Después de dos décadas sumido en la adicción, viviendo en las calles, conociendo el abandono y la soledad desde niño, Jhon encontró el camino de regreso. Su historia es un ejemplo de lucha y resurgimiento. Luego de tocar fondo por los problemas familiares que lo llevaron a la adicción, este colombiano no solo ha dejado atrás sus demonios, también trabaja para ayudar a otros en situaciones similares.
Jhon parecía ser un joven común, con una vida estable a simple vista. Sin embargo, la realidad en su hogar era distinta y poco a poco lo fue destruyendo desde adentro. Cuando tenía apenas dos años, él y su hermana menor fueron abandonados por su madre y sobre su padre recayó toda la responsabilidad de la crianza. A partir de ese momento, su infancia comenzó a marcarse y a pelechar raíces de lo que sería una tormentosa adolescencia.
“Mi papa nos sacó a adelante a mi hermanita y a mí. Fue tal la carga que a él le tocó llevarnos para donde mis abuelos y dejarnos allá por un tiempo. Cuando ya tenía 10 años me llevó a vivir con él y su mujer. Eso era muy horrible porque ella nos pegaba, era humillante. Cuando mi papá se iba a trabajar, le dejaba plata a esa señora para que nos hiciera almuerzo y ella se perdía todo el día donde sus otras hijas y nosotros en la casa con la nevera vacía”, relató Jhon.
Con el paso de los años, la convivencia con su madrastra “se volvió insoportable” expresó Jhon. A los 21 años, incapaz de manejar el conflicto en casa, decidió independizarse y alquilar una pequeña pieza por $120.000 al mes. Sin embargo, su nueva libertad fue efímera. El alcohol, junto con la influencia de algunos amigos, lo llevaron rápidamente por un camino de excesos y descontrol. Lo que parecía ser un nuevo comienzo se transformó en un espiral que con el pasar de los días lo atrapó en un túnel sin salida.
“Terminé en la calle haciendo cosas que nunca había hecho en la vida y que ni yo mismo creía que era capaz de hacer. Me puse a andar las calles sin rumbo, a vivir del diario y a consumir. Así me la pasé todos mis 20’s y mis 30’s. Un día iba para Palmira y unos muchachos me invitaron a fresco, me dieron una tarjeta de una fundación y por allá me aparecí. Ellos hacían traperos para vender y yo me vinculé, yo era la mano derecha, manejaba ventas, y un día el esposo de la señora encargada me empezó a tratar mal y yo mejor me fui”, agregó Jhon.
Dice que después de salir de la fundación, volvió a recaer y “a caminar por horas sin rumbo, cansado y con los pies rajados. Llegué a Armenia, Quindío y pasé por una casa donde estaba un muchacho en un hogar de paso, me dijo que la dormida valía dos mil y la comida diez. Iba a arrancar cuando me llamó y me dijo: “venga le doy la dormida” y me quedé. Al otro día a las siete de la mañana me fui al centro de Armenia y me puse a recoger cartón”,comentó.
Entre siete y nueve mil pesos se hacía Jhon diariamente, lo suficiente, según él, para pagar la dormida y la comida Reveló que la encargada de la casa le preguntó si podía encargarse del aseo del sitio y aceptó.
“Ella me dijo -venga, ¿por qué no me ayuda hacer oficio y yo le pago? – Me dio los implementos de aseo y yo le hice de una. Luego me llevaron a un ancianato donde estaban los papás de ellos y allá también hacía aseo, bañaba a los abuelos, los mantenía arregladitos y les daba comida”, comentó Jhon.
Ya con sus ahorros recogidos, se fue rumbo a Ecuador a pie, “eso fue una experiencia muy dura, antes de llegar a Santo Domingo estaba tan cansado que me senté en una banca al lado de la carretera, saqué la sabana y me tapé. Luego escuché que empezaron a ladrar los perros y me empezaron a alumbrar con linternas. Me echaron de ahí”, sin fuerzas, pero con susto, se marchó y pasó la noche en Santo Domingo, donde la búsqueda de trabajo fue casi imposible.
“Me tocó devolverme para Colombia y llegué a Medellín a un centro día por el lado del Bronx y allá me atendieron. Les dije que ya estaba cansado de estar en la calle y ellos me ayudaron a empezar el proceso. Me dijeron, ¿quiere seguir en la calle o quiere resocializarse? Y yo decidí cambiar la calle por la resocialización”, afirmó Jhon.
Fueron nueve meses de acompañamiento y veinte días después de haber llegado. Lo ayudaron a localizar a su hermana. Un encuentro memorable tras casi veinte años sin tener contacto alguno.
“Yo no podía de la felicidad junto con ella, ella pensó que yo estaba muerto, que mi papá me había buscado. Ella ya tenía dos hijos grandes, eso fue muy lindo, lloré mucho con ella”, expresó Jhon de manera eufórica.
Pero la incontinencia también empezó a hacer de la suyas, “dejar un vicio es muy verraco, toca pararse uno y decidir. Para yo controlar esa ansiedad yo le pedía mucho a mi Dios y me ocupaba en algo, ayudaba a repartirle comida a los compañeros, vaya aquí, vaya allá, vea esto aquí, trabaje allá, esos esfuerzos me ayudaban a controlar la ansiedad”.
Cuando terminó los nueve meses que exigía el proyecto, la Alcaldía de Medellín en apoyo con la Secretaría de Inclusión Social, Familia y Derechos Humanos, le abrieron las puertas en un programa de rehabilitación donde pudo trabajar con la misma dueña del hotel donde se resocializó. Allí se encarga del aseo, reparte alimentos a los habitantes de calle y actualmente se encuentra terminando su bachillerato con la esperanza de estudiar enfermería y convertirse en educador.
Jhon aprovechó para hacer una invitación a todas aquellas personas que están en el mundo del vicio para que “miren atrás todo lo que han perdido por dejarse llevar del vicio y de las malas decisiones y los malos comportamientos. No es fácil salir, pero el que quiere si pone de su parte, lo logra”.