Con sánduches y chocolate, un grupo de colaboradores de una pastoral de Medellín busca llevar un mensaje de esperanza a decenas de personas que cayeron en la drogadicción y hoy deambulan por la plaza Minorista.
En las afueras de la Plaza Minorista de Medellín se evidencian diferentes flagelos sociales que deforman este sector. Mendicidad y drogadicción son algunos de los problemas que enfrenta la zona.
Sin embargo, hace más de una década, una comunidad de jóvenes decidió intervenir en este problema social utilizando el alimento como anzuelo de acercamiento para crear confianza y transformar el drama de quienes viven en la calle, seguido de un acompañamiento más profundo como la escucha y el apoyo espiritual. Así lo manifestó Juan Esteban Pabón, uno de los miembros de la comunidad “nuestro objetivo principal es darles una visión diferente de la realidad. Lo primero es que, así como Jesús nos enseñó a servir, servimos a los demás. Aunque ellos estén ahí sucios y no huelan bien, siempre hay alguien que los mira como los miraría Jesús: con ojos de misericordia”.
No existe el recelo y la desconfianza entre los comensales que cada domingo esperan la visita de dicha comunidad. Algunos, ya familiarizados con su labor, ven en esa palabra de aliento y motivación el impulso necesario para reconstruir su vida fuera de las calles, mientras que otros sobrecargados por diversos problemas, afirman que les cuesta encontrar un nuevo rumbo en medio del consumo.
“Hay algunas personas que han logrado salir de la calle, pero es un tema complejo. Hay muchas cosas que influyen. Por ejemplo, en la calle nos hemos encontrado con casos de personas que son abogados, médicos o que los papás son dueños de centros comerciales y ellos eligen la calle. La decisión de salir de las drogas es personal. Lo que buscamos es devolverle la dignidad a la persona y la dignidad se recupera cuando le hacemos sentir a esa persona en condición de vulnerabilidad que es igual a ti”, señaló Pabón.
Juan Esteban también recordó, con cierta melancolía, cómo en una de esas actividades se reencontró con un antiguo compañero de colegio, alguien que parecía tenerlo todo: una familia amorosa y una casa grande en un buen sector de la ciudad. Sin embargo, el destino lo llevó a las calles. “a veces, no se trata del tipo de familia o de los recursos que tengas, sino de las decisiones personales. Mi compañero tenía todo el apoyo de su familia, pero aun así terminó eligiendo la calle. Eso me enseñó que nadie está exento de caer en la adicción”.
A lo largo de los años, Juan Esteban y los jóvenes voluntarios se han encontrado con muchas historias similares, en las que personas que parecían tener un futuro prometedor cayeron en la adicción y terminaron en las calles. Estas vivencias les ha dejado una lección clara: la adicción no discrimina. Sin importar cuán seguro te sientas, todos somos vulnerables a caer, y la única manera de salir adelante es a través del apoyo mutuo y la recuperación de la dignidad.
A través de la entrega de un sánduche con chocolate, estos jóvenes han descubierto que el alimento es solo el inicio de algo mucho más grande: una oportunidad para tender un puente hacia el corazón de quienes han sido olvidados. El alimento nutre el cuerpo, pero es el acompañamiento, la escucha y el mensaje de esperanza lo que comienza a sanar las heridas más profundas del alma.
Cada domingo, con gestos sencillos y miradas de comprensión, esta comunidad no solo entrega comida, sino también humanidad, demostrando que todos merecen una segunda oportunidad. Así, aquellos que han sido empujados a la marginalidad encuentran un pequeño faro de luz que les recuerda que, aunque caigan, siempre hay una mano tendida para levantarlos.
Al final del día, los jóvenes voluntarios no solo alimentan estómagos vacíos; alimentan la esperanza, recordando que la verdadera transformación comienza cuando se ve a cada persona con la dignidad que merece. En cada plato entregado, hay una invitación a soñar con un futuro diferente, fuera de las calles, donde la vida vuelve a tener sentido y donde el ciclo de vulnerabilidad puede finalmente romperse.