Historia de un retratista que hace su trabajo con elos pies
Junín, con su pasado bohemio, reminiscencia de un esplendor perdido, se convirtió en los últimos años en refugio de artistas callejeros. Sobre una banca de madera se sienta todos los días el juglar sabanero Plutarco Urrutia, un hombre de 83 años que aún interpreta el acordeón; también está “Fernando Tiza”, un hábil dibujante que hace enormes retratos sobre el pavimento.
Pero hay un artista que llama la atención. Se llama Diego Armando Usme, nacido en Barrancabermeja y criado en Bucaramanga y Bogotá. Diego Armando es pintor, especialista en retratos. Pero no es un pintor cualquiera. Nació sin manos y, aunque su familia quería que fuera abogado, él se inclinó por el arte desde muy joven. Con los dedos de los pies sostiene el pincel hábilmente; con el pie izquierdo sostiene el papel y con el derecho traza las líneas de expresión y borra cuando hay un error o queda inconforme con una línea.
Ni siquiera sabe explicar qué lo primero que retrató, o cuándo lo hizo, porque es algo tan natural, tan inevitable, que lo extraño sería no hacerlo.
Diego Armando va todas las tardes a Junín. Llegó a Medellín hace muchos años por invitación de una hermana. Pese a eso, su acento contrasta con el de sus clientes, que van pidiendo retratos mientras arrastran las eses. Diego, en cambio, dice “Mompi”, un término capitalino que estuvo en auge a comienzos de este siglo, pero que ya se olvidó.
El pintor se sienta en un taburete pequeño, sin espaldar, y se pasa ahí la tarde, en medio del río de gente que va cambiando de sentido según la hora. En la tarde de un jueves retrata a un chamán de pelo largo. Del celular, que también manipula con los pies, ve los detalles que luego plasma en el papel. Es un retrato difícil por la cantidad de detalles de los collares que cuelgan del cuello del chamán.
Cada tanto, el artista se detiene para ofrecer los retratos. Hay dos opciones. La primera, que el cliente se siente frente al pintor unos quince minutos. Debe estarse quieto para que el artista logre captar el ángulo de la boca, el enarcamiento de las cejas, el largor de las orejas. La segunda opción es más costosa, porque el trabajo es más preciso. En esta, el cliente envía una foto para que Diego Armando la emule.
Este trabajo es más demorado. Son tres días los que pasa el artista dando forma con sus pies al retrato. ¿Qué es lo más difícil? Para Diego Armando nada es difícil, solo es cuestión de concentrarse. Es algo natural, que simplemente pasa.
Diego Armando ha pasado por muchas academias de arte. En Bogotá aprendió la técnica. Siempre tuvo el apoyo de la familia. Su madre, cuenta, también tenía vena artística, aunque no se dedicó a ello de manera profesional. Él, en cambio, asumió el arte como una manera de vida, quizá la única posible.
El artista solía trabajar detrás del Palacio de la Cultura, cerca de la Plaza Botero, pero de ahí lo sacaron los funcionarios de Espacio Público. Por eso tuvo que irse a Junín, de donde también han tratado de moverlo. Afortunadamente para él, el ensañamiento de las autoridades ha sido con los cantantes que amplifican sus voces con bafles y no con él, un pintor que pasa en silencio la mayor parte del día.
Los retratos que hace Diego Armando son precisos. Los hay en color y en blanco y negro, como el cliente lo prefiera. Son cientos de retratos los que ha hecho Diego Armando en su vida. Desde hace años tiene el apoyo de la Fundación de Pintores con la Mano y con el Pie, una organización que brinda ayuda y crea una red de artistas que nacieron con discapacidades.
Diego Armando nunca se ha sentido impedido o menos capaz; el arte es algo natural en su vida, algo como comer o secarse el sudor de la frente.
Si alguien llegara a decirle dudar de su talento, podría responder con los versos que el compositor Adolfo Pacheco inmortalizó en una canción que grabó Diomedes Díaz en el álbum Ganó el Folclor:
Pero usted como un reptil
agorero y ponzoñoso
dice que no pinto hermoso
que valgo un maravedí
Métase donde se meta
usted me respeta a mí