Hay casas de dos pisos, comedor comunitario y se han establecido normas de convivencia
En Medellín se mencionan lugares que no aparecen en los mapas. Son nombres populares, creados por el ingenio de la gente. Uno de ellos, bautizado en honor a su pasado infausto, es la Curva del Diablo, en Moravia. En los años ochenta y noventa, y aún en el nuevo milenio, el sitio fue un “tiradero” de cadáveres. Los bandidos aprovechaban la soledad y la oscuridad del lugar para dejar a sus víctimas.
Basta con un dar un vistazo rápido a la prensa para encontrar noticias como la siguiente, publicada escuetamente en El Colombiano en 2012: “Cuatro cadáveres fueron arrojados desde una camioneta Hilux en el sector conocido como La Curva del Diablo, en el barrio Moravia de Medellín.De acuerdo con la información preliminar, las autoridades recibieron el reporte a las 3:00 de la madrugada de hoy y al acudir al sitio encontraron los cuerpos de tres hombres y una mujer”.
El sector de La Curva cambió cuando se inauguró el puente Madre Laura, en 2016, una mole que conecta a Aranjuez con Castilla. Una de las plataformas del puente, al lado oriental, da sobre la Curva en mención. Pues bien, esta historia tiene que ver con lo que ha ocurrido bajo esa ala del puente.
Resulta que en 2016, como ya había pasado, se quemaron decenas de casas construidas sobre el morro de Moravia, que está a todo el frente del puente. El morro está sobre el viejo basurero de Medellín, un terreno irregular que emana gases de la descomposición de los residuos. Eso, sumado a que las casas fueron levantadas sin permisos, y con conexiones ilegales, aumenta el riesgo de incendios y cortocircuitos.
Muchos se quedaron sin más que la ropa que llevaban puesta. Sin casa ni una alternativa posible, se metieron debajo del único techo disponible: el puente Madre Laura. Los primeros empezaron a construir ranchos de tablas y lonas. Con los días fueron llegando más personas, incluso algunas que no venían de Moravia, sino de otros barrios o municipios de Antioquia. Pero todos con algo en común: la necesidad y el desarraigo.
Una de las primeras en llegar fue Yamile, una mujer joven, separada, con hijos por criar. Yamile vivió bajo el puente hasta 2019, cuando la Policía, con una orden judicial, llegó a sacarlos. Entonces todos se fueron a rodar por la calle. Pasaron dos meses por fuera, deambulando, y volvieron cuando la Policía dejó de custodiar el puente. Ahí comenzó una nueva ola de población, ahora construyendo casas con mejores materiales.
Desde entonces, con muchos problemas, la gente se ha mantenido bajo el puente. Varios vecinos contaron que para ocupar el barrio tuvieron que tener el permiso de “los de la vuelta”, como eufemísticamente se llama al poder criminal que maneja los barrios en Medellín. Pues bien, con el favor de los de la vuelta, comenzaron a construir casas en material.
La de José Alejandro Obando, por ejemplo, tiene dos pisos. En la parte trasera, un balcón, lo que ahora llaman deck, de madera, que tiene una vista sobre el río Medellín y el metro. La casa de José Alejandro tiembla cada tanto, como un barco en altamar, y el que no esté acostumbrado se puede marear. Él dice que eso pasa porque la casa está construida como una bisagra del puente, una zapata que vibra con el paso de los carros.
En el barrio viven ahora unas 120 personas y se han creado normas, como en cualquier comunidad. Por ejemplo, los niños no pueden estar por fuera después de las 9:00 de la noche. El vecindario tiene unas zonas comunes donde ubicaron unos muebles roñosos y desvencijados; en ese espacio, por ejemplo, está prohibido tomar licor o consumir drogas.
Esta es la facha de una de las casas: está decorada y tiene dos pisos.
Muchos de los hombres trabajan en el río, sacando arena para las construcciones. Es un trabajo extenuante, porque tienen que sacar decenas de bultos para que valga la pena. Aguantan el sol de frente y el reflejo sobre el agua, que hiere los ojos, y se exponen a una creciente súbita. Hablando del río, el barrio tiene un baño comunitario. Es un inodoro pequeño, casi pegado al piso, que desagua directamente al río.
El vecindario tiene un corredor central. A cada lado, entre el río y el puente, hay puertas de madera de las que cuelgan pesados candados y cadenas de metal. Una de las sorpresas que se lleva el visitante es que el barrio, con lo informal y su extraña historia, tiene conformado un comedor comunitario para los niños. La comida se las dona la fundación cristiana “Transformación”, que comenzó a ayudarles en la pandemia. La idea es generar un cambio de mentalidad en los niños y que no repitan los errores de sus papás. El desayuno se sirve sin falta a las ocho y media de la mañana.
Este es el corredor central del barrio. Las casas están a lado y lado.
Otra de las reglas de la comunidad es que no se pueden alquilar casas, como pasa en otros barrios de invasión de Medellín. Tampoco se aceptan nuevas construcciones. Son los que están y punto. Estas reglas, por supuesto, tienen el visto bueno de los de la vuelta, que desde Moravia se encargan de vigilar y dar el beneplácito.
El vecindario toma el agua de los tubos del acueducto y la luz de los postes de energía. El año pasado, EPM los desconectó a la energía y muchos perdieron la comida que tenían en la nevera, porque tienen neveras y lavadoras. Sin embargo, ninguna de las tres administraciones que han pasado por la Alpujarra desde la construcción del barrio ha logrado sacarlos. Ellos dicen que tienen derecho a vivir allí, bajo techo, aunque este sea un puente.
Pocos edificios de Medellín cuentan tan íntegramente la historia como el claustro de San Ignacio. Ahí, frente a las ceibas que ahora son centenarias, nació la Universidad de Antioquia rayando el siglo XIX; unos años después, el claustro fue refugio de los ejércitos que se batían contra los españoles. Un siglo más tarde, en la plazuela del frente hubo una insólita pelea del grupo de los Panidas, incluido León de Greiff.
San Ignacio está lleno de contrastes. Es sede del claustro San Ignacio de Comfama, que a finales del año pasado fue remodelado y hoy tiene un agradable teatro que acoge a los visitantes. Comfama, desde que se hizo con el claustro en 2003, ha tratado de recuperar el espacio público y de convertirlo en un espacio para todos, donde hay música, lectura, café, ajedrez y tertulia.
La tranquilidad bohemia de San Ignacio contrasta con una realidad cada vez más apremiante: el consumo de licor y las riñas. Esos son problemas que llevan décadas y ninguna administración ha podido controlar, pero quienes pasan las horas en la plazuela, bajo la sombra de las ceibas o jugando ajedrez, pueden dar fe de que las cosas han desmejorado en el último año.
Pese a esa realidad exterior, las cosas son muy distintas dentro del claustro. Hay sosiego: las paredes gruesas y los terminados barrocos del siglo XIX crean un espejismo, un remanso dentro de la ciudad frenética que palpita afuera.
Vista del observatorio astronómico del Claustro. Foto: Comfama-
Además de decenas de cursos de cocina, escritura, danza y cuanta actividad cultural sae pueda imaginar, el claustro abrió hace poco una sala de cine. Se podría decir, sin lugar a equívocos, que es la sala de cine con más historia de la ciudad. También es la sala más particular: funciona en la capilla del claustro, un espacio bicentenario. No hay que olvidar que el claustro fue regentado por los franciscanos durante el siglo XIX y en el XX pasó a manos de los jesuitas, quienes le pusieron el nombre de su patrono.
El claustro fue, en realidad, una necesidad apremiante para la creciente villa que entraba al siglo XIX. Para entonces, la villa de Medellín, situada entre el camino del Cauca y el Magdalena sobre un valle pródigo, empezaba a ganar población y a reñir con Santa Fe de Antioquia, para entonces capital de la provincia. En 1826, finalmente, Medellín ganaría el pulso por convertirse en capital y centro económico de la región.
Decíamos que la construcción del claustro fue una necesidad porque a finales del siglo XVIII, como lo confirma Luis Javier Villegas en un artículo recopilado en la enciclopedia Historia de Medellín, el visitador Juan Antonio Mon y Valverde encontró a la provincia de Antioquia en estado de “atraso y abandono”. Lo que más resaltó el visitador fue que, pese a que las dinámicas sociales crecían, no había establecimientos educativos y se carecía de una “escuela de primeras letras”
Luego de ires y venires administrativos se dio la orden de construir esa escuela en 1803. Ese sería el inicio de la Universidad de Antioquia.
El claustro se convirtió, durante la Guerra de Independencia, en acuartelamiento de los realistas; luego fueron los republicanos quienes lo usaron de trinchera. Más tarde, en ese mismo siglo de sucesivas guerras civiles, sirvió de escondite durante el conflicto de los Supremos.
El claustro es patrimonio de la ciudad. Foto: Comfama
Esos acontecimientos parecen muy lejanos ahora que el claustro es un apacible centro de la cultura operado por Comfama. La caja de compensación planteó una ambiciosa remodelación del claustro. El proyecto se dividió en cuatro etapas y ya terminó la primera de ellas. Ahora, el que entra al edificio se encuentra con un amplio teatro que contrasta con los acabados decimonónicos de los corredores. En total, es una inversión de unos 57.000 millones de pesos, algo sin precedentes.
Pero volvamos a la sala de cine. Proyectar una película no es un acto mecánico. El proyector, como dice Fernando Vallejo, es el inventor de un mundo. El mencionado escritor antioqueño narra cómo se veían películas a mediados del siglo XX. El narrador nos cuenta que, precisamente, las proyectaban en una iglesia, la del Sufragio. Vaya coincidencia:
“Estamos en el cine parroquial de la iglesia del Sufragio; una sala baja sin declive en que apretados cabrán quinientos niños y sueltos meten mil, mil demonios endemoniados ensordeciendo, correteando, saltando por entre las largas bancas de madera que ya no resisten una tromba más con tempestad. Persecuciones, gritos, carreras, todos se creen el Zorro y ninguno quiere morir”.
Vallejo después llama al cine, con su preciosismo retórico, “el recinto mágico”. Que Comfama haya abierto una sala de cine en el centro de Medellín no es una noticia menor. Hace décadas que declinaron los cinemas que dieron vida al centro: el Lido, el Cine Centro, el Ópera Dux, el Cid, el Radio City… Las salas de hoy están en centros comerciales, aisladas de la ciudad. Lo de Comfama es devolverle al centro un pedazo de su historia, de su esplendor perdido, arrebatado. En la capilla de San Ignacio se proyectan películas para todos, desde cine arte hasta para los niños. Si quiere conocer la programación entre a https://www.comfama.com/cultura-y-ocio/agenda/programacion-cinema-comfama/
Barberías, mini mercados y almacenes de ropa ocupan el espacio público
En Medellín hay unos 35.000 venteros, según la Alcaldía. La mayoría está en el centro, en las plazas y parques, sobre calles y carreras. En los últimos años, dicen los datos oficiales, los vendedores ambulantes se triplicaron. El desempleo, la pandemia y la necesidad empujó a mucha gente a la calle, a la intemperie. Este es un corto recorrido por esos miles de puestos callejeros que hay en el centro de Medellín.
Los bajos de la estación Berrío están llenos de ventas de jeans, zapatos, camisetas. Es cierto que desde hace años llegaron los vendedores, pero desde hace uno o dos años los negocios se hicieron más masivos. Ya no son pequeños puestos de gorras, sino verdaderos locales comerciales al aire libre. Dicen en los alrededores que hay personas con plata que se han hecho con hasta doce puestos callejeros. La mercancía para surtir no es nada barata.
Un poco más al norte, cruzando la plaza Botero, aparece la avenida de Greiff y el Hotel Nutibara. Pasando la calle está el viaducto del metro y comienza un verdadero mercado de lo absurdo. El corredor central bajo el metro está tomado desde ese punto hasta la estación Prado. Los venteros que llevan más tiempo allí dicen que son unas 1.200 familias las que viven de esa economía callejera.
Una venta de granos y alimentos en la calle.
El primer tramo del viaducto, justo después del hotel Nutibara, está repleto de carretillas en las que se ofrecen limones, yucas, ñames y cuantos frutos y legumbres tropicales se pueda imaginar. A la par, sucede lo que en muchas otras partes del centro: jíbaros se camuflan entre la multitud. Pregonando, aplaudiendo, pasa un muchacho ofreciendo marihuana, “rocas” y pepas. No es el único, más adelante hay otros que venden “blones apanados” y pastillas de clonazepam.
En ese mismo trayecto hay un par de ventas que, por lo menos, generan inquietud. La primera es la de los mini mercados ambulantes. Son carretillas pequeñas, que se arrastran, cargadas con bolsas de arroz, maíz, pastas, sal, panela, azúcar, fríjoles cargamanto, huevos. Su aparición también es relativamente reciente y puede explicarse gracias al aumento de la población flotante del centro de Medellín.
Según la corporación Cívica Corpocentro, por la comuna 10, el centro de la ciudad, pasan 1,2 millones de personas todos los días. Miles de medellinenses, colombianos y extranjeros recorren las intrincadas calles del centro en busca de alguna curiosidad de poco valor, o de un banco para hacer una diligencia. La gente sabe que en el centro se puede conseguir casi cualquier cosa, por descabellado que parezca.
Esta es la venta de ropa de Giovanny, en los bajos de la estación Prado.
Ahora vamos con otra venta singular. Sobre mantas se ofrecen pastillas y medicinas. No está claro cuál es el origen de los medicamentos ni si fueron adquiridos de manera legal. Son como pequeñas farmacias en la calle, sin boticario o farmacéutico.
Un poco más al norte, llegando a la estación Prado, aparecen más negocios. Los más grandes y bien montados son los de venta de ropa. Allí se pueden comprar camisetas en muy buen estado por 10.000.
Uno de los puestos es atendido por Giovanny, un hombre grueso, de ojos claros, que antaño tuvo un local en el destruido Bazar de los Puentes y que hoy tiene un almacén de ropa improvisado sobre la acera. Los pantalones de dril también cuestan 10.000 pesos. ¿Por qué tan baratos? Son de segunda, pero están buenos, dice Giovanny.
Los venteros de ropa se surten de personas que llegan hasta el lugar para vender prendas que ya no usan. Ellos las evalúan y piden 5.000 o 7.000 pesos. Luego las exhiben como si de un almacén de ropa se tratase. Este negocio también ha crecido bastante en los últimos años. Giovanni dice que el auge se debe a que la ropa se vende más fácil que los celulares, por ejemplo. Él solía venderlos, pero con frecuencia tenía problemas con los clientes y los funcionarios de la Alcaldía.
Así se ven las barberías callejeras.
Detrás de los almacenes de ropa hay un negocio más insólito: barberías al aire libre. Están hechas de pequeños toldos plásticos puestos sobre los andenes. Tienen escritorios desvencijados en los que reposan las máquinas y las cuchillas. Uno de los barberos, que dice expresamente que no le tomen fotos, dice que el corte cuesta 10.000 y que en un día atienden a unas quince personas. Las barberías abren doce horas al día, desde las ocho de la mañana.
La mayoría de venteros viven en habitaciones cercanas, donde cobran 25.000 la noche. Su descanso sobre una cama depende de las ventas durante el día.
El mercado de lo absurdo se hace más masivo en tanto más cerca está de la estación Prado. En ese sector venden desde herramientas hasta computadores viejos, PlayStation, zapatos y juguetes sexuales. En uno de los puestos, por ejemplo, ofrecen unos dildos y en otro, junto a unos tenis, hay un plug anal.
Nadie parece sorprenderse de porque las barberías linden con los almacenes de ropa o que se ofrezcan juguetes sexuales al lado de juegos de video.
Son los contrastes del centro de Medellín a los que nos hemos acostumbrado.
Su nombre de pila era Antonio Hurtado y una crónica de la época retrata su alocada empresa de montar un Vaticano en Antioquia.
La historia de Pedro II, el papa de Barbosa, se ha contado varias veces, pero quizá no lo suficiente. En ella convergen lo pintoresco y lo simbólico. Es un cuadro muy particular de un “orate” que a ratos parece más que cuerdo.
El primer relato del papa de Barbosa data de 1939. Es una crónica en primera persona del periodista Juan Roca, escrita en clave humorística. La historia comienza con el trayecto entre Medellín y Barbosa, amenizado por la voz de la actriz cubana Dalia Iñuiguez, que acompañó al cronista a conocer al papa de Barbosa.
Así relata el cronista el viaje hasta el municipio del norte:
“Es que Barbosa, arcádico pueblillo antioqueño, oloroso a boñiga y vestido con la greda bermeja de los tejares, hay un vaticano y en él radica un orate que reclama para sí la silla pontificia”.
El orate es Antonio Hurtado, un dentista empírico que fue al seminario pero nunca se ordenó. En 1939, año de publicación de la crónica, murió Pío XI; al enterarse, Hurtado envió cartas al vaticano para postularse como reemplazo del papa recién fallecido. Nunca recibió respuesta, entonces él mismo se coronó Sumo Pontífice de la Iglesia Católica y convirtió su casa en el Vaticano antioqueño.
Para asumir como tal, se mandó a hacer dos anillos y a confeccionar trajes papales. La crónica de la visita a Barbosa continúa con la llegada al pueblo. El periodista y sus acompañantes se dan cuenta de que la torre principal de la iglesia tiene un hueco que causó la caída de un rayo. El papa de Barbosa les explica que el rayo era una protesta contra el vaticano por la posesión de Pacelli como Pío XII.
El papa de Barbosa vivía en una mansión grande adornada con cuadros religiosos. El papa recibe a sus visitantes con la bendición y los hace pasar. Luego se sienta en una silla grande que rechina. Entonces explica que es una silla dúplex, que lunes, miércoles y viernes sirve para sacar muelas y los demás días es silla pontificia.
Este es el famoso papa de Barbosa. Foto: Alcaldía de Barbosa.
El periodista pregunta al papa que desde hacía cuánto lo había asaltado la vocación. La respuesta deja perplejos a los escuchas:
“Hace tres años, nada más —dice el papa—. Es decir, este es el tercer año de mi candidatura. Pero me combate. Pío XI enfermó hace dos años y yo desde aquí le sostuve la existencia, porque era muy santo”.
Ante la sorpresa del periodista y sus acompañantes, el papa continúa y discurre de cuestiones teológicas:
“Sus encíclicas (de Pío XI) son geniales y trabaja mucho por la paz de la grey. Pero como yo sabía que estaba sufriendo demasiado, ordené desde aquí que muriera tranquilamente y se fue hacia Dios. Como era natural, yo debía reemplazarlo, pero en Roma no sé qué les está pasando. Mi misión es clarísima. Soy el creador de nuevos sacramentos”.
El papa les cuenta que, además de repartir bendiciones y sacar muelas, escribe un semanario que se llama “El Emanuel”. En él, el Sumo Pontífice de Barbosa dice que instruye sobre las cosas de la fe y probar que él, y no Pío XII, era el elegido para posarse sobre el trono de Pedro. El papa vuelve a la carga y dice: “Algún día seré reconocido por todas las potencias y consagrado. Ahora apenas tengo la adhesión de este rebaño”.
La conversación se hace más extraña cuando el periodista pregunta a Hurtado por su nombre de consagración. El papa responde que se llama Pedro II. El cronista se sorprende y le dice que eso es grave y peligroso. Hurtado responde que eligió ese nombre porque, según las profecías de Malaquías, cuando sea consagrado un papa con el nombre de Pedro II se acabará el mundo.
Luego de leer un pasaje de la biblia, Pedro II se adentra en un monólogo mucho más inquietante:
“Que yo soy el papa, porque yo soy la bestia. Voy a comprobarlo”.
Pero, así como discurre en esos comentarios de “orate”, el Sumo Pontífice de Barbosa opina sobre personajes de la vida política colombiana. Cuando el periodista le pregunta por Laureano Gómez, exige silencio y ruega no ofender su mansión con nombre tan “pecaminoso”. Más incisivo se vuelca sobre Fernando Gómez Martínez, quien fuera director del diario El Colombiano y gobernador de Antioquia:
“Dígale usted a Fernando Gómez Martínez, que ahora se dice a sí mismo maestro, no sé de qué, que no tiemble ante las excomuniones que le tira Laureano. Que yo siempre lo apoyo y que desde aquí lo bendigo, pero con la izquierda”.
El periodista y sus acompañantes salen del Vaticano, donde hay un cúmulo de curiosos que los observan y los ven salir pontificados. Emprenden el camino a Medellín y a mitad del viaje se les pinchan las cuatro llantas del carro.
“Mal agüero nos ha dado el papa de Barbosa”, dice la actriz Dalia.
Esta es la silla “duplex” que utilizaba el Papa de Barbosa
La vida del papa
Sobre el papa de Barbosa hay un libro titulado Noticias de Pedro II, escrito por Víctor Bustamante. En el libro se cuentan decenas de curiosidades sobre la vida de este hombre excéntrico que se autoproclamó papa.
Con los años, el Vaticano de Barbosa creció hasta emplear a 25 personas. El papa era riguroso y despedía al que pronunciara una mala palabra. Según una crónica escrita por Luis Alberto Miño para El Tiempo, publicada en 2005, el papa se tomó en serio su celibato y nunca se le conoció novia, mujer o amante.
En el Vaticano antioqueño daba rienda a sus excentricidades:
“Con el paso de los años, Pedro II comenzó a hablar de que hacía milagros. En su periódico escribía que curaba a personas de cáncer y hacía caminar niños minusválidos. Por su fama regional, Pedro II atendía desde borrachos, a los que les mandaba con sus empleadas el anillo para que se lo besaran y no tener que recibirlos, hasta personas ilustres como la poetisa cubana María Dalia Iñiguez, la actriz Libertad Lamarque y a Alfonso López”.
Al papa de Barbosa lo excomulgaron y a sus procesiones, a las que acudían sus seguidores, las atacaban con piedras. Fue memorable su rencilla con el padre Jesús Antonio Arias. El párroco, con ayuda del alcalde Enrique Bedoya, logró una orden policial para llevar al papa a Medellín al hospital mental. Luego de una evaluación lo dejaron ir, alegando que no era peligroso y solo sufría de un delirio místico.
El papa de Barbosa murió en 1955, a los 63 años. Sus huesos todavía están en una pequeña bóveda del cementerio de Barbosa.
Desde 2014, esperando una solución que nunca llega, han muerto 70 venteros
Este 14 de junio se cumplen diez años desde que la alcaldía de Aníbal Gaviria desmontó el Bazar de los Puentes. El argumento de la administración fue que las plataformas A y B, donde estaban los venteros, se habían convertido en una “olla de vicio”. Aunque en el operativo de desmonte fueron capturadas 30 personas, no se incautó droga. Hoy, en donde solía estar el bazar, se pregonea a cielo abierto: “marihuana, rocas, pepas, clonazepán”.
Pero vamos por partes. El llamado bazar estaba ubicado en las losas superiores del deprimido de la Avenida Oriental. Se instaló allí un pequeño centro comercial popular al que llegaron venteros que estaban regados por todo el centro. Estas personas venían del comercio informal en calles y parques y encontraron allí, por lo menos, un lugar bajo techo y seguro para subsistir.
Fue en 1999 que se construyó el bazar con pequeños módulos para los vendedores ambulantes. Con el tiempo, como todo ese sector de la ciudad, fue decayendo y se hundió en las dinámicas sociales como la venta de drogas. Sin embargo, acabar con el bazar no fue una solución, como es posible concluir luego de pasar por los bajos de la estación Prado.
Los venteros se vieron obligados a vender sus variados productos en otro lugar. La administración de Gaviria no les dio ninguna solución. Desde entonces, 420 personas se asentaron bajo el viaducto del metro en la estación Prado, para guarecerse de la lluvia, y crearon el mercado más extraño que tiene la ciudad. En el bazar es posible conseguir ropa de segunda, ollas, martillos, celulares y juguetes sexuales.
Pero lo pintoresco que pueda parecer el lugar se desvanece cuando uno mira la realidad social. María Eugenia Valencia, líder de los venteros, ha estado en Prado desde 2014, cuando cambió su vida. Desde entonces han pasado tres administraciones (Gaviria, Federico Gutiérrez y Daniel Quintero) sin que ninguna haya pasado de las promesas a la acción.
Y lo más grave de que no se haya construido un nuevo bazar —como se prometió en cada administración— es que el problema se creció. María Eugenia dice que si en 2014 eran 420 venteros, ahora son por lo menos 1.200. Sus cálculos tienen sentido. En el lapso de diez años se avino una pandemia con resultados desastrosos en cuanto a niveles de pobreza, y eso sin contar con la presión que ha metido desde 2015 la diáspora venezolana.
“Llevamos diez años bajo el agua, con la contaminación de los carros. Federico dijo que iba a hacer algo y nunca nos ayudó. Quintero dijo que tenía 8.000 millones de pesos y finalmente no supimos qué pasó”, dice María Eugenia.
En efecto, la primera administración de Gutiérrez diseñó unos módulos para ubicar a 250 venteros, pero la idea quedó en el papel. La administración Quintero le dio muchas vueltas al asunto y también terminó en nada. Primero, el entonces subsecretario de Espacio Público Yorman Benítez dijo a los venteros que tenían un presupuesto de 8.000 millones de pesos para rehacer el bazar.
Las plataformas han sido invadidas por talleres de motos y habitantes de calle. Foto del 2023.
Sin embargo, después de unos estudios se determinó que la plataforma no podía soportar estructuras muy pesadas, como las que se habían diseñado, y entonces hubo que comenzar de cero. De manera paralela, la gerente del Centro, Mónica Pabón, anunció que sobre las plataformas, dada la imposibilidad de construir, se harían placas deportivas para jugar fútbol y voleibol. La justificación fue que con estos espacios se podría darle una nueva vida al sector.
Y es que las plataformas, ante la ausencia de control, fueron invadidas desde hace tiempo talleres improvisados y habitantes de calle. Es tal la inseguridad que una vez a un comensal, que almorzaba en uno de los restaurantes del sector, le robaron la carne del almuerzo. No es chiste.
La intervención anunciada por la Gerencia del Centro nunca se hizo, pero lo más llamativo fue que en 2023, año de elecciones, Quintero sacó de la manga la idea de retirar las losas completas, es decir, dejar otra vez a la Avenida Oriental destapada. ¿Y el bazar? Se prometió construirlo donde están los venteros hoy, en los bajos de la estación Prado.
Ninguna de las dos cosas se hizo, por supuesto, pero hay un agravante en cuanto al retiro de las losas. El Plan de Desarrollo 2020-2024 prometía construir un pequeño Parques del Río sobre las losas, cosa que no se cumplió. ¿Por qué el exalcalde salió con una idea en el cuarto año de su mandato que daba al traste con un proyecto incluido en su propio Plan de Desarrollo?
Más allá de esos líos administrativos sin resolver, lo más preocupante de esto es el drama humano. María Eugenia dice que a hoy son unos 70 compañeros expulsados del bazar que han muerto durante estos diez años: “Se han enfermado acá por la contaminación. Estamos expuestos a todos los riesgos, a la lluvia, al peligro. Van 70 compañeros muertos y nada que nos dan una solución”.
La mayoría de venteros son mayores de 60 viven del diario. Hoy no saben qué va a pasar durante esta administración. Su posición nunca ha sido la de sentarse a esperar. María Eugenia ya perdió la cuenta de a cuántas reuniones ha ido con los sucesivos funcionarios encargados. “Ya hemos hablado con algunos concejales de este periodo y tenemos reuniones programadas con la alcaldía. Esperamos que ahora sí nos cumplan”, dice.
Los ánimos de los venteros, sin embargo, están por el suelo. Muchos se echaron al dolor y comentan que van a morir allí, bajo el viaducto del metro. Lo cierto es que el panorama hoy es desalentador. Cada día llegan más personas en busca del sustento diario y las esperanzas de una solución se hacen remotas.
Itagüí llegó a ser la ciudad no capital más violenta del país. En 2009 este municipio llegó a la aterradora cifra de 333 homicidios y a tener más de cinco confrontaciones entre estructuras criminales que hoy parecen solo un mal recuerdo. El Municipio que lidera Diego León Torres Sánchez, tiene hoy las mejores cifras de su historia, pero este mandato apenas comienza.
De la mano de una sistemática gobernanza y del caudal político conservador de más de una década, llegó a principal oficina del Centro Administrativo Municipal de Itagüí un líder comunitario, con más de 45.000 votos y con el padrinazgo, a veces controvertido, del congresista y exalcalde Carlos Andrés Trujillo.
Se trata de Diego León Torres Sánchez, un hombre de cuarenta y tantos años, aficionado a armar figuras de Lego, al anime japonés y, advierte él mismo, sobreviviente de las dos peores épocas de la violencia en Itagüí, en los 90 y entre 2009 y 2010.
Tal vez al ver las cifras de reducción de homicidios que hoy tiene esta ciudad del sur del Valle de Aburrá, pocos darían crédito a las cifras de la Itagüí que en 2009 se convirtió en el municipio no capital más violento del país. En medio de confrontaciones entre grupos delincuenciales de “Calatrava”, “La Unión”, “La Raya”, “El Bolo”, “Santa Cruz”, “El Ajizal” y “El Guayabo”, entre otros, se registraron 333 homicidios, varias masacres y enfrentamientos con armas largas que, como se vivía en Medellín entera, presentaban una zona de guerra.
Según las cifras históricas de Medicina Legal, la confrontación, entre 2009 y 2012 dejó en Itagüí 942 personas asesinadas.
En esa Itagüí, en el barrio la Hortensia, creció el alcalde que lleva cinco meses en el cargo, que hace un consejo de seguridad a la semana, que se pone la gorra de la Policía, sale a los barrios y dice sin temor que “banda que se rearme o grupo delincuencial que aparezca, lo desmantela”.
“Ha cambiado todo. Primero el chip de que Itagüí es una ciudad distinta. O sea que era posible cambiar y transformar la ciudad. Que era posible ya la inversión social en las comunidades. Que era posible que la fuerza pública se hiciera a los barrios. Que es posible que la fuerza pública intervenga, capture y judicialice actores criminales. Yo soy un ciudadano que vivió y padeció la violencia de Itagüí en los 90s y en los 2000, y la he padecido toda mi vida. Yo soy sobreviviente de la violencia en mi barrio. Mataron muchos de mis amigos de infancia. Grandes masacres como la del porvenir. 10 amigos muertos en un solo día en 1994. Son imágenes tristes, crueles que me tocó padecer. Vivirlas en carne propia y que no quiero que se repitan. Por eso todos los días trabajamos en planes estratégicos, en investigación judicial, en inteligencia para que la ciudad siga como va, por buen camino”, dice el Alcalde Diego Torres.
El 23 de octubre de 1994, un grupo de hombres armados llegó hasta un sector del barrio El Porvenir, donde estaban reunidos varios jóvenes de la zona, entre ellos, muchos de los habitantes del barrio en medio de una confrontación de las bandas de “El Bolo”, “La Colinita” y “El Porvenir”. Allí fueron acribillados 10 de ellos a tiros y en medio de la reacción policial, fueron detenidos cuatro de los presuntos autores, todos, según el informe de la Policía de la época, pertenecientes a “El Bolo”.
Agrega el informe policial: “en el sector existen dos grupos de milicias populares, las del Pueblo y para el Pueblo y las del Valle de Aburrá, las cuales no están directamente involucradas en esta pugna entre las bandas”. Así, de ese calibre, era la vida en los 90 en estos barrios de Itagüí.
Después de Medellín, Itagüí llegó a tener la mayor cantidad de grupos delincuenciales organizados en Antioquia. Tuvo la sombra de la llamada “Oficina”, con grupos que llegaron a ser clasificados como verdaderas Organizaciones Delincuenciales de primer nivel como “Calatrava” y “La Unión”, en los 90 fue asechado por Milicias Urbanas y por enclaves paramilitares en las zonas semi rurales. Todos los problemas juntos de una gran urbe, en un municipio de poco más de 200.000 habitantes.
Hace aproximadamente una década, así se veía el cartel de los más buscados de Itagüí, que tenía más de una decena de grupos delincuenciales organizados identificados. Foto: Archivo Policía Metropolitana.
“Hoy llevamos cinco homicidios en 2024, que lamento mucho, porque son tragedias y aquí tratamos de proteger la vía de los ciudadanos. El año pasado tuvimos tres homicidios, vamos bien, vamos en iguales condiciones. Del año pasado esperamos sostener la estadística, que es la más baja del país. O sea, sostener una cifra de tres homicidios es una cosa increíble en la ciudad. Hoy llevamos cinco a cinco meses. Uno mensual, se puede decir en temas de estadística. Lamentamos profundamente esa tragedia. Para mí la vida es sagrada. De los cinco homicidios que han ocurrido este año, los cinco están resueltos. O sea, están esclarecidos. Y es una ventaja porque no permitimos que haya impunidad en nuestro territorio”, explica el mandatario.
Múltiples capturas de la banda “La Unión” por parte de la Policía Metropolitana. Foto: Archivo Así fue presentado alias “Riñón”, uno de los principales cabecillas de “Calatrava” en su momento. Foto: Archivo
¿Qué cambió?
En el Valle de Aburrá se han quebrado todos los indicadores de homicidios y delitos de alto impacto en los últimos 10 años. En buena parte, advierten las autoridades, por el desmantelamiento sistemático de la llamada “Oficina”, que de ser una organización criminal presente y unificada en todos los municipios del área metropolitana, se convirtió en una diáspora de grupos delincuenciales que hoy, precisamente en la Cárcel de la Paz, ubicada en Itagüí, están en un proceso de paz con el Gobierno Nacional, que, no obstante, advierte el Alcalde, desconoce completamente.
“Con la llegada a la alcaldía de Carlos Andrés Trujillo, se trajo una idea clara de darle un nuevo contexto a la ciudad en temas de seguridad, infraestructura y educación. Tres conceptos claves que lo marcaron al en todo su gobierno. yo era oficial mayor del Juzgado Segundo Penal del Circuito de Itagüí, o sea, hacía parte de la estructura de seguridad que tiene el Estado en todo el país y logramos construir una estrategia, yo estuve ahí desde el inicio de la creación de la estrategia de seguridad y de todo lo que tenemos obtenido hasta el momento”, explica el mandatario.
Dice el Alcalde que es un hombre de tenis que anda en las calles escuchando a la gente. Itagüí ya no tiene barrios inaccesibles y los indicadores de seguridad, en cifras planas, solo en 2024 se han realizado operaciones estructurales contra las bandas de “Calatrava” y “El Rosario”, con más de 30 capturas, se han capturado al menos 3 cabecillas o coordinadores delincuenciales. En total 184 capturas en flagrancia y 39 con orden judicial, se han recuperado 61 motocicletas hurtadas y 18 automóviles.
Más allá de los números, el municipio de Itagüí tiene una percepción positiva de la recuperación en seguridad, aunque los ciudadanos, valga decirlo, se quejan por los hurtos en todas las modalidades. La extorsión es otro de los flagelos que en este municipio ha tenido atención.
“Entonces los hurtos que más nos mandan es… Se me robaron el computador del carro, se me robaron el retrovisor. O sea, hurto de oportunidad. ¿Y qué tipo de extorsión hay? La extorsión de boleteo y de cárcel, muchas llamadas de cárcel, llamando precisamente el tío, la tía, pedir plata, es como la dinámica que tenemos dentro de Itagüí, por tener una gran actividad comercial”, explica Torres.
Apenas comenzando el mandato es apresurado decir que son resultados inminentes, pero advierte Diego Torres, el trabajo se realiza de la mano de las autoridades y con la ayuda de la tecnología, más de 660 cámaras en circuito de vigilancia, la Policía y la Secretaría de Seguridad, a cargo de un reconocido expolicía, Rafael Otálvaro. Itagüí no es la misma de hace 10 o 20 años, eso si está claro.
Recuerdos del viejo café, donde Tomás Carrasquilla tomaba tinto. Estampa del pasaje hoy
Los bares de La Bastilla son un buen refugio para la lluvia. Afuera, un aguacero que tuerce los árboles. Pero adentro es agradable: el mesero sirve cafés humeantes y tragos de aguardiente. En el computador se reproduce una lista de vallenatos llorones que remite a otras ciudades, a tierras más cálidas. Es un viernes frío, torrencial, que evoca los tiempos idos.
El nombre del pasaje es la herencia del Café La Bastilla, fundado en ese sitio en 1920. El café se convirtió prontamente en sitio de encuentro de los intelectuales de la ciudad. Las charlas sobre literatura, historia o política se amenizaban tomando café o algún aguardiente que servía para avivar los argumentos.
En el libro La ciudad y sus cronistas, una compilación hecha por Miguel Escobar Calle, está incluida una crónica que, desde su título, muestra la vocación de ese lugar: La Bastilla, refugio de novelistas y poetas. El autor nos dice que “nunca fue un café atiborrado ni ruidoso. En diez años de frecuentar nunca estuvo repleto y jamás vacío”.
Este es el edificio que dio nombre al Pasaje.
Ya no existe el café y de la bohemia de entonces no queda nada. Solo hay una fila de cantinas en las que se vende tinto y trago. Las meseras son mujeres jóvenes cuyo objetivo es sentarse a charlar con los clientes, casi todos pensionados, y animarlos a que tomen más tinto, más cerveza o más aguardiente. En algunas cantinas hay computadores para hacer apuestas deportivas, de partidos de fútbol, el reemplazo contemporáneo de la hípica.
Uno de los recuerdos más vividos de la vieja Bastilla está plasmado en una crónica de Tulio González Vélez, un joven de Titiribí que va una tarde al café y se encuentra allí con Tomás Carrasquilla. El autor hace una descripción novelesca del encuentro:
“El maestro se encuentra sentado en una mesa del “Café La Bastilla”, en ese momento solo concurrido por él, allí en un rincón umbroso, entrando, a la derecha, del enorme espejo de molduras doradas en el que gustan contemplarse los jóvenes buenos mozos de Medellín”.
La presencia del escritor no es casualidad, pues no en balde el periodista antes mencionado llamó a la Bastilla el refugio de novelistas y poetas. Por allí también pasó Miguel Ángel Osorio, el eterno Porfirio, antes de irse a su periplo por Centroamérica y México.
Pero Medellín se metió pronto en una vorágine de “progreso” que acabó con casi todo. El cronista que habla del refugio de novelistas cuenta que se fue unos años para Bogotá y que al volver no encontró rastro de lo que dejó:
En este libro está la crónica que se menciona sobre la Bastilla en este artículo.
“¿Cuánto duró La Bastilla del viejo Medellín, con su vieja casa propia, su especial ambiente, su andén de ladrillo rojo y sus pesadas puertas de madera, cuando dejé de verla y frecuentarla después de diez años de amable cotidianidad, para irme a Bogotá a ingresar a la redacción de El Espectador?”
A paso seguido, logra darse una respuesta que, en parte, trata de aliviar la pena por esa infausta pérdida:
“No lo sé. Mi villa Bienamada, la de los juveniles sueños y la dulce aventura vital, ambiciosa y romántica, tomó de repente un ritmo de progreso y transformación que nunca igualó ciudad alguna de Colombia”.
Pero volvamos a esta tarde de un viernes frío de 2024. El aguacero ha amainado y algunas personas caminan por el pasaje. La Bastilla fue remodelada durante la administración anterior de Federico Gutiérrez. Para entonces, el sector estaba tomado por los “chirrincheros”, grupos de hombres que pasaban horas sobre los andenes tomando licor hasta la inconsciencia y jugando juegos de azar.
En la remodelación se invirtieron 2.236 millones de pesos. Se cambiaron las losas y en general se embelleció el lugar. En su momento, con gran entusiasmo, los comerciantes se imaginaron que la nueva Bastilla sería un espacio cultural, con recitales de poesía y obras de teatro. Eso no pasó nunca, porque una cosa es la construcción de cemento y otra es transformar las maneras de habitar un lugar.
En su momento también se dijo que las cantinas cambiarían su oferta y ofrecerían cafés especiales, con cartas un poco esnob. Eso no pasó, y hoy sigue siendo el lugar de encuentro de pensionados que lee El Colombiano y escucha a Los Panchos. Y está muy bien que así sea, a decir verdad.
El proyecto se hace posible gracias a un acuerdo entre el municipio y la Universidad de Medellín
En Itagüí están a punto de terminar una vía inusual. A simple vista parece normal, pero por dentro lleva innovaciones que podrían cambiar la manera en la que se aprovechan los recursos en Colombia. Pero, ¿qué dorar la píldora? ¿Qué es lo que hace a esta calle diferente a las demás? Sencillo: el pavimento está hecho de materiales reciclados, como llantas y neumáticos, que de otra manera habrían terminado en rellenos sanitarios o contaminando algún campo.
Es cierto que no es la primera vez que se construye una vía en Colombia con materiales reciclados. En 2022, la Alcaldía de Medellín anunció que una de las calles adyacentes a La Alpujarra sería pavimentada con plástico reciclado. Algo similar se hizo también entre Santa Marta y La Guajira. Sabiendo que esas tierras son claves para mantener el equilibrio natural, pues están entre el mar Caribe y la Sierra Nevada, el Gobierno Nacional se dio a la tarea de buscar alternativas que ayudaran a alivianar la carga de residuos plásticos en la zona.
Ahora bien, el caso de Itagüí es particular porque emplea una técnica diferente a las demás. La técnica para utilizar los neumáticos se desarrolló en la Universidad de Medellín y se conoce como Sistema de Refuerzo Geotécnico con Neumáticos Usados. Ya se ha utilizado con éxito, según la universidad, en la construcción de varios andenes dentro del campus universitario.
¿Cómo se da, entonces, la unión entre la universidad y el municipio? Da la casualidad de que el secretario de Movilidad, Sebastián Zuleta, es estudiante de la maestría en Ingeniería Civil de la universidad. En el campus ha tenido un socio en la investigación, el profesor Mario Santiago Hernández. Entre los dos se propusieron la creación de este desarrollo no solo innovador, sino útil para el medio ambiente.
La tecnología que utiliza los neumáticos está patentada por la Universidad de Medellín.
La calle en cuestión está entre la diagonal 40 y la carrera 47, que se están cimentando con tres materiales diferentes modificados y reciclados en la estructura de pavimentos: asfalto reciclado, mallas de geoceldas y geoceldas con material reciclado de llantas de neumáticos. Este desarrollo ya fue patentado por la universidad.
El secretario de Movilidad indicó que el trabajo no terminará una vez la calle esté en funcionamiento. Como es un desarrollo reciente, hay que ver el comportamiento del pavimento para determinar si más tarde podrá ser usado en extensiones más grandes de vías:
“Tendremos un análisis profundo de lo que son estas modificaciones y estos métodos alternativos constructivos que le puedan ayudar a construir y a contribuir a la edificación de nuevas vías y de nuevos pavimentos dentro de la ciudad de Itagüí y que nos genere un costo-beneficio para todos los ciudadanos”, precisó el secretario.
Y es que el asunto es determinar la cantidad de carga que este pavimento puede resistir. En términos prácticos, los neumáticos lo que hacen es amarrar el suelo y eso es favorable para la construcción. En palabras más sencillas, amalgama más el pavimento y lo hace más compacto.
Hasta ahora, según la Alcaldía de Itagüí y la Universidad de Medellín, las mediciones han sido positivas. “Las tres técnicas nos están dando resultados muy satisfactorios, en particular la del sistema de confinamiento con neumáticos que es la de mayor interés y está generando unas respuestas muy interesantes, muy acordes a la vía, que nos van a garantizar que la vía perdure y en su vida útil nos dé un buen funcionamiento”, expresó el docente de la UdeMedellín.
Y es que una de las cosas que más se tiene en cuenta en cuanto a vías es el tiempo útil. Una de las quejas más frecuentes de los usuarios tiene que ver con las vías que, pese a que fueron repavimentadas, a los pocos meses ya muestran huecos o hundimientos que representan un peligro para los conductores. Esto depende del nivel de carga al que se someta la vía, por supuesto, y por eso las pruebas son tan importantes.
La calle en cuestión está entre la diagonal 40 y la carrera 47
En otras latitudes se han puesto en marcha proyectos para aprovechar residuos como el plástico dándoles un segundo uso. Uno de los males del siglo XXI, y que hoy por hoy tiene amenazado a nuestro planeta, tiene que ver con la producción desmedida de plásticos que, en el mejor de los casos, va a dar a un relleno sanitario, pero que en muchas otras ocasiones termina en parajes rurales como bosques o, incluso peor, en los ríos o los océanos.
Un país pionero en buscar soluciones sostenibles ha sido Países Bajos. Como su territorio está al nivel del mar, ha visto cómo el aumento de la marea lo ha venido cercando y reduciendo. Eso obliga a que las carreteras tengan que ampliarse y modificarse cada 20 años, por ejemplo. De esa necesidad surgió la idea de construir carreteras con materiales reciclables que, además de darle un segundo uso al plástico, se acomodan mejor a las características del suelo.
Este modelo, que ha sido exitoso, se está intentando replicar en otras partes del mundo. La idea es loable, por supuesto, pero habrá que esperar los resultados para saber sin efecto hacia allá camina el futuro de las carreteras.
Pocos casos como el del niño Maximiliano Tabares han generado más repudio y tristeza en Antioquia. La muerte del pequeño, en medio de un ritual de brujería y a manos de su propia madre y su padrastro, rebasaron cualquier barrera con la ficción y de manera ejemplarizante los principales autores ya fueron condenados esta semana a más de 51 años de cárcel. Exclusivo Colombia habló con el abogado de las víctimas de este caso, quien asegura haber atestiguado varios sucesos inexplicables, que incluso, afectaron a varios de los participantes en la investigación.
El pasado 22 de mayo un juzgado especializado de Antioquia profirió condena contra Sandra Patricia Caro, madre del pequeño Maximiliano Tabares de 6 años, y contra Fabián Carmona, padrastro del menor. Ambos fueron sentenciados a 51 años y 8 meses de prisión tras haber sido hallados culpables de uno de los peores crímenes contra un niño que se recuerde en Antioquia.
Según estableció la Fiscalía, los hechos ocurrieron el 21 de septiembre de 2022, en el municipio de Remedios, día en el que los dos condenados, llevaron el niño hasta una vivienda, en compañía de varios de los integrantes de una secta conocida como “Los Carneros”, para realizar un ritual de santería y brujería, para “sacar los espíritus que invadían al niño y que le enseñaran el camino a una guaca de oro”, que estaría oculta en una mina del municipio vecino de Segovia.
Ya en noviembre del año pasado, tras suscribir un preacuerdo, se logró la condena de 40 años y 10 meses de prisión contra alias “Orejas”, quien también participó en los hechos y que ejercía como “médium” de la secta, fue quien convenció a la madre del menor para hacer el ritual y sería una suerte de cabecilla “espiritual”, con reconocimiento en la población de ser un poderoso brujo. Este hombre fue sentenciado por los delitos de homicidio agravado, tortura agravada y desaparición forzada agravada.
No solo ya la historia era digna de la peor historia de terror. Lo que siguió es un capítulo de una aterradora degradación, la misma expresada por la justicia en la sentencia, que incluye la tortura, el asesinato y la desaparición de un infante.
Según la Fiscalía “la madre del menor de edad reportó la supuesta desaparición de su hijo. Señaló en su momento que el niño no había regresado a casa después de salir a una tienda ubicada en el corregimiento La Cruzada, en Remedios (Antioquia). Sin embargo, la investigación, probó que los hoy sentenciados en realidad lo transportaron en un motocarro a una zona rural de Segovia (Antioquia).
De todos los capturados de la secta de “Los Carneros” ya fueron condenados tres a penas superiores a los 40 años de cárcel. Foto: Policía de Antioquia.
“Labores de policía judicial realizadas por el CTI y la Policía de Infancia y Adolescencia determinaron que, durante dos días, un grupo de personas que se hacía llamar ‘Los Carneros’ sometió al niño a golpizas constantes, como parte de un ritual de santería para ubicar una supuesta guaca”, advierte la sentencia.
El cuerpo del niño fue exhumado por el Grupo de Criminalística del CTI Seccional Antioquia, la noche del 27 de octubre de 2022, no obstante, encontrarlo y hacer justicia por su muerte fue un camino lleno de obstáculos, desde la retención de los participantes, hasta la última condena proferida esta semana, advierten que hubo todo tipo sucesos, retrasos legales y según uno de los abogados, fuerzas oscuras, que trataron de impedir la acción de las autoridades.
Un relato de terror
Todo comenzó con una investigación densa, que involucraba la desaparición del menor, en la cual, paso a paso, se estableció que estaba una secta dedicada a la brujería en Remedios y Segovia, que involucraba a los miembros más cercanos de la familia. Para comenzar, todo en contra, el terreno, las pistas, todo indicaba que el pequeño Maximiliano estaba muerto.
Esa noche del 27 de octubre más de 15 personas lograron llegar a un terreno de difícil acceso, donde se había indicado, estaba sepultado el niño. Excavaron durante varias horas y a pesar de tener el cuerpo casi de frente, no podían verlo. Así lo describe el abogado Andrés Felipe Bedoya, quien actuó en el caso en representación de las víctimas.
Elementos de brujería y santería fueron hallados tras los allanamientos y la exhumación del cuerpo de Maximiliano. Fotos: Fiscalía General de la Nación.
“Continuamos y llegamos al monte del futuro en el municipio de Segovia. Estas zonas rurales de mucho bosque e incluso de mucha dificultad para los vehículos ingresar allá y se hacen los profesionales de criminalística, hacen los topógrafos, hacen el orificio donde se supone que está el cuerpo de Maximiliano.
Éramos entre 8 y 15 personas, pero ninguno lo logró visualizar. Cuando hicimos dos veces una oración bíblica que llaman la “magnífica”, que es donde la Virgen le dice al Señor y proclama mi alma la grandeza del Señor. No la recuerdo bien. Se hace dos veces esa oración cuando el niño se deja ver. En los elementos materiales de prueba se encontraban pócimas, libros de magia negra, magia azul, magia verde, se encontraban un soplete, un cuchillo con el que se hacían heridas los integrantes de la acepta y se marcaban unas cruces. La cruz de estas personas no es la cruz normal donde Jesucristo quedó con sus brazos abiertos en la parte superior, sino que esta cruz es invertida y con esto se caracteriza”, explica el abogado, a la fecha, aún afectado por una serie de sucesos inexplicables que rodearon el caso.
De hecho, tres personas que participaron de la exhumación de Maximiliano se enfermaron y hubo incapacidades de hasta 12 días. La Fiscal y la juez también se enfermaron de manera sistemática, en las audiencias se cortó varias veces el fluido eléctrico, o el servicio de Internet, los acusados lanzaban supuestos hechizos a los guardias.
En general, más allá de lo que puede o no puede ser paranormal, el caso tenía a los investigadores y a las autoridades atemorizados, incluso, por las fuerzas que para muchos son una realidad y para otros el fruto de creencias arraigadas en una región como el Nordeste antioqueño.
“Cuando llegaba a mi casa, se escuchaban ciertos ruidos. Un día te reventaban el vidrio de tu ventana sin ninguna explicación y uno no entender, estando aquí en la ciudad de Medellín algo inexplicable, de pronto en un pueblo, en una zona rural, …vos sentir como caballos encima de tu techo de tu casa. Cierto día estaba yo ya durmiendo, cuando el primo mío, en la misma vivienda, me dice, Andrés, algo suena por ahí, cuando se incrementan los ruidos, a eso de 2 o 3 de la madrugada se incrementan los ruidos en el techo de mi vivienda, yo empiezo a hacer oración, empiezo a decir Jesucristo, Jesucristo, pero yo no entendía porque yo lo decía. Si son gatos, no puede ser porque eran muy fuertes. Yo en momento reacciono y digo, bueno ya basta y le dan súper duro y dañan la teja, dañan el cielo raso, la madera y empezó a caer agua en mi cama, me toca levantarme, correr la cama, poner un balde ahí, cosas inexplicables. En cierto día yo estaba durmiendo, yo lo una llamo pesadilla, pero a la vez ocurre algo extraordinario. Yo durmiendo y siento como que entra una persona, un monje negro o algo así, entonces yo empiezo a decir Jesucristo, Jesucristo, Jesucristo, lo digo muchas, reiteradas veces y ese ente entra con los ojos como muy grandes, totalmente negros y como buscándome en la habitación, donde era que yo me encontraba, pero a través de que yo invocaba la autoridad de Jesucristo, no me podía hallar”, relata el abogado.
En las poblaciones de esta parte del Nordeste Antioqueño, conocían muy bien a los llamados “Carneros”, un grupo al que se le endilgaba la capacidad de encontrar las betas de oro invocando las fuerzas oscuras, que según se pudo establecer, incluían rituales antiguos de magia negra, sacrificios de animales, posesiones demoníacas y una mezcla de santería cubana y venezolana. Esto en el marco de la investigación, se pudo constatar con una gran cantidad de material para este tipo de rituales, hallado en la casa de los hoy sentenciados y en el sitio, donde se estableció que asesinaron al niño, con golpes de palos de madera de guayabo.
“Lo curioso de esta pesadilla que les cuento, es que cuando el ente va saliendo, tumba mi guitarra y al otro día, aclarando que yo no me quise levantar después más de la cama porque yo sentía temor, yo miro la guitarra efectivamente en el suelo y miro en la sala y veo unas huellas, como unas garras, como de un ave grande, gigantesca, y encuentro como una montañita de gusanos como de esos de las guayabas, muchos, muchos. En diligencias, también en el búnker de la Fiscalía, debido a este mismo caso se encontraba uno de los capturados en la celda cuando incluso este vídeo lo pasaron tengo entendido que por redes sociales, cuando uno de ellos se le pusieron los ojos rojos y comenzó a recitar una oración y un viento pasó levantando expedientes y se azotaron las puertas”, relata el abogado.
Es la primera vez que este profesional decide hablar con un medio sobre estos hechos, alrededor del caso de Maximiliano Tabares, justo después de la condena, una de las más altas de los últimos años y que aún se encuentra en primera instancia, contra los asesinos. El abogado, admite aún sentir temor por todo lo que le tocó vivir y que nunca antes había experimentado.
Más difícil, reconoce Andrés Felipe, fue conocer los detalles de la tortura y la muerte del pequeño Maximiliano.
“Según la evidencia recaudada, los testimonios, las personas con que uno pudo hablar, los elementos de prueba, se logra constatar y logra uno escuchar que el niño fue maltratado, le daban golpes, fue golpeado incluso con maderos de guayabo hasta acabar con su vida y se dice en los testimonios que él le pedía ayuda a la madre, ya él con sus últimas fuerzas – como esto ocurrió en el transcurso de varios días- con sus últimas fuerzas, ya no pedía más ayuda, sino que él ya la perdonaba, ya no le decía más, mamá, ayúdame, sino que le decía mamá, te perdono… con sus últimas fuerzas”, cuenta Andrés Felipe.
En contra de fuerzas oscuras, contra los obstáculos, paranormales o no, lo cierto es que la justicia ya ha actuado contra tres de los responsables de este crimen que logró indignar a Antioquia y al país. La muerte de Maximiliano no ha quedado impune, pero aún tampoco, tiene ninguna explicación racional.
¡Atención! Fue hallado el cadáver de un hombre, señalado de asesinar a su hermana de 70 años, en Antioquia. El pasado 13 de mayo, un juez declaró ilegal su captura y lo dejó en libertad. La policía había advertido de todos los riesgos de la controversial decisión.
Exclusivo Colombia conoció que fue hallado el cuerpo un hombre, en zona rural de San Jerónimo, a dos horas de la cabecera. Según la investigación preliminar, se trata de Hernando Antonio Osorio Delgado, señalado de asesinar a su hermana Ana Delia Osorio Delgado el pasado 13 de mayo.
Este hombre fue capturado en fragancia por las autoridades, pero durante las audiencias preliminares, un juez declaró “ilegal” la captura, pese a las múltiples pruebas entregadas por las autoridades y fue dejado en libertad.
Ese mismo día, algunos familiares de la víctima, enfurecidos, intentaron tomarse la justicia por su cuenta y se ubicaron afuera de la estación de policía donde se encontraba el señalado, para agredirlo por la indignación que produjo la decisión del juez municipal.
Exclusivo Colombia conoció que, por distintos medios, la policía advirtió del riesgo que representaba este hombre para la familia de la víctima e incluso él mismo. Las autoridades avanzan en la investigación para establecer las causas de su muerte .
La misma decisión ocurrió ese mismo día en Bello, donde un hombre señalado de causarle la muerte a una mujer con un disparo en medio de una discusión fue dejado en libertad. Este año, 33 mujeres han sido asesinadas en Antioquia.