Carros clásicos, neveras, pianolas, gramófonos, cámaras y cientos de artículos forman parte de la colección
El centro de Medellín guarda muchos secretos. Uno de ellos, hasta ahora muy bien guardado, es el museo de Alirio Tavera, un coleccionista que lleva 40 años recuperando carros y restaurando cuanta antigüedad llegue a sus manos, desde rockolas de los locos años 20 hasta neveras, pianos y revistas.
El museo, que todavía no abre sus puertas al público, queda en la calle Bolivia, entre Palacé y Venezuela. Para más señas, está a una cuadra del parque Bolívar. El museo de Alirio está camuflado por una puerta enorme con pinturas en aerosol. Cuando alguien toca la puerta, esta se abre solo un poco, deslizándose, y desde adentro se escuchan los ladridos de tres perros, los custodios de las reliquias.
Alirio hace pasar a los invitados con afabilidad. Y ofrece un café, “un muy buen café”, que sirve en un pocillo grande, al estilo gringo. La primera impresión del visitante es la de entrar en otro tiempo. Es el siglo XX el que aparece ante sus ojos: decenas de publicidades de empresas gringas, rockolas como las que aparecen en las películas, muebles espaciosos y abullonados que recuerdan a Pulp fiction. Hay neveras por todas partes, aparatosas y pesadas, que hay que desconectar una vez a la semana para que no hagan escarcha. “No son no frost”, dice Alirio.
El dueño del museo encierra a los perros en un cuarto para que no interrumpan la conversación. Luego cuenta que comenzó a coleccionar hace 40 años, cuando en las manos suyas y de su familia cayó una carroza funeraria de comienzos de siglo. Alirio y un hermano habían recibido la herencia familiar del negocio de las funerarias, y por eso alguien les ofreció esa reliquia. Aunque después la vendieron, a Alirio le picó la curiosidad por las antigüedades.
Por eso, un tiempo después, compró un Ford modelo 56. Entonces empezó, casi sin darse cuenta, a comprar y vender carros viejos, modeludos, de colas largas y colores pastel. De algunos de ellos quedan partes. Los muebles del museo son los frontales y las traseras de viejos Cadillacs o Caprices, donde hace muchos años se sentaron los conductores y los pasajeros.
Algunos de esos coches han sido utilizados para ser algo más que sillas. Alirio, en un arrebato de imaginación, convirtió uno en una mesa de billar. El visitante puede ver el carro como cortado a la mitad, recubierto con la suavidad del paño. Es un objeto extraño que de inmediato llama la atención. En la parte trasera, donde estaba el portaequipaje, tiene un cajón para guardar los palos y las bolas.
El museo de Alirio tiene dos pisos. En el primero está la sala con las neveras, los muebles-carro y el billar. También hay carros antiguos y clásicos en perfecto estado. La joya de la corona, por decirlo así, es un coche funerario modelo 1929, único en Colombia. El coche, un Studebaker Superior Westminster, llegó al país por el puerto de Santa Marta. Alirio dice que solo se fabricaron 248 unidades de ese modelo.
El coche, pese a sus 95 años a cuesta, conserva sus piezas en su estado original. Alirio se sube, le abre el capó, que se desliza hacia los lados, y le echa un poco de aceite y gasolina. Después se sube a la cabina y, sin demasiado esfuerzo, presiona el acelerador y acciona la llave. El carro, en un estertor mecánico, se enciende y tiembla ruidosamente. ¡Funciona a la perfección!
En el museo de Alirio todo funciona, desde los carros hasta un fonógrafo de finales del siglo XIX. ¿Cómo es que todas esas cosas tan disímiles han llegado a este taller en el centro de Medellín? La respuesta es sencilla: la pasión y la tozudez de Alirio. Al coleccionista le escriben cada tanto para ofrecerle neveras, pianos, rockolas, libros, discos de vinilo y cuanta vejez se pueda imaginar.
Junto al coche funerario hay otras piezas de valor como un Chevrolet Impala 1959, una ambulancia Pontiac 1952 y un Chevrolet Bel Air 1966. Son carros, por decirlo, de un barroquismo que ya no se ve en la industria: largas colas, finos acabados, tableros elegantes. Los colores, dice Alirio, tienen muchos matices y abarcan una escala muy grande, no como los de hoy que casi todos son grises, blancos o negros.
El panorama es muy distinto en el piso superior del museo. Al subir las escaleras se encuentra el visitante con un amplio salón revestido de madera, lustroso, como de antaño. Hay una colección de libros sobre la guerra contra el narcotráfico de los años 80, una valiosa donación que hizo un familiar de Alirio. Entre los títulos aparecen Palacio sin máscara, La historia de las guerras y Crónicas que matan.
Si el primer piso es una oda al mercado gringo del siglo pasado, con sus reflectores y sus colores estridentes, el segundo es un sosegado espacio de cultura, con gramófonos, cámaras, libros y revistas. El objeto más preciado, quizá, es una pianola de la década del 30. En apariencia es un piano normal, al que Alirio, sentado, le saca unas notas.
Pero oculta una sorpresa. Alirio abre una portezuela e introduce un papel parecido a un papiro. Es un rollo que la pianola comienza a reproducir y se hace la magia. Las teclas se mueven solas y los engranajes dan mil vueltas. Es como si alguien estuviera interpretando el piano frenéticamente. “Esto yo solo lo había visto en una película de la época, es una cosa impresionante”, dice Alirio. En ese momento aparece un hombre cercano al coleccionista, y se acerca a ver el engranaje, maravillado. No cuesta mucho recordar las películas del viejo Oeste, de borracheras y tiroteos en cantinas donde las pianolas, como la que tiene Alirio, interpretan una canción que puede ser tan triste como vertiginosa.
Ahora bien, ¿es posible visitar este museo de lo impredecible? Por ahora no está abierto al público. Alirio ha venido organizando el lugar para recibir visitantes. Aún faltan detalles, pero la idea es que máximo, en tres meses, se abran las puertas de este tesoro del centro de Medellín.
Los visitantes podrán tomarse un café o una cerveza y maravillarse con la magia de la pianola; o sentarse en los muebles de un Cadillac en el que alguna vez paseó una familia. Dos o tres meses, sí, dice Alirio, ya es momento de abrir esto al mundo.