Esta historia deja reflexiones sobre el aumento de delitos sensibles en la ciudad
Siete horas de angustia vivió Laura Acosta. Todo comenzó el pasado 2 de enero, a las 7:46 de la mañana, en Itagüí. Ese día, con el letargo del año nuevo, empezó con el pie izquierdo. A la hora señalada, un carro negro pasó por el gimnasio Oasis, propiedad de Laura y su novio. Nadie notó la presencia del vehículo. El conductor, supieron después, se bajó con naturalidad y, en un descuido de segundos, aprovechó para llevarse a Brandy, la perrita de Laura. Entonces comenzó una persecución que tomó rumbos inesperados.
Al papá de Laura, que estaba en el gimnasio, una vecina le advirtió que un hombre había subido a Brandy a un Chevrolet negro. La mujer recordaba el número de la placa del vehículo, pero no las letras. Con esa información llamaron a la Policía, que empezó a monitorear las cámaras de seguridad para hacer seguimiento al carro, pero en un punto perdieron el rastro y la zozobra se acrecentó.
Desesperada, Laura subió un video a Instagram contando el robo de su mascota. De inmediato comenzó a recibir llamadas y mensajes. A las 9:00 de la mañana, solo dos horas después de que el carro negro se paseara por el gimnasio, un hombre se comunicó con Laura y, de una manera convincente, le dijo que tenía a Brandy en su poder. Dijo que no quería extorsionarla para devolver a la perra, pero que su situación económica era compleja. Sus palabras, recuerda Laura, sonaron convincentes.
Finalmente, después de muchos ambages, el hombre dijo que necesitaba que le hicieran una transferencia por 800.000 pesos para devolver a Brandy. Dio más señas, que en el momento no parecieron extrañas: que dos personas fueran por la mascota al parque de Itagüí, y que allí hicieran la transferencia. Otra vez, el hombre hablaba con ambages, pero sonaba tan convincente, y Laura estaba tan desesperada, que era la tabla de salvación a la que había que aferrarse.
Antes de las 10 de la mañana estaban ella y su papá en el parque de Itagüí, como lo había indicado el hombre que decía tener a Brandy. “Ahí nos hizo una llamada y nos conectamos los tres y nos empezó a dar indicaciones”, cuenta Laura. El hombre, del otro lado de la línea, le dijo a Laura que fuera dos cuadras abajo del parque. “La llamada estaba aislada, nos dimos cuenta después, y yo no escuchaba lo que le decían a mi papá. A él lo mandaron para otro lado”, sigue Laura con su relato.
De manera paralela, mientras los dos estaban siguiendo indicaciones en el parque de Itagüí, el hermano de Laura salió a buscar al carro negro en el que habían subido a Brandy. Ya sabían, gracias a la Policía, que el conductor había tomado hacia la loma de los Zuleta, también en Itagüí. Él mismo fue a buscarlo y lo encontró.
“Otra vez, el hombre hablaba con ambages, pero sonaba tan convincente, y Laura estaba tan desesperada, que era la tabla de salvación a la que había que aferrarse”.
Pero volvamos con Laura y su papá, que quedaron en el parque de Itagüí. Del otro lado de la línea, el hombre comenzó a presionar para que se hiciera la transferencia. “Entonces dijo que tenía retenido a mi papá y que tenía que entregarle la plata para que lo liberaran con la perrita. Ahí me entró la desconfianza”, cuenta Laura.
Siguiendo el instinto, invadida por el miedo y nublada, Laura le contó lo que estaba pasando a un policía que por allí patrullaba. Por las cámaras de seguridad buscaron a su papá, indicando cómo iba vestido, y se dieron cuenta de que no lo habían secuestrado. Era una estratagema del hombre del otro lado de la línea, un extorsionador que nada tenía que ver con Brandy, cuyo único “mérito” fue haber visto la publicación de Laura en redes sociales.
Acá vuelve el hermano de Laura a la historia. Una vez localizó el carro negro, llamó a la Policía y entonces se desató una persecución hasta el barrio Boston de Medellín. A Brandy la habían llevado a un criadero y ahí, sin escrúpulos, la habían vendido a otra persona. De nuevo, la Policía comenzó la persecución hasta el barrio Manrique, donde encontraron al comprador.
Brandy volvió a casa pasadas las 2:00 de la tarde, después de siete horas de angustias, de un supuesto secuestro, de un intento de extorsión y una persecución a través de las cámaras.
La historia de Brandy no es una mera anécdota. La extorsión es un delito en aumento en Medellín y el Valle de Aburrá. Aunque en este caso no hubo secuestro, bien pudo haberlo en el parque de Itagüí. Laura bien dice que en esta historia se cometieron dos delitos diferentes. Primero, el hombre que pasó en el carro y se robó a Brandy; segundo, la extorsión perpetrada por quienes vieron la publicación de Instagram.
“La historia de Brandy no es una mera anécdota. La extorsión es un delito en aumento en Medellín y el Valle de Aburrá”.
Solo el año pasado (hasta el 25 de diciembre) se denunciaron en Medellín 831 casos de extorsión, 183 más que en el año anterior. Es decir, el delito incrementó en un 28%. Eso sin mencionar que los secuestros se aumentaron en un 60%.
El caso de la persona que se llevó a Brandy, y que al parecer trabaja en una plataforma de transporte, está en conocimiento de la Policía. A Laura le preocupa que esta persona siga por ahí trabajando en su carro, merodeando y al acecho.
Laura accedió a contar esta historia a Exclusivo Colombia para dejar constancia de una situación que le puede pasar a cualquiera en el valle de Aburrá.