Hablamos con voceadores y vendedores de prensa para saber cómo se mueve hoy el negocio.
Nidia Elena Jaramillo no sabe leer ni contar plata. Sin embargo, trabaja vendiendo la prensa y ofrece los periódicos según las fotografías de la portada. Hace 20 años se dedica a ese oficio en la avenida La Playa, a todo el frente del Edificio Coltejer. Doña Nidia es optimista, pese a todas las dificultades: tiene más de 70 años y las rodillas le duelen, le apremian. Aunque hay veces que no consigue siquiera los pasajes, dice que es la que más vende prensa en el centro.
Caminar por el centro de Medellín es encontrarse con negocios de lo más diverso. En el pasaje Boyacá, muy cerca de Doña Nidia, hay vendedores de matarratas, un líquido blanco, viscoso, envasado en botellas de gaseosa; también están los que ofrecen películas porno de carátulas explícitas, a veces grotescas. El centro es un mercado de lo absurdo, donde casi todo se puede conseguir, obviando el sexo y las drogas.
Entre esa amalgama de productos está la prensa. Los mejores días de los periódicos pasaron hace al menos dos décadas. Con la llegada de internet se vaticinó la desaparición de los diarios, aunque hubo quien alegó, con cierta razón, que estos habían sobrevivido a la aparición de la radio y la televisión y que una vez más saldrían adelante.
Y es cierto que no han desaparecido, pero sí agonizan. En julio de 2020, en plena pandemia, el periódico El Mundo anunció que cerraría “temporalmente”, aunque pasados tres años no volvió a abrir sus puertas. El medio había sufrido muchos reveses en los últimos años. Con esto, la ciudad quedó con un solo diario regional, El Colombiano, fundado hace 111 años.
Los venteros de prensa del centro son casi todos voceadores de El Colombiano que ofrecen ese diario junto con el Q’hubo, un periódico más popular que también ha perdido en ventas. Doña Nidia dice que no es lo de antes, y se queja de que cada vez le entregan periódicos más cortos y eso la gente lo resiente.
“Hay gente que llega acá y se queja porque los periódicos están muy corticos”, dice Doña Nidia mientras le echa una ojeada a un ejemplar: “Mire, haga la cuenta de cuántas páginas tiene y se da cuenta por qué la gente ya no compra tanto”.
A Nidia le entregan el periódico a las 4:00 de la mañana, un compañero suyo le hace el favor de recibirlo, pues ella “está coja” y espera que se lo lleven, a las 6:00 de la mañana, a la esquina de la Playa con Junín. Es la única vendedora de prensa que se queda hasta la noche.
“Toda la vida he vendido la prensa y me ha ayudado a vivir, no voy a vender otra cosa que no sea la prensa”
La jornada es larga, larguísima para una persona con sus años a cuestas. No lleva almuerzo porque no siempre le alcanza con lo que gana, pero, por fortuna, una compañera de una chaza vecina le comparte del suyo. Nidia dice que no se va hasta que no vende todos los periódicos que le entregaron. No es raro que se quede hasta las 9:00 de la noche ahí, haciendo fuerza para vender hasta el último ejemplar.
Aunque Doña Nidia no se queja, de los entresijos de sus palabras brota tristeza e impotencia. Se sabe enferma, mayor, pobre. “Pero me sueño comprando una casa, quiero tener mi espacio”, dice.
Doña Nidia se reconoce como la “voceadora que más vende”, y sus colegas la conocen y la respetan. Ella trata de ayudarlos porque ellos viven lo mismo: algunos están enfermos y salen a la calle a rebuscársela con un negocio que no tiene futuro. ¿Será posible que los periódicos impresos se dejen de editar? Es probable que ello ocurra, pero doña Nidia no piensa en ello ni concibe vender otra cosa. “Toda la vida he vendido la prensa y me ha ayudado a vivir, no voy a vender otra cosa que no sea la prensa”, sentencia.
Cerca al parque San Antonio está María Marta Arboleda, que tiene un quiosco de prensa desde hace 35 años. María Marta no es voceadora, sino que vende todos los diarios de circulación nacional: El Tiempo, El Espectador, La República. También ofrece revistas que, hay que decirlo, se venden incluso menos que los periódicos.
“Antes se vendía mucho la prensa, sí, pero ahora es muy malo, es muy poco lo que podemos hacer. Algunas veces nos quedamos mi esposo y yo sin los pasajes, y vivimos en Castilla”, comenta la vendedora de prensa.
El quiosco abre desde bien temprano en la mañana, al rayar el día, y se cierra en la tarde, pero eso no garantiza el éxito. Hay días en que solo se venden cuatro periódicos, y la cosa tiende a empeorar, se teme María Marta, pero, como Doña Nidia, no ha pensado ejercer otro oficio al de vender prensa, y ahí seguirá.