Desde hace más o menos un año los habitantes del barrio Carlos E Restrepo notaron la presencia de nuevos vecinos. En algunas de las calles aparecieron, por primera vez en la larga historia del vecindario, enormes carros-casas parqueados. Esto sucedió por dos razones sencillas. Con la remodelación del parque de La Floresta, terminada en 2021, se eliminaron las bahías donde hasta entonces los viajeros aparcaban sus casas rodantes. Y la segunda es que Duqueiro Mazo, un hombre de Medellín, pero de vida errante, compró su casa rodante y la parqueó en Carlos E, el barrio en que vive su mamá.
Duqueiro es un hombre de edad media, casado y con dos hijas. Después de que parqueó en Carlos E, otros viajeros lo imitaron. Pero la historia de Duqueiro es diferente al viajero tradicional. No se parece a la del argentino que viaja en su pequeña casa rodante y se detiene unos días en Medellín.
Duqueiro vive en la casa rodante, que desde afuera parece un bus cualquiera. Cuando viaja por Colombia, con frecuencia le estiran la mano pensando que es un vehículo para pasajeros. Pero, una vez se suben las escaleras del bus, es otra cosa: hay una pequeña sala con sillas recubiertas, nevera, lavadora, lavaplatos, fogón, despensas y dos camas.
Ahí vive con su esposa y, aunque estén en Medellín, pasan las noches en el carro. Aunque el espacio es bastante más reducido que en una casa corriente, hay todo lo necesario para vivir cómodamente. Un ventilador ayuda a mantener fresca la temperatura, y un ambientador ofrece un fresco olor a pino que inunda toda la casa rodante.
La vida errante sobre ruedas ha sido un sueño para Duqueiro desde hace muchos años. Entre 1995 y el 2000 trabajó como contador en varias empresas, pero siempre se aburría. Llegado el nuevo milenio decidió renunciar y montar su agencia de asesoría contable junto a su esposa. Desde eso ha mantenido presente una frase que define su vida y que tiene impresa en su carro rodante: Vivir sin jefes.
Duqueiro se subió por primera vez a una casa rodante en 2021, en una exposición en Bogotá. En ese momento se dio cuenta de que el sueño que había rumiado por 20 años podía hacerse realidad. Reunió al fin la plata para comprar un primer tráiler, más pequeño que la casa donde vive ahora, y se fue para un encuentro de casas rodantes en Viterbo, Caldas.
Desde entonces comenzó la vida errante de Duqueiro y su familia, que casi siempre viaja con su esposa y en algunas ocasiones con sus hijas. Como desde 2005 trabaja con mercadeo, puede trabajar desde cualquier lugar y solo necesita un celular con señal.
En 2022 estuvieron viajando casi todo el segundo semestre. Fueron a San Bernardo del Viento, Córdoba, un pueblo junto al mar, y de ahí se fueron bordeando el litoral, pasando por los pueblos de Sucre, Cartagena, Barranquilla y Santa Marta. Luego bajaron a Valledupar, la capital del vallenato, y ahí se quedaron un mes.
La vida de Duqueiro no conoce afán. “La idea es ir conociendo, despacio, entrando a cada pueblo. A cada lugar que llegamos, preguntamos dónde podemos parquear y qué hay por conocer. En el viaje por la costa bajamos hasta Mompox y dijimos que nos quedáramos una noche a ver qué tal, y resultamos quedándonos 10 días”, cuenta.
Pero, ¿cómo es vivir en una casa rodante? Para Duquiero, tal vez la única persona en Medellín que vive en un lugar así, es una pasión. Recuerda que en Barichara parqueó en todo el filo de la montaña. Se despertó rayando el alba, como se dice, y vio el amanecer desde la cama, un espectáculo que no olvidará. “Es como tener el patio que uno elija. Todos los días puedo tener un paisaje diferente”, dice Duqueiro.
Por otro lado, tener una casa rodante permite conocer mucha gente. Cada tanto se hacen encuentros de viajeros en cualquier rincón del país. Alguien convoca y los interesados llegan hasta el lugar a compartir, a hablar de las casas, a jugar bingos, a hacer excursiones. Duqueiro, por ejemplo, está en siete grupos de Whatsapp con dueños de casas rodantes, personas que viven errando, como él, por los pueblos y ciudades de Colombia y de América del Sur, amaneciendo todos los días frente a un paisaje diferente.
Una de las dificultades de esa manera de vivir es el agua. La casa de Duqueiro tiene un tanque de 200 litros que sirve para el baño y la cocina. Cuando viaja solo, que es a menudo, le rinde bastante, pero otra cosa es cuando va con tres personas más, su esposa y dos hijas. “Yo paro a tanquear y digo que, además de diésel, necesito agua. En algunas partes no hay y se empieza a complicar”, comenta.
También hay incomodidades, como cuando alguien lo levanta para que mueva el carro. O el curioso que nunca ha visto una casa rodante y quiere acercarse y mirar a través de las ventanas. Son cosas a las que están expuestos, pero Duqueiro dice que no valen la pena.
En Medellín y viajando, Duqueiro y su esposa duermen siempre en la casa rodante, un estilo de vida particular, extraño para la ciudad. Pero el sueño es seguir errando e ir hasta Ushuaia, en el extremo más austral de América, donde los pingüinos saludan a los viajeros. Hasta allá llegarán rodando.