Una propuesta ciudadana se dio a la tarea de mejorar 100 casas que estaban en malas condiciones
Carlos Andrés Mesa se levantó un día con una idea que al comienzo pareció irrealizable. Luego de caminar mucho por las laberínticas calles de Santo Domingo Savio, se puso a la tarea de reconstruir 100 casas. Y no es levantar casas lujosas o modernas, sino arreglar las que se están hundiendo.
La comuna 1 es la más pobre de Medellín según el estudio Medellín Cómo Vamos. Desde mediados del siglo pasado, la comuna se convirtió en receptora de miles de personas que llegaron huyendo de la violencia rural. Como pudieron se asentaron en la montaña, que por esos lados es muy escarpada, y ahí, entre lomas y cañadas, echando abajo los bosques que aún se resistían a la deforestación voraz, levantaron sus casas de cartón, tablas y plástico.
La población de la parte alta de la montaña comenzó a mediados del siglo pasado, después del asesinato de Jorge Elicécer Gaitán. El campo colombiano se convirtió en una trinchera en la que conservadores y liberales se sacaban las tripas. El Estado llegó unos años después, como pasa a menudo. Ahora está el metrocable y la malograda biblioteca España, rebautizada nororiental.
Aunque han pasado muchos años de esa migración, las casas siguen siendo las mismas, en especial en la zona más alta. Mesa, como era amigo de muchas de las personas que viven por allí, se dio cuenta de cómo era dormir en un rincón, sacándole el cuerpo a una gotera, o tener que abrigarse en la noche para protegerse del viento que se cuela entre las tablas.
Así pues, hace un año fue que Mesa se puso en la tarea de restaurar cien casas. Escogió esa cifra ambiciosa tal vez por sonora, tal vez por desafiante. Lo cierto es que hasta ahora, con las uñas, como se dice, ha restaurado 35 casas. Con ayuda de voluntarios, y con el músculo de donantes, ha reemplazado techos agujereados y ha revocado paredes. No ha sido una tarea sencilla, lo reconoce Mesa, pero no ha faltado quien se sume con entusiasmo.
Una de las primeras casas en ser reparada fue la de Floripina, una mujer que llegó a Medellín hace muchos años. Vino del Chocó, como tantos otros, huyendo de la violencia. Aunque lleva décadas en Medellín su hablar no ha abandonado la cadencia chocana. Un día, en una conversación informal, Floripina le dijo a Mesa que se mojaba más dentro que fuera de la casa. El techo era un colador.
Mesa entró a la casa de Floripina y comprobó que la lluvia se colaba por cada rincón. Caía sobre la cama, los trastos de la cocina. Floripina construyó su casa hace 10 años, en un lotecito que le cedieron, pero que luego le cobraron, y lo tuvo que pagar a cuotas. Vendía pasteles en el día y después, sola, con sus manos, intentaba levantar la casa.
La casa le quedó bien construida a Floripina, pero el tiempo empezó a hacer sus estragos. Las paredes eran de tablas hasta hace muy poco. Floripina, como muchos en el barrio, dice que nunca ha recibido ayuda estatal, pese a haberla solicitado desde hace años. Arreglar la casa de Floripina, por bonito y gratificante, es insignificante ante la cantidad de necesidades que hay en el barrio.
En frente de su casa vive Víctor Beltrán, desplazado de Apartadó, que llegó a La Torre hace 16 años. Como su vecina, levantó la casa él mismo, con tablas, y techo de zinc. Víctor fue otro de los beneficiados de la quimera de Mesa. La quimera que ahora toma un impulso de realidad y deja de habitar los sueños escurridizos de Mesa.
Y es que ya van 35 casas mejoradas. Mesa se convirtió en una institución del barrio. Además de echarse al hombro esta labor, es el líder de Lectores a la hamaca, un proyecto que pretende fomentar la lectura de los niños de la comuna 1. La historia es la siguiente.
En 2020, durante la pandemia, a Mesa tuvo una idea germinada gracias al ocio de las cuarentenas. Con una hamaca y unos cuantos libros se parchó en el mirador de Santo Domingo Savio, una gran plancha de cemento desde la que se columbra el Valle de Aburrá. Ese sitio era utilizado desde hacía tiempo por expendedores de drogas. Solo ahí, recuerda Mesa, había cuatro plazas de vicio.
A Mesa lo miraron con recelo en un comienzo, pero él insistió en instalar la hamaca y leer un libro. Entonces, en medio del humo de la marihuana, empezó a invitar a otros. Así nació Lectores a la hamaca, un proyecto que, desde entonces, ha ido creciendo lenta pero constantemente. Hoy no hay rastro de las plazas de vicio que se habían apoderado de la terraza. Sí hay, en cambio, 7.000 libros, todos donados, de los que la comunidad puede disfrutar.
Lectores a la hamaca y el mejoramiento de casas hacen parte ahora de un proyecto conjunto que busca un futuro diferente para el barrio.
Esta semana, Mesa comenzó la restauración de la casa número 36. Con la ayuda de voluntarios, como siempre, y sin cobrar un peso, echó abajo las viejas paredes y comenzó a levantar unas nuevas, unas más resistentes. Mesa no sabe cuánto tardará en arreglar cien casas. Si en un año pudo con poco más de treinta, las cuentas apuntan a que podría conseguir su meta en dos años. Y eso es mucho más de lo que el estado ha hecho en décadas.