Este proyecto se da gracias a la alianza de tres grandes empresas: Tosh, Fotones y Masbosques.
Don José Aldemar Orozco vive solo en su finca, ubicada en la vereda El Popal en el municipio de Sonsón y desde hace 10 años, ha dedicado su vida a proteger 614 hectáreas de bosque nativo el cual posee uno de los páramos más importantes para la región y el país, gracias a la regulación hídrica y la lucha contra el cambio climático, del proyecto REDD+ Santa Ana.
Hace unos días, Don Aldemar, como cariñosamente le llaman todos, recibió en su finca a un grupo de más de 10 profesionales de las empresas Tosh, Fotones y Masbosques quienes, a través de una importante alianza, decidieron cambiar la vida de este morador de páramos, con la instalación de unos paneles solares. Esta importante labor, no solo mejorará su calidad de vida, sino que también busca promover el uso de energías renovables y sostenibles, fundamentales para la conservación de este tipo de ecosistemas.
Este bosque muy húmedo, es corredor ecológico y hogar de diversas especies de fauna y flora, como lo es el puma concolor, guaguas, armadillos, osos perezoso como también alberga yarumos blancos, chagualos y cedritos, entre otros.
Luego de un recorrido de más de seis horas desde Medellín hasta la vereda el Popal, por un camino muy húmedo y montañoso, el equipo de profesionales llegó a la finca con los paneles y otros electrodomésticos a lomo de mula para Don Aldemar, donde se realizó la instalación de los paneles, los cuales funcionan a través de un proceso de conversión fotovoltaica que transforma la energía solar en electricidad, una energía que promueve la independencia energética de las comunidades, no produce emisiones de CO2 y es limpia y económica.
Todo esto gracias a las alianzas. Desde el 2014 Tosh se puso a la tarea de medir, reducir y compensar su huella de carbono. Luego de implementar iniciativas en la reducción de consumo de recursos y emisiones, la empresa logró consolidarse con el certificado Carbono Neutro del INCONTEC convirtiéndose en la primera marca de su categoría del país, certificada esto gracias también a la importante labor de protección realizada en este importante páramo, mediante la ejecución del proyecto Banc02 Plus.
Valentina Echeverrí jefe de la marca Tosh manifestó su emoción por participar de este proyecto: “Nuestra empresa Tosh es certificado por el Icontec desde hace 7 años y empezó un programa con Masbosques y su marca Banc02 Plus con REDD+. Es por eso que llegamos hasta acá porque tenemos 10.776 hectáreas que preservamos de bosques con 100 familias las cuales son guardabosquesque nos ayudan a conservar estos pulmones tan importantes para nosotros, son fuentes de oxígeno y tuvimos la oportunidad de conocerlo, visitarlo y beneficiarlo con energía eléctrica y gracias a esta unión, pudimos hacer realidad unos paneles solares para que pueda una de estas familias, disfrutar de los beneficios de la energía. Es demasiado lindo ver este propósito de la marca hecho realidad.”
Para Jaime Andrés Urrea director de la Organización Masbosques Colombia estas alianzas tienen alto impacto ambiental, económico y social: “Transformar una vida en comunidad es transformar el mundo. Estas pequeñas acciones que implican amor, dedicación y esfuerzo, son los motivos por los que trabajamos mancomunadamente. Las alianzas maximizan nuestros esfuerzos y nuestros resultados. Es una motivación diaria, ver como se replica este trabajo de nuestros aliados y nuestro equipo en todo el país, recuperando ecosistemas estratégicos, cuidando el agua y transformando la vida de las personas, especialmente de quienes cuidan nuestros bosques”.
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El equipo encargado de realizar el montaje de los paneles de energía solar era el del equipo de Fotones, una empresa dedicada a la implementación de sistemas eficaces con energías renovables alternas en Colombia.
Es por eso que, para Santiago Estrada líder de la empresa, manifestó su alegría al hacer parte de esta alianza y expresó lo desafiante del proceso debido al difícil acceso de la zona, para llegar al lugar: “Nos sentimos muy orgullosos desde Fotones por vincularnos con este hermoso proyecto y poder colaborar con esta hermosa causa de traer energía a una persona que ha dedicado toda su vida a la conservación de un ecosistema importante como lo es el páramo de Sonsón.”
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Don Aldemar por su parte, habló de como la llegada de la energía cambiará su vida: “Esto no solo cambio mi vida, sino que podré realmente tener una de verdad. Va a ser una vida diferente, voy a poder trabajar más cómodo, podré recibir la visita de mis amigos y familiares, podré estar conectado al mundo. Estoy muy agradecido porque además he aprendido a trabajar con el bosque, sin talar y cuidándolo.”
José Aldemar Orozco es socio BancO2 Plus y propietario del predio Santa Ana en el municipio de Sonsón, quien conserva cientos de hectáreas de bosque de las cuales 355 están certificadas bajo estándar de Cercarbono para la emisión de créditos de carbono desde el año 2014.
Además de cientos de cuerpos sin identificar, el cementerio cuenta buena parte de la historia reciente de la ciudad
La historia de las ciudades puede rastrearse a través de sus cementerios. Esta premisa parece un lugar común, y en cierta medida lo es, pero hay que mirar las historias en detalle, con casuística, para desentrañar hechos que están en las profundidades.
Medellín inauguró su primer cementerio en 1828, dos siglos después de su fundación. ¿Cómo es que enterraban a los muertos antes de esto? ¿Qué hacían con los cuerpos? ¿O es que de plano, como en el cuento de Carrasquilla, la muerte se había tomado un descanso? Lo último es una hipérbole, por supuesto, pero resolvamos la duda.
En Medellín no hubo cementerios hasta entrado el siglo XIX porque hasta la fecha los muertos eran enterrados en las iglesias. Así lo disponían las normas hasta que a comienzos del XIX, justo antes de la emancipación de España, desde la península Ibérica llegó una orden perentoria: había que construir cementerios fuera de las iglesias para enterrar a los muertos. Los Borbones, que estaban ahora en el poder, introdujeron este dentro de los tantos cambios que pusieron patas arriba al Nuevo Mundo.
La razón, en realidad, era práctica. Las iglesias se habían llenado de ratas y la descomposición de los cuerpos amenazaba a la salud pública. En 1928, entonces, se inauguró el cementerio San Lorenzo, conocido desde 1840, se puso en funcionamiento el San Pedro, como el “cementerio de los pobres”.
Pero, ¿dónde entra el Universal en esta ecuación? Hay que esperar hasta la entrada del siglo XX, que llegó con ideas más liberales. Como los cementerios estaban bajo el dominio de la iglesia, estaba prohibido enterrar a suicidas y prostitutas. Influidos por ideas más modernas, algunos alegaban que no era justo que esas personas no pudieran reposar eternamente en un lugar digno.
En el Universal hay mausoleos de profesionales: este es el de los ferroviarios.
En 1930, con el gobierno del liberal Enrique Olaya Herrera, se llegó a un acuerdo para que la Iglesia donara terrenos en los que podrían ser inhumados los laicos y personas no católicas. Era un logro impensado en el siglo XIX, pero que llegaba cuando la ciudad crecía y emulaba a las metrópolis europeas y norteamericanas.
El asunto, sin embargo, no fue tan expedito. Luis Alfonso Rendón, en su tesis para la Facultad de Ciencias Humanas de la U de A, expresa que en 1934 se abrió el concurso para la creación del cementerio municipal. La promesa era construir un lugar amplio en el que cupieran todos. El concurso de arquitectura lo ganó Pedro Nel Gómez, quien diseñó un cementerio ambicioso, con portales barrocos y amplios jardines. Pero en 1951, el alcalde de la ciudad, Luis Peláez, pidió al arquitecto que le entregara los planos del cementerio. Para ello le dio un plazo de tres meses.
Pedro Nel, dice en la tesis de Rendón, entregó finalmente los planos el 15 de diciembre de 1951 y entonces comenzó, al fin, la construcción del primer cementerio universal de Medellín. Ya en otras ciudades habían aparecido estos espacios laicos en los que no se precisaba que el muerto tuviera alguna condición.
La Jep dictó medidas cautelares para buscar cuerpos enterrados como personas no identificadas.
La guerra en la ciudad
La historia del Universal fue relativamente calma hasta la década de los 80, cuando las violencia convulsionó a Medellín. Cuenta un sepulturero que vivió esa época que la fila de cadáveres a enterrar era eterna. En un solo día, contó, podían inhumar a 40 personas, la gran mayoría víctimas de la violencia que se había enquistado en la ciudad y que, aunque en otras proporciones, continúa hoy rondando, amenazando, en los barrios.
En ese lapso llegaron decenas de cuerpos sin identificar que fueron enterrados como NN. Hoy, para darles dignidad, se les llama Cuerpo No Identificado. Basta dar un recorrido para darse cuenta de la cantidad de bóvedas sin nombre alguno, rudimentariamente marcadas en el cemento fresco.
El estado del cementerio es deplorable desde hace años. Algunas de las bóvedas están mal selladas y las moscas que se aprovechan de la descomposición salen de la oscuridad para sobrevolar y molestar a los visitantes.
La Alcaldía de Daniel Quintero anunció en 2021 prometió darle una nueva cara al cementerio, y anunció que invertiría 2.000 millones de pesos en reparaciones. Literalmente, con muertos y todo, el Universal se estaba cayendo. El panorama no cambió demasiado, y hoy es notable la sensación de desolación al caminar por las bóvedas y el patio central.
Para la misma época del anuncio de la alcaldía, la JEP impuso medidas cautelares sobre el cementerio, pues se teme, como bien se dijo atrás, que bajo tierra y en las bóvedas reposan decenas de cuerpos no identificados. Asociaciones de víctimas de la comuna 13 están pendientes del proceso, pues creen que hay muchos cuerpos allí de personas asesinadas en los tiempos más duros de la guerra y en la Operación Orión.
Otra de las extrañezas del cementerio Universal es que recibió un ingente trasteó de muertos que reposaban en el San Lorenzo, que fue cerrado y hoy permanece vacío, sin un solo muerto entre sus bóvedas. Fue un trasteo poco típico, casi un hito de la ciudad.
Al igual que el San Lorenzo, el Universal ha sido víctima de la llamada magia negra. Una crónica de El Tiempo, publicada en 2005, cuenta lo siguiente:
“Pocas de las tumbas del panteón, situado en la zona noroccidental del cementerio, se escaparon de los rituales de magia negra. “Lo más impactante fue que dentro de las bóvedas vimos sábanas tendidas como si alguien hubiera dormido allí -contó Ovidio Prisco, un pintor que participó en la limpieza-. Se tomaron el trabajo de subir a los nichos más altos y prender velas en ellos”.
Según los relatos que le dieron al cronista, por el cementerio habían visto a unas mujeres jóvenes muy bellas que fumaban tabacos de una manera extraña.
Son muchas historias extrañas, escabrosas y tristes que están relacionadas con el cementerio Universal, el que ayudó a la ciudad, al fin, a entrar en la Modernidad en cuanto a descanso eterno se refiere.
Exclusivo Colombia revela las identidades de los 28 extranjeros que murieron en Medellín, este año. En medio de la alarmante cifra que hoy sigue ocupando portadas en medios de comunicación, un equipo periodístico construyó una radiografía para explicar, según la investigación, las posibles razones de muerte y las condiciones en las que fueron hallados.
En aparente estado de desorientación, Matthew Watsson Croulet, un sudafricano con nacionalidad estadounidense de 25 años, se bajó de un taxi en un hotel del barrio El Poblado, y llegó a la habitación que había rentado. Su estado era tan crítico que los empleados le ayudaron a ir a su cuarto en una silla de ruedas y lo dejaron en la cama. Horas después, estas personas, preocupadas por su estado de salud, fueron a ver cómo estaba y lo encontraron muerto.
El caso de este sudafricano-estadounidense es uno de los 28 que se han registrado como muertes de extranjeros no migrantes en Medellín y su área metropolitana en lo que va de este año, reportándose un incremento alarmante, ya que para 2023, según la Personería de Medellín, la cifra a fin de año llegó a los 37 fallecimientos de estos visitantes.
Esto ocurre en medio de que Medellín se convirtió en una de las ciudades más visitadas del mundo al ser considerada uno de los nuevos atractivos turísticos. Esto llevó a que, según la Secretaría de Turismo local, durante el 2023 llegaron cerca de 1,3 millones de visitantes.
No todos son homicidios
La Secretaría de Seguridad de Medellín, a través de su titular, Manuel Villa Mejía, ha reiterado que la mayoría de estas muertes han quedado por establecer, además que uno de estos fallecimientos de estos extranjeros se confirmó como homicidio, mientras que la otra se debió a un hecho accidental.
El caso accidental ocurrió el pasado 12 de mayo en una edificación del barrio Prado, en el centro de Medellín, donde al canadiense Hendle Shaun Patrick Riley, de 32 años, cayó por unas escaleras desde un cuarto piso en medio de una riña, falleciendo en el sitio. Todo comenzó por un acto de intolerancia y las autoridades capturaron a un colombiano por este hecho.
El único extranjero asesinado fue el colombo-estadounidense Josué Cardona Palacio, de 34 años, quien se vio implicado en una riña con otros dos hombres dentro de su apartamento en el sector de Las Palmas, en El Poblado. Ambos señalados de este crimen fueron capturados y enviados a prisión y están a la espera de que se defina su situación judicial por estos hechos. Durante las audiencias de legalización de captura no se allanaron a los cargos.
Las que podrían ser por escopolamina
Además del caso de Croulet registrado este jueves, donde se presume que este extranjero habría sido drogado para hurtarle sus pertenencias y por ello el estado en el que se encontraba, se han registrado otras cuatro muertes que podrían tener alguna relación con el consumo de esta sustancia, usada por los criminales, para reducir la voluntad de sus víctimas para hurtarlas, pero por la cantidad suministrada les costó la vida.
A Anthony G. Lopez, de 29 años, lo encontraron muerto dentro del cuarto de un hotel en el barrio Laureles el pasado 4 de febrero, luego de que entrara con una mujer que horas después salió del cuarto sin dejar rastro alguno. El 17 de marzo, en el barrio San Joaquín, en el occidente de Medellín, al peruano Jaime Eduardo Cabrera Flórez, de 35 años, lo encontraron muerto en el cuarto del establecimiento donde se hospedaba a la mañana siguiente después de llegar en aparente estado de embriaguez.
Otro estadounidense, Josep Vyshinski, de 56 años, falleció el pasado 19 de mayo en el cuarto de una vivienda, en el barrio Boston, semidesnudo y sin aparentes signos de violencia, de acuerdo con los informes judiciales. En este hecho tampoco se descarta que haya sido una afectación de salud previa que presentaba este turista.
El cuarto caso es el del agente de la patrulla fronteriza de Estados Unidos, Jaime Alberto Cisneros, de 54 años, a quien encontraron muerto dentro de un hotel en el barrio San Joaquín, luego de que horas antes de este hecho, ocurrido el pasado 31 de mayo, hubiese ingresado con una mujer a la habitación donde se hospedaba. Se alertaron de lo ocurrido porque solicitaron al hotel información de las tarjetas de crédito de este oficial, quien se encargaba de la vigilancia de paso de migrantes entre Ciudad Juárez, en México, y El Paso, en el estado de Texas, Estados Unidos.
Los que acabaron con sus vidas
Las problemáticas de salud mental provenientes de otros países ya se llevaron la vida de cinco turistas, todos ellos luego de lanzarse de las alturas de los hoteles donde se instalaron para pasar sus días en la cuidad. De acuerdo con los informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), todos ellos provienen de países con altos índices de esta modalidad de fallecimiento. Estas son los cinco turistas muertos bajo esta modalidad:
– Tomas Gedimas, de 41 años, (Lituania): murió el 19 de enero en Laureles, al caer de un piso 12.
– Manley Mark Conlen, de 37 años (Estados Unidos): murió el 3 de febrero en La Aguacatala al caer de un piso 17.
– Arwan Juawadzijari (Alemania): falleció el 3 de febrero al lanzarse de un piso 14 en el barrio Villa Carlota (El Poblado).
– William James Barta, de 55 años, (Estados Unidos): murió 27 de marzo al caer de un piso 4 en el sector de Ciudad del Río, en El Poblado.
– Jean-Olivier Curdy, de 67 años (Suizo): falleció el 14 de mayo después de lanzarse desde el piso 7 de un hotel en el Parque Lleras, en El Poblado.
De acuerdo con la OMS, Lituania es el segundo país con mayor tasa de suicidios, después de Corea del Sur, mientras que Estados Unidos está en el séptimo lugar. Alemania y Suiza también están entre los 20 países con mayor cantidad de casos por cada 100.000 habitantes, según el registro de esta entidad en el 2023.
El secretario Villa Mejía ha reiterado su preocupación por las muertes de estos extranjeros, más allá de las modalidades de sus muertes y en cuanto a los que atentaron contra sus vidas, indicó que se están fortaleciendo estrategias como los escuchaderos para prevenir que las cifras de suicidios aumenten. Adicionalmente, se avanzan en mútiples operativos de seguridad, no solo contra la explotación sexual, sino para evitar que se les distribuyan drogas con facilidad, situación que también tendría que ver con estas muertes.
A continuación, uno a uno, los casos de los 28 extranjeros que han muerto este año en Medellín y el Valle de Aburrá, según los reportes oficiales de la Policía Metropolitana:
Enero 7: Alexa Iabella Villasana Alvarado, 9 meses. Perú. Hospital Pablo Tobón Uribe. Posible causa: problemas de salud.
Enero 15: Robert Michael Comiskey, 77 años. Estados Unidos. La Aguacatala. Posible causa: problemas de salud.
Enero 18: Uder Marcel Harald, 43 años. Alemania. El Poblado. Posible causa: infarto.
Enero 19: Tomas Gedimas, 41 años. Lituania. Laureles. Posible causa: suicidio.
Febrero 3: Manley Mark Conlen, 37 años. Estados Unidos. La Aguacatala. Posible causa: suicidio.
Febrero 3: Arwan Juawadzijari. Alemania. Villa Carlota (El Poblado). Posible causa: suicidio.
Febrero 4: Anthony G. Lopez, 29 años. Estados Unidos. Laureles. Posible causa: por establecer.
Febrero 5 : Dakarai Earl Cobb, 47 años. Estados Unidos. La Floresta. Posible causa: problemas de salud.
Febrero 8: Turney Patricia Gail, de 73 años. Estados Unidos. Corregimiento El Hatillo, Barbosa. Posible causa: intoxicación por consumo de yagé.
Febrero 9: Kenneth Jules de Fares, 57 años. Países Bajos. El Poblado. Posible causa: por establecer.
Febrero 13: Lloyd Salo, 65 años. Canadá. Belén. Posible causa: lesiones por caída.
Febrero 21: Mauro Alfonso Bravo Chelén, 37 años. Chile. Laureles. Posible causa: problemas de salud.
Febrero 24: Josué Cardona Palacio, 34 años. Estados Unidos. El Poblado. Posible causa: homicidio.
Marzo 5: Hugh Whitney Horton III, 75 años. Estados Unidos. El Poblado. Posible causa: problemas de salud.
Marzo 15: Emilio Pass Lie Zanardo, de 77 años. Liechtenstein. Barrio Colón. Posible causa: por establecer.
Marzo 17: Jaime Eduardo Cabrera Flórez, 35 años. Perú. San Joaquín. Posible causa: por establecer.
Marzo 18: Rosa Elizabeth Gale Gorondi, 79 años. Hungría. Carlos E. Restrepo. Posible causa: problemas de salud.
Marzo 28: William James Barta, 55 años. Estados Unidos. Ciudad del Río. Posible causa: suicidio.
Abril 22; Peter Paul Jaunkus, 55 años. Estados Unidos. Los Balsos. Posible causa: problemas de salud.
Abril 29: Joe Grosart, 35 años. Gran Bretaña. El Poblado. Posible causa: problemas de salud.
Abril 30: Christopher Armijos, 50 años. Estados Unidos. Barrio Trinidad. Posible causa: problemas de salud.
Mayo 6: Johann Christof Friedrich Kuchemann, 75 años. Alemania. El Poblado. Posible causa: problemas de salud.
Mayo 12: Hendle Shaun Patrick Riley, de 32 años. Canadá. Barrio Prado. Posible causa: accidental.
Mayo 14: Jean-Olivier Curdy, 67 años. Suiza. Parque Lleras, en El Poblado. Posible causa: suicidio.
Mayo 19: Josep Vyshinski, de 56 años. Estados Unidos. Barrio Boston. Posible causa: por establecer.
Mayo 20: Jacobs Douglas John, de 62 años. Estados Unidos. El Poblado. Posible causa: por establecer.
Mayo 31: Jaime Eduardo Cisneros, 54 años. Estados Unidos. Laureles. Posible causa: por establecer.
Junio 20: Matthew Watson Croulet, 25 años. Estados Unidos. El Poblado. Posible causa: por establecer.
Esta es la historia de un viaje accidentado que dio inicio a una nueva era de la aviación en la ciudad
Viajar desde el aeropuerto Olaya es una experiencia agradable para la mayoría: no hay que ir a Rionegro ni pasar por ningún túnel, y el despegue y el aterrizaje ofrecen una vista memorable de la ciudad. Desde un avión que se levanta con rumbo a Urabá, por ejemplo, los pasajeros ven alejarse la pista y ante sus ojos aparecen los edificios de Conquistadores. Luego, la quebrada La Iguaná, que baja desde el occidente, y entonces el avión se encauza hacia el occidente para cruzar el río Cauca.
Pero este relato no tiene que ver con las apreciaciones de un viaje cotidiano desde el aeropuerto de Medellín, sino con una aventura de hace exactamente 100 años, cuando la empresa Scadta, hoy Avianca, trajo dos aviones Fokker de la Primera Guerra Mundial. No fueron los primeros aviones que llegaron a la ciudad, pues en 1913 sobrevoló la ciudad. Fue tal la impresión que la prensa de la época creó una campaña de expectativa sobre el suceso.
“(El avión) recorrió vertiginosamente los primeros treinta o cuarenta metros en el declive del prado, para levantarse con cierta pausa y majestad, con las ondulaciones suaves de una ave enorme, hasta alcanzar una altura de quinientos o seiscientos metros. Iba ya al Occidente del río. Tomó luego la dirección noroeste y sobre los espléndidos campos de Guayabal, Belén, América, Robledo y Belencito, hasta acercarse a Itagüí al regreso, dejó oír el martilleo potente del motor, anunciando a los labriegos espantados la prodigiosa conquista, por el ingenio humano, del espacio infinito”.
Esas líneas corresponden a la edición del 27 de enero del periódico La Organización.
La infraestructura del aeropuerto se construyó después.
Pero ya hemos dicho que este relato tiene que ver con la traída de los dos aviones Fokker. El relato de la aventura quedó inmortalizado en una crónica del Coronel José Ignacio Forero, quien escribió un libro sobre los inicios de la aviación en Colombia. La crónica sobre el viaje a Medellín está incluida en el libro El periodismo en Antioquia, una compilación de Juan José Hoyos.
En 1924, entonces, a dos hombres les dan la tarea de traer dos aviones desde Barranquilla. Los responsables de esa tarea fueron Ferruccio Guicciardi, un piloto italiano, y el Coronel Forero, el cronista.
El coronel nos cuenta que luego de varias pruebas, el primero de los aviones, bautizado “Medellín”, estuvo listo para hacer el viaje hasta la capital de Antioquia el 15 de diciembre de 1924.
El cronista nos cuenta que despegaron de Barranquilla y bordearon el litoral. Luego viraron y se fueron adentrando en el interior siguiendo al río Magdalena. El viaje estuvo bien hasta que pasaron por Calamar, Bolívar, cuando el avión, dice el cronista, empezó a “estornudar”. Aunque trataron de arreglarlo, se vieron en la tarea de buscar una pista para aterrizar de emergencia.
El piloto italiano, al fin, encontró un terreno junto al río y descendió el avión. Por suerte, cuenta el coronel, un tubo oxidado ayudó a detener a la aeronave.
Piloto y copiloto estuvieron cinco días en Calamar hasta que el avión estuvo reparado. Entonces volvieron a Barranquilla y planearon de nuevo el viaje a Medellín. El cronista nos cuenta que estos aviones tenían un tanque muy pequeño que había que retanquear. El tiempo máximo de vuelo era de dos horas y media.
El 20 de diciembre salieron hacia Medellín. La ruta tenía contemplado hacer una parada en Puerto Wilches, Santander, otro pueblo ribereño, para aprovisionar combustible y seguir el viaje hacia el interior. El Coronel, con sencillez y gracia, cuenta que el tanque se acabó cuando estaban llegando a Puerto Wilches y entonces empezó a “echar ojo” a un lugar despejado para repetir lo hecho en Calamar. Lo lograron otra vez, gracias a unos árboles que detuvieron la nave. Los dos salieron ilesos.
El despegue tampoco fue fácil. Como nadie en el pueblo los ayudó, los dos tripulantes tuvieron que cortar los árboles que les impedían levantar vuelo. Así nos lo cuenta el Coronel:
“Sin amilanarnos, pero tampoco en el colmo de la felicidad por esta serie de menudos pero graves contratiempos, nos pusimos, Guicciardi y yo, a cortar espinos en un largo trayecto, tolerando un largo calor infernal hasta que literalmente no pudimos más. Derrotados por aquella temperatura insoportable y sin siquiera esperar a que los parches pegados se secaran, reanudamos el vuelo hacia Medellín, pensando en que solo faltaría que se nos rompiese una hélice contra algún espino al levantar el vuelo”.
Este es el avión que sonbrevoló la ciudad en 1913.
Pero las penalidades no terminaron. Los parches que le habían puesto al avión se comenzaron a despegar y la gasolina se acabó de nuevo. Por fortuna, el piloto indicó que ya estaban sobrevolando Medellín, donde un “gentío” los esperaba a un lado de un potrero de la finca El Guayabal, donde hoy está el aeropuerto Olaya Herrera.
El aterrizaje fue brusco, pues la pista era muy corta, y el cronista cuenta que se dio un golpe en la cabeza que lo puso a “ver estrellas”. Una vez en tierra, el Coronel queda con la misión de que el dueño de la finca, Jesús Sierra, les arrendara un potrero que se pudiera utilizar como pista. Al comienzo, el dueño se negó. El Coronel nos dice: “Y lo curioso es que en forma parecida pensaban por la época la mayoría de los colombianos para quienes eran más importante las vacas que los aviones”.
Finalmente, convencen al dueño de la finca. Después, al Coronel lo espera otra misión más inverosímil que la vivida. En un caballo de la empresa Scadta emprende un viaje a Manizales, que dura cuatro días. ¿La razón? Hoy cuesta imaginarlo:
“Sencillamente se trataba de localizar mangas de emergencia o planadas para nuestros vuelos Medellín-Manizales-Cali”.
Con el éxito de la empresa se abrió la ruta aérea comercial hacia el sur del país. El viajero que sale hoy del Olaya no se imagina cómo comenzó la historia de ese aeropuerto que alguna vez fue un potrero que los aviones invadieron.
Hay casas de dos pisos, comedor comunitario y se han establecido normas de convivencia
En Medellín se mencionan lugares que no aparecen en los mapas. Son nombres populares, creados por el ingenio de la gente. Uno de ellos, bautizado en honor a su pasado infausto, es la Curva del Diablo, en Moravia. En los años ochenta y noventa, y aún en el nuevo milenio, el sitio fue un “tiradero” de cadáveres. Los bandidos aprovechaban la soledad y la oscuridad del lugar para dejar a sus víctimas.
Basta con un dar un vistazo rápido a la prensa para encontrar noticias como la siguiente, publicada escuetamente en El Colombiano en 2012: “Cuatro cadáveres fueron arrojados desde una camioneta Hilux en el sector conocido como La Curva del Diablo, en el barrio Moravia de Medellín.De acuerdo con la información preliminar, las autoridades recibieron el reporte a las 3:00 de la madrugada de hoy y al acudir al sitio encontraron los cuerpos de tres hombres y una mujer”.
El sector de La Curva cambió cuando se inauguró el puente Madre Laura, en 2016, una mole que conecta a Aranjuez con Castilla. Una de las plataformas del puente, al lado oriental, da sobre la Curva en mención. Pues bien, esta historia tiene que ver con lo que ha ocurrido bajo esa ala del puente.
Resulta que en 2016, como ya había pasado, se quemaron decenas de casas construidas sobre el morro de Moravia, que está a todo el frente del puente. El morro está sobre el viejo basurero de Medellín, un terreno irregular que emana gases de la descomposición de los residuos. Eso, sumado a que las casas fueron levantadas sin permisos, y con conexiones ilegales, aumenta el riesgo de incendios y cortocircuitos.
Muchos hombres se dedican a sacar arena del río.
Muchos se quedaron sin más que la ropa que llevaban puesta. Sin casa ni una alternativa posible, se metieron debajo del único techo disponible: el puente Madre Laura. Los primeros empezaron a construir ranchos de tablas y lonas. Con los días fueron llegando más personas, incluso algunas que no venían de Moravia, sino de otros barrios o municipios de Antioquia. Pero todos con algo en común: la necesidad y el desarraigo.
Una de las primeras en llegar fue Yamile, una mujer joven, separada, con hijos por criar. Yamile vivió bajo el puente hasta 2019, cuando la Policía, con una orden judicial, llegó a sacarlos. Entonces todos se fueron a rodar por la calle. Pasaron dos meses por fuera, deambulando, y volvieron cuando la Policía dejó de custodiar el puente. Ahí comenzó una nueva ola de población, ahora construyendo casas con mejores materiales.
Desde entonces, con muchos problemas, la gente se ha mantenido bajo el puente. Varios vecinos contaron que para ocupar el barrio tuvieron que tener el permiso de “los de la vuelta”, como eufemísticamente se llama al poder criminal que maneja los barrios en Medellín. Pues bien, con el favor de los de la vuelta, comenzaron a construir casas en material.
La de José Alejandro Obando, por ejemplo, tiene dos pisos. En la parte trasera, un balcón, lo que ahora llaman deck, de madera, que tiene una vista sobre el río Medellín y el metro. La casa de José Alejandro tiembla cada tanto, como un barco en altamar, y el que no esté acostumbrado se puede marear. Él dice que eso pasa porque la casa está construida como una bisagra del puente, una zapata que vibra con el paso de los carros.
En el barrio viven ahora unas 120 personas y se han creado normas, como en cualquier comunidad. Por ejemplo, los niños no pueden estar por fuera después de las 9:00 de la noche. El vecindario tiene unas zonas comunes donde ubicaron unos muebles roñosos y desvencijados; en ese espacio, por ejemplo, está prohibido tomar licor o consumir drogas.
Esta es la facha de una de las casas: está decorada y tiene dos pisos.
Muchos de los hombres trabajan en el río, sacando arena para las construcciones. Es un trabajo extenuante, porque tienen que sacar decenas de bultos para que valga la pena. Aguantan el sol de frente y el reflejo sobre el agua, que hiere los ojos, y se exponen a una creciente súbita. Hablando del río, el barrio tiene un baño comunitario. Es un inodoro pequeño, casi pegado al piso, que desagua directamente al río.
El vecindario tiene un corredor central. A cada lado, entre el río y el puente, hay puertas de madera de las que cuelgan pesados candados y cadenas de metal. Una de las sorpresas que se lleva el visitante es que el barrio, con lo informal y su extraña historia, tiene conformado un comedor comunitario para los niños. La comida se las dona la fundación cristiana “Transformación”, que comenzó a ayudarles en la pandemia. La idea es generar un cambio de mentalidad en los niños y que no repitan los errores de sus papás. El desayuno se sirve sin falta a las ocho y media de la mañana.
Este es el corredor central del barrio. Las casas están a lado y lado.
Otra de las reglas de la comunidad es que no se pueden alquilar casas, como pasa en otros barrios de invasión de Medellín. Tampoco se aceptan nuevas construcciones. Son los que están y punto. Estas reglas, por supuesto, tienen el visto bueno de los de la vuelta, que desde Moravia se encargan de vigilar y dar el beneplácito.
El vecindario toma el agua de los tubos del acueducto y la luz de los postes de energía. El año pasado, EPM los desconectó a la energía y muchos perdieron la comida que tenían en la nevera, porque tienen neveras y lavadoras. Sin embargo, ninguna de las tres administraciones que han pasado por la Alpujarra desde la construcción del barrio ha logrado sacarlos. Ellos dicen que tienen derecho a vivir allí, bajo techo, aunque este sea un puente.
Pocos edificios de Medellín cuentan tan íntegramente la historia como el claustro de San Ignacio. Ahí, frente a las ceibas que ahora son centenarias, nació la Universidad de Antioquia rayando el siglo XIX; unos años después, el claustro fue refugio de los ejércitos que se batían contra los españoles. Un siglo más tarde, en la plazuela del frente hubo una insólita pelea del grupo de los Panidas, incluido León de Greiff.
San Ignacio está lleno de contrastes. Es sede del claustro San Ignacio de Comfama, que a finales del año pasado fue remodelado y hoy tiene un agradable teatro que acoge a los visitantes. Comfama, desde que se hizo con el claustro en 2003, ha tratado de recuperar el espacio público y de convertirlo en un espacio para todos, donde hay música, lectura, café, ajedrez y tertulia.
La tranquilidad bohemia de San Ignacio contrasta con una realidad cada vez más apremiante: el consumo de licor y las riñas. Esos son problemas que llevan décadas y ninguna administración ha podido controlar, pero quienes pasan las horas en la plazuela, bajo la sombra de las ceibas o jugando ajedrez, pueden dar fe de que las cosas han desmejorado en el último año.
Pese a esa realidad exterior, las cosas son muy distintas dentro del claustro. Hay sosiego: las paredes gruesas y los terminados barrocos del siglo XIX crean un espejismo, un remanso dentro de la ciudad frenética que palpita afuera.
Vista del observatorio astronómico del Claustro. Foto: Comfama-
Además de decenas de cursos de cocina, escritura, danza y cuanta actividad cultural sae pueda imaginar, el claustro abrió hace poco una sala de cine. Se podría decir, sin lugar a equívocos, que es la sala de cine con más historia de la ciudad. También es la sala más particular: funciona en la capilla del claustro, un espacio bicentenario. No hay que olvidar que el claustro fue regentado por los franciscanos durante el siglo XIX y en el XX pasó a manos de los jesuitas, quienes le pusieron el nombre de su patrono.
El claustro fue, en realidad, una necesidad apremiante para la creciente villa que entraba al siglo XIX. Para entonces, la villa de Medellín, situada entre el camino del Cauca y el Magdalena sobre un valle pródigo, empezaba a ganar población y a reñir con Santa Fe de Antioquia, para entonces capital de la provincia. En 1826, finalmente, Medellín ganaría el pulso por convertirse en capital y centro económico de la región.
Decíamos que la construcción del claustro fue una necesidad porque a finales del siglo XVIII, como lo confirma Luis Javier Villegas en un artículo recopilado en la enciclopedia Historia de Medellín, el visitador Juan Antonio Mon y Valverde encontró a la provincia de Antioquia en estado de “atraso y abandono”. Lo que más resaltó el visitador fue que, pese a que las dinámicas sociales crecían, no había establecimientos educativos y se carecía de una “escuela de primeras letras”
Luego de ires y venires administrativos se dio la orden de construir esa escuela en 1803. Ese sería el inicio de la Universidad de Antioquia.
El claustro se convirtió, durante la Guerra de Independencia, en acuartelamiento de los realistas; luego fueron los republicanos quienes lo usaron de trinchera. Más tarde, en ese mismo siglo de sucesivas guerras civiles, sirvió de escondite durante el conflicto de los Supremos.
El claustro es patrimonio de la ciudad. Foto: Comfama
Esos acontecimientos parecen muy lejanos ahora que el claustro es un apacible centro de la cultura operado por Comfama. La caja de compensación planteó una ambiciosa remodelación del claustro. El proyecto se dividió en cuatro etapas y ya terminó la primera de ellas. Ahora, el que entra al edificio se encuentra con un amplio teatro que contrasta con los acabados decimonónicos de los corredores. En total, es una inversión de unos 57.000 millones de pesos, algo sin precedentes.
Pero volvamos a la sala de cine. Proyectar una película no es un acto mecánico. El proyector, como dice Fernando Vallejo, es el inventor de un mundo. El mencionado escritor antioqueño narra cómo se veían películas a mediados del siglo XX. El narrador nos cuenta que, precisamente, las proyectaban en una iglesia, la del Sufragio. Vaya coincidencia:
“Estamos en el cine parroquial de la iglesia del Sufragio; una sala baja sin declive en que apretados cabrán quinientos niños y sueltos meten mil, mil demonios endemoniados ensordeciendo, correteando, saltando por entre las largas bancas de madera que ya no resisten una tromba más con tempestad. Persecuciones, gritos, carreras, todos se creen el Zorro y ninguno quiere morir”.
Vallejo después llama al cine, con su preciosismo retórico, “el recinto mágico”. Que Comfama haya abierto una sala de cine en el centro de Medellín no es una noticia menor. Hace décadas que declinaron los cinemas que dieron vida al centro: el Lido, el Cine Centro, el Ópera Dux, el Cid, el Radio City… Las salas de hoy están en centros comerciales, aisladas de la ciudad. Lo de Comfama es devolverle al centro un pedazo de su historia, de su esplendor perdido, arrebatado. En la capilla de San Ignacio se proyectan películas para todos, desde cine arte hasta para los niños. Si quiere conocer la programación entre a https://www.comfama.com/cultura-y-ocio/agenda/programacion-cinema-comfama/
Barberías, mini mercados y almacenes de ropa ocupan el espacio público
En Medellín hay unos 35.000 venteros, según la Alcaldía. La mayoría está en el centro, en las plazas y parques, sobre calles y carreras. En los últimos años, dicen los datos oficiales, los vendedores ambulantes se triplicaron. El desempleo, la pandemia y la necesidad empujó a mucha gente a la calle, a la intemperie. Este es un corto recorrido por esos miles de puestos callejeros que hay en el centro de Medellín.
Los bajos de la estación Berrío están llenos de ventas de jeans, zapatos, camisetas. Es cierto que desde hace años llegaron los vendedores, pero desde hace uno o dos años los negocios se hicieron más masivos. Ya no son pequeños puestos de gorras, sino verdaderos locales comerciales al aire libre. Dicen en los alrededores que hay personas con plata que se han hecho con hasta doce puestos callejeros. La mercancía para surtir no es nada barata.
Un poco más al norte, cruzando la plaza Botero, aparece la avenida de Greiff y el Hotel Nutibara. Pasando la calle está el viaducto del metro y comienza un verdadero mercado de lo absurdo. El corredor central bajo el metro está tomado desde ese punto hasta la estación Prado. Los venteros que llevan más tiempo allí dicen que son unas 1.200 familias las que viven de esa economía callejera.
Una venta de granos y alimentos en la calle.
El primer tramo del viaducto, justo después del hotel Nutibara, está repleto de carretillas en las que se ofrecen limones, yucas, ñames y cuantos frutos y legumbres tropicales se pueda imaginar. A la par, sucede lo que en muchas otras partes del centro: jíbaros se camuflan entre la multitud. Pregonando, aplaudiendo, pasa un muchacho ofreciendo marihuana, “rocas” y pepas. No es el único, más adelante hay otros que venden “blones apanados” y pastillas de clonazepam.
En ese mismo trayecto hay un par de ventas que, por lo menos, generan inquietud. La primera es la de los mini mercados ambulantes. Son carretillas pequeñas, que se arrastran, cargadas con bolsas de arroz, maíz, pastas, sal, panela, azúcar, fríjoles cargamanto, huevos. Su aparición también es relativamente reciente y puede explicarse gracias al aumento de la población flotante del centro de Medellín.
Según la corporación Cívica Corpocentro, por la comuna 10, el centro de la ciudad, pasan 1,2 millones de personas todos los días. Miles de medellinenses, colombianos y extranjeros recorren las intrincadas calles del centro en busca de alguna curiosidad de poco valor, o de un banco para hacer una diligencia. La gente sabe que en el centro se puede conseguir casi cualquier cosa, por descabellado que parezca.
Esta es la venta de ropa de Giovanny, en los bajos de la estación Prado.
Ahora vamos con otra venta singular. Sobre mantas se ofrecen pastillas y medicinas. No está claro cuál es el origen de los medicamentos ni si fueron adquiridos de manera legal. Son como pequeñas farmacias en la calle, sin boticario o farmacéutico.
Un poco más al norte, llegando a la estación Prado, aparecen más negocios. Los más grandes y bien montados son los de venta de ropa. Allí se pueden comprar camisetas en muy buen estado por 10.000.
Uno de los puestos es atendido por Giovanny, un hombre grueso, de ojos claros, que antaño tuvo un local en el destruido Bazar de los Puentes y que hoy tiene un almacén de ropa improvisado sobre la acera. Los pantalones de dril también cuestan 10.000 pesos. ¿Por qué tan baratos? Son de segunda, pero están buenos, dice Giovanny.
Los venteros de ropa se surten de personas que llegan hasta el lugar para vender prendas que ya no usan. Ellos las evalúan y piden 5.000 o 7.000 pesos. Luego las exhiben como si de un almacén de ropa se tratase. Este negocio también ha crecido bastante en los últimos años. Giovanni dice que el auge se debe a que la ropa se vende más fácil que los celulares, por ejemplo. Él solía venderlos, pero con frecuencia tenía problemas con los clientes y los funcionarios de la Alcaldía.
Así se ven las barberías callejeras.
Detrás de los almacenes de ropa hay un negocio más insólito: barberías al aire libre. Están hechas de pequeños toldos plásticos puestos sobre los andenes. Tienen escritorios desvencijados en los que reposan las máquinas y las cuchillas. Uno de los barberos, que dice expresamente que no le tomen fotos, dice que el corte cuesta 10.000 y que en un día atienden a unas quince personas. Las barberías abren doce horas al día, desde las ocho de la mañana.
La mayoría de venteros viven en habitaciones cercanas, donde cobran 25.000 la noche. Su descanso sobre una cama depende de las ventas durante el día.
El mercado de lo absurdo se hace más masivo en tanto más cerca está de la estación Prado. En ese sector venden desde herramientas hasta computadores viejos, PlayStation, zapatos y juguetes sexuales. En uno de los puestos, por ejemplo, ofrecen unos dildos y en otro, junto a unos tenis, hay un plug anal.
Nadie parece sorprenderse de porque las barberías linden con los almacenes de ropa o que se ofrezcan juguetes sexuales al lado de juegos de video.
Son los contrastes del centro de Medellín a los que nos hemos acostumbrado.
Su nombre de pila era Antonio Hurtado y una crónica de la época retrata su alocada empresa de montar un Vaticano en Antioquia.
La historia de Pedro II, el papa de Barbosa, se ha contado varias veces, pero quizá no lo suficiente. En ella convergen lo pintoresco y lo simbólico. Es un cuadro muy particular de un “orate” que a ratos parece más que cuerdo.
El primer relato del papa de Barbosa data de 1939. Es una crónica en primera persona del periodista Juan Roca, escrita en clave humorística. La historia comienza con el trayecto entre Medellín y Barbosa, amenizado por la voz de la actriz cubana Dalia Iñuiguez, que acompañó al cronista a conocer al papa de Barbosa.
Así relata el cronista el viaje hasta el municipio del norte:
“Es que Barbosa, arcádico pueblillo antioqueño, oloroso a boñiga y vestido con la greda bermeja de los tejares, hay un vaticano y en él radica un orate que reclama para sí la silla pontificia”.
El orate es Antonio Hurtado, un dentista empírico que fue al seminario pero nunca se ordenó. En 1939, año de publicación de la crónica, murió Pío XI; al enterarse, Hurtado envió cartas al vaticano para postularse como reemplazo del papa recién fallecido. Nunca recibió respuesta, entonces él mismo se coronó Sumo Pontífice de la Iglesia Católica y convirtió su casa en el Vaticano antioqueño.
Para asumir como tal, se mandó a hacer dos anillos y a confeccionar trajes papales. La crónica de la visita a Barbosa continúa con la llegada al pueblo. El periodista y sus acompañantes se dan cuenta de que la torre principal de la iglesia tiene un hueco que causó la caída de un rayo. El papa de Barbosa les explica que el rayo era una protesta contra el vaticano por la posesión de Pacelli como Pío XII.
El papa de Barbosa vivía en una mansión grande adornada con cuadros religiosos. El papa recibe a sus visitantes con la bendición y los hace pasar. Luego se sienta en una silla grande que rechina. Entonces explica que es una silla dúplex, que lunes, miércoles y viernes sirve para sacar muelas y los demás días es silla pontificia.
Este es el famoso papa de Barbosa. Foto: Alcaldía de Barbosa.
El periodista pregunta al papa que desde hacía cuánto lo había asaltado la vocación. La respuesta deja perplejos a los escuchas:
“Hace tres años, nada más —dice el papa—. Es decir, este es el tercer año de mi candidatura. Pero me combate. Pío XI enfermó hace dos años y yo desde aquí le sostuve la existencia, porque era muy santo”.
Ante la sorpresa del periodista y sus acompañantes, el papa continúa y discurre de cuestiones teológicas:
“Sus encíclicas (de Pío XI) son geniales y trabaja mucho por la paz de la grey. Pero como yo sabía que estaba sufriendo demasiado, ordené desde aquí que muriera tranquilamente y se fue hacia Dios. Como era natural, yo debía reemplazarlo, pero en Roma no sé qué les está pasando. Mi misión es clarísima. Soy el creador de nuevos sacramentos”.
El papa les cuenta que, además de repartir bendiciones y sacar muelas, escribe un semanario que se llama “El Emanuel”. En él, el Sumo Pontífice de Barbosa dice que instruye sobre las cosas de la fe y probar que él, y no Pío XII, era el elegido para posarse sobre el trono de Pedro. El papa vuelve a la carga y dice: “Algún día seré reconocido por todas las potencias y consagrado. Ahora apenas tengo la adhesión de este rebaño”.
La conversación se hace más extraña cuando el periodista pregunta a Hurtado por su nombre de consagración. El papa responde que se llama Pedro II. El cronista se sorprende y le dice que eso es grave y peligroso. Hurtado responde que eligió ese nombre porque, según las profecías de Malaquías, cuando sea consagrado un papa con el nombre de Pedro II se acabará el mundo.
Luego de leer un pasaje de la biblia, Pedro II se adentra en un monólogo mucho más inquietante:
“Que yo soy el papa, porque yo soy la bestia. Voy a comprobarlo”.
Pero, así como discurre en esos comentarios de “orate”, el Sumo Pontífice de Barbosa opina sobre personajes de la vida política colombiana. Cuando el periodista le pregunta por Laureano Gómez, exige silencio y ruega no ofender su mansión con nombre tan “pecaminoso”. Más incisivo se vuelca sobre Fernando Gómez Martínez, quien fuera director del diario El Colombiano y gobernador de Antioquia:
“Dígale usted a Fernando Gómez Martínez, que ahora se dice a sí mismo maestro, no sé de qué, que no tiemble ante las excomuniones que le tira Laureano. Que yo siempre lo apoyo y que desde aquí lo bendigo, pero con la izquierda”.
El periodista y sus acompañantes salen del Vaticano, donde hay un cúmulo de curiosos que los observan y los ven salir pontificados. Emprenden el camino a Medellín y a mitad del viaje se les pinchan las cuatro llantas del carro.
“Mal agüero nos ha dado el papa de Barbosa”, dice la actriz Dalia.
Esta es la silla “duplex” que utilizaba el Papa de Barbosa
La vida del papa
Sobre el papa de Barbosa hay un libro titulado Noticias de Pedro II, escrito por Víctor Bustamante. En el libro se cuentan decenas de curiosidades sobre la vida de este hombre excéntrico que se autoproclamó papa.
Con los años, el Vaticano de Barbosa creció hasta emplear a 25 personas. El papa era riguroso y despedía al que pronunciara una mala palabra. Según una crónica escrita por Luis Alberto Miño para El Tiempo, publicada en 2005, el papa se tomó en serio su celibato y nunca se le conoció novia, mujer o amante.
En el Vaticano antioqueño daba rienda a sus excentricidades:
“Con el paso de los años, Pedro II comenzó a hablar de que hacía milagros. En su periódico escribía que curaba a personas de cáncer y hacía caminar niños minusválidos. Por su fama regional, Pedro II atendía desde borrachos, a los que les mandaba con sus empleadas el anillo para que se lo besaran y no tener que recibirlos, hasta personas ilustres como la poetisa cubana María Dalia Iñiguez, la actriz Libertad Lamarque y a Alfonso López”.
Al papa de Barbosa lo excomulgaron y a sus procesiones, a las que acudían sus seguidores, las atacaban con piedras. Fue memorable su rencilla con el padre Jesús Antonio Arias. El párroco, con ayuda del alcalde Enrique Bedoya, logró una orden policial para llevar al papa a Medellín al hospital mental. Luego de una evaluación lo dejaron ir, alegando que no era peligroso y solo sufría de un delirio místico.
El papa de Barbosa murió en 1955, a los 63 años. Sus huesos todavía están en una pequeña bóveda del cementerio de Barbosa.
Desde 2014, esperando una solución que nunca llega, han muerto 70 venteros
Este 14 de junio se cumplen diez años desde que la alcaldía de Aníbal Gaviria desmontó el Bazar de los Puentes. El argumento de la administración fue que las plataformas A y B, donde estaban los venteros, se habían convertido en una “olla de vicio”. Aunque en el operativo de desmonte fueron capturadas 30 personas, no se incautó droga. Hoy, en donde solía estar el bazar, se pregonea a cielo abierto: “marihuana, rocas, pepas, clonazepán”.
Pero vamos por partes. El llamado bazar estaba ubicado en las losas superiores del deprimido de la Avenida Oriental. Se instaló allí un pequeño centro comercial popular al que llegaron venteros que estaban regados por todo el centro. Estas personas venían del comercio informal en calles y parques y encontraron allí, por lo menos, un lugar bajo techo y seguro para subsistir.
Fue en 1999 que se construyó el bazar con pequeños módulos para los vendedores ambulantes. Con el tiempo, como todo ese sector de la ciudad, fue decayendo y se hundió en las dinámicas sociales como la venta de drogas. Sin embargo, acabar con el bazar no fue una solución, como es posible concluir luego de pasar por los bajos de la estación Prado.
Los venteros se vieron obligados a vender sus variados productos en otro lugar. La administración de Gaviria no les dio ninguna solución. Desde entonces, 420 personas se asentaron bajo el viaducto del metro en la estación Prado, para guarecerse de la lluvia, y crearon el mercado más extraño que tiene la ciudad. En el bazar es posible conseguir ropa de segunda, ollas, martillos, celulares y juguetes sexuales.
Pero lo pintoresco que pueda parecer el lugar se desvanece cuando uno mira la realidad social. María Eugenia Valencia, líder de los venteros, ha estado en Prado desde 2014, cuando cambió su vida. Desde entonces han pasado tres administraciones (Gaviria, Federico Gutiérrez y Daniel Quintero) sin que ninguna haya pasado de las promesas a la acción.
Y lo más grave de que no se haya construido un nuevo bazar —como se prometió en cada administración— es que el problema se creció. María Eugenia dice que si en 2014 eran 420 venteros, ahora son por lo menos 1.200. Sus cálculos tienen sentido. En el lapso de diez años se avino una pandemia con resultados desastrosos en cuanto a niveles de pobreza, y eso sin contar con la presión que ha metido desde 2015 la diáspora venezolana.
“Llevamos diez años bajo el agua, con la contaminación de los carros. Federico dijo que iba a hacer algo y nunca nos ayudó. Quintero dijo que tenía 8.000 millones de pesos y finalmente no supimos qué pasó”, dice María Eugenia.
En efecto, la primera administración de Gutiérrez diseñó unos módulos para ubicar a 250 venteros, pero la idea quedó en el papel. La administración Quintero le dio muchas vueltas al asunto y también terminó en nada. Primero, el entonces subsecretario de Espacio Público Yorman Benítez dijo a los venteros que tenían un presupuesto de 8.000 millones de pesos para rehacer el bazar.
Las plataformas han sido invadidas por talleres de motos y habitantes de calle. Foto del 2023.
Sin embargo, después de unos estudios se determinó que la plataforma no podía soportar estructuras muy pesadas, como las que se habían diseñado, y entonces hubo que comenzar de cero. De manera paralela, la gerente del Centro, Mónica Pabón, anunció que sobre las plataformas, dada la imposibilidad de construir, se harían placas deportivas para jugar fútbol y voleibol. La justificación fue que con estos espacios se podría darle una nueva vida al sector.
Y es que las plataformas, ante la ausencia de control, fueron invadidas desde hace tiempo talleres improvisados y habitantes de calle. Es tal la inseguridad que una vez a un comensal, que almorzaba en uno de los restaurantes del sector, le robaron la carne del almuerzo. No es chiste.
La intervención anunciada por la Gerencia del Centro nunca se hizo, pero lo más llamativo fue que en 2023, año de elecciones, Quintero sacó de la manga la idea de retirar las losas completas, es decir, dejar otra vez a la Avenida Oriental destapada. ¿Y el bazar? Se prometió construirlo donde están los venteros hoy, en los bajos de la estación Prado.
Ninguna de las dos cosas se hizo, por supuesto, pero hay un agravante en cuanto al retiro de las losas. El Plan de Desarrollo 2020-2024 prometía construir un pequeño Parques del Río sobre las losas, cosa que no se cumplió. ¿Por qué el exalcalde salió con una idea en el cuarto año de su mandato que daba al traste con un proyecto incluido en su propio Plan de Desarrollo?
Más allá de esos líos administrativos sin resolver, lo más preocupante de esto es el drama humano. María Eugenia dice que a hoy son unos 70 compañeros expulsados del bazar que han muerto durante estos diez años: “Se han enfermado acá por la contaminación. Estamos expuestos a todos los riesgos, a la lluvia, al peligro. Van 70 compañeros muertos y nada que nos dan una solución”.
La mayoría de venteros son mayores de 60 viven del diario. Hoy no saben qué va a pasar durante esta administración. Su posición nunca ha sido la de sentarse a esperar. María Eugenia ya perdió la cuenta de a cuántas reuniones ha ido con los sucesivos funcionarios encargados. “Ya hemos hablado con algunos concejales de este periodo y tenemos reuniones programadas con la alcaldía. Esperamos que ahora sí nos cumplan”, dice.
Los ánimos de los venteros, sin embargo, están por el suelo. Muchos se echaron al dolor y comentan que van a morir allí, bajo el viaducto del metro. Lo cierto es que el panorama hoy es desalentador. Cada día llegan más personas en busca del sustento diario y las esperanzas de una solución se hacen remotas.
Itagüí llegó a ser la ciudad no capital más violenta del país. En 2009 este municipio llegó a la aterradora cifra de 333 homicidios y a tener más de cinco confrontaciones entre estructuras criminales que hoy parecen solo un mal recuerdo. El Municipio que lidera Diego León Torres Sánchez, tiene hoy las mejores cifras de su historia, pero este mandato apenas comienza.
De la mano de una sistemática gobernanza y del caudal político conservador de más de una década, llegó a principal oficina del Centro Administrativo Municipal de Itagüí un líder comunitario, con más de 45.000 votos y con el padrinazgo, a veces controvertido, del congresista y exalcalde Carlos Andrés Trujillo.
Se trata de Diego León Torres Sánchez, un hombre de cuarenta y tantos años, aficionado a armar figuras de Lego, al anime japonés y, advierte él mismo, sobreviviente de las dos peores épocas de la violencia en Itagüí, en los 90 y entre 2009 y 2010.
Tal vez al ver las cifras de reducción de homicidios que hoy tiene esta ciudad del sur del Valle de Aburrá, pocos darían crédito a las cifras de la Itagüí que en 2009 se convirtió en el municipio no capital más violento del país. En medio de confrontaciones entre grupos delincuenciales de “Calatrava”, “La Unión”, “La Raya”, “El Bolo”, “Santa Cruz”, “El Ajizal” y “El Guayabo”, entre otros, se registraron 333 homicidios, varias masacres y enfrentamientos con armas largas que, como se vivía en Medellín entera, presentaban una zona de guerra.
Según las cifras históricas de Medicina Legal, la confrontación, entre 2009 y 2012 dejó en Itagüí 942 personas asesinadas.
En esa Itagüí, en el barrio la Hortensia, creció el alcalde que lleva cinco meses en el cargo, que hace un consejo de seguridad a la semana, que se pone la gorra de la Policía, sale a los barrios y dice sin temor que “banda que se rearme o grupo delincuencial que aparezca, lo desmantela”.
“Ha cambiado todo. Primero el chip de que Itagüí es una ciudad distinta. O sea que era posible cambiar y transformar la ciudad. Que era posible ya la inversión social en las comunidades. Que era posible que la fuerza pública se hiciera a los barrios. Que es posible que la fuerza pública intervenga, capture y judicialice actores criminales. Yo soy un ciudadano que vivió y padeció la violencia de Itagüí en los 90s y en los 2000, y la he padecido toda mi vida. Yo soy sobreviviente de la violencia en mi barrio. Mataron muchos de mis amigos de infancia. Grandes masacres como la del porvenir. 10 amigos muertos en un solo día en 1994. Son imágenes tristes, crueles que me tocó padecer. Vivirlas en carne propia y que no quiero que se repitan. Por eso todos los días trabajamos en planes estratégicos, en investigación judicial, en inteligencia para que la ciudad siga como va, por buen camino”, dice el Alcalde Diego Torres.
El 23 de octubre de 1994, un grupo de hombres armados llegó hasta un sector del barrio El Porvenir, donde estaban reunidos varios jóvenes de la zona, entre ellos, muchos de los habitantes del barrio en medio de una confrontación de las bandas de “El Bolo”, “La Colinita” y “El Porvenir”. Allí fueron acribillados 10 de ellos a tiros y en medio de la reacción policial, fueron detenidos cuatro de los presuntos autores, todos, según el informe de la Policía de la época, pertenecientes a “El Bolo”.
Agrega el informe policial: “en el sector existen dos grupos de milicias populares, las del Pueblo y para el Pueblo y las del Valle de Aburrá, las cuales no están directamente involucradas en esta pugna entre las bandas”. Así, de ese calibre, era la vida en los 90 en estos barrios de Itagüí.
Después de Medellín, Itagüí llegó a tener la mayor cantidad de grupos delincuenciales organizados en Antioquia. Tuvo la sombra de la llamada “Oficina”, con grupos que llegaron a ser clasificados como verdaderas Organizaciones Delincuenciales de primer nivel como “Calatrava” y “La Unión”, en los 90 fue asechado por Milicias Urbanas y por enclaves paramilitares en las zonas semi rurales. Todos los problemas juntos de una gran urbe, en un municipio de poco más de 200.000 habitantes.
Hace aproximadamente una década, así se veía el cartel de los más buscados de Itagüí, que tenía más de una decena de grupos delincuenciales organizados identificados. Foto: Archivo Policía Metropolitana.
“Hoy llevamos cinco homicidios en 2024, que lamento mucho, porque son tragedias y aquí tratamos de proteger la vía de los ciudadanos. El año pasado tuvimos tres homicidios, vamos bien, vamos en iguales condiciones. Del año pasado esperamos sostener la estadística, que es la más baja del país. O sea, sostener una cifra de tres homicidios es una cosa increíble en la ciudad. Hoy llevamos cinco a cinco meses. Uno mensual, se puede decir en temas de estadística. Lamentamos profundamente esa tragedia. Para mí la vida es sagrada. De los cinco homicidios que han ocurrido este año, los cinco están resueltos. O sea, están esclarecidos. Y es una ventaja porque no permitimos que haya impunidad en nuestro territorio”, explica el mandatario.
Múltiples capturas de la banda “La Unión” por parte de la Policía Metropolitana. Foto: Archivo Así fue presentado alias “Riñón”, uno de los principales cabecillas de “Calatrava” en su momento. Foto: Archivo
¿Qué cambió?
En el Valle de Aburrá se han quebrado todos los indicadores de homicidios y delitos de alto impacto en los últimos 10 años. En buena parte, advierten las autoridades, por el desmantelamiento sistemático de la llamada “Oficina”, que de ser una organización criminal presente y unificada en todos los municipios del área metropolitana, se convirtió en una diáspora de grupos delincuenciales que hoy, precisamente en la Cárcel de la Paz, ubicada en Itagüí, están en un proceso de paz con el Gobierno Nacional, que, no obstante, advierte el Alcalde, desconoce completamente.
“Con la llegada a la alcaldía de Carlos Andrés Trujillo, se trajo una idea clara de darle un nuevo contexto a la ciudad en temas de seguridad, infraestructura y educación. Tres conceptos claves que lo marcaron al en todo su gobierno. yo era oficial mayor del Juzgado Segundo Penal del Circuito de Itagüí, o sea, hacía parte de la estructura de seguridad que tiene el Estado en todo el país y logramos construir una estrategia, yo estuve ahí desde el inicio de la creación de la estrategia de seguridad y de todo lo que tenemos obtenido hasta el momento”, explica el mandatario.
Dice el Alcalde que es un hombre de tenis que anda en las calles escuchando a la gente. Itagüí ya no tiene barrios inaccesibles y los indicadores de seguridad, en cifras planas, solo en 2024 se han realizado operaciones estructurales contra las bandas de “Calatrava” y “El Rosario”, con más de 30 capturas, se han capturado al menos 3 cabecillas o coordinadores delincuenciales. En total 184 capturas en flagrancia y 39 con orden judicial, se han recuperado 61 motocicletas hurtadas y 18 automóviles.
Más allá de los números, el municipio de Itagüí tiene una percepción positiva de la recuperación en seguridad, aunque los ciudadanos, valga decirlo, se quejan por los hurtos en todas las modalidades. La extorsión es otro de los flagelos que en este municipio ha tenido atención.
“Entonces los hurtos que más nos mandan es… Se me robaron el computador del carro, se me robaron el retrovisor. O sea, hurto de oportunidad. ¿Y qué tipo de extorsión hay? La extorsión de boleteo y de cárcel, muchas llamadas de cárcel, llamando precisamente el tío, la tía, pedir plata, es como la dinámica que tenemos dentro de Itagüí, por tener una gran actividad comercial”, explica Torres.
Apenas comenzando el mandato es apresurado decir que son resultados inminentes, pero advierte Diego Torres, el trabajo se realiza de la mano de las autoridades y con la ayuda de la tecnología, más de 660 cámaras en circuito de vigilancia, la Policía y la Secretaría de Seguridad, a cargo de un reconocido expolicía, Rafael Otálvaro. Itagüí no es la misma de hace 10 o 20 años, eso si está claro.