Desde hace 14 años, en el cerro Nutibara de Medellín, un circo se ha convertido en un símbolo de oportunidad. Su historia se remonta mucho más atrás, a los años 70, cuando Carlos, el hombre detrás de este circo, era apenas un niño “tenía nueve años cuando me llevaron por primera vez al circo, lo armaban donde hoy está el Palacio de Exposiciones. Quedé fascinado con las carpas, los colores, las luces, los payasos y los trapecistas. Fue una experiencia que me marcó para siempre”.
Aquel niño, que creció en compañía de su mamá encontró en el teatro y el arte el propósito de su vida. “Mis padres se separaron cuando yo tenía 11 años, mi papá tenía problemas de alcoholismo y me quedé con mi mamá. El teatro fue mi refugio, pero siempre mantuve el sueño de trabajar en un circo”, relató Carlos.
A lo largo de su vida artística, Carlos viajó por el mundo como mimo, titiritero y cuentero, pero cada vez que cumplía con sus compromisos, buscaba circos en las ciudades que visitaba “tomaba fotos, hablaba con los artistas y compraba recuerdos. Siempre sentí esa fascinación por el circo”.
En 2006, la vida le dio un giro inesperado cuando conoció a un grupo de jóvenes del barrio 13 de Noviembre de Medellín. Estos chicos, muchos de ellos hijos de desplazados, vivían en condiciones muy difíciles. Un sacerdote de la comunidad los había acogido en un pequeño monasterio, donde les brindaba comida y educación, tratando de alejarlos de las calles y de las bandas delincuenciales que los utilizaban como “campaneros” o mensajeros.
“Eran niños de 12 años, algunas en embarazo, víctimas de la violencia, algunos sin papá porque se los habían matado o porque los habían abandonado, otros que el papá era alcohólico o que la mamá trabajaba interna en el servicio doméstico. El padre se dio cuenta de que estos niños no tenían futuro. Algunos no iban a la escuela porque no tenían dinero para los cuadernos, otros porque habían sido expulsados. El hambre que sufrían era física y emocional”, recuerda Carlos
El sacerdote los escolarizó y aprovechando que había aprendido algunos trucos de magia y malabares, decidió que el arte podría ser una salida para esos chicos y buscó a Carlos para que les enseñara teatro, mimos y títeres “empezamos a trabajar con ellos y la recepción fue increíble. Estuvimos un año juntos, y luego una ONG italiana nos vio y nos apoyó, financiando las clases y proporcionándonos materiales”.
Pero cuando el sacerdote fue trasladado a Europa, dejó el grupo a cargo de Carlos. Sin saber muy bien qué hacer, el artista se sintió perdido. Fue entonces cuando un asesor de la ONG le dijo: “sigue tus sueños. Me contaste que siempre habías querido tener un circo, ¿por qué no lo haces realidad?”.
Aquella sugerencia encendió una chispa en Carlos. Recordó que antes de irse, el sacerdote había llevado a los chicos a un circo pequeño en el barrio y les había dicho: “esto es lo que tienen que hacer. Aprendan lo que les enseñamos y algún día tendrán su propio circo”. Inspirado por esas palabras, Carlos decidió convertir ese sueño en realidad.
En 2010, junto a los jóvenes del barrio 13 de Noviembre, fundaron el Circo Medellín. No fue fácil, pero lo lograron. Hoy, el circo sigue en pie, en el cerro Nutibara, no solo como un espacio de entretenimiento, sino como un refugio para aquellos que, como Carlos, alguna vez soñaron con ser parte de ese fascinante mundo de luces, colores y magia.