La intervención de la Plaza Botero, donde se controló espacio público, tuvo efectos negativos en Bolívar
—Esto acá es como Petare, el barrio más peligroso de Caracas, ¿me entiendes?
Quien habla es una mujer venezolana joven, vendedora de dulces y cigarrillos. Todos los días llega al Parque Bolívar a las 7:00 de la mañana. Pasa las horas ahí, frente al teatro Lido, viendo cosas que a veces no quisiera ver.
—Acá me han tocado cosas muy feas—dice la mujer frunciendo el ceño—. La otra vez me cayó acá un apuñalado.
—¿Un apuñalado?
—Acá hay peleas a todas horas. Pelean porque se miran mal, por robarse droga entre ellos, por cualquier cosa se dan puñaladas. No hay una hora del día que no peleen.
Cerca de la chaza de la vendedora hay una ceiba que desde hace tiempo es baño público para muchos. Las raíces, que están al exterior, huelen a orines fermentados, a amoniaco rancio.
Frente a ese árbol hay un grupo de cinco hombres, todos desarrapados, que se mantienen de cuclillas sobre el suelo. Juegan con un dado y cada tanto gritan y se estremecen. Uno de ellos tiene un problema de movilidad, las piernas contrahechas, y se arrastra por el suelo sujetando un tarro de sacol.
Ese grupo de hombres, dice la vendedora, pasa horas enteras ahí, en el suelo. Por una desavenencia en el juego se pueden dar una cuchillada.
—El parque está dividido—dice la vendedora, que echa una mirada rápida a los alrededores—. En la parte de acá están los gamines; en el centro, los travestis, que acosan y dicen cosas a los turistas; más allá están los estafadores.
Es difícil ver turistas en Bolívar. Antes llegaban grupos de extranjeros a visitar el parque, donde se construyó la Basílica Metropolitana, originalmente llamada Catedral de Villanueva, la más grande en el mundo levantada con ladrillos. Dicen los que saben que son un millón doscientos mil ladrillos los que conforman la iglesia.
En los alrededores del parque, en un tiempo que ya parece pretérito, vivieron familias acaudaladas y renombradas de la ciudad. “El Parque de Bolívar y de los ricos” es un artículo que publicó el periódico Universo Centro en 2009. Relata una serie de historias muy entretenidas, que bordean con lo pintoresco, y que retratan los tiempos de la bonanza.
Cuentan, por ejemplo, que Pablo Tobón Uribe pasaba todos los días por el Parque Bolívar a tomarse una limonada. “Pedía un vaso de agua, luego pedía que le regalaran un limón y lo exprimía, y como en todas las mesas había azucareras, le echaba dos o tres cucharaditas y listo. Eso sí, daba las gracias”, dice el artículo.
La rifa de una casa y la celebración de fiestas homosexuales son anécdotas del viejo parque, del que poco, muy poco, queda. Ese no era el Petare que hoy retrata la vendedora de dulces y cigarrillos. El consumo de bazuco, marihuana, sacol y alcohol es continuo, desde la mañana hasta la noche. Lo que llama la atención es que en el parque hay un CAI de la Policía que bien sirve de adorno, pues en sus narices, hace un par de años, se robaron la espada de la estatua de Simón Bolívar.
La vendedora de dulces dice que el Bolívar es un territorio hostil, en el que todos son enemigos de todos:
—Acá se me acercan y me dicen que les cuide la ropa por si se quedan dormidos. Entre ellos mismos se roban.
Sobre las bancas hay personas dormidas, dobladas sobre sí, inconscientes. Ya nadie juega ajedrez bajo la sombra de las ceibas.
Lo más grave es que al parque han llegado nuevas personas a ocupar el espacio público a consumir drogas. Desde que se intervino la Plaza Botero y se controló allí el espacio, muchos tuvieron que salir para otros lugares y encontraron en Bolívar una nueva oportunidad. Como este parque no se ha intervenido, y parece olvidado por la nueva administración, el desorden es tremendo.
Los venteros que llevan más tiempo han visto la llegada de nuevas personas que, con esteras y mantas, han instalado puestos informales de venta de ropa y accesorios, ocupando varios metros cuadrados del parque.
Aunque hace parte de la historia de la ciudad, y allí está la Basílica, Bolívar no ha tenido la atención mediática ni administrativa que ha tenido Botero. El parque hoy, como dice la vendedora, es tierra de nadie:
—Esto acá no le importa a nadie. Como te dije, es como Petare, un peligro, de lo peor. Los que lleguen nuevos tienen que estar con cuidado porque por cualquier cosa los pueden matar.