientes. Esto se sumaba a la mala calidad del agua que llevó a que varios pacientes murieran de diarrea.
Uribe Cálad era alienista y en sus terapias, además de inyecciones de trementina, incluyó electrochoques. Entre los pacientes había los que sufrían de manías, como una monja de 34 años que ingresó por un delirio místico provocado por sus obsesiones religiosas. En el manicomio había casos extraños como el que cita Toro en su investigación:
Entrada del hospital mental en el siglo pasado. Archivo Histórico de Antioquia.
“En 1933 ingresó un hombre de 48 años con diagnóstico de confusión mental con excitación, tenía perturbaciones mentales consistentes en la manía de pagar grandes deudas con monedas de cinco centavos, creyendo que valían cinco pesos oro y que se las habían regalado las ánimas, por lo cual se consideraba millonario”.
El hospital mental funcionó en Aranjuez hasta la década del 60, cuando la Gobernación sugirió que los pacientes necesitaban de espacios más amplios y acordes a sus necesidades. Desde entonces el Hospital Mental se trasladó a Bello, donde funciona hoy.
La casona de Aranjuez, por donde pasearon Epifanio Mejía y el doctor Uribe Calad, tuvo varias vocaciones hasta que Comfama la compró en 1995.
Aunque ahora es un lugar sosegado e ideal para entregarse a la lectura, cada tanto se habla de los fantasmas del pasado. En Aranjuez se cuentan historias de horror que incluyen pacientes erráticos que deambulan por los pasillos de lo que fue la Casa de Enajenados de Antioquia.
Tiene 83 años y está recogiendo plata para ir a México, donde sus canciones aún suenan
Plutarco Urrutia escucha dos perros en su cabeza. Uno ladra grueso y el otro fino. Los escucha por la mañana, y a veces también canta un gallo o una paloma. Dice que eso le sucede porque hace muchos años, él no puede recordar cuántos, le echaron una brujería para enloquecerlo y dejarlo en la calle. Nada quedó de la fama de antaño, de sus canciones que se pegaron en la radio. La maldición lo dejó en la calle, cuenta, y por eso vende sus discos en Junín, sentado sobre una banca de madera y recostado sobre el acordeón.
Plutarco, tocayo del historiador romano, nació en Montelíbano cuando no existía el departamento de Córdoba. Tiene 83 años, aunque le gusta decir que tiene 70. No es capaz de organizar su vida cronológicamente, pero sí recuerda la juventud, la amistad con Alejo Durán y la llegada a Medellín, a los 20 años.
Sentado sobre la banca de Junín, Plutarco recuerda destellos de su vida. Hay que hablarle fuerte porque ha perdido buena parte de la audición. Sin embargo, aún ejecuta bien el acordeón y canta en el tono correcto.
Plutarco pasa todas las mañanas en Junín
—¿Cuándo aprendió a tocar el acordeón?
—¿Qué?
Cuando no escucha, Plutarco estira la cabeza. Lleva un sombrero vueltiao y una camisa blanca, estilo guayabera.
—Aprendí a los catorce años porque mi tío José Domingo me dijo que tenía que ser un acordeonero famoso.
La infancia del músico transcurrió entre Montelíbano, Ayapel y Caucasia.
—En Caucasia dormí dos años con una prima, jaja.
Cuando hace un chiste, Plutarco se lleva las manos a la cara, como tratando de ocultar los ojos. Vacila un momento y luego ríe con amplitud, mostrando los dientes e inclina el cuerpo contra el respaldo.
—Ya me voy, mañana vuelvo a las ocho de la mañana—, dice el músico.
—Espere, pero cuénteme la historia.
—¿Qué?
Y Plutarco continúa con su juventud. Trabajó en la finca de un familiar. Vuelve a la infancia y recuerda que la abuela les pegaba con un palo. Entre todos los nietos, que eran muchísimos, la anciana se ensañaba con él; en parte, reconoce ahora, tiene que ver con que era inquieto y andaba “metido en todo”.
Una de las grabaciones de Plutarco y su conjunto.
Plutarco no menciona a sus padres, que ya murieron. En cambio, habla de José Domingo, el tío que le sentenció el futuro como acordeonero.
—El tío fue bueno conmigo, ufff—se lanza un poco hacia atrás, y sigue recordando: — Si gracias a él me quité de encima un maleficio que me hicieron.
—¿Un maleficio de qué?
—¿Qué?
Y Plutarco vuelve a sus años mozos. A los veinte llegó a Medellín. Se recuerda alegre, parrandero y tomador de trago. En ese tiempo conoció a Miguel Durán, un ícono del vallenato sabanero. Pero Miguel, dice Plutarco, no se amañó en Medellín por el frío y volvió a la costa. Él, en cambio, se radicó en la ciudad y comenzó a tocar en parrandas.
Plutarco es un juglar en todo el sentido de la palabra. Él compone las canciones, las interpreta y toca el acordeón. Es de origen campesino, si bien no de las tierras del Cacique Upar o del Magdalena Grande, sí de las sabanas de Córdoba que antaño hicieron parte de Bolívar. Creció en un ambiente rural, propicio para la creación. Suyas son canciones parranderas, cumbias y “paseitos” con letras picaronas. Una, por ejemplo, habla del hoyo soplador de San Andrés y de su fuerza.
—Me dijeron que la canción era muy vulgar—dice Plutarco. Ríe y se lleva las manos a la cara, cubriéndose los ojos—. Oiga, y hay otra que dice que llegando a Montería no hay hombre que no lo pida ni mujer que no lo dé.
Plutarco vuelve a su vida azarosamente y cuenta que fue amigo de Alejo Durán, el primer rey vallenato. Dice que lo conoció antes de coronarse. También fue amigo de Náfer, el hermano de Alejo que grabó con Diomedes Herencia Vallenata en 1976. En Planeta Rica conoció a Enrique Díaz, apodado el Tigre de María la Baja, un hombre parrandero que legó al vallenato de canciones legendarias como La caja negra y Vida parrandera.
Sin una relación posible, Plutarco vuelve sobre el maleficio que, dice, le echó una mujer con la que tuvo tres hijos. En total, regó por el mundo catorce criaturas, no recuerda con cuántas mujeres. Algunos de sus vástagos viven en Estados Unidos y otros en Medellín, pero lamenta que ninguno le ayude.
—Entonces esa mujé me echó una maldición y me dio una tontina en la cabeza. No podía ni caminar.
Plutarco Urrutia en su paso por Monterrey.
José Domingo, el tío que le sentenció el amor por la música, lo llevó donde una bruja en Cartagena. La hechicera le pidió a Plutarco una muestra de orina para la contra. Además de que no podía caminar, escuchaba el ladrido de los perros en su cabeza; cuando tocaba el acordeón oía mal el tono y cantaba erráticamente, tanto que la gente le silbaba.
—Esa mujé de Cartagena me alivió, pero todavía escucho a los dos perros.
Con 83 años, Plutarco está reuniendo plata para viajar a México. Allá, dice, canciones como Buscando a Patricia todavía suenan en la radio. Cree que en Monterrey tendrá más oportunidades de tocar y de recibir el reconocimiento que merece su vida musical. En la carrera Junín vende sus discos, grabados ya hace muchos años, y espera que le lleguen las regalías por las canciones. Hubo un tiempo en que la fama, con su abrazo efímero y quimérico, lo cobijó sobre su regazo, pero eso parece ya parte de una vida pasada y perdida.
A una mujer en Medellín le amputaron sus manos y pies, tras una depresión que llegó acompañada de una poderosa bacteria que estuvo a punto de matarla. Ella reveló en Exclusivo Colombia que tiene tres hijos: uno se encuentra desaparecido y la menor cayó en una red de prostitución. Quiere convertirse en coach de superación y pidió ayuda para cumplir sus sueños.
Hace 9 años Diana Milena Herrera Sánchez vivió el peor episodio de su vida. Dice que un dolor en el alma, profundo e inexplicable, terminó con la amputación de sus 4 extremidades “me separé de mi esposo y me dejé llevar mucho de la depresión, me entregué a las drogas permitiendo que las defensas de mi cuerpo se bajaran y entrara una bacteria que se llama el Neumococo y en cinco horas, el 29 de diciembre mientras yo dormía, esa bacteria se me comió las manos y los pies”.
Foto: Diana Milena Herrera Sánchez
Mientras contaba el estremecedor relato, la mujer de 36 años inclinaba su cabeza para evitar las lágrimas y el vacío que la acompañan desde el día que no puede caminar, correr e incluso hacer otras actividades funcionales con sus manos. Dice que todo ocurrió en muy pocas horas “me amputaron en una cirugía las manos y los pies del tobillo para abajo”.
Foto: Diana Milena Herrera Sánchez
Vive en el barrio Andalucía. Para llegar a la vivienda hay que abordar el Metrocable y luego bajar decenas de escalas. Actualmente camina arrodillada porque sus prótesis se encuentran en mal estado “pues haber, mis prótesis amigo están dañadas, llevo ocho años con ellas, me las donó un señor de Puerto Rico y una de ellas está partida, le hace falta la parte de abajo”.
Tiene tres hijos de 15, 20 y 21 años. Uno tiene problemas de adicción a las drogas, la menor cayó en las redes de la prostitución y el tercero, quien padece una condición cognitiva fue reportado como desaparecido “tengo un hijo de 22 años qué se llama Fabián Romero Herrera y está en una rehabilitación de drogas voluntaria, es una fundación donde el Estado no colabora, tengo un niño de 21 años que tiene una condición especial y llevo dos meses sin saber de él; tengo una niña de 15 años que hace dos años se me fue la casa y está trabajando en la prostitución y está en las calles de Medellín”.
Su deseo es tener una casa “el sueño es tener una vivienda porque siento que no tenerla me ha quitado muchas oportunidades y entrenarme como Coach de vida: quiero ser una conferencista, por eso abrí mi canal”.
A pesar de las múltiples dificultades que está atravesando y las precariedades en las que vive, publica videos de motivación personal en Tik Tok (cuenta: @lamochita) y sueña con superarse, recibir ayuda para alcanzar sus sueños, recuperar a sus hijos y retribuirle a su mamá los últimos años de acompañamiento.
Un recorrido por la plaza popular más grande de Medellín
Un paso dentro de la plaza y el olfato anula a los demás sentidos. Huele a pescado, a carne cruda, legumbres, frutas y queso; a inciensos, a plantas aromáticas. Una vez se sosiega la nariz, los ojos se posan sobre las yucas y los ñames cáscaras ásperas, sobre los pescados de pieles tornasoladas. La Minorista es un mercado de lo absoluto.
En un rincón de la plaza, en el bloque central, hay una miscelánea muy bien surtida. La atiende un hombre calvo, bajo, de pocas palabras, quien explica que la variedad de productos se debe a la variedad misma de la gente que frecuenta la plaza. En este negocio se venden dulces, cuadernos, peluches que van desde los 13.000 hasta los 180.000 pesos.
Uno de los mostradores tiene lo impensado: juguetes sexuales. Hay dildos y penes de plástico; lubricantes y vaginas de goma. El hombre que regenta el lugar dice, con vaguedad, que la oferta de juguetes sexuales comenzó cuando alguien preguntó por ellos. “Hay que ofrecer lo que la gente pide”, dice el hombre, lacónico. ¿Pero, sí se venden? Dice que sí, que se los van llevando con lentitud, pero se venden.
Es el único negocio en toda la plaza que vende juguetes sexuales. A muy pocos metros de allí se ofrecen frutas, verduras y pescado. El contraste es casi inverosímil, pero, para el hombre que atiende, es apenas normal, una cuestión de oferta y demanda.
Muy cerca del estante con juguetes sexuales está uno de los negocios más representativos de la Minorista: el restaurante Aquí paró Lucho. Dicen los que saben que ahí se come la mejor paella de Medellín. La hacen todos los viernes y la gente llega por montones. El restaurante es especialista en platos mediterráneos y típicos de la comida criolla colombiana.
Así se ve el interior de la odontología de la Plaza Minorista.
El restaurante lo fundó Luis Fernando Díaz, oriundo de Cartago, y quien vivió un tiempo en España. En el país ibérico se interesó por la gastronomía y, después de volver a Colombia, emprendió la creación de varios restaurantes, hasta dar con el definitivo en el primer piso de la Minorista. Aunque Luis Fernando murió en 2012, su hermana Fabiola continuó el legado de ofrecer un restaurante gourmet en un lugar popular. Su filosofía es que la buena comida no tenía que estar encerrada en una calle de estrato 25, ni en una milla de oro rodeada por carros de alta gama.
El restaurante tiene una enorme demanda y es una de las razones por la que muchos visitan la plaza Minorista. Pese a estar en un lugar popular, ajetreado y muy transitado, las mesas están bien dispuestas con amplios manteles y los meseros, con elegancia, atienden a los comensales.
Pero la plaza tiene más sorpresas. En el segundo piso hay una sucesión de bares que abren a las 9:00 de la mañana y cierran en la tarde. Son frecuentados por campesinos o coteros que terminan temprano sus labores y se sientan a tomarse unas cervezas o unos aguardientes.
En una de esas cantinas atiende Sebastián Muñoz, un joven manager de cantantes de reguetón. Es el encargado de administrar el local, servir los tragos y poner la música. Un hombre le pide que ponga la música de Olimpo Cárdenas, mientras enciende un cigarrillo. Se toma una Pilsen y explica que es campesino, de Palmitas, y que por eso le gustan esas canciones viejas.
En los bares de la Minorista, como en muchas otras partes del centro, atienden mujeres jóvenes que alientan a los clientes a beber más. Se sientan con ellos y charlan largos ratos, escuchando con paciencia las historias del que está bebiendo. Las tabernas están muy cerca entre sí y por eso a veces se hacen indistinguibles las canciones populares y los vallenatos, los dos géneros que más suenan.
El anuncio de la odontología de Maicol Pérez.
Pero el negocio más extraño en la Minorista, y a la vez uno de los más exitosos, es la odontología de Maicol Pérez, un especialista de la Universidad CES que en su infancia fue cotero y creció en la plaza. Hoy es el dentista de quienes cargan bultos a diario. Con precios bajos ha cautivado a una larga clientela.
Entrar al consultorio de Maicol es como adentrarse en un mundo diferente dentro de la plaza. La puerta es de vidrio y al entrar se agradece el sosiego que ofrece el aire acondicionado. El espacio es amplio y bien dividido, pulcro, con paredes blancas en las que resalta una frase de Charles Chaplin.
Las paredes y los vidrios refulgen; en la parte superior hay televisores que ayudan a que el paciente pase el rato. Maicol saluda con afabilidad y pregunta al cliente cuál es su música favorita. Quien se recuesta en la silla, abriendo la boca para que le metan los instrumentos, olvida que está en una plaza de mercado que huele a la mezcla de todos los frutos conocidos.
Ya hay un consultorio mpedico en toda la plaza Minorista.
La aventura de Maicol en La Minorista, que comenzó hace año y medio, propició la llegada de otro médico. En la parte central, cerca a las oficinas de la administración, un doctor abrió su consultorio, un pequeño cubículo donde atiende a las personas de la plaza, muchas de ellas con enfermedades de riesgo como obesidad o hipertensión. Ofrece, por supuesto, tarifas a la medida para que la gente pueda acceder a sus servicios. Más que un producto comercial, Maicol y el médico ofrecen un servicio social en un lugar en el que se necesita mucha ayuda.
En La Minorista es posible encontrar todo, desde la fruta más exótica hasta un diseño de sonrisa, desde una olla a presión hasta animales vivos. O un dildo, si es del gusto.
Carros clásicos, neveras, pianolas, gramófonos, cámaras y cientos de artículos forman parte de la colección
El centro de Medellín guarda muchos secretos. Uno de ellos, hasta ahora muy bien guardado, es el museo de Alirio Tavera, un coleccionista que lleva 40 años recuperando carros y restaurando cuanta antigüedad llegue a sus manos, desde rockolas de los locos años 20 hasta neveras, pianos y revistas.
El museo, que todavía no abre sus puertas al público, queda en la calle Bolivia, entre Palacé y Venezuela. Para más señas, está a una cuadra del parque Bolívar. El museo de Alirio está camuflado por una puerta enorme con pinturas en aerosol. Cuando alguien toca la puerta, esta se abre solo un poco, deslizándose, y desde adentro se escuchan los ladridos de tres perros, los custodios de las reliquias.
Alirio hace pasar a los invitados con afabilidad. Y ofrece un café, “un muy buen café”, que sirve en un pocillo grande, al estilo gringo. La primera impresión del visitante es la de entrar en otro tiempo. Es el siglo XX el que aparece ante sus ojos: decenas de publicidades de empresas gringas, rockolas como las que aparecen en las películas, muebles espaciosos y abullonados que recuerdan a Pulp fiction. Hay neveras por todas partes, aparatosas y pesadas, que hay que desconectar una vez a la semana para que no hagan escarcha. “No son no frost”, dice Alirio.
El dueño del museo encierra a los perros en un cuarto para que no interrumpan la conversación. Luego cuenta que comenzó a coleccionar hace 40 años, cuando en las manos suyas y de su familia cayó una carroza funeraria de comienzos de siglo. Alirio y un hermano habían recibido la herencia familiar del negocio de las funerarias, y por eso alguien les ofreció esa reliquia. Aunque después la vendieron, a Alirio le picó la curiosidad por las antigüedades.
Este es el coche fúnebre modelo 1929, único en Colombia.
Por eso, un tiempo después, compró un Ford modelo 56. Entonces empezó, casi sin darse cuenta, a comprar y vender carros viejos, modeludos, de colas largas y colores pastel. De algunos de ellos quedan partes. Los muebles del museo son los frontales y las traseras de viejos Cadillacs o Caprices, donde hace muchos años se sentaron los conductores y los pasajeros.
Algunos de esos coches han sido utilizados para ser algo más que sillas. Alirio, en un arrebato de imaginación, convirtió uno en una mesa de billar. El visitante puede ver el carro como cortado a la mitad, recubierto con la suavidad del paño. Es un objeto extraño que de inmediato llama la atención. En la parte trasera, donde estaba el portaequipaje, tiene un cajón para guardar los palos y las bolas.
El museo de Alirio tiene dos pisos. En el primero está la sala con las neveras, los muebles-carro y el billar. También hay carros antiguos y clásicos en perfecto estado. La joya de la corona, por decirlo así, es un coche funerario modelo 1929, único en Colombia. El coche, un Studebaker Superior Westminster, llegó al país por el puerto de Santa Marta. Alirio dice que solo se fabricaron 248 unidades de ese modelo.
El coche, pese a sus 95 años a cuesta, conserva sus piezas en su estado original. Alirio se sube, le abre el capó, que se desliza hacia los lados, y le echa un poco de aceite y gasolina. Después se sube a la cabina y, sin demasiado esfuerzo, presiona el acelerador y acciona la llave. El carro, en un estertor mecánico, se enciende y tiembla ruidosamente. ¡Funciona a la perfección!
En el museo de Alirio todo funciona, desde los carros hasta un fonógrafo de finales del siglo XIX. ¿Cómo es que todas esas cosas tan disímiles han llegado a este taller en el centro de Medellín? La respuesta es sencilla: la pasión y la tozudez de Alirio. Al coleccionista le escriben cada tanto para ofrecerle neveras, pianos, rockolas, libros, discos de vinilo y cuanta vejez se pueda imaginar.
Todos los carros del museo están casi originales y funcionales.
Junto al coche funerario hay otras piezas de valor como un Chevrolet Impala 1959, una ambulancia Pontiac 1952 y un Chevrolet Bel Air 1966. Son carros, por decirlo, de un barroquismo que ya no se ve en la industria: largas colas, finos acabados, tableros elegantes. Los colores, dice Alirio, tienen muchos matices y abarcan una escala muy grande, no como los de hoy que casi todos son grises, blancos o negros.
El panorama es muy distinto en el piso superior del museo. Al subir las escaleras se encuentra el visitante con un amplio salón revestido de madera, lustroso, como de antaño. Hay una colección de libros sobre la guerra contra el narcotráfico de los años 80, una valiosa donación que hizo un familiar de Alirio. Entre los títulos aparecen Palacio sin máscara, La historia de las guerras y Crónicas que matan.
Si el primer piso es una oda al mercado gringo del siglo pasado, con sus reflectores y sus colores estridentes, el segundo es un sosegado espacio de cultura, con gramófonos, cámaras, libros y revistas. El objeto más preciado, quizá, es una pianola de la década del 30. En apariencia es un piano normal, al que Alirio, sentado, le saca unas notas.
El segundo piso es más sosegado, con libros, revistas, pianolas y fonógrafos.
Pero oculta una sorpresa. Alirio abre una portezuela e introduce un papel parecido a un papiro. Es un rollo que la pianola comienza a reproducir y se hace la magia. Las teclas se mueven solas y los engranajes dan mil vueltas. Es como si alguien estuviera interpretando el piano frenéticamente. “Esto yo solo lo había visto en una película de la época, es una cosa impresionante”, dice Alirio. En ese momento aparece un hombre cercano al coleccionista, y se acerca a ver el engranaje, maravillado. No cuesta mucho recordar las películas del viejo Oeste, de borracheras y tiroteos en cantinas donde las pianolas, como la que tiene Alirio, interpretan una canción que puede ser tan triste como vertiginosa.
Ahora bien, ¿es posible visitar este museo de lo impredecible? Por ahora no está abierto al público. Alirio ha venido organizando el lugar para recibir visitantes. Aún faltan detalles, pero la idea es que máximo, en tres meses, se abran las puertas de este tesoro del centro de Medellín.
Los visitantes podrán tomarse un café o una cerveza y maravillarse con la magia de la pianola; o sentarse en los muebles de un Cadillac en el que alguna vez paseó una familia. Dos o tres meses, sí, dice Alirio, ya es momento de abrir esto al mundo.
Con frases como “poner la casa en orden”, “la Alcaldía de la gente” y un discurso retador con el Gobierno Nacional, el popular “Fico” presentó los primeros resultados de la administración, que, no obstante, tiene sombras por aclarar, retos inexorables para la ciudad y la responsabilidad de 689.519 votantes que lo llevaron al primer cargo de la ciudad por segunda vez.
¿Qué hay de diferente en el Federico Gutiérrez de hoy y el de 2016? Para comenzar, el de 2016 no había sido candidato presidencial, no tenía las confrontaciones políticas que se desataron en los últimos años y no había llegado a la Alcaldía en un ambiente hostil. No obstante, llegó por segunda vez con la votación más alta de la historia, con reconocimiento nacional y con la presión de superar su primer mandato. ¿Qué ha logrado en estos primeros 104 días?
“Poner la casa en orden”
La primera frase que resume la primera parte de esta administración es “poner la casa en orden”, aunque ésta, demostrado con las apariciones públicas del popular “Fico” Gutiérrez, es una frase que en primera instancia se redujo a La Alpujarra. El 4 de marzo pasado, con asistencia masiva de todos los medios, en una mesa de la sala de prensa de la Alcaldía de Medellín, “Fico” presentó decenas de carpetas, donde aseguró, había 501 hallazgos de corrupción del gobierno de su antítesis Daniel Quintero.
“Se hallaron evidencias de la presunta desviación de los fondos del Presupuesto Participativo, recursos públicos para la financiación de campañas políticas a la Alcaldía de Medellín. Este correo fue recibido en la línea ética de Plaza Mayor, donde una corporación manifiesta que no le han realizado un pago, porque quién debía realizarlo, tuvo que entregar un porcentaje a una campaña política a la Alcaldía de Medellín”, dijo en su momento el Alcalde Gutiérrez.
En los primeros meses, buena parte del recurso humano de la administración estuvo trabajando en cada una de las dependencias en la búsqueda de indicios de corrupción o mala administración entre 2020 y 2023. La auditoría forense se hizo palmo a palmo y se convierte en el primer punto de los 100 días, punto que Odría ser positivo y también negativo.
Más de un mes después de haber entregado los cientos de folios a autoridades como la Procuraduría, la Fiscalía e incluso a la Contraloría, no se ha dado un avance notorio en las investigaciones, de las cuales, se espera resultados en corto tiempo. De no lograrse unos procesos serios en contra de los señalados de corrupción, este esfuerzo por la “limpieza” interna de la Alcaldía, podría quedar en entredicho. Con seguridad, el tema dará para varios meses de cruces de mensajes en X, declaraciones públicas y una batalla legal que promete ser larga y controversial.
“Poner la casa en orden” implicó también una gran movilización de las entidades de la administración en tareas urgentes de ciudad. Pagar las deudas de las instituciones educativas para iniciar clases y poner en marcha una jornada masiva de limpieza en las calles, zonas verdes y parques de Medellín, es, entre otros, uno de los logros destacados en el informe presentado esta semana.
Foto: Alcaldía de Medellín
“Bajo la estrategia Tacita de Plata, 1.100 operarios y máquinas barredoras de Emvarias hicieron recorridos para la limpieza de las vías de la ciudad lo que suma 358.718 kilómetros, logrando recolectar más de 134.000 toneladas de residuos ordinarios e intervenir más de 32 millones de metros cuadrados de zonas verdes. En total, van 242 acciones ambientales y tareas de mantenimiento y cuidado de los recursos naturales”, dice textualmente el informe fechado el pasado 9 de abril de 2024.
Tal vez fue un error de redacción o, una cifra realmente elevada, pero lo cierto es que 32 millones de metros cuadrados es un poco menos que la superficie de La Luna, que tiene 37.9 millones de metros cuadrados según las cifras de la NASA, según las cifras de la agencia espacial, tendríamos que decir que, comparativamente, los recorridos de operarios y barredoras de Emvarias, equivalen a casi la distancia entre La Tierra y Luna, medida en unos 384.000 kilómetros. Si las cifras, en efecto corresponden, se hace muy evidente que Medellín necesitaba limpieza urgente. Bien, esto se refuerza, teniendo en cuenta que la cantidad de desechos recogidos, según el informe, equivale a 2.2 veces el peso total del edificio Empire State, uno del rascacielos más famoso del mundo.
Apersonarse de la seguridad
En su primer mandato, “Fico” se había ganado el apodo de “Sherif”, en buena parte, por participar directamente en los operativos de captura de delincuentes y su campaña de “Los más buscados”, una especie de álbum de rostros en sombras, que se iba llenando en la medida en la que se fueran capturando. Hoy no hay un cartel de los más buscados, pero si, una evidente iniciativa del mandatario por hacer personalmente los anuncios importantes en materia de seguridad.
Por el momento, las cifras lo favorecen. A la fecha los homicidios en Medellín tienen una reducción del 4.7% frente al mismo periodo de 2023, con una sutil diferencia de 5 casos registrados en este lapso, según advierte el Sistema de Información para la Seguridad y la Convivencia. No obstante, habría que mencionar que comunas como El Poblado y San Javier, presentan aumentos del 350% y el 400% en este delito.
En estos 104 días, Federico Gutiérrez ha enfrentado crisis de orden público en Manrique, Castilla y El Poblado. Se ha referido insistentemente al Proceso de Paz entre el Gobierno Nacional y las organizaciones delincuenciales del Valle de Aburrá, entre ellas “La Oficina”, conversaciones en las que son parte activa muchos de los cabecillas que fueron capturados en su anterior administración y otros que ahora están en libertad, como se supo recientemente de Gustavo Adolfo Peña, alias “El Montañero”, líder de la banda de “El Mesa”, quien sería cobijado por beneficios como Gestor de Paz.
Otro de los incidentes que lograron generar zozobra entre las autoridades, fue el asesinato de Edinson Rodolfo Rojas, alias “Pichi”, líder de la organización delincuencial de “La Terraza”. Hasta el momento no se han dado avances de la investigación ni la captura de los asesinos. Lo que podría ser una nueva confrontación entre grupos delincuenciales, no pasó.
Foto: Alcaldía de Medellín “Los hurtos bajaron con relación a 2023: en el caso de hurto a personas el 25 %; a establecimientos comerciales el 55 %; a residencias el 14 %; y de motos el 8 %. Con relación a otros delitos, se destaca que la extorsión bajó 40 % y el secuestro 86 %”, dice el informe de la Alcaldía de Medellín.
A pesar de las reducciones de los delitos de alto impacto, es real que existe una percepción negativa de la seguridad en varios puntos de la ciudad. El Decreto 0044 del 17 de enero de 2024, restringe el consumo de drogas en instituciones o establecimientos educativos públicos y privados, parques y plazas públicas, centros deportivos y recreativos, así como en eventos públicos o privados con presencia de menores de edad.
No obstante, las quejas son múltiples y el cumplimiento obligado de la norma está en la lista de deudas de los primeros 100 días de la administración. Tan solo hace dos semanas, un equipo de Exclusivo Colombia, realizó un recorrido por la comuna 14 de El Poblado, encontrando expendios de droga al aire libre y a plena vista pública, en por lo menos cuatro zonas, incluyendo el Parque de El Poblado y el Parque Lleras, aunque este último, merece un análisis aparte.
En materia de seguridad, además, cabe anotar que, a pesar de los más de 20 operativos de intervención en zonas como Cúcuta con La Paz, en el centro de Medellín y otras zonas deprimidas por la presencia de cientos de habitantes en condición de calle, los cambuches y los asentamientos irregulares de esta población no han cedido. Se estima que la población en esta condición puede llegar a más de 12.000, según cifras de las entidades que atienden de primera mano los servicios básicos en la ciudad, pero oficialmente, la cifra solo llega a unos 2.800 que se tienen en los registros.
“La atención a los habitantes de calle registró cifras significativas en los primeros 100 días de gobierno, con un incremento de 309 % con respecto a 2023. También, entraron en funcionamiento 21 Centros Integrales y de Familia, que ofrecen acompañamiento psicosocial y la oferta institucional ante situaciones de violencia intrafamiliar”, dice el informe.
La recuperación del Espacio Público, apenas inicia con algunas acciones puntuales, pero no será una tarea fácil en la administración de Federico Gutiérrez.
La crisis del turismo y la explotación sexual
Foto: Exclusivo Colombia
Ni es nuevo, ni es un problema que se haya descubierto en estos 104 días en Medellín. Es el tema, que, por un caso aberrante, reventó como una bomba mediática en el corazón del turismo y de la economía del entretenimiento en la ciudad: el Parque Lleras, que resume varios de los principales retos del alcalde Federico Gutiérrez.
Para comenzar es el epicentro del turismo sexual, turismo de extranjeros que el año pasado dejó la entrada de más de 400.000, sin contar los turistas internos, que son más de un millón. La concentración de la prostitución se mudó al icónico parque, donde se promedian unas 1.500 mujeres y trans que trabajan todos los días en un perímetro no superior a los 2 kilómetros cuadrados. Lo grave: la explotación de niños, niñas y adolescentes, que según advirtió la misma Alcaldía, son manejadas, instrumentalizadas por bandas delincuenciales como “La Terraza”, “La Raya” y “Robledo”, como mercado ilegal para los extranjeros que pagan entre 300 y 600 dólares por tener sexo con niñas paisas y venezolanas.
Se han realizado más de 20 operativos de control, que incluyen el cierre de establecimientos, con unos 50 policías que casi a diario hacen presencia y revisan, vigilan y procuran el control, en medio de un mercado que tiene todo lo legal e ilegal, y cuyo control, advierte Gutiérrez, apenas está en proceso, una batalla que apenas comienza.
El reto de las megaobras
Los avances de las megaobras en Medellín, están por verse. Los proyectos del Metro de la 80 y sacar adelante la finalización y puesta en funcionamiento total de Hidroituango. Contra todos los obstáculos posibles, las dos obras deben ver, según el Plan de Desarrollo, un desarrollo tangible al final del periodo de la Alcaldía, pero para esto faltan 1.456 días y contando.
La coyuntura política
En esta primera evaluación de la administración de Medellín, es imposible dejar por fuera la coyuntura política a la que se somete todos los días Federico Gutiérrez, visto adentro con una gran popularidad, que según la más reciente encuesta Invamer es del 76% y en el ámbito nacional, como una de las principales voces opositoras al Gobierno de Gustavo Petro.
En esta etapa, no solo se han dado controversias varias y en varios temas, sino el pedido constante de la Alcaldía al Gobierno por la atención a proyectos de ciudad, la seguridad y el Proceso de Paz. Gutiérrez, aliado casi incondicional del Gobernador Andrés Julián Rendón, ha conformado un bloque de alcaldes en todo el país, con un liderazgo marcado desde incluso, antes de ser posesionado el 1 de enero en la Plaza Botero.
La evaluación de estos días deja en claro que ya “Fico” ha encontrado temas que serán “caballitos de batalla” durante toda su administración:
Foto: Alcaldía de Medellín
Juicio y sanción pública a la administración anterior de Daniel Quintero Calle.
Adoptar, como ya lo supo hacer, toda la responsabilidad y la vocería de los temas de seguridad y orden público en Medellín.
Equilibrar las cargas en la opinión pública frente al Gobierno Nacional, adoptando una vocería opositora desde las regiones con alcaldes afines.
En materia de seguridad, por lo menos en un comienzo, ha mostrado tres temas inexorables: explotación sexual de niños, niñas y adolescentes, seguridad urbana, hurtos y casos de “fleteo” y el tema del Proceso de Paz con las estructuras delincuenciales del Valle de Aburrá.
Tras la presentación del Plan de Desarrollo, consolidará un poder nunca antes visto en el Concejo de Medellín, donde la coalición tendrá prácticamente desaparecida cualquier oposición.
El internet ha acabado con la distribución de pornografía. Los negocios han tomado otros rumbos
Sus clientes lo llaman el “flaco”. Todavía vende películas porno para DVD, pese a que ya casi nadie las compra. Hubo un tiempo, recuerda el flaco, en que el pasaje Boyacá era todo pornografía. Los puestos callejeros se sucedían con películas de sexo lésbico o de “paisitas”, las más apetecidas por los pensionados. Los clientes se amontonaban y, excitados, revolcaban los puestos en búsqueda de algo que satisficiera su lujuria. A veces pasaban señores renegando, tapando los ojos de sus hijos.
El esplendor del porno en el pasaje Boyacá es pasado. Hoy quedan dos o tres puestos que lo ofrecen. El “calvo”, compañero del flaco, ahora vende tenis para ayudarse. El flaco ha tenido que hacer lo propio con unas cucharas de palo, un negocio en el que está incursionando.
“Esto ya no da para vivir. Si no fuera por una hija que me ayuda, aguanto hambre”, dice el flaco.
El pasaje es en realidad una parte de la calle Boyacá, una de las principales del pueblo provinciano y en extremo católico que fue Medellín en los siglos XVIII y XIX. Está detrás de la iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, la primera parroquia que tuvo la ciudad. Cuesta imaginar que ese pedazo de la calle, hoy tan populoso, fue ayer el paso obligado de los comerciantes, los mineros y los ricos de la época que llegaban los domingos al encuentro con su Señor.
El pasaje es hoy un mercado de lo absurdo. Como el porno ya no es solicitado, los venteros tuvieron que recurrir a otros negocios. Miguel Calle, por ejemplo, montó un pequeño taller de gafas. Hace diez años dejó de vender porno. “Lo hice porque, además de que ya no se vendía igual, es como conseguir plata mal habida. Nos iba bien, claro, pero así mismo gastábamos”, dice.
Solo quedan dos o tres puestos en los que todavía se ofrecen las películas pornográficas.
En sus buenas épocas, recuerda Miguel, llegaban hombres, casi todos entrados en años, a preguntar por porno “de sardinas”, es decir, de menores de edad, lo que se configura como un delito. La policía daba ronda por el lugar y les hacía guardar las películas: “Era una persecución constante. Todo el tiempo nos tocaba guardar la mercancía o movernos para otro lugar. Aún así seguían llegando clientes”.
Lo raro del desuso de la pornografía es que, según los mismos venteros, comenzó con la pandemia. Hasta antes de las cuarentenas, pese al avance del internet, las películas pornográficas seguían siendo bastante solicitadas. El flaco y el calvo lamentan que el negocio se haya venido a menos, pero no entienden por qué justo después de la pandemia.
Aunque la pornografía no es un negocio rentable en el pasaje Boyacá, sí que lo es en el mundo. Se estima que en internet hay 4,2 millones de sitios pornográficos. El más conocido en Pornhub, el gigante canadiense que se ha visto en serios aprietos por permitir que en la plataforma se subieran contenido con menores de edad o no consensuados. Se estima que en Estados Unidos hay unas 40 millones de personas que visitan sitios porno con regularidad y, de ellas, 12 millones consideran que tienen un problema de adicción.
Pero volvamos a Boyacá. Por esta calle pasó, a comienzos del siglo XX, el grupo de los Panidas, los jóvenes poetas liderados por León de Greiff. Ese grupo es recordado por una célebre pelea en la iglesia de San Ignacio. En Boyacá tomaban tinto y aguardiente y se adentraban en discusiones literarias y políticas.
El pasaje está más organizado ahora, sin tanto atiborramiento de puestos como en los años pasado.
Hoy, después del languidecimiento del porno, el pasaje Boyacá es un mercado de lo absurdo. Lo que más se vende, dice Miguel, es veneno. En muchos de los puestos se exhiben venenos para ratas y cucarachas; exhiben botellas llenas de un líquido blanquecino que bien podría confundirse con suero costeño. Hay otros, también blancos, que tienen forma de bola. Uno más llamativo viene en un tarro diminuto y se llama Sicario, lo adorna la imagen de un ratón con una pistola y pantalones de pana.
Hay venenos tan fuertes que inundan el aire del lugar. Los ojos, que lagrimean, se resienten ante ese olor penetrante que se expande como en algún momento se expandieron las portadas de las películas de porno.
Pero hay más negocios, por supuesto. Lucho es un relojero que llegó al pasaje hace 32 años. Nunca ha querido incursionar con otro negocio, aunque mucho se lo han recomendado. No, lo de él es el tiempo, sentarse bajo la sombrilla que incrementa el calor, y trabajar en la filigrana que es un reloj de pulsera. Ese negocio también ha decaído. “Esto está malo. Uno por ahí pone una pila o arregla una correa, pero es muy duro. No hay clientes como antes”, se lamenta Lucho.
También hay quienes venden lociones y memorias usb con música. La puerta lateral de la iglesia, que da hacia el pasaje, se mantiene cerrada desde la pandemia. Para Miguel es una ironía que antes, cuando se vendía porno de todo tipo, el templo tuviera su puerta abierta, y en cambio ahora, cuando casi se erradicaron esas películas lascivas, esté clausurado.
El flaco reconoce que pronto tendrá que dejar de vender porno. Por eso, desde hace un mes, tiene a la venta unas cucharas de palo que hacen un contraste extraño con las carátulas de mujeres perniabiertas y despelucadas. Como la mayoría de los venteros, el flaco es un hombre mayor que vive en las laderas de Medellín. Con lo que gana en su negocio, que es muy poco, compró un lote en Vallejuelos, un barrio de invasión. Les dio tres millones de pesos a los bandidos para que le entregaran el pedazo de tierra demarcado por una cinta.
El porno no da para más, dice el flaco, triste; sus ojos se ven cansados, ausentes, como perdidos en un tiempo ido, irrecuperable.