La peripecia duró un mes. Acá contamos la historia
Hay en la novela El cielo que perdimos, de Juan José Hoyos, una escena dramática sobre la afición tanguera de Medellín. Cuenta el narrador que una artista argentina llegó a la ciudad con la idea de un performance particular: quemar una estatua gigante de Carlos Gardel, el ídolo de multitudes. Cuando iban a prender fuego a la figura, una caravana de buses llegó desde Manrique, el barrio tanguero por antonomasia. Una turba furibunda aulló y protestó, saliéndose de la ropa, ante el ídolo que se derretía, una afrenta para su público.
Bien conocida es la historia de la trágica muerte de Carlos Grdel en Medellín, en 1936. Pero cayó en el olvido lo que ocurrió siete meses después del accidente. El cuerpo del ídolo fue trasladado desde Medellín a Buenos Aires, primero en ferrocarril hasta el Suroeste de Antioquia, luego a lomo de mula y otra vez en tren hasta el puerto de Buenaventura; el periplo del cadáver continuó por el Pacífico hasta Panamá, para luego tomar el norte hasta Nueva York y ahí sí, hacia el sur, a Buenos Aires.
La semana pasada se celebró en Medellín la Feria Internacional de Tango con un acto especial en el cementerio San Pedro, donde el zorzal criollo, como se le conoció al cantante, reposó los primeros seis meses de su descanso eterno. Cuesta imaginar cómo es que un ídolo muerto hace casi 90 años sigue generando pasiones. Con una pareja bailando, haciendo una interpretación de la vida y la muerte, se conmemoró la historia de Carlos Gardel.
El traslado del cuerpo
El traslado del cuerpo del ídolo ocurrió solo seis meses después del deceso y tuvo más que ver con un motivo político que con el fervor popular. Desde Argentina se pidió permiso para repatriar el cuerpo, pero la ley colombiano contemplaba que los cadáveres solo se podían exhumar pasados cuatro años, esto por cuestiones sanitarias. Argentina tuvo que pedir permiso al presidente colombiano, a la sazón Alfonso López Pumarejo.
Resulta que en Argentina la prensa había puesto sus ojos en el llamado negocio de la carne, un trato que tenía el país con Estados Unidos y el Reino Unido. La polémica había comenzado en 1933 cuando el senador Lisandro de la Torre denunció que el negocio de la carne estaba tomado por un monopoly extranjero que operaba con el beneplácito del gobierno argentino.
El país había llegado a un acuerdo con el Reino Unido que incluía, por ejemplo, que la carne se negociaría a un precio menor al señalado por el mercado internacional. En 1935 se denunció que varias empresas, con el beneplácito de varios ministros, evadían impuestos. La polémica llegó a niveles de efervescencia incalculados y el gobierno argentino se vio contra las cuerdas.
Entonces había que plantar una cortina de humo que opacara el tema de la carne y la corrupción. ¿Cuál fue la solución? Evidente: pedir la repatriación de Carlos Gardel, el ídolo. La toma de esa decisión también se debe a que Uruguay, que reclamaba ser la patria del cantante, ya había comenzado los trámites para recuperar los restos del zorzal.
La noticia de la muerte había impactado profundamente a los porteños. Cuentan que las emisoras de radios decidieron no poner tangos por una semana, que hubo desmayos y que tres personas se suicidaron. En el libro Carlos Gardel, de Simon Collier, hay muchos detalles del proceso de repatriación del cuerpo del ídolo:
“Las autoridades municipales y eclesiásticas de Medellín no presentaron problemas a Defino, y en la tarde del 17 de diciembre el cuerpo de Gardel fue exhumado del cementerio de San Pedro, donde había descansado casi seis meses. (El cuerpo de Gardel se había preparado para la sepultura teniendo en cuenta una eventual exhumación”.
Los periódicos de Medellín registraron la exhumación del cuerpo que, dicen, estaba carbonizado por el accidente. La BBC reconstruyó en un artículo lo que los diarios de la época informaron. El Heraldo de Antioquia anotó en sus páginas: “El cadáver del infortunado artista se hallaba colocado en una artística caja metálica, que costeó el gobierno departamental”.
Lo más penoso comenzó con el traslado del cuerpo. Como bien se dijo, entre Valparaíso y Marmato hubo que llevarlo a lomo de mula para continuar otra vez en pequeños vehículos. Así se hizo hasta Pereira, donde el cuerpo del zorzal fue instalado de nuevo en el ferrocarril que lo llevó hasta Buenaventura. En el puerto, cuenta Simon Collier, los funcionarios de aduanas intentaron abrir la carga para ver si dentro de ella había contrabando, pero lograron persuadirlos de no hacerlo.
El cuerpo llegó unas semanas después a Nueva York, después de pasar por el Canal de Panamá. En la metrópoli descansó una semana entre solemnes homenajes. El viaje continuó a bordo de un vapor. Cuenta Collier que el cuerpo lo pusieron donde iba la carga y que hubo que rogar para que lo acomodaran en otro lugar, uno más solemne y a la altura del ídolo de multitudes.
El traslado del cuerpo suscitó un enorme interés de parte de la prensa, que durante el mes que duró el viaje olvidó el problema de la carne. La jugada del gobierno había funcionado.
Los restos de Gardel estuvieron en Río de Janeiro y luego en Montevideo, donde despertaron el fervor popular. Pero la apoteosis fue en Buenos Aires.
“El buque entró en la dársena alrededor de las 11:30 mientras la multitud observaba en silencio sus maniobras. Los que estaban más lejos vieron una grúa en movimiento; los que estaban más cerca pudieron ver una enorme caja que descendía al muelle. No era preciso aclararles qué era”, dice Collier.
El traslado del cuerpo de Gardel no fue menos difícil dentro de Buenos Aires. De los autobuses y de las estaciones del tren salían cientos de personas atropelladas, ansiosas de acompañar los restos del ídolo. La policía trató de contener a la multitud y varias personas quedaron heridas. El homenaje fue solemne, como solo podía serlo tratándose de un ídolo de multitudes: “La mayoría de los visitantes eran mujeres de toda edad; sollozaban, arrojaban flores, besaban furtivamente el ataúd al pasar. Así, cientos de miles de porteños rindieron homenaje al Zorzal”.
Después de mucho quilombo, como dicen los porteños, el cuerpo de zorzal al fin encontró el descanso eterno en su ciudad. Luego se construyó un mausoleo. Los que visitan su tumba hoy, 89 años después, no se imaginan el periplo que el zorzal tuvo que recorrer desde Medellín hasta Buenos Aires, un viaje post mortem muy surreal.