Su nombre de pila era Antonio Hurtado y una crónica de la época retrata su alocada empresa de montar un Vaticano en Antioquia.
La historia de Pedro II, el papa de Barbosa, se ha contado varias veces, pero quizá no lo suficiente. En ella convergen lo pintoresco y lo simbólico. Es un cuadro muy particular de un “orate” que a ratos parece más que cuerdo.
El primer relato del papa de Barbosa data de 1939. Es una crónica en primera persona del periodista Juan Roca, escrita en clave humorística. La historia comienza con el trayecto entre Medellín y Barbosa, amenizado por la voz de la actriz cubana Dalia Iñuiguez, que acompañó al cronista a conocer al papa de Barbosa.
Así relata el cronista el viaje hasta el municipio del norte:
“Es que Barbosa, arcádico pueblillo antioqueño, oloroso a boñiga y vestido con la greda bermeja de los tejares, hay un vaticano y en él radica un orate que reclama para sí la silla pontificia”.
El orate es Antonio Hurtado, un dentista empírico que fue al seminario pero nunca se ordenó. En 1939, año de publicación de la crónica, murió Pío XI; al enterarse, Hurtado envió cartas al vaticano para postularse como reemplazo del papa recién fallecido. Nunca recibió respuesta, entonces él mismo se coronó Sumo Pontífice de la Iglesia Católica y convirtió su casa en el Vaticano antioqueño.
Para asumir como tal, se mandó a hacer dos anillos y a confeccionar trajes papales. La crónica de la visita a Barbosa continúa con la llegada al pueblo. El periodista y sus acompañantes se dan cuenta de que la torre principal de la iglesia tiene un hueco que causó la caída de un rayo. El papa de Barbosa les explica que el rayo era una protesta contra el vaticano por la posesión de Pacelli como Pío XII.
El papa de Barbosa vivía en una mansión grande adornada con cuadros religiosos. El papa recibe a sus visitantes con la bendición y los hace pasar. Luego se sienta en una silla grande que rechina. Entonces explica que es una silla dúplex, que lunes, miércoles y viernes sirve para sacar muelas y los demás días es silla pontificia.
El periodista pregunta al papa que desde hacía cuánto lo había asaltado la vocación. La respuesta deja perplejos a los escuchas:
“Hace tres años, nada más —dice el papa—. Es decir, este es el tercer año de mi candidatura. Pero me combate. Pío XI enfermó hace dos años y yo desde aquí le sostuve la existencia, porque era muy santo”.
Ante la sorpresa del periodista y sus acompañantes, el papa continúa y discurre de cuestiones teológicas:
“Sus encíclicas (de Pío XI) son geniales y trabaja mucho por la paz de la grey. Pero como yo sabía que estaba sufriendo demasiado, ordené desde aquí que muriera tranquilamente y se fue hacia Dios. Como era natural, yo debía reemplazarlo, pero en Roma no sé qué les está pasando. Mi misión es clarísima. Soy el creador de nuevos sacramentos”.
El papa les cuenta que, además de repartir bendiciones y sacar muelas, escribe un semanario que se llama “El Emanuel”. En él, el Sumo Pontífice de Barbosa dice que instruye sobre las cosas de la fe y probar que él, y no Pío XII, era el elegido para posarse sobre el trono de Pedro. El papa vuelve a la carga y dice: “Algún día seré reconocido por todas las potencias y consagrado. Ahora apenas tengo la adhesión de este rebaño”.
La conversación se hace más extraña cuando el periodista pregunta a Hurtado por su nombre de consagración. El papa responde que se llama Pedro II. El cronista se sorprende y le dice que eso es grave y peligroso. Hurtado responde que eligió ese nombre porque, según las profecías de Malaquías, cuando sea consagrado un papa con el nombre de Pedro II se acabará el mundo.
Luego de leer un pasaje de la biblia, Pedro II se adentra en un monólogo mucho más inquietante:
“Que yo soy el papa, porque yo soy la bestia. Voy a comprobarlo”.
Pero, así como discurre en esos comentarios de “orate”, el Sumo Pontífice de Barbosa opina sobre personajes de la vida política colombiana. Cuando el periodista le pregunta por Laureano Gómez, exige silencio y ruega no ofender su mansión con nombre tan “pecaminoso”. Más incisivo se vuelca sobre Fernando Gómez Martínez, quien fuera director del diario El Colombiano y gobernador de Antioquia:
“Dígale usted a Fernando Gómez Martínez, que ahora se dice a sí mismo maestro, no sé de qué, que no tiemble ante las excomuniones que le tira Laureano. Que yo siempre lo apoyo y que desde aquí lo bendigo, pero con la izquierda”.
El periodista y sus acompañantes salen del Vaticano, donde hay un cúmulo de curiosos que los observan y los ven salir pontificados. Emprenden el camino a Medellín y a mitad del viaje se les pinchan las cuatro llantas del carro.
“Mal agüero nos ha dado el papa de Barbosa”, dice la actriz Dalia.
La vida del papa
Sobre el papa de Barbosa hay un libro titulado Noticias de Pedro II, escrito por Víctor Bustamante. En el libro se cuentan decenas de curiosidades sobre la vida de este hombre excéntrico que se autoproclamó papa.
Con los años, el Vaticano de Barbosa creció hasta emplear a 25 personas. El papa era riguroso y despedía al que pronunciara una mala palabra. Según una crónica escrita por Luis Alberto Miño para El Tiempo, publicada en 2005, el papa se tomó en serio su celibato y nunca se le conoció novia, mujer o amante.
En el Vaticano antioqueño daba rienda a sus excentricidades:
“Con el paso de los años, Pedro II comenzó a hablar de que hacía milagros. En su periódico escribía que curaba a personas de cáncer y hacía caminar niños minusválidos. Por su fama regional, Pedro II atendía desde borrachos, a los que les mandaba con sus empleadas el anillo para que se lo besaran y no tener que recibirlos, hasta personas ilustres como la poetisa cubana María Dalia Iñiguez, la actriz Libertad Lamarque y a Alfonso López”.
Al papa de Barbosa lo excomulgaron y a sus procesiones, a las que acudían sus seguidores, las atacaban con piedras. Fue memorable su rencilla con el padre Jesús Antonio Arias. El párroco, con ayuda del alcalde Enrique Bedoya, logró una orden policial para llevar al papa a Medellín al hospital mental. Luego de una evaluación lo dejaron ir, alegando que no era peligroso y solo sufría de un delirio místico.
El papa de Barbosa murió en 1955, a los 63 años. Sus huesos todavía están en una pequeña bóveda del cementerio de Barbosa.