En Santo Domingo Savio está el Museo Urbano de Memorias, una galería al aire libre que cuenta la historia de esa zona de la ciudad
Eso que está por allá en la montaña, en esa parte empinada, es la comuna nororiental. Ninguna de las 16 comunas de Medellín lleva ese nombre. ¿Qué es, entonces, la nororiental? La respuesta fácil es que está constituida por varias comunas: Manrique, El Popular, Aranjuez y Santa Cruz, todas ellas asentadas en la ladera de la montaña que va a dar con Santa Elena y el oriente de Antioquia. Podría agregarse que sus barrios crecieron con el siglo XX, y que fueron presa de una violencia rabiosa, de una inquina de origen atávico.
Todo eso es cierto, pero la nororiental es más. Los que llegan a Medellín, amén de visitar la plaza Botero y los vestigios del cartel de Medellín, van siempre, sin excepción, a la comuna 13. Se pasean por las escaleras eléctricas, comen paleta de mango biche, se toman fotos, pero, principalmente, hacen un recorrido por una galería de arte urbano a cielo abierto. Los murales cuentan la historia de la comuna, desde la dolorosa Operación Orión hasta el resurgir del barrio.
Los turistas, en cambio, desconocen que la historia de la comuna 13 se extrapola a buena parte de la ciudad. En la comuna 1, es decir, en lo alto de la nororiental, hay una galería igual o más grande que la de la 13, e igualmente simbólica y rica en historia. Es más, hay cosas que no hay del otro lado del valle. Entre Santo Domingo y Granizal está el puente Bicentenario, una estructura de acero que une a los dos barrios. El puente, aunque suene inverosímil, relata el devenir de la comuna, desde el asentamiento de miles de desplazados hasta nuestros días.
Cien años han pasado desde que se construyó Aranjuez, en la década del 20, y le siguió Manrique. Por eso, el puente retrata a un burro: es la representación de tiempos que parecen remotos, cuando las familias, llegadas a la ciudad, subían en burro a las partes altas de la montaña, por caminos sinuosos y empantanados, para levantar sus casas.
En el puente también se ven las casas de “arquitectura criolla”, es decir, las viviendas de uno o dos pisos de ladrillos sin revocar y techos de zinc, de puertas metálicas y escaleras empinadas. Otra parte de la obra está dedicada al tango, la música por excelencia de Manrique durante el siglo pasado. En ese barrio está la casa gardeliana, además de una estatua del zorzal criollo. También hay una ruta turística para conocer los bares en los que todavía suena y se baila el tango.
Como decíamos al comienzo, la nororiental es más que la historia repetida de un barrio empinado dominado por la violencia. La nororiental es un conjunto mucho más complejo que va desde la violencia, por supuesto, pero atraviesa las luchas de las comunidades, la cultura, la música, el arte.
Hagamos un pequeño recuento de la historia de lo que ahora se conoce como la nororiental. En 1923 se inauguró la línea Manrique del tranvía. El sector se había poblado hacía apenas unos años. En 1916, Manuel J. Álvarez compró los terrenos que se convertirían en el barrio Pérez Triana, en Aranjuez. Un año más tarde comenzó la urbanización de lo que sería el barrio Berlín, donde se ofreció vivienda a la clase trabajadora. En 1931 se inició la construcción de la iglesia de Manrique, bautizada como el Señor de las Misericordias, de estilo neogótico. Las fincas en que pastaba el ganado se convirtieron en extensos barrios obreros. La iglesia sigue siendo ícono de la nororiental, y se ofrece a la vista en lontananza con sus torres góticas que pretenden rascar el filo de las montañas.
Ahora bien, esa es la historia de la parte baja, la más antigua. Los barrios altos como El Popular y Santo Domingo obedecieron a un fenómeno diferente, asociado a la migración forzada de miles de personas que llegaron del campo. La herencia campesina todavía es palpable en los barrios: las gallinas revolotean por los patios, los gallos cantan al amanecer y aún es posible encontrar marraneras.
La población de la parte alta de la montaña comenzó a mediados del siglo pasado, después del asesinato de Jorge Elicécer Gaitán. El campo colombiano se convirtió en una trinchera en la que conservadores y liberales se sacaban las tripas. Al respecto, dice la canción interpretada por Garzón y Collazos:
Y al alma del campesino llega el color partidiso
Entonces aprende a odiar hasta quien fue su buen vecino
Todo por esos malditos politiqueros de oficio
Los barrios, como es natural, crecieron de cualquier manera, con el ímpetu de las necesidades. Los campesinos y sus hijos levantaron las casas de adobes como pudieron, algunas al borde de quebradas o en terrenos quebradizos. Había que aprovechar cualquier resquicio libre, tirar abajo la vegetación, rozar y construir.
El Estado llegó unos años después, como pasa a menudo. Ahora está el metrocable y la malograda biblioteca España, rebautizada nororiental.
Toda esa historia de la comuna está recogida en el Museo Urbano de Memorias, el nombre que lleva la enorme galería que han ido pintando en la comuna 1. El líder del proyecto se llama David Ocampo, y es del barrio. Davis cuenta que para recoger la historia de los recovecos de Santo Domingo y sus aledaños, entrevistaron a 2.000 personas, la mayoría ya ancianos, para que contaran cómo habían fundado los vecindarios, levantado la primera iglesia, la primera escuela.
En la investigación descubrieron datos interesantes, como que el barrio Santa Cecilia no se llama así por la santa, sino porque con ese nombre bautizaron a la primogénita de uno de los fundadores del vecindario. La cuadra de los Sanducheros no se conoce así por un negocio de emparedados, sino por un grupo armado que delinquió en los 90.
Pero los murales no cuentan solo la gran historia, por decirlo de alguna manera, sino que van a los que en la historiografía se conoce como microhistoria, lo cotidiano que no parece relevante ante el conjunto, pero que sin duda encierra la esencia del todo. Uno de los murales, por ejemplo, hace homenaje a Tomás, un perro criollo que fue envenenado en el barrio. ¿Cuántos tomases hay en la historia de Santo Domingo? ¿Por qué alguien descarga su furia asesina contra un animal indefenso?
Aunque en la comuna 1 quieren posicionar el recorrido, que hasta ahora pasa de agache bajo la popularidad de la comuna 13, los creadores tienen claro que no quieren un turismo masivo que arrase, como ya ha pasado en la 13. Quieren contar la historia del barrio con las decenas de murales, pero no hacer de él un espectáculo que degrade y pisotee la historia de la famosa comuna nororiental.