Ave de Paraíso, el nombre del proyecto, queda al frente de la cancha Ana Frank, en Aranjuez
—¿Querés un carajillo?—pregunta Damián—. Acá hacemos ocho clases de carajillos, todos con diferentes licores. ¿Querés uno, eh?
Damián es argentino y vive en Aranjuez, no la ciudad española, sino la comuna 4 de Medellín. Dio mil vueltas antes de anclarse allí. Antes anduvo en buses que cruzaban toda la Argentina. Viajó de sur a norte, de la Patagonia a Misiones, entrando en cada una de las bibliotecas públicas de los pueblos más recónditos. Pero ya antes había vivido en Río de Janeiro, a donde llegó sin hablar una palabra de portugués. En la vieja capital imperial trabajó en un restaurante, donde le prepararon una piecita, un refugio para esconderse como migrante ilegal y menor de edad.
—Te voy a hacer un carajillo con un licor especial—Damián toma una botella y la enseña—, es un trago vikingo. Vas a probar un carajillo muy particular.
Mientras el café hierve y se filtra, Damián cuenta historias que fluyen y se ramifican. Después de trabajar varios años en una empresa de transporte, estuvo en Chile compartiendo con una comunidad autónoma, cerrada, que sembraba su propia comida. Cada persona se dedicaba a una labor diaria, bien podía ser lavar los platos o sembrar maíz, e iba rotando cada día hasta completar 30 actividades diferentes.
—Mirá—dice Damián, estirando la mano con el carajillo humeante.
Las historias del argentino se bifurcan. Comienzan en San Francisco, su ciudad natal en la provincia de Córdoba, y pasan a La Paz, la capital de Bolivia. En esa ciudad, que está a 3.600 metros sobre el nivel del mar, conoció a Maira, su pareja actual y quien lo arrastró hasta Aranjuez. Maira es colombiana, artista plástica.
El carajillo vikingo, humeante, baja por la garganta y deja un sabor agradable, acaso frutal. Damián guarda buenos recuerdos de La Paz, una ciudad que, pese al frío, recuerda por la calidez humana y el trato cercano de la gente.
—En Bolivia hay 30 lenguas indígenas que persisten—, dice Damián, que camina apoyándose en un bastón. Una caída en la mañana lo dejó adolorido y bromea con que estuvo a punto de matarse—. Cristóbal Colón no descubrió América, era más bien un pirata, un delincuente al que la reina (Isabel) ya no aguantaba, ¿cierto?
Damián diserta sobre la historia de América y arguye que varios milenios antes de 1492 hubo un comercio entre pueblos americanos y africanos.
Luego del discurso americanista, Damián vuelve a su vida y cuenta que, además de botánico empírico, es escritor. Aunque ahora escribe sobre plantas, en el pasado publicó una novela de ciencia ficción. Sabiendo que la gente lee muy poco, y bastante decepcionado por ello, pensó en una manera singular y atractiva de vender el libro.
Estaba en La Paz y salió a la calle con un megáfono. Se ubicó en una esquina concurrida y anunció que un día después, en ese mismo punto, iba a estar regalando gaseosa y sánguches.
Los vecinos fueron llegando y él y Maira repartieron los sánguches. Una vez la gente se sentó y comenzó a comer, les pidió el favor de quedarse.
—Les dije que era la presentación de un libro y que escucharan de qué se trataba. Así presenté mi novela, La Atlántida de las Bermudas, de una saga que se llama Mi Viaje a Otro Mundo.
Damián hace una pausa en la vasta conversación. Charla con un cliente que llega a pedir unas cervezas y hace bromas muy a menudo. Es un mamagallista, como dicen en la Costa, y disfruta vacilar con los vecinos.
Por un chiste, precisamente, nació Ave de Paraíso, el curioso emprendimiento que montó en 2020 con Maira. Corría el tiempo lento de la pandemia, de las horas alargadas, y el argentino y su pareja veían pasar los días monótonos de Aranjuez: las motos raudas que pasan, los equipos de sonido que traquean reguetón y vallenato. Entonces se dieron cuenta de que un lote en el barrio, que se había convertido en un basurero y nido de ratas, había sido desalojado por el inquilino.
Pensaron en un sueño mutuo, un vivero que pronto tomó proporciones impensables. Luego de los días enteros de sacar basura y adecuar el lugar, un vecino pasó y preguntó qué iban a hacer en ese espacio. Damián, bromeando, le dijo, socarronamente:
—Vamos a montar una guardería de plantas.
—Listo, entonces esta semana le traigo unas para que me las cuide.
El vecino se lo tomó en serio y unos días después llevó sus plantas. Damián, sin chistar, las recibió y entonces el comentario de que habían abierto una guardería de plantas se esparció por Aranjuez. A Ave del Paraíso comenzaron a llegar plantas, algunas marchitas, y ahí el vivero se convirtió en clínica.
—Si alguien tiene una planta en mal estado—dice Damián, ahora recostado sobre un sofá—, la trae y yo le hago un diagnóstico. Le digo si se puede recuperar y empiezo a trabajar: le cambio la tierra, le echo abono, le corto las hojas. Con paciencia se va recuperando.
El cliente, como si el paciente hubiera salido de cuidados intensivos, siente un alivio al ver de nuevo las hojas verdes y vigorosas.
Damián no es botánico, pero en su vida errante ha aprendido de todo un poco. Hoy habla con propiedad sobre especies y tipos de flores, sobre el periodo de las floraciones o el abono adecuado para un arbusto, pero hubo un día remoto en que fundó la primera empresa de programación de la ciudad de San Francisco, Córdoba. Otro día, perdido en un pasado sepultado por nuevos oficios, trabajó en la cocina de un restaurante y fue oficinista.
Ave de Paraíso es muchas cosas más que un vivero. Maira da talleres de cerámica los sábados y la arcilla se cuece en hornos modernos, de gran calidad. La pareja ha ofrecido tres festivales de cine, uno de ellos sobre la violencia en América Latiana. Hasta el propio Víctor Gaviria se ha pasado por allí durante las proyecciones.
—Ave de Paraíso es un espacio para la música. Cada tanto hacemos festivales con raperos, rockeros, música reggae. Es un oasis para el ruido, un remanso abierto para todo el barrio.
Es tanto así que algunas veces han llegado a tomarse unas cervezas personas que tienen rencillas por fuera, y entonces de miran feo, se tratan con hostilidad. Damián sirve de mediador y los conmina a vivir en paz. En Ave de Paraíso no hay espacio para la violencia.
La vida errante de Damián ancló en Medellín y allí permanecerá unos años más. Después hay otros sueños, también movidos por la aventura, que hablan de un bus-cocina que recorrerá los Andes, los valles y los desiertos de nuestra América, pero para ello habrá que esperar. El presente está hecho de plantas, música, cultura y paz.
—¿Querés otro carajillo, eh?