Hay 24 agentes de policía custodiando el lugar. Se han visto personas durmiendo en las zonas verdes.
Once días han pasado desde que la Alcaldía de Medellín, ahora liderada por Federico Gutiérrez, levantó las vallas que durante diez meses rodearon la Plaza Botero. Con una mirada rápida, sin mayor detalle, se puede concluir que todo sigue igual desde el retiro de las cercas: la prostitución se mantiene junto a la iglesia de La Veracruz, los turistas siguen llegando en bermudas, y en una esquina siguen poniendo las mismas canciones de Diomedes.
Hay que escudriñar un poco más, hablar con los venteros que pasan las horas bajo el sol, para notar sutiles diferencias. Lo primero que se nota al llegar es la amplitud. La entrada se ve extrañamente amplia sin las vallas. El acceso es ilimitado a la plaza, que además es un espacio público, hay que decirlo. En una tarde de miércoles, bajo los rayos del sol, una veintena de personas hacen corrillo, gritan, celebrando un juego callejero.
Las paredes exteriores de la iglesia, que recuerdan a las ciudades amuralladas del Caribe, sirven de asiento para mujeres jóvenes y viejas, flacas y barrigonas, con dientes y desdentadas, que descansan bajo la sombra esperando clientes. Fuman, tranquilas, y se cruzan de piernas, haciendo chistes a veces procaces.
Ni las vallas ni el retiro de ellas cambió en absoluto las dinámicas de la prostitución y la explotación sexual en los alrededores de Botero. Cuando se le pregunta a la gente por ese tema, miran de soslayo, escurriéndose en la conversación, y dicen que “sigue lo mismo de siempre”.
“La prostitución se mantiene junto a la iglesia de La Veracruz, los turistas siguen llegando en bermudas, y en una esquina siguen poniendo las mismas canciones de Diomedes”.
Y es que el problema del centro, como muchas veces lo ha dicho Jorge Mario Puerta, director de Corpocentro, es que no se atacan los problemas de raíz. Como ha pasado en otras zonas, se arregla la infraestructura, se instalan bancas y mesas, pero los problemas sociales continúan o se agravan. Eso pasó en Botero, y basta una mirada para darse cuenta de ello.
Hablan los venteros
Jorge Arias, un vendedor ambulante asociado a Asobotero, dice que la plaza se siente tranquila, que está “una chimba”. Hasta ahora, pasados once días del retiro de las vallas, dice que la calma se ha mantenido. Y es cierto, los turistas se toman fotos en las 23 esculturas de Fernando Botero, caminan con despreocupación.
La estrategia de la alcaldía de Gutiérrez ha sido controlar el espacio público y poner policías para que vigilen el parque. Bajo los árboles, huyendo del sol de la tarde, los patrulleros levantan a los habitantes de calle que deciden meterse a dormir en los jardines. “Ellos intentan meterse, pero de una los quitan. Uf, eso ha pasado cada rato”, dice uno de los vendedores.
Pero otros no son tan optimistas. Román Agudelo, uno de los fotógrafos que pasa los días enteros en Botero, dice que, pese a la presencia de la Policía, ya se han presentado robos. “Hace unas horas robaron una bicicleta de esas de motor, de un gringo. Cuando llamaron a los policías, el ladrón ya se había volado, porque ahora sin vallas se van mucho más fácil”, comenta el fotógrafo.
Son 24 los policías que están patrullando la plaza durante el día. La presencia es constante, hay que decirlo, pero el temor de los comerciantes es que a la larga se relaje la vigilancia y el desorden vuelva. Agudelo no es optimista: “Le doy dos meses a esto para que vuelvan a meterse y esto acá esté oliendo a mierda otra vez”.
Aunque los comerciantes están de acuerdo con las vallas, buena parte de la ciudad criticó la medida y la tomó como un derecho de admisión a un espacio público que debe ser de todos. La estrategia de cerrar el espacio público se trasladó al parque Lleras, en El Poblado, con pocos resultados y muchas críticas.
Los alrededores
La plaza cerrada se convirtió en un oasis. Mientras en los interiores había pocos vendedores ambulantes y el espacio se veía limpio y seguro, los alrededores, por donde la gente camina para entrar a la plaza, bullían en medio del ruido ensordecedor, la invasión del espacio público, el consumo y la venta de drogas.
A la Plaza Botero la rodean los barrios Estación Villa y La Candelaria. En ambos los homicidios se incrementaron un 20% y un 12% respectivamente durante 2023, cuando las vallas estuvieron puestas. En el caso de los hurtos, se presentó una situación similar. Solo en el barrio La Candelaria, según el SISC, se documentaron 3.765 casos de hurto, un aumento del 18.5%, y en Estación Villa, se produjeron 616 casos, un aumento del 7.5%.
Durante el cierre, además, los alrededores se llenaron de ventas ambulantes irregulares. Eso aumentó el tránsito de personas y la suciedad. El CAI de la Policía, que está bajo el metro, se convirtió en un baño público maloliente, lleno de charcos de orines rancios y mosquitos.
La realidad hoy es diferente. Esa zona fue despejada en los primeros días de la nueva administración y hoy se puede caminar por allí con tranquilidad. Pero pasó lo mismo que con las vallas: los problemas se movieron solo unos metros. Bajo el viaducto, junto a los murales de Pedro Nel Gómez, están arrumados todos los venteros que fueron removidos de sus espacios.
La zona se convirtió en un verdadero tumulto en el que vendedores con permiso y sin él aprovechan el espacio. Se hizo tan intransitable como la parte que lindaba con las vallas.
Es pronto para sacar soluciones sobre el retiro de las vallas, pero una cosa queda clara: con o sin ellas, los problemas siguen ahí, moviéndose apenas unos metros.