Entre el bullicio y las miradas curiosas, Diego Armando Usma es un reflejo del arte en una calle del centro de Medellín. Con un lápiz o pincel en el pie traza llamativos retratos. Conozca su historia de vida y la lucha por sobrevivir a través del arte.
Hace 18 años, Diego Armando Usma, dejó atrás la inmensidad de la sabana bogotana y emprendió un viaje con destino a Medellín. En su maleta llevaba algo más que ropa: cargaba sueños, esperanzas y una firme convicción de salir adelante a través del arte. Hoy, a sus 41 años, Diego se ha convertido en un referente del arte callejero en la ciudad, un artista que le da color y vida al Pasaje Junín.
“Me hice aquí en Junín desde hace cinco años apenas. Escogí este pasaje porque es una zona peatonal, cultural y muy turístico. Por eso lo escogí. Además, no me gustan los sitios de mucho flujo vehicular, así como con carros porque la gente va de afán, están a las carreras y pues no tengo tranquilidad y tampoco muchas posibilidades de rebuscármela”, comentó Diego.
Su vida es la de un hombre que, con un lápiz o un pincel en el pie, encontró en el dibujo no solo un escenario para expresar su talento, sino un puente que lo conecta con las personas y, al mismo tiempo, una forma digna de ganarse la vida.
Cada trazo que deja sobre el papel es una oportunidad para contar una historia, capturar una emoción o simplemente regalar un instante de belleza a quienes lo rodean, “a veces llegan y me dejan fotos para hacerles el retrato”, señaló Diego con emoción.
“Esto es como un trabajo normal, hay días que se hacen retratos, hay días que no. Por ejemplo, últimamente ha estado lloviendo mucho, entonces mejor uno no sale porque para qué pelear con el agua. Por eso, aunque maneje mi tiempo, las ganancias son muy relativas”, agregó.
Su arte no es solo una expresión creativa, sino también su medio de subsistencia, una manera de transformar su pasión en una fuente de ingresos que le permite seguir creando.
Con su habilidad para transformar lo cotidiano en arte, Diego ha sabido ganarse el cariño de los transeúntes que, día tras día, se detienen a admirar su trabajo. Para él, Medellín se ha convertido en más que un lugar de residencia: es el lienzo donde ha construido su vida como artista.
Dijo que “desde niño aprendí a manejar los pies y me ha ido bien. Ahora estoy aquí solito, pero no tengo problema porque yo soy muy social. También pertenezco a una asociación de artistas y así como me quedan bonitos los retratos también hago paisajes y varias cositas aquí porque en Junín. Por la cuestión del espacio público, solamente lo dejan a uno con poquitas cosas. Entonces, me hes imposible trasladar todo el material y todo el taller. En la casa tengo la pintura y aquí en la calle, solo lo urbano: colores, lápices y para hacer retratos”.
Sus horarios son relativos, puede ubicarse en el Pasaje Junín “después de la 1:30 p.m. o 2:00 p.m. y me quedo hasta las 6:30 p.m. o 7:00 de la noche todos los días”. Cree que su vena artística ha sido heredada de su mamá quien es “publicitaria y cuando iba al colegio, siempre dibujaba por la parte de atrás, así me empecé a meter en este cuento. Asistía a talleres, cursos y ya terminé pintando”.