Repasamos uno de los crímenes más sonados y recordados de la ciudad
La periodista Luz María Montoya encontró a Abel Antonio Saldarriaga “Posadita” en 2011. Para entonces, el hombre se había convertido en un anciano apacible, madrugador, que se dedicaba a “contemplar la vida” desde un barrio popular de la ciudad. Dar con el paradero de Posadita no fue fácil. Habían pasado 43 años del asesinato de Ana María Agudelo, la joven ascensorista del edificio Fabricato. Ese anciano inofensivo, que vivía de las artesanías, fue el culpable del crimen más recordado de Medellín durante el siglo XX.
Desde el crimen del Aguacatal, horrible masacre cometida en 1870, la ciudad no se estremecía de tal manera ante un crimen. Medellín fue en el siglo XIX un pueblo pequeño, rural, tranquilo y conservador en extremo. Para 1842, cuando se inauguró el cementerio San Pedro, en el valle vivían 9.140 personas, cuenta el cronista Enrique Echavarría. El resto del siglo pasaría sin mayores sobresaltos hasta la matanza de seis personas en El Aguacatal, caso que ya contamos en detalle en Exclusivo Colombia.
Ahora nos adentramos en el crimen por antonomasia del siglo XX. Cuando la periodista Montoya le preguntó a Posadita por el asesinato de 1968, él alegó, de nuevo, que era inocente. “Diga que no me acuerdo de nada”, le dijo a la periodista.
Posadita estuvo preso once años, aunque su condena fue por veinte años. Cuentan los rumores y los recortes de prensa que el caso fue tan mediático que la familia del inculpado tuvo que irse a una casa rural durante el juicio por temor a un linchamiento. Por el contrario, muchos tomaron a Posadita como un personaje digno de respeto, casi una celebridad.
Se cuenta también que el condenado estuvo unos años en la cárcel de Gorgona, en el Pacífico, quizá soportando la humedad y el calor en las celdas vaporosas de la isla. En 1982 recuperó la libertad y desde entonces se convirtió en una leyenda, un fantasma que dejó una estela de dolor a la familia de Ana María.
La entrevista con Pasadita en 2011 apareció en el periódico Centrópolis. Al ver la publicación, la hermana de Ana María, Norela, decidió hablar del asesinato de su hermana. Con dolor dijo que le gustaría tener al frente a Posadita y responder unas cuantas cosas sobre su inocencia. “Quisiera ver a Posadita, tenerlo al frente mío y preguntarle qué pasó, por qué hizo lo que hizo”, dijo Norela Centrópolis.
Los hechos
Ana María desapareció el 13 de octubre de 1968. La joven, reconocida por la hermosura de sus 23 años, era la ascensorista del edificio Fabricato, símbolo de la industria textil del siglo pasado. Ese día fue con su hermana y su mamá al centro. Estando allí pensó en pasar por el Fabricato para recoger su uniforme, y así lo hizo.
En el edificio estaba Posadita, el encargado de oficios varios. El asunto es que Ana María nunca llegó de vuelta, y su hermana y su madre se quedaron esperándola sin tener respuesta alguna sobre su paradero.
Entonces se regó la noticia de la desaparición y con ello corrieron los rumores. Se dijo con insistencia, tal vez con mala fe, que no había de qué preocuparse porque la muchacha se había volado con algún novio. El suceso apareció en la prensa, pero solo fue doce días después cuando la macabra realidad vino a estremecer a la ciudad.
Las historias de la época dicen que Posadita estaba enamorado de Ana María. Ella un día le pidió que limpiara unos vidrios de su casa, pues él hacía ese tipo de servicios. Estando en la casa, recordó Norela en la entrevista con Centrópolis, Ana María dijo, en presencia de Posadita, que se había comprometido a ir al altar con un hombre. Dicen que el aseador no soportó eso y desde entonces comenzó a odiar a la ascensorista.
En el edificio notaron un hedor unos días después de la desaparición. Era el rancio olor de la descomposición de la carne. Aunque rastrearon el origen del olor insoportable, fue difícil dar con él. Algunos dijeron que, tal vez, una rata había muerto en los ductos. Se cuenta, tal vez como hipérbole, que unos gallinazos, como zopilotes que cargan funestas noticias, sobrevolaron el edificio.
El día doce, número tan simbólico, encontraron la cabeza de Ana. En el ducto del aire acondicionado fueron encontrando más trozos de carne de lo que fuera el cuerpo de la joven y bella ascensorista. En su momento se dijo que fueron en total 100 partes las encontradas en varias partes del edificio.
Don Upo, el popular cronista rojo de El Colombiano, tal vez el más célebre reportero del siglo, contó así lo sucedido en un artículo de 1971:
“De las cien partes en que teóricamente dividieron los médicos legistas el cuerpo de la víctima, solo fueron halladas 81, pues algunas porciones fueron posiblemente arrojadas por los inodoros, o sacadas del edificio”.
No se sabe qué fue de la vida de Posadita. Quizás terminó en el anonimato en una comuna de Medellín, pero el crimen no ha sido olvidado.