Por primera vez, Adriana Vergara, la única reportera gráfica del crimen en Colombia cuenta detalles inéditos de su carrera y revela un doloroso capítulo en su oficio. Hace una radiografía de su trabajo y comparte anécdotas del cubrimiento de miles de asesinatos durante sus 27 años de carrera, en 4 medios de comunicación.
No tiene horarios, tampoco una oficina. Su lugar de trabajo está en la escena del crimen. Cada minuto del día y la noche está atenta a la palabra clave: nueve cero uno (901), un código judicial que significa “muerto”.
No es investigadora judicial, policía o militar. Es Adriana Vergara, la única mujer que ejerce como reportera gráfica del crimen en Colombia.
“Meli, sí, yo ya voy para el caso donde asesinaron a una mujer”. Desde su casa en Medellín, la reportera notifica un asesinato a la redacción del portal Minuto 30, donde trabaja hace algunos años y sale de inmediato a la dirección, con la guía de sus fuentes privadas.
A veces llega primero que la Policía Judicial (Sijín) o el CTI a la escena del crimen. Su experiencia la ha puesto contra la pared durante décadas con altos mandos de la Policía, una institución que, en algunas administraciones, ha cuestionado su trabajo periodístico y se ha incomodado por las publicaciones que retratan la verdad de los episodios de violencia que vive Medellín.
Adriana es acompañada por Exclusivo Colombia a su siguiente misión. La reportera llega a la escena del crimen y la víctima es una adulta mayor de 68 años. El cuerpo está dentro de la vivienda y, no todos sus familiares, saben lo que ocurrió. Los vecinos están conmocionados y rodean el lugar de los hechos, pero los investigadores son estrictos en su trabajo judicial y no permiten el ingreso.
En medio del dolor que enfrenta la familia, tras la devastadora noticia, la reportera comienza a cumplir con su trabajo: guarda distancia por respeto, analiza el espacio, se ubica en un lugar estratégico y luego obtura el botón de su cámara. “yo siempre he querido que, si la familia ve una foto mía, no se sienta agredida”, dice mientras cambia el lente de su equipo.
Durante la inspección y en completo silencio, la reportera gráfica investiga con sus fuentes los primeros datos del crimen. A veces espera que concluya el levantamiento y eso puede tardar horas, en otras ocasiones, debe ir a cumplir otra misión.
Son minutos determinantes para la audiencia, pero su disciplina no le da lugar a equivocaciones con la información. Antes de abandonar el lugar del asesinato, corrobora cada dato y envía a los redactores, a través de su celular, la primera parte de la historia.
Al llegar a su casa, selecciona las fotografías y las envía para su aprobación. Pero aquí no termina la jornada, al mismo tiempo ella sigue con el desarrollo de la historia, investiga la identidad de la víctima y también indaga sobre los presuntos responsables del crimen. Con agilidad, revisa portales, redes sociales y chats, para quedar lista y en disposición de cubrir el siguiente caso.
Adriana Vergara nació el 4 de octubre de 1967 y cuando tenía 20 años terminó atrapada en su sueño: ser fotógrafa “yo tenía un noviecito y me regaló una cámara profesional. Yo no sabía manejarla, me metí en una agencia de fotografía y aprendí a utilizarla. Hubo un concurso en el Zoológico, participé y gané”.
Ese día, cuenta con orgullo, llegó la primera oportunidad laboral, con un momento agridulce “El entonces director de fotografía del periódico El Mundo se me acercó y me dijo que si quería reemplazar unas vacaciones, cuando yo llegué, no sabía nada. Me dijo – Adriana, hay que ir a hacer esos trabajos, defiéndase- y así empecé. Cuando ya volvió la persona que ocupaba ese puesto, lo despidieron a él y me dejaron a mí. Ese dolor lo he tenido siempre, que por culpa mía lo echaron”.
Su primer gran cubrimiento fue la masacre de Machuca, en enero de 1998. Dice que no recuerda la cifra exacta de fotografías de fallecidos que ha registrado, pero afirma que son miles, en un ejercicio que comenzó hace 27 años aproximadamente con historias dolorosas de niños, mujeres, adultos mayores, extranjeros, masacres, accidentes, tragedias y fosas comunes.
En El Mundo, se abrió a paso en una profesión que, como ocurre con otras, era y son objeto de comentarios machistas. Luego, empezó a trabajar en El Espectador, en la época más aguda del conflicto en Colombia, medio en el que cuenta, vivió un tensionante cubrimiento “no fue un secuestro muy largo, pero sí. Yo estaba en el periódico en el Espectador, los llamé y les conté que me citaron a una rueda de prensa. Les dije – aquí hay un fotógrafo hombre ¿Por qué no lo mandan a él? – y los jefes me dijeron que, si me habían citado a mí, entonces que fuera. Nos dijeron que teníamos que estar en la glorieta del Éxito de Envigado, a las 6: 00 a.m., allá llegó un carro. Había alguien de El Colombiano y Teleantioquia. Recuerdo que eso fue un diciembre y nos llevaron a una finca para recibir unas palabras de alias Timochenko”.
Luego llegó al recordado periódico El Espacio, donde se posicionó como la primera mujer dedicada a la fotografía e investigación del crimen. Pero allí vivió uno de los momentos más amargos de su vida, un episodio que la marcó y que por primera vez cuenta en un medio de comunicación “Cuando a mí me dieron la dirección, dije -esa es mi casa-, en Envigado. Cuando yo llegué, supe que era él”.
Adriana inclinó su mirada como señal de nostalgia a un doloroso capítulo, respiró y reveló que, como es de costumbre, un día recibió una llamada en la que le notificaron un crimen, pero al pedirle la dirección a su fuente privada, supo que era la casa de su exesposo, Miguel Barrientos. Angustiada, con el corazón acelerado y una incertidumbre inexplicable tomó su cámara y salió para encontrarse de frente con la muerte y cuando llegó a la que también fue su casa, descubrió que el hombre que alguna vez fue el amor de su vida era la víctima “yo lo quería mucho, fue muy duro. Yo llegué, tomé las fotos y me senté a llorar”.
La fotógrafa dijo que se armó de una inexplicable valentía que, con el pasar de los segundos, se fue derrumbando y narró que fue capaz de tomar los retratos del inicio de la inspección de su ex, en la vivienda que fue un lugar sagrado para ambos “por eso cuando muchas veces le dicen a uno que soy amarillista, que uno no sabe que es lo que se siente cuando hay una persona que asesinan, puedo decirles que yo sí sé”.
Adriana o “nana”, como le dicen sus colegas, es una mujer apasionada por la cocina. En la nevera de su casa no pueden faltar los ingredientes para preparar tortas, galletas o Sushi. El poco tiempo que le deja sus extenuantes jornadas laborales lo emplea para explorar nuevas recetas, compartir con su hija y consentir a Ema y muñeca, dos perritas que, la esperan todos los días para jugar y sacarle una sonrisa. También se siente atraída por los video juegos y le gusta el diseño de interiores.
Es vegetariana y defensora del medio ambiente. Uno de los tesoros más preciados de su casa es la fotografía y los lentes de su madre, su otro amor, quien falleció hace algunos años y a quien tiene presente todos los días.
Adriana se ha ganado la admiración de periodistas de agencias internacionales que han viajado a la ciudad, solo para conocer su labor.
Mauricio Andrés Palacio, editor jefe de Q HUBO la describe como “una mujer única, irreverente y sin pelos en la lengua. Ella tiene un don… es que con su lente ha captado tal vez los peores momentos de la violencia en Medellín y el Valle de Aburrá, pero a su vez logra transmitir toda la consideración hacia las víctimas. Es la cruda realidad, eso no se puede obviar, pero ella sí que sabe contarla con todo el respeto y profesionalismo”.
Al concluir la entrevista, la reportera gráfica que hoy sobresale por su trabajo en la capital de Antioquia dice que sigue esperando el retrato que resuma su carrera.
Homenaje, en vida, a la única reportera gráfica del crimen en Colombia. Vea la entrevista, en el siguiente enlace: