Gustavo, un hombre nacido en Medellín en 1953, vivió una infancia marcada por el abuso y la soledad, pero tras caer en la drogadicción y la vida en la calle, logró reinventarse. A los 70 años, superó sus demonios personales, concluyó su carrera de Derecho y demostró que nunca es tarde para cambiar y cumplir sueños, a pesar de las adversidades que la vida le impuso.
Nacido en Medellín en 1953, Gustavo vivió una infancia marcada por la violencia y el abandono. Su hogar, más parecido a una prisión emocional que a un refugio, estuvo lleno de agresión y soledad. Un padre alcohólico y agresivo, que lo sometía a humillaciones constantes, y una madre distante que jamás le brindó afecto, marcaron su temprana vida. Aislado del resto del barrio, sufrió abusos y estigmatización, lo que lo llevó a una retirada emocional que lo acompañó a lo largo de los años.
“Mi hogar se caracterizaba por la ausencia de lazos afectivos y de unidad familiar; no teníamos vínculos cercanos ni con tíos, tías, primos, ni con ningún otro familiar. A los niños del barrio se les prohibía ser nuestros amigos. Además, tenía que hacer los mandados que me ordenaban mis padres, siendo yo el menor. Eso era duro y doloroso; eso sí es violento. Mi padre, alcohólico, además consumía calmantes, lo que lo desequilibraba totalmente, es decir, enloquecía. En alguna ocasión estuvo en el manicomio, y se convirtió en una persona agresiva y extremadamente violenta”, recordó Gustavo.
A pesar de las condiciones adversas, Gustavo encontró refugio en la lectura. La búsqueda de conocimiento se convirtió en su único escape, y fue gracias a esta pasión por los libros que terminó sus estudios secundarios. En 1976, ingresó a la Universidad de Antioquia, justo en medio de una época de agitación política, marcada por la lucha estudiantil y el conflicto armado que sacudía a Colombia. La universidad se convirtió en un campo de batalla ideológica, con protestas constantes y un ambiente cada vez más tenso.
“Era una época en la que el conflicto armado y las dinámicas internas eran extremadamente opuestas y se presentaban numerosas protestas. No hubo una salida dialogada al conflicto, lo que trajo como consecuencia cierres temporales en la Universidad de Antioquia. Esa situación me llevó a abandonar la universidad. Un día unos amigos me invitaron a probar un cigarrillo de marihuana a la edad de 24 años. Es aquí donde prácticamente se inicia ese proceso de degradación y ruptura social y moral, que me llevó de nuevo a la calle”, relató Gustavo.
Fue en ese momento cuando su vida dio un giro irreversible. El consumo de drogas comenzó como una forma de evasión, pero rápidamente se convirtió en una espiral destructiva que lo arrastró hacia el abismo. A medida que se sumergía en el vicio, los robos y los conflictos familiares se volvieron comunes en su día a día. En 1990, tras la muerte de su hermana, Gustavo se convirtió en habitante de la calle. La violencia, la soledad y el peligro se convirtieron en su nueva realidad, sobre todo en los barrios más marginales de Medellín, como la Toma y sus alrededores.
“Allí, pasé muchas noches. Los habitantes prácticamente han perdido el respeto por sí mismos. Hacían sus necesidades, quemaban alambres de cobre, había mucha basura y una degradación moral y sexual extrema. Aquí, todo se vale, y ese todo implica andar con mucho cuidado porque cualquier error puede costar la vida. Es una zona de mucho atraco y robo. Aun así, yo ni siquiera me molestaba”, confesó Gustavo.
Fue un ciclo sin fin: el consumo, el robo, el maltrato. Hasta que un día, el destino le ofreció una oportunidad. Conoció a una joven que lo introdujo al Centro Día, un lugar de acogida para habitantes de calle. Allí, comenzó un proceso de resocialización, donde se ofrecían atención médica y charlas pedagógicas. Aunque al principio dudó, esta oportunidad fue el primer paso hacia su transformación.
“En este sitio conocí a un amigo, abogado de la Universidad de Antioquia, quien me motivó para que pidiera reingreso. Me dijo que no se perdía nada. En realidad, no le puse mucha atención, pues continuaba consumiendo. Un día cualquiera, viniendo de Niquitao y pasando por la calle San Juan, me desmayé. Fui al dormitorio y al otro día me dijeron que fuera al centro de salud para una cita. Me diagnosticaron hepatitis con cirrosis. Cuando me dieron de alta, salí desintoxicado y definitivamente dejé de consumir. Me puse las pilas y envié una carta a admisiones y registros de la Universidad de Antioquia, exponiendo mi situación con mucha honestidad”, explicó Gustavo, quien, con el diagnóstico médico a cuestas, decidió cambiar radicalmente su vida.
Tras este episodio de enfermedad y reflexión, Gustavo retomó sus estudios en 2016, a los 63 años, con el firme propósito de culminar lo que había comenzado tres décadas atrás. El proceso no fue fácil; su edad, su pasado y las dificultades económicas fueron obstáculos constantes. Sin embargo, el mismo espíritu de lucha que lo había mantenido con vida en las calles lo impulsó a seguir adelante. En 2024, a sus 70 años, Gustavo se graduó de la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia, cumpliendo un sueño que parecía imposible. Hoy, Gustavo es un testimonio viviente de perseverancia, un ejemplo de que nunca es tarde para cambiar la vida. También aprovechó para hacer un llamado a la reflexión sobre las realidades de las personas que viven en la calle y las oportunidades que, a veces, la sociedad les niega. Con su título en mano, Gustavo ha demostrado que, independientemente de las circunstancias, siempre hay espacio para el cambio, la esperanza y la reconstrucción.